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¿Fascismo en España?

 

 

Un puro y radical comienzo

El día 14 de marzo de 1931, justamente un mes antes de la proclamación de la República, comenzó a publicarse en Madrid un semanario político, LA CONQUISTA DEL ESTADO, en cuyos números se encuentran todos los gérmenes, las ideas y las consignas que luego, más tarde, dieron vida y nombre a las organizaciones y a los partidos de tendencia fascista que hoy conocemos.

El examen de las colecciones de ese periódico, que duró seis meses, es, por tanto, imprescindible para conocer los orígenes de los movimientos fascistas españoles, ya que viene a constituir, en el orden histórico, su primer antecedente, su primera manifestación, su primera semblanza.

Antes de LA CONQUISTA DEL ESTADO no pueden apreciarse esfuerzos de ninguna clase por propagar en España una bandera nacional y social, es decir, una bandera de signo fascista. (Había existido, sí, la gesticulación reaccionaria de Albiñana, al servicio descarado de la aristocracia terrateniente y de los núcleos más regresivos del país, y que quiso presentarse, desde luego, como émulo del Duce fascista de Italia. Los intentos de Albiñana, que pueden figurar en una historia del pintoresquismo político y picaresco de entonces, no tienen por qué ocupar aquí más larga referencia.)

Vamos, pues, a perfilar brevemente la vida de ese periódico, su nacimiento, el curso de su publicación, quiénes lo fundaron y con qué propósitos; las incidencias que le obligaron a desaparecer y, por último, la fecundidad que cabe adscribir a sus luchas.

LA CONQUISTA DEL ESTADO, repetimos, es un puro comienzo. No pueden señalársele antecedentes. Si acaso, la campaña, de índole exclusivamente literaria, y por tanto restringida, de Giménez Caballero en 1929, que postuló por primera vez en España una doctrina nacionalista moderna, social y vital, desenmascarando con eficacia lo que en el liberalismo demoburgués había de podrido, reaccionario y antisocial. Pero esta labor de Giménez Caballero apenas si es antecedente, puesto que él se incorporó también a LA CONQUISTA DEL ESTADO y siguió en este periódico aquella misma campaña.

 

El perfil de los fundadores

El grupo fundador estaba constituido por jóvenes recién llegados a la responsabilidad nacional, todos alrededor de los veinticinco años, e inició sus tareas apenas salida España de la dictadura de Primo de Rivera, período que había, naturalmente, desorientado y anulado la formación política de las juventudes. Este grupo, cuyos componentes eran de procedencia en extremo varia, destacó como director a Ramiro Ledesma Ramos, que representaba entre todos ellos, aparte de una garantía de tenacidad, el sentido de la acción política propiamente dicha.

Ramiro Ledesma tenia veinticinco años al ocupar la dirección de La Conquista del Estado, coincidiendo este momento con su irrupción en la política activa. Entrada verdaderamente extraña para quienes le conocían de antes, para quienes habían asistido a su primera juventud de metafísico, de estudioso de la filosofía y de la matemática, reflejada en sus trabajos de la Revista de Occidente. Esta publicación era la tribuna intelectual más prestigiosa de España en aquellos años, dirigida por Ortega y Gasset, maestro y orientador filosófico de Ledesma Ramos en su época de estudiante. La actividad periodística y política de Ledesma supuso para él el abandono radical de su actividad anterior, cuando se le abrían por ese camino las mejores perspectivas académicas. Es éste uno de los episodios de su vida que menos se explican sus amigos de entonces, y no tiene otra explicación que la profunda generosidad de este hombre, verdadera existencia de fundador, con una mística entrega a la revolución nacional que comenzó a presentir.

Giménez Caballero era ya entonces un prestigio literario, y, como hemos dicho, había presentado dos años antes, en 1929, a las juventudes, un índice intelectual de oposición al liberalismo burgués y de aspiración a una España imperial, sustentada en una doble mística social y heroica. Giménez Caballero ha alcanzado luego con sus libros Genio de España (1932) y La nueva catolicidad (1933) relieve europeo, como uno de los más profundos y sagaces interpretadores del fenómeno fascista.

Juan Aparicio. Semanas antes de la aparición de LA CONQUISTA DEL ESTADO conoció Ledesma a Juan Aparicio, que se debatía en la sima comunista, pugnando por entrar en ella, pero no pasando nunca de la puerta, en parte por su timidez de poeta y de escritor formidable, en parte también por las vacilaciones que originaba en él su magnífica sensibilidad de español y de patriota. Aparicio pasó a LA CONQUISTA DEL ESTADO como secretario de redacción, y fue hasta el final una de sus mejores plumas.

Ricardo de Jaspe procedía de la burocracia mejor acomodada con el régimen. Representaba en el periódico un diletantismo fascista, de joven que se permite el lujo de aparecer como descontento, inquieto por dotar a España de ese tipo de grandeza con la que sueñan todos los diplomáticos-Jaspe lo era-, que sirva un poco para hacer valer más su condición. Jaspe dejó el periódico a poco de llegada la República, se afilió al partido de Azaña, con tal fortuna e inteligencia que a los dos meses ascendía jerárquicamente en el Patronato de Turismo a uno de sus más altos puestos.

Bermúdez Cañete tenía a su cargo en el periódico la sección económica y financiera. Era la única aportación del catolicismo oficioso que figuraba en LA CONQUISTA DEL ESTADO. Algunas veces se le veía un poco vacilante y retraído, hasta que un día descubrió a la Redacción que don Angel Herrera, su mentor y maestro, los calificaba a todos de hegelianos empedernidos, estatólatras y una porción más de herejías. Con frecuencia se quejaba a Ledesma de ese espíritu del periódico; pero el director, que lo conocía bien, no se molestaba mucho en tranquilizarlo, encomendando esta función a la mecanógrafa de la Administración, que lo hacía a maravilla, con sólo ser puntual en la entrega de los 25 duros mensuales que percibía Cañete.

Francisco Mateos era el dibujante. Mateos es un excelente pintor, que une a su gusto artístico un gran sentido de lo popular. Había estado mucho tiempo en el extranjero y tenía un historial político fuertemente extremista. Admiraba mucho a Gross, titulándose su amigo, y a creerle, había sido un héroe comunista, junto a Ernesto Toller, durante las jornadas rojas de Munich, en 1919. Mateos, que frisaba los treinta y seis años, era el redactor de más edad, y ello, unido a su tendencia a la melancolía búdica, le proporcionaba ante los demás una gran autoridad. Dibujaba una sección, titulada Comicidios, de gran fuerza satírica. Pero Mateos, con gran sorpresa de todos, reveló de pronto una tendencia insuperable a escribir. El director, que admiraba mucho sus dibujos, arrinconaba, en cambio, las innumerables cuartillas que Mateos ponía en sus manos. Esto debió molestarle profundamente, y un día, a los dos meses escasos de estar en el periódico, aprovechó la ocasión de que Ledesma le pusiese reparos a un dibujo para abandonar LA CONQUISTA DEL ESTADO. A los pocos días comenzaba Mateos a dibujar en La Tierra, y también a publicar larguísimas informaciones y reportajes.

Alejandro Raimúndez, administrador del periódico y redactor también de temas económicos, era un gallego inteligente e irónico, un tanto escéptico como buen ateneísta, que luego, más tarde, creemos se afilió al lerrouxismo.

Iglesias Parga, universitario, antiguo lector de español en Suecia, destinatario en 1929 de una carta famosa de Giménez Caballero, formaba parte del grupo con un entusiasmo infantil, que demostró en las calles distribuyendo el manifiesto político que precedió a la salida del periódico. Iglesias era un muchacho grandullón, muy exaltado, que a los pocos meses se hizo comunista, y hasta, al parecer, atravesó un período de salud mental difícil en un sanatorio.

Souto Vilas, hoy catedrático, aportaba su firmeza de campesino celta. Propagó con todo entusiasmo en Galicia las consignas del periódico, y ha sido, y es aún, uno de los que con más honradez, capacidad y consecuencia defienden la bandera nacional-sindicalista.

Completaban el grupo: Antonio Riaño, hijo de un militar republicano a quien Azaña agregó a la Embajada en Londres, que era el redactor universitario. Escribano Ortega, muchacho muy piadoso, de educación medio integrista, monárquico enfeudado, como decía a todas horas, que iba mucho por el periódico, aun mostrándose disconforme y en absoluto desacuerdo con él. Hernández Leza y Puértolas trabajaban como reporteros y traductores.

Tales fueron quienes redactaron LA CONQUISTA DEL ESTADO. A ellos se debe la primera piedra que puede identificarse en España como fascista. A última hora, en el mes de octubre, entró en la redacción Emiliano Aguado, teórico de buena formación intelectual, hoy editorialista en un periódico reaccionario.

 

Su actitud nacionalista y revolucionaria

El periódico estaba vinculado a dos consignas: era profundamente nacionalista y era profundamente revolucionario, social y subversivo. Conste que su filiación fascista se la damos ahora, al situarlo en la Historia, y, sobre todo, tanto por su posición patriótica y sindicalista de entonces como por las derivaciones finales del grupo. Pero ellos, en el periódico, nunca se llamaron fascistas ni se definieron como tales.

No hay que olvidar el momento de España en que apareció: marzo de 1931. Cuando culminaban las campañas electorales contra la Monarquía y ésta se tambaleaba radicalmente. El periódico, sin embargo, mostró en sus primeros números un soberano desprecio por la ola del republicanismo, aun sin defender, desde luego, para nada a la Monarquía agónica, basándose en que el movimiento republicano ligaba por entero su destino a las formas demoliberales más viejas.

LA CONQUISTA DEL ESTADO pretendía representar un espíritu nuevo, y tenía necesariamente que chocar con el republicanismo de 1931, en cuyas redes veía además caer a toda la juventud, generosa e inexperta. En realidad, la contraposición del periódico al espíritu predominante en los grupos triunfadores de abril era, y tenía que ser, absoluta. Pues quien recuerde sin pasión aquellas fechas -después de todo bien cercanas- advertirá que toda la propaganda del movimiento antimonárquico se hizo a base de ofrecer a los españoles las delicias de un régimen burgués-parlamentario, sin apelación ninguna a un sentido nacional ambicioso y patriótico, y sin perspectiva alguna tampoco de trasmutación económica, de modificaciones esenciales que satisfacieran el deseo de una economía española más eficaz y más justa.

Con formidable ímpetu, el periódico aceptó su destino en aquella hora, que consistía en estar frente a todo y frente a todos, dando aldabonazos para despertar una nueva conciencia juvenil, que por entonces no aparecía más que en el grupo redactor y en un centenar escaso de simpatizantes. Apenas proclamada la República, inició una oposición violentísima contra el Gobierno provisional, atacándole por su espíritu demoburgués, antimoderno, y por su indiferencia, por su insensibilidad ante los problemas históricos de signo nacional verdadero. A la vez, naturalmente, el periódico era anticomunista, si bien escrutando con toda fijeza las líneas que postulaban una salida social subversiva -por ejemplo, la C.N.T.-, en busca apasionada de coincidencias que le permitiesen enlazar con alguien sus esfuerzos.

El Gobierno provisional de la República no era capaz siquiera de conservar la adhesión entusiasta de sus mismas filas. Júzguese cómo se situaría ante él un grupo como el de LA CONQUISTA DEL ESTADO, que ambicionaba raer de toda la juventud las ilusiones liberal-burguesas, precisamente las que sustentaban y representaban aquellos gobernantes.

El periódico reflejó su profunda significación nacional y patriótica en una tenacísima y violenta campaña contra los separatistas catalanes. Y mostró asimismo sus afanes revolucionarios, su tendencia a una revolución social económica, vinculándose en muchos aspectos a la actitud de la C.N.T. y exaltando las actividades subversivas del comandante Franco.

Es importante fijar este doble perfil de LA CONQUISTA DEL ESTADO, donde radica su originalidad histórica, su carácter de primera publicación española que trata de nacionalizar el sentido revolucionario moderno, a la vez que de sustentar una bandera nacionalista sobre los intereses socialeconómicos de las grandes masas.

 

La batalla al separatismo

Su adscripción a una España unida, sin concesiones a los núcleos disgregadores de la periferia, principalmente de Cataluña, proporcionó al periódico las primeras persecuciones. Es bien conocido cómo los primeros gobernantes de la República estaban ligados con Maciá por fuertes compromisos. Una campaña como la que iniciaba LA CONQUISTA DEL ESTADO, moviéndose, no se olvide, dentro de la revolución, en pro de un aplastamiento revolucionario de los separatistas, tenía por fuerza que ser detenida por el Gobierno.

Maciá prohibió en toda Cataluña la circulación del periódico, excediéndose notoriamente en sus atribuciones. Pero por más protestas que se hicieron ante Maura, entonces ministro de la Gobernación, fue imposible su libre circulación en Cataluña. Unos cientos de ejemplares, en fajas vueltas y dirigidos a suscriptores, fueron los únicos que penetraron en Cataluña mientras se hizo la campaña antiseparatista, que puede decirse tuvo casi la misma duración que el periódico.

Pero no se trataba sólo de Maciá. Desde la Dirección General de Seguridad, a cuyo frente se encontraba entonces Galarza, también se dispusieron a desarrollar una acción gubernativa contra LA CONQUISTA DEL ESTADO, naturalmente más a fondo y peligrosa que la organizada por Maciá.

La campaña en pro de la unidad de la revolución y de la unidad de España hizo que aumentase la circulación del periódico, y además, que se acercasen a él algunos grupos de españoles deseosos de complementar su eficacia. Con ellos inició Ledesma los primeros pasos de una posible organización, destrozada por el Gobierno apenas nacida.

Estos grupos -no estarían formados por más de 18 ó 20 militantes- lograron por entonces su primer éxito, lo que dió con Ledesma en la cárcel. La cosa fue así: A los pocos días de las elecciones para las Constituyentes, anunciaron su llegada a Madrid, en tren especial y con todo estruendo, los diputados catalanes afectos a Maciá y a la Esquerra separatista.

Esto fue considerado en el periódico como una magnífica ocasión de manifestarse en la calle contra tales elementos. Cuatro días antes de la fecha señalada para su llegada, comenzaron los preparativos, y también las sospechas de la Policía, que puso vigilancia al periódico. El plan consistía en colocar en la estación del Mediodía dos o tres petardos, que debían precisamente estallar en unos coches del tren fronterizo a la vía por donde entrase el de los diputados. A la vez, a la salida de la estación, se esperaba poder situar grupos suficientemente numerosos para organizar una protesta lo más violenta posible. A este efecto, se redactaron unas hojas, invitando al pueblo madrileño a la manifestación, que contenían grandes ataques al separatismo.

 

 

Los petardos los preparó un entusiasta unitario, viejo lerrouxista, que veinticinco años antes había luchado en Barcelona contra el separatismo. Era un gran tipo, hombre de vida difícil, comisionista de pocas ventas, a quien demudaba el solo pensamiento de la disgregación española. Tenía más de cincuenta años, doblando, pues, casi la edad al más viejo de los del grupo. Entre sus jóvenes camaradas estaba muy orgulloso, satisfecho de representar un papel de militante neto, como uno más. El y otro compañero fueron los encargados de colocar los petardos en los departamentos del tren, con arreglo al plan que antes hemos dicho.

Las hojas clandestinas se tiraron en una pequeña imprenta, no sin que se enterase, por imprudencia de un redactor, el regente de la otra imprenta donde se hacía el periódico, en la calle de Martín de los Heros. Este regente vendía confidencias en la Dirección de Seguridad, y comunicó enseguida a Galarza el hecho de que se habían impreso gran cantidad de hojas clandestinas contra Maciá y sus diputados. Además, aderezó la confidencia con la afirmación de que había oído a los redactores de LA CONQUISTA DEL ESTADO que preparaban una purga de ricino al propio Galarza.

Este no necesitó más, naturalmente, para proceder contra el grupo. Encontró la Policía veinte mil hojas, que guardaba en uno de los sótanos de su casa Enrique Compte, uno de los primeros adheridos a la política del periódico. También, aunque no los descubrieron, pudo enterarse la Policía de que se habían fabricado petardos -ella suponía que bombas-, presumiendo, en fin, una terrible organización, dispuesta a la violencia contra los diputados separatistas.

Entonces ocurrió lo más pintoresco, y es que, a la vista de tales informes, dándose cuenta de lo desagradable y desastroso que sería para ellos el ser recibidos en Madrid con protestas, prescindieron del tren especial, abandonaron la pretensión de llegar y entrar en Madrid espectacularmente, conformándose con hacerlo en los expresos de viajeros, en dos o tres tandas y sin llamar mucho la atención. Fue, repetimos, el primer éxito de los grupos afectos al periódico, bastando sólo, como hemos visto, docena y media de militantes para impedir la arrogancia de los catalanistas triunfadores.

A consecuencia de ello, sin embargo, Galarza metió en la cárcel al director, y recrudeció la persecución policíaca contra el periódico.

 

Con la C.N.T. de flanco

En el verano de 1931, la única fuerza disconforme con el Gobierno provisional, que podía representar para éste un verdadero peligro, era la Confederación Nacional del Trabajo, la C.N.T. Del 10 al 14 de junio de ese año, a los dos meses de proclamada la República, celebró la C.N.T. un Congreso extraordinario en Madrid, en el antiguo teatro de la Princesa. Muchos asignaban a ese Congreso trascendencia decisiva para la revolución. La verdad es que, efectivamente, la C.N.T. representaba entonces y polarizaba entonces la ascensión revolucionaria; pero ese Congreso se realizó de un modo atropellado, y puso a la vez al desnudo la penuria táctica de ese formidable organismo. LA CONQUISTA DEL ESTADO, cuyo norte social y nacional difería en absoluto de las directrices cenetistas, vió, sin embargo, en la C.N.T. la palanca subversiva más eficaz de aquella hora, libre asimismo de influjos bolcheviques por la oposición anarcosindicalista a la doctrina del marxismo.

En muy variadas ocasiones demostró el periódico su afán de ayudar de flanco las luchas y las consignas diarias de los sindicalistas.

Así, por ejemplo, dedicó planas enteras a las sesiones del Congreso, publicó interviús con sus líderes más destacados, etc., etc. El número de LA CONQUISTA DEL ESTADO aparecido el día 13 de junio, en pleno Congreso sindical, estaba dedicado, por mitad, a la campaña antiseparatista y a la difusión y comentario de aquella asamblea.

Los redactores del periódico tuvieron ese día la satisfacción de asistir desde uno de los pisos altos a la sesión, y ver en la mayor parte de las manos de los congresistas ejemplares de LA CONQUISTA DEL ESTADO, que se vendía a la entrada. Ese hecho fue advertido por muchos, y comentadísimo en Madrid.

El propósito táctico de enlazar por su flanco, de un modo transitorio, las luchas del grupo con las desarrolladas por la C.N.T. era, pues, una realidad. Hay que advertir que por esta época el grupo redactor inicial había quedado reducido a la mitad, y se mantenían firmes en torno a Ledesma los de mejor temperamento y más alta calidad de luchadores políticos, entre ellos, el que durante toda la publicación del periódico fué su eficacísimo secretario de redacción, Juan Aparicio.

El incremento social del periódico era evidente, y esa evidencia llegaba también a la Dirección General de Seguridad, que forzó al mismo ritmo la acción gubernativa contra el semanario.

 

Interferencia con la huelga telefónica

Entonces, primera semana de julio, tuvo lugar la famosa huelga telefónica, primera acometida revolucionaria que se desencadenó contra el timorato Gobierno provisional. Pudo ser, en efecto, el camino de la toma del Poder por los Sindicatos y el ensayo, a fondo, de la revolución social española. LA CONQUISTA DEL ESTADO encontró en la huelga motivo de agitación contra el pulpo capitalista yanqui, aposentado en la Compañía Telefónica. De ahí que no ahorrase esfuerzo alguno en favorecer la huelga, aun sabiendo de sobra el director que tras de ella existía un propósito y un plan subversivos para derribar al Gobierno provisional. Este, tanto por miedo a las represalias del capitalismo estadounidense como por miedo a dicha subversión revolucionaria, se encontraba nerviosísimo ante el desarrollo de la huelga.

Los sindicalistas que formaban el Comité encargado de dirigir el conflicto, tenían la seguridad de que su misión histórica era servirse de él como palanca revolucionaria. A estos efectos, buscaban colaboraciones, armamentos, y recibían y aceptaban los ofrecimientos múltiples que se les hacían desde los más variados sectores, no el menor el de la misma Policía.

Pero la C.N.T. no contaba con un equipo de diez o doce hombres con capacidad de conductores ni de organizadores triunfales de la revolución, entonces ya casi madura, pues se daban las circunstancias favorables de un régimen sin constituir, ingenuo y con defensas fáciles de vulnerar por múltiples puntos. La C.N.T. no contaba más que con esa capacidad elemental y primitiva, muchas veces heroica, de sus militantes; pero sus hombres, por vicio o por defecto inexorable de la ideología anarcosindicalista, eran entonces, y lo han sido siempre, en absoluto incompatibles con una técnica revolucionaria eficiente.

El fracaso de la huelga telefónica marca el descenso o, por lo menos, la paralización revolucionaria de la C.N.T. en 1931. Muchos de sus dirigentes se convencen entonces de la impotencia cenetista para vencer al Gobierno provisional. Así lo confesaron, en la redacción del periódico, dos o tres de ellos.

Para LA CONQUISTA DEL ESTADO, dicha huelga supuso, asimismo, un grave quebranto. No de lectores ni de eficacia, que eso aumentó, sino económico y represivo. Económico, porque diversas acciones y actividades, con motivo de la huelga y de la campaña contra Telefónica, debilitaron la caja del periódico en unas cinco mil pesetas. Y represivo, porque, en vista de la violencia con que se efectuó esa campaña, enlazándola, naturalmente, con la traición del Gobierno, que favorecía de un modo lacayuno los intereses yanquis, se dispuso la Dirección de Seguridad a acabar con el semanario.

A más del encarcelamiento de Ledesma, lo que es lógico supusiese grave contratiempo, se recogía el periódico de una manera sistemática, llevándolo la misma Policía al fiscal. Cinco semanas seguidas fue procesado el director por diversos artículos, siempre relacionados con la Telefónica o con los separatistas.

 

Peripecia policíaca

La vida de LA CONQUISTA DEL ESTADO se hizo de este modo imposible. La Policía de Galarza no esperaba a que los ejemplares fuesen al Gobierno civil para sellar, sino que ella misma intervenía la edición en la imprenta. El último número que salió de este modo, correspondiente al 25 de julio, se hacía en una imprenta de la calle de Hernani, en los Cuatro Caminos, donde se presentó la Policía cuando iba la tirada por los dos mil ejemplares. Obligó a parar las máquinas, y llevó a la Dirección de Seguridad un par de ellos para que fuesen examinados. Dos agentes quedaron allí de vigilancia, para impedir que se sacasen los demás, y con tal rigor ejecutaban su consigna, que no permitieron llevar a nadie ni un solo ejemplar. En vista de ello, los grupos afectos al periódico entraron en la imprenta escalando una tapia por la parte trasera del edificio, que daba a unos desmontes, y por allí huyeron con los dos mil ejemplares, no sin reducir, primero, a los agentes, que callaron luego prudentemente la faena.

En esas condiciones, como es natural, la publicación de LA CONQUISTA DEL ESTADO era a todas luces imposible.

El 25 de julio suspendió -nada voluntariamente, como hemos visto- su salida, que reanudó luego, en segunda etapa, el día 3 de octubre siguiente.

 

 

La quema de conventos. Testigos presenciales

LA CONQUISTA DEL ESTADO tenía establecida su redacción en la avenida de Dato, número 7. Ello hizo que los redactores fuesen testigos presenciales, durante la mañana del día 11 de mayo, del incendio del famoso convento jesuítico llamado de la Flor, situado en la misma avenida, a unos cien metros del periódico.

Aproximadamente a las diez, un grupo de doce o quince individuos, coreado por otro que no pasaría tampoco de veinte, comenzó a vocear ante el edificio, lanzando alguna que otra piedra. Inmediatamente rociaron la puerta con gasolina y empezó a arder, facilitándolo un haz de astillas que llevaban ya dispuesto.

En aquel mismo momento llegó una sección de Seguridad, que dispersó a los incendiarios, retirándose éstos hacia la calle de San Bernardo. Desde la esquina de esta calle con la de Dato, donde está la sucursal del Banco de Vizcaya, cuatro o cinco de aquéllos hicieron sobre los guardias unos diez disparos.

El incendio entonces no pasaba de la puerta y del pequeño haz de astillas. A los cinco minutos, todavía levísimo el fuego, apareció un coche de bomberos, que, ante la no muy acalorada presión de los grupos, se retiró sin actuar. También se retiró la sección de guardias. Entonces, dueños ya en absoluto del terreno, los grupos atizaron el fuego, que al poco tiempo alcanzaba proporciones enormes.

Medio Madrid -de un Madrid pasivo, espectador y al margen, para quien, sin embargo, aquel espectáculo no dejaba de tener formidable interés- llenó toda la ancha Gran Vía contemplando el incendio. Cuando las llamas alcanzaron la cúpula y salían de ésta hacia arriba, delimitadas geométricamente por su redondez, la visión tenía, en efecto, una fuerza arrebatadora.

En la redacción del periódico se percibió enseguida el carácter de los incendios, de cosa urdida, preparada y efectuada por una minoría, y con la complicidad evidente del Gobierno provisional. Y de tal modo era una ínfima minoría la ejecutora que, desde luego, los redactores de LA CONQUISTA DEL ESTADO afirman que hubiese bastado la intervención, en contra de los incendiarios, de dos o tres docenas de individuos para haber impedido el de la Flor, que fue el incendio más resonante. Y del mismo modo hay que suponer que todos los demás.

No faltó en el periódico quien propusiese intentarlo. No, naturalmente, por excesiva simpatía a la Iglesia, pues LA CONQUISTA DEL ESTADO lo era todo menos clerical; sino por oposición a la actuación odiosa de las turbas. Pero se desechó en el acto. Pues lo mismo que tiene sus doctores, debe tener también sus defensores, ya que no son pocos los que medran y se cobijan políticamente en sus banderas. Además, LA CONQUISTA DEL ESTADO culminaba entonces su táctica de estruendo popular, de acercamiento a las consignas de la revolución contra el Gobierno provisional, y su intervención en aquel pleito, después de todo no ligado a ella de una manera demasiado directa, hubiera reducido al periódico y al grupo a la impotencia.

El sábado anterior a los incendios de conventos había publicado LA CONQUISTA DEL ESTADO, a toda plana, una carta revolucionaria, dirigida al comandante Ramón Franco. En ella se le incitaba a proseguir su ruta por el camino de la revolución, si bien para extraer de ésta tanto su dimensión social como la dimensión nacional española, la grandeza de la Patria.

Esa carta, con gruesas titulares, ocupaba toda la primera plana del periódico, dándole un aspecto sensacional.

La tarde del día de los incendios, llena la Gran Vía de masas revolucionarias y de enormes multitudes, creyeron los redactores que era una ocasión magnífica para propagar el número, aprovechando su oportunidad. La cosa tenía, sin embargo, algún riesgo, porque ya LA CONQUISTA DEL ESTADO era calificada por muchos de fascista, sobre todo por los comunistas y su Prensa.

No obstante, y como no se encontraron con rapidez vendedores, salió la propia redacción en pleno, con la mecanógrafa administrativa y el conserje, y en menos de una hora vendieron cerca de cinco mil ejemplares sin el más mínimo incidente.

La acción de los incendiarios el día 11 de mayo produjo, naturalmente, cierto estupor en muchos sectores. A los dos o tres días, en parte orientados por la carta a Franco, y en parte buscando en la organización que postulaba el periódico una posible bandera, se presentaron a hablar con Ledesma unos cuantos aviadores, entre ellos Ruiz de Alda, el capitán Iglesias -actual organizador de la expedición al Amazonas-, Escario y algún otro. Mostraron, y hasta firmaron, su adhesión a la política del periódico, pero sin más consecuencias.

 

Su signo histórico

¿Bajo qué signo histórico cabe apreciar y enjuiciar la publicación de LA CONQUISTA DEL ESTADO? Ya hicimos alusión a las circunstancias en que nació y tuvo que desenvolverse. Ante la avalancha demoliberal de 1931 ese periódico, que aparecía totalmente inmunizado contra toda bandera liberalburguesa, se dio cuenta de que le estaban vedadas las eficacias de carácter inmediato. Ledesma Ramos decía por ello, frecuentemente, a sus camaradas, los redactores, que debían tener conciencia clara de que, por el momento, las ideas de LA CONQUISTA DEL ESTADO no podían plasmar de un modo victorioso. Y que el destino del periódico, en tal coyuntura, sería el de batirse en guerrilla e incluso perecer como publicación. Pero que tiempos vendrían, en fecha no muy lejana, recogiendo el espíritu y la eficacia de sus luchas.

La situación dramática del periódico y del grupo consistía en que, permaneciendo, desde luego, en oposición al viejo Estado monárquico, entonces agonizante, estaba asimismo en radical disconformidad con el espíritu que informaba a las fuerzas republicano-socialistas encargadas de sustituirlo.

LA CONQUISTA DEL ESTADO significaba el auténtico nacimiento de un espíritu político y social nuevo en la juventud española. Como toda cosa recién nacida, tenía delante un posible período de vacilaciones, de equivocaciones, de provisionalidad, si se quiere.

Lo primero que hoy advertimos, repasando su colección, es ese carácter suyo, de cosa aún no madura, que busca precisamente llegar a desarrollarse con el máximo de lozanía en el futuro.

Es evidente que, en cualquier otro momento histórico que hubiese surgido habría encontrado una atmósfera más propicia, menos inclemente. Pero nacer en una coyuntura como la que ofrecía España en abril de 1931, estando en desacuerdo con el régimen que se extinguía y en desacuerdo también con los que lo derrocaban, equivalía, naturalmente, a desplazarse del plano de las eficacias inmediatas.

El periódico, sin embargo, no abandonó su misión. Pudo haberse embarcado con alguna de las tendencias que entonces existían o, por lo menos, seguir el mismo destino de los grupos a quienes ayudó y sirvió de flanco. Pero tuvo la honradez y la conciencia histórica de no hacerlo. Sostuvo, sí, campañas convergentes con los sindicalistas, con las actividades revolucionarias de Franco, etc., mas no se identificó -ni podía identificarse, a menos de traicionar su signo- con ellos, ni tuvo el menor propósito de extraer del río revuelto revolucionario la más mínima ventaja a costa de su propio ser.

Que, en efecto, llevaba dentro eficacias considerables, y que representaba de veras, con su adscripción a la doble empresa nacional y social, fusionadas y fundidas en una sola, una voz de gran futuro, lo demuestran los hechos posteriores, ya que es innegable que este periódico constituye el foco inicial de los movimientos luego señalados y destacados como fascistas Y lo demuestra también que hoy su mismo vocabulario y las organizaciones a que dio vida predominen en la juventud y vayan extendiéndose a otras zonas sociales más amplias.

 

Surgen las J.O.N.S.

En uno de los últimos números de LA CONQUISTA DEL ESTADO, el correspondiente al 10 de octubre de 1931, se anunciaba la próxima organización de las J.O.N.S. (Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista), y en un artículo de su director, luego impreso como manifiesto del nuevo grupo, se indicaban las orientaciones y tácticas de las JUNTAS.

Es así como, incluso sin solución de continuidad, se enlaza con el periódico el nacimiento de la primera organización conocida en España como influida por el fascismo: las J.O.N.S.