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¿Fascismo en España?

 

Nueve jóvenes quieren salvar a España

Dijimos que en los últimos números de LA CONQUISTA DEL ESTADO se anunciaba la organización de las J.O.N.S. Realmente éstas surgían para que, al desaparecer el periódico, víctima de la represión policiaca, no se diseminaran los diversos grupos de juventudes que en Madrid y provincias aparecían influidos por sus propagandas.

Las J.O.N.S., al nacer, recogían la experiencia de LA CONQUISTA DEL ESTADO, y en su programa-manifiesto disponían ya de una línea más segura y firme que la que informaba las campañas iniciales del periódico.

Encontraron su denominación nacional-sindicalista, concepto que aparecía en ellas por primera vez, recogido más tarde en Portugal por Rolao Preto en su fallido empeño de crear una organización fascista.

Desde luego, el nacimiento de las J.O.N.S. significa para sus fundadores el abandono de las tácticas de aproximación a los intentos subversivos de los sindicalistas. Un afán de crear la propia doctrina. Quieren la unidad intangible de España. Postulan el respeto a la tradición religiosa. Llaman de modo preferente a las juventudes, no admitiendo en su seno sino a los españoles menores de cuarenta y cinco años. Manifiestan su incompatibilidad radical con el marxismo. Y presentan una demanda imperiosa de revolución social-económica, a base de la sindicación obligatoria, la intervención nacional de la riqueza y la dignificación plena de los trabajadores.

El espíritu de las J.O.N.S., si bien respondía a una profunda inquietud social, a una actitud nacionalsindicalista, encerraba ciertas concesiones a lo que pudiera llamarse el espíritu de las derechas, y, en parte, para batir al marxismo, buscaba en sus medios el apoyo necesario.

No obstante, en su más íntimo y verdadero propósito, las J.O.N.S. querían recoger la desilusión rápida de la revolución de abril, el fraude que el desarrollo de la misma significaba para las juventudes y para la verdadera liberación social del pueblo.

La fecha de presentación de los primeros estatutos jonsistas en la Dirección de Seguridad es la del 30 de noviembre de 1931.

Los fundadores, en la fecha de aprobación de los estatutos, no llegaban a diez. En la asamblea de constitución estuvieron presentes nueve camaradas, ante la extrañeza atónita del agente de la autoridad, a quien sin duda le parecían muy poca cosa aquellos nueve jóvenes para iniciar la salvación de España.

El nombre de Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (J.O.N.S.) fue propuesto por Ramiro Ledesma. Se adoptó como emblema jonsista el haz de cinco flechas cruzado por un yugo. Este fue un gran acierto, pues además de su sencillez geométrica, de su belleza, está ligado a los momentos históricos en que España hizo su unidad y simboliza a la perfección las consignas fundamentales del jonsismo.

 

 

El líder marxista Fernando de los Ríos descubre el haz de flechas y el yugo

Por cierto que la elección de ese emblema contiene una anécdota curiosa. Se proponían varios. Unos, un león rampante. Otros, un sol con una garra de león dentro. Etcétera. Entonces, Juan Aparicio, que había estudiado Derecho en la Universidad de Granada, recordó ante el grupo que don Fernando de los Ríos, el líder socialista, explicando un día en su cátedra de Derecho político una lección sobre el Estado fascista, después de hacer alusión al emblema lictorio del hacha y de las vergas, dibujó en la pizarra el haz de flechas y el yugo, diciendo que éste sería el emblema del fascismo, de haber nacido o surgido en España.

Unánimemente fue reconocido por todos como el símbolo profundo y exacto que se necesitaba. Y no deja de tener interés esa especie de intervención que corresponde al profesor marxista en el hallazgo de un emblema magnífico para los fascistas españoles.

Pues a pesar de que las flechas y el yugo constituían el sello de los gloriosos Reyes Católicos, y de figurar, por tanto, como emblema real, en multitud de edificios de aquella época, da idea del abandono en que los partidos y organizaciones de espíritu tradicionalista tienen a los mejores símbolos de la Historia española, el hecho de que nadie comprendiese el sentido del emblema adoptado. Así ocurrió que el grupo de camaradas de Valladolid, cuyos fundadores eran todos de formación reaccionaria, al recibir de Madrid el emblema lo mirasen, asimismo, como cosa rara, a pesar de que en el castillo de la Mota, en un patio del famoso convento de San Gregorio, y en cien sitios históricos más de Valladolid, existen yugos y haces de flechas con profusión.

 

 

El grupo de Valladolid

Después de fundarse las J.O.N.S., en Madrid, una de las primeras ciudades donde adquirió desarrollo su funcionamiento fue Valladolid. Se publicaba allí un periódico, Libertad, al que LA CONQUISTA DEL ESTADO saludó con simpatía en uno de sus últimos números, pues aunque aquél estaba situado entonces en una zona ultraderechista, destacaba, sin embargo, en sus páginas una inquietud nacional nueva, diferente a la que suele existir en los medios de donde procedía.

Al frente de ese periódico, y acaudillando el grupo de Valladolid, estaba Onésimo Redondo, un joven nada desprovisto de talento, antiguo discípulo de los jesuitas -con los que seguía en íntimo contacto-, buen orador, lleno de ambiciones hispánicas y con verdadera inquietud social por los destinos y los intereses del pueblo.

Este grupo no ofrecía muchas garantías de fidelidad al espíritu y a los propósitos de las J.O.N.S., pues estaba compuesto, en su mayoría, de antiguos «luises», y con una plena formación reaccionaria. Pero Ledesma y los demás fundadores jonsistas, deseosos de ampliar el radio de la organización y de utilizar en lo posible el máximum de colaboraciones, en la creencia de que más tarde llegaría la formación jonsista de los militantes, no mostraron inconveniente en gestionar el ingreso de este grupo en las J.O.N.S., ofreciendo, además, a Onésimo Redondo, un puesto en la dirección nacional del Partido.

 

Los tiempos duros. Atmósfera glacial en torno

Durante todo el año 1932, la actividad de las J.O.N.S. fue casi nula. La organización estaba en absoluto desprovista de medios económicos. En el mes de mayo de ese año tuvo incluso que abandonar su domicilio en Madrid, una modestísima oficina de cien pesetas mensuales en la Avenida de Dato. No llegaban a 25 los militantes inscritos, y apenas si podía el Partido tirar unas hojas de propaganda, cuyo importe lo satisfacía ese pequeño grupo, no sin grandes sacrificios, pues todos ellos eran pequeños funcionarios, estudiantes y obreros. El domicilio oficial para las autoridades se fijó en el despacho del militante Enrique Compte, en la calle de San Vicente. Pero las reuniones las celebraba el grupo en un pequeño café de la Gran Vía, los domingos por la tarde.

Silenciosamente se crearon, sin embargo, varios grupos en provincias, a base de antiguos lectores de LA CONQUISTA DEL ESTADO, distinguiéndose el de Valencia, organizado por Bartolomé Beneyto, y el de Zafra, formado con gran pujanza, a base de campesinos, por Bernardino Oliva. Y desde luego, el de Valladolid, de que ya hemos hecho mención especial, que desarrolló algunas luchas victoriosas en las calles, con la consigna jonsista de oposición al Estatuto de Cataluña, entonces a discusión en las Constituyentes.

 

Una conferencia resonante

El día 2 de abril de ese año organizaron, sin embargo, los jonsistas, en Madrid, un acto singular: Una conferencia en el Ateneo, a cargo de Ramiro Ledesma, y con el título de Fascismo frente a marxismo. La cosa era de una audacia insólita. Considérese lo que es y representa el Ateneo. El centro más calificadamente enemigo de las ideas que iban a ser defendidas por el conferenciante. Y por si era poco la oposición radical de la mayoría de los socios, se congregó en el salón una representación nutridísima del Partido Comunista, con la intención que es de suponer.

Ramiro Ledesma se presentó en el Ateneo con sus 25 camaradas. El salón estaba completamente lleno de enemigos. El jefe de las J.O.N.S. llevaba, para más gravedad, una camisa negra y una corbata roja, prendas que por entonces pensaban adoptar los jonsistas.

El acto fue, naturalmente, resonante. El público, organizado y preparado para eso, interrumpía al orador a cada segundo, y éste, renunciando a la exposición razonada y discursiva del tema, se dedicó exclusivamente a combatir con las frases más crudas las ideas marxistas del auditorio. Era, pues, una lucha de uno contra 2.000, y que duró, sin embargo, más de media hora.

La Prensa comentó ampliamente el suceso. He aquí dos ejemplos. Dijo el ABC al siguiente día:

En el Ateneo dio ayer tarde una conferencia sobre este tema don Ramiro Ledesma Ramos, viéndose el salón atestado de público, en el que desde el comienzo de la disertación se notaba cierto espíritu de controversia.

El orador se manifestó como portavoz del nuevo partido J.O.N.S., afirmando que la mayor parte de las ideas que pensaba exponer no iban a ser bien recibidas por el auditorio. (Esta confesión inicial es acogida con grandes aplausos.) Añade que va a hablar contra los principios informadores de los partidos políticos de la República, pero que no se le podrá tachar por ello de monárquico, pues no lo es. Va a combatir las influencias marxistas, poniéndolas frente al fascismo. (El orador viste camisa negra y ostenta en ella la nota violenta de una corbata roja.) Censura las violencias marxistas que han arruinado a las democracias. Que han matado el patriotismo. Que especulan con el hambre de las masas. El marxismo es antinacional y desaloja del alma de las clases populares el sentimiento que corresponde a éstas de modo más directo: la fidelidad a la Patria. El marxismo es enemigo declarado de la nación. Destruye la nación. Presenta la adhesión a la Patria como una bobería burguesa. Sólo en la subconsciencia -o en la conciencia, mejor dicho- de un judío como Marx pudo fraguarse la destrucción de los valores nacionales, asegurándose la colaboración de las masas.

Explicó las características peculiares del Estado fascista, calificándolo de totalitario, es decir, que obliga a la colaboración activa en las tareas del Estado, no sólo a una respetuosa pasividad. «Hay algo donde el espíritu crítico y la frivolidad de la inteligencia individual deben detenerse: ante la majestad del Estado. Sólo contra un Estado artificioso, antinacional, detentador, incapaz, es lícito y obligado indisciplinarse. No hay espacio alguno en la vida del Estado nacional para la disidencia contra el Estado.» (Cada afirmación del conferenciante es acogida con principios de alboroto entre los sectores de distinta ideología.)

Continúa el orador manifestando que la violencia de los rojos hay que combatirla con análogas violencias.

El ambiente de contradicción en que se desenvuelve la conferencia se agudiza, y un miembro de la Directiva interviene pidiendo calma para que la disertación pueda desarrollarse.

Pero como no consigue que reine el silencio para que el orador pueda ser oído éste desiste de acabar su discurso, invitando a los de ideas contrarias a controvertir en cualquier otro lugar.

El Socialista, no sin seria preocupación, oculta en su tono irónico, dedicó a la conferencia un editorial. Helo aquí:

«Una camisa negra, y en ella el violento grito de una corbata roja. Esta combinación luciférica no es más que un espantajo contra Marx, aunque el espantajo, en absurda victoria contra toda libertad y razón, afirme donde fuere su poder. No por eso legitimará su origen ni asentará la licitud de su existencia. Lo negro es reacción extrema, y el rojo lo usan también los que se llaman de la última izquierda; ambos extremos se unen contra Marx; no representan nuestra afirmación, tampoco pretenden expresar otra cosa que su odio común. El odio es quien anuda esa corbata roja sobre esa camisa negra. Nosotros, socialistas, nos explicamos perfectamente esa toilette. El que la lleva la merece. Nuestras banderas, sencillamente rojas, no tienen nada que ver con los pendones abasidas ni con los velos inquisitoriales.

La confraternidad universal, y la unión de los proletarios de todos los países para afirmarla, no se perdona a Marx por los que no comprenden la vida del Estado si no es limitada y encajada dentro de la frontera; y alimentada, además, del recelo hacia afuera y el egoísmo hacia dentro. A esto se le llama "patriotismo" por los que, en tal camino, empujan a su patria a la guerra y a la ruina. La guerra no es marxista tampoco, pero es la consecuencia del nacionalismo exagerado. El caso es que a la Humanidad inteligente y dueña de su ritmo ni se la explota ni se la tiraniza; pero, dividida en compartimentos estancos, es bien distinto. Las grandes burguesías son por eso fascistas; y el señuelo de la grandeza patria, los destinos de la raza y el ejemplo de Julio César, los mejores fundamentos líricos de un buen nacionalismo. Para eso no es preciso ser monárquico; se puede ser republicano, como Catilina, y hasta demócrata, como Napoleón, antes de su coronamiento. Con tales actitudes y consideraciones, un histrión cualquiera contradice a Marx, y se hace la ilusión de que desbarata el internacionalismo. Sin embargo, le queda un sentido económico que vencer: la evidencia de la explotación del hombre por el hombre tiene una fuerza tal, que es invencible; y por eso ni se la niega ni se la evita: se la acepta, robándosela al propio Marx. Es la razón de la corbata roja en la camisa negra; y a la combinación se la llama nacional-sindicalismo. Hemos llamado cómico a quien lo explique y lo pregone, y en ello no hay ofensa, porque la médula del sermón que predica es una comedia. A los hombres, consignémoslo con pesadumbre y con vergüenza, los han oprimido y gobernado también cómicos apetecibles y a veces espantosos; pero siempre tiranos; y lo terrible son tumbos históricos que a veces llevan los pueblos a las farsas injustas y sangrientas.

Una conferencia en el Ateneo, ahogada entre denuestos y puños, nos inspira lo dicho. Trátase de afirmar la férrea condición del Estado imperial: huelga el monarca, pero importa el sentido; y se excita hasta la máxima tensión el sentimiento nacional. El enemigo es Marx; pero a Marx le da la razón todo un fracaso histórico. La historia es realidad; el razonamiento para llegar a un hecho histórico es muchas veces la comedia; y en ésta, ¡qué frecuentemente una frase feliz salva una situación y arrastra el éxito! ¿Por qué entonces no derrotar con una frase a Marx? Ahí va la frase, por ejemplo: "Sólo en la mente de un judío como Marx puede fraguarse el internacionalismo..."

Por qué no contestarle "¿Sólo en el corazón de un judío como Jesús pudo caber el cristianismo?"

Bien es verdad que todos éstos, en el fondo del corazón y el pensamiento, repugnan a los dos judíos: a Marx y a Cristo. Son de estirpe romana, como Poncio Pilato y Polichinela.»

 

Aparte los gritos y las protestas verbales, los comunistas no desarrollaron otro género de violencia. Sin embargo, hubo algunos golpes. El estudiante jonsista Luis Batllés dio un fuerte porrazo a un comunista, precisamente el que más se distinguía en su vocerío, y que, por cierto, se afilió años más tarde al fascismo. Luis Batllés, al huir, se dio con la cabeza contra los cristales de la puerta, hiriéndose y deteniéndolo los guardias. No hubo más incidentes.

 

La insurrección del 10 de agosto

En agosto tuvieron lugar las jornadas insurreccionales de Sanjurjo. Naturalmente que las J.O.N.S. permanecieron al margen, en absoluto al margen, de ese episodio, realizado por los monárquicos en alianza con el sector republicano enemigo del Gobierno Azaña, y en realidad histórica para oponerse tanto al Estatuto de Cataluña como a la reforma agraria y demás leyes sociales.

Ledesma fue, sin embargo, detenido. Se le retuvo en prisión unos veinte días, y puesto en libertad sin que nadie le tomase declaración.

A consecuencia del 10 de agosto, la acción política posterior, y más para organizaciones débiles y nacientes como las J.O.N.S., era muy difícil. En Valladolid parece que los jonsistas, o por lo menos algunos de ellos, estuvieron un tanto ligados a los sucesos, y Onésimo Redondo emigró a Portugal, donde permaneció catorce meses. Su ausencia de Valladolid significó asimismo el empalidecimiento de la sección. Cosa análoga puede decirse de los demás grupos. También en Madrid y en el resto de España la actividad de las J.O.N.S., durante el medio año siguiente a los hechos de agosto, fue en absoluto nula.

 

Una coyuntura favorable

A fines de enero de 1933, fue detenido Ramiro Ledesma, para cumplir una condena de dos meses, a causa de un artículo publicado hacía casi dos años contra el separatismo catalán.

A los pocos días de estar en la cárcel, el día 30, tomó el poder en Alemania Adolfo Hitler, lo que supuso en el mundo entero una enorme conmoción política.

En España coincidió ese hecho con la hora en que el Gobierno azaño-marxista entraba, después de Casas Viejas, en su etapa de descomposición. Se produjo, pues, en la política española un formidable cambio de clima, que aprovechó el jonsismo para iniciar su época de crecimiento.

Hasta entonces, parte por las ilusiones que en muchos despertaba la actitud supuestamente enérgica y nacional de Azaña, parte también por la dificultad de que bajo un régimen de procedencia revolucionaria, en su período ascensional y constituyente, se organizaran y actuasen fuerzas radicalmente enemigas, la empresa de las J.O.N.S. había sido por fuerza un propósito ilusorio.

En el próximo capítulo hablaremos de la expansión, crecimiento y consolidación definitiva del movimiento jonsista a todo lo largo del año de 1933, desde su mes de marzo.

 

La aparición de EL FASCIO

Aquí reseñaremos ahora un episodio que tuvo bastante resonancia, y al que le corresponde, naturalmente, en este libro, una alusión en cierto modo amplia. Nos referimos a la aparición de El Fascio, semanario del que no salió más que un número, recogido casi íntegramente por la policía.

El episodio es sintomático; pero en realidad fue una formidable ventaja que el Gobierno suspendiese aquella publicación, que en medio de algunos aciertos suponía para el movimiento nacional una posición falsísima y errónea. (Por ejemplo, su misma denominación, El Fascio, titulo que no tenía por que decir nada al alma española, era la primera contradicción grave.)

La idea de la fundación de El Fascio corresponde íntegra a Delgado Barreto, entonces, y creo que todavía ahora, director de La Nación. Se le ocurrió, naturalmente, a la vista del triunfo de Hitler, cuando la enorme masa española, que comenzaba a estar de uñas con el Gobierno Azaña, asistía con admiración a las gestas del fascismo alemán.

Delgado Barreto, con su formidable olfato de periodista garduño, vio con claridad que en un momento así, en una atmósfera como aquélla, si un semanario lograba concentrar la atención y el interés de las gentes por el fascismo, tenía asegurada una tirada de 100.000 ejemplares. Barreto no se engañaba en esta apreciación. Era un hombre que no tenía, posiblemente, del fascismo más que ideas muy elementales, y hasta incluso falsas; pero sabía a la perfección el arte de hacer un periódico fascista para el tendero de la esquina, para el hombre de la calle. Lo que es, desde luego, un valor.

Indudablemente, tras de Barreto estaba ya José Antonio Primo de Rivera. No se olviden las relaciones de Delgado Barreto con el general. Y ahora, ante la empresa fascista, operaba de acuerdo con los propósitos políticos del hijo, de José Antonio, que en estas fechas comenzó a soñar con un partido fascista del que él fuese el jefe. No obstante, Delgado Barreto daba ya entonces la sensación de que no le dominaba una fe absoluta en cuanto a la capacidad de José Antonio, y con mucha prudencia eludía jugarlo todo a la carta exclusiva de éste.

Se formó un consejo de redacción, para el que fueron requeridos los jonsistas. Estos se prestaron de malísima gana, porque les horrorizaba verdaderamente el título del periódico y porque no veían garantías de que aquello no se convirtiese en una madriguera reaccionaria. Pero el afán de destacar su labor y de popularizar en lo posible al movimiento jonsista pudo más que todo, y convinieron entrar en aquel Consejo, si bien bajo el compromiso de que ellos, los de las J.O.N.S., redactarían dos planas, que de un modo exclusivo estarían con integridad dedicadas al jonsismo.

El Consejo de redacción, además del director, que era Barreto, lo formaban: Giménez Caballero, Primo de Rivera, Ramiro Ledesma, Sánchez Mazas y Juan Aparicio.

Con anterioridad a su salida, El Fascio fue profusamente anunciado. Ello hacía que pudieran percibirse las reacciones de la gente, y también que aumentasen de día en día los pedidos de los corresponsales, que a última hora rebasaban los 130.000 ejemplares.

El Gobierno asistía con bastante inquietud a esta realidad. Pero más aún que el Gobierno, los socialistas, a quienes una salida así, descarada y desnuda, de un periódico fascista, al mes y medio escaso de ser batida por Hitler la socialdemocracia alemana, les parecía intolerable.

Al mismo ritmo que aumentaba la expectación de la gente crecía la inquietud del Gobierno, que se disponía a movilizar su aparato policiaco.

En esto, de modo apresurado y espectacular, se reunieron las directivas del partido socialista y de la U.G.T. El acuerdo consistió en anunciar que ambas organizaciones se disponían por sí, y con todas sus fuerzas, a impedir la publicación y venta de El Fascio, si las autoridades no se adelantaban a suspenderlo gubernativamente.

El periódico estaba listo y se disponía a arrostrar cualquier vendaval. Desde luego, y después de la actitud coactiva de los socialistas, era segura la intervención del Gobierno, y muy probable el encarcelamiento de los redactores más destacados. El día antes de la salida no faltaba más que el artículo de Sánchez Mazas, hombre al parecer no muy provisto de heroísmo, que, ante la inclemencia del temporal, con diversas excusas, no escribió el artículo y se fue a pasar el día fatídico a El Escorial.

Giménez Caballero hizo todo un plan programático de bastante interés, si bien quizá demasiado severo, intelectual y seco. Primo de Rivera escribió un artículo teórico contra el Estado liberal, que firmó con la inicial E. Ledesma y Aparicio llenaron las dos planas jonsistas. Y Barreto, periodista fecundo, escribió innumerables cuartillas haciendo llamamientos, perfilando la futura organización, etc.

El Fascio apareció el día 16 de marzo y sólo pudo venderse en un corto número de poblaciones. Fue rigurosamente recogido por la policía. En Madrid se incautó de una camioneta con más de 40.000 ejemplares.

Repitamos que fue una gran ventaja que la aventura de El Fascio terminase apenas nacida. Se iba desde él a una segunda edición del antiguo upetismo, que, naturalmente, para quienes representaban un sentido nuevo, nacional-sindicalista y revolucionario, hubiera significado el mayor de los contratiempos.

Hubiera representado, asimismo, la renuncia a hacer del movimiento una cosa propia, una cosa de la juventud nacional, con su doctrina, su táctica y sus propósitos, en absoluto desligados de la carroña pasadista y superviviente.

Los jonsistas, a la vista de aquella gente, y después de alegrarse de la suspensión, volvieron a sus tiendas, pues comenzaba para ellos su mejor etapa, la que los convirtió en señaladores y orientadores innegables del nuevo movimiento.

Por primera vez conocieron entonces a Primo de Rivera, del que justo es decir no se mostraba tampoco muy conforme con aquella virgolancia de El Fascio, pues aunque nada provisto de cualidades de caudillo, es hombre inteligente y de buen sentido. En aquella ocasión, como luego en muchas otras, se dejaba, sin embargo, llevar.