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¿Fascismo en España?

 

El mitin de la Comedia

El día 29 de octubre de 1933 celebraron un mitin en el teatro de la Comedia, de Madrid, Valdecasas, Ruiz de Alda y Primo de Rivera. Hacía ya dos meses que había caído el Gobierno Azaña, bajo cuyo mando ese mitin no hubiera podido celebrarse. Pero en esa fecha ya estaba el país en pleno período electoral, y el Gobierno de Martínez Barrios se disponía a asistir con buenos ojos a la debilitación del marxismo.

El mitin de la Comedia fue radiado a toda España, y además muy protegido por la fuerza pública. Esto originó que Giménez Caballero, hombre alerta, aunque quizá marre algunas veces la mirada, extendiese la creencia de que la masonería —entonces en el Poder—no sólo favorecería el mitin a que aludimos, sino que además, merced a una amplia intriga, se disponía a controlar el movimiento fascista que de él había de derivarse. El juicio era desde luego temerario, y en opinión nuestra desprovisto de veracidad.

La expectación producida en torno al mitin era en su inmensa mayoría procedente de las zonas derechistas y reaccionarias del país. Algún que otro grupo de muchachos sintió quizá curiosidad, pero el grueso del ambiente que se movilizó, y que se dispuso, una vez celebrado, a adherirse a la nueva bandera, estaba constituido por sectores nada virginales en la política nacional.

La revista teórica de los monárquicos, Acción Española, publicó llena de alborozo el discurso íntegro de Primo de Rivera. La Nación, antiguo órgano de la Dictadura, dedicó medio número al mitin, publicó los textos taquigráficos de los discursos y, en su editorial de primera plana, señaló el acontecimiento como uno de los tres de más importancia nacional que cabía destacar en el presente siglo. Los otros dos, según el periódico, habían sido: uno, la presencia de Maura en la política española; otro, la dictadura del General Primo de Rivera, padre del nuevo protagonista.

Como se ve, las derechas, en su más extrema representación, se adscribieron al mitin, desde luego sin violentar mucho los textos. Y los oradores, Valdecasas, Ruiz de Alda y Primo de Rivera, no le pusieron a esa adscripción reparo alguno visible. Año y medio después han sobrevenido las rectificaciones, la de las derechas, no sintiéndose representadas por el fascismo de Primo de Rivera, calificándolo de movimiento enteco y sin brío, y la de Primo de Rivera no aceptando como única la filiación derechista.

 

Falange Española

A los pocos días del mitin anunciaron sus organizadores la fundación de F.E., Falange Española. Fácilmente se advierte en esta denominación el deseo de no abandonar las iniciales F.E., que desde meses antes, como iniciales de Fascismo Español, venían ya utilizando en sus hojas de propaganda.

A Falange Española llegó en las primeras semanas una verdadera avalancha de adhesiones. Renació el entusiasmo de los viejos grupos upetistas que se conservaban fieles a la memoria del General, de todos los añorantes de la Dictadura, de un cierto sector de señoritos muy ricos, de los militares en retiro por la ley Azaña, de los terratenientes de las provincias, etc., etc. No vacilamos en afirmar que la gran masa adherida en los primeros días a Falange era en gran parte mercancía política averiadísima, sin capacidad ni brío para poner sobre sus hombros una empresa como aquella con que soñaban, sin duda, los fundadores.

Tan sólo un grupo de estudiantes, de jóvenes, ingreso en F.E. con propósitos de acción eficaz y verdadera. Ellos, realmente, dieron al movimiento la poca o mucha savia de que dispuso en los primeros meses, y de ellos salió, asimismo, la lista de los primeros mártires.

En aquella fecha, recién salida España, como hemos dicho, de la experiencia azañista, los iniciadores de un movimiento abierto y descaradamente fascista tenían garantizada una inmediata repercusión en el país. Sobre todo si, como en este caso del mitin de la Comedia acontecía, esos iniciadores disponían asimismo de una plataforma resonante. Pues los españoles, quizá por nuestro despego o incapacidad para la tarea crítica, no fijamos realmente la atención, sino en lo que aparece ante nosotros provisto de algún abalorio especial que lo resalte. Actitud de papanatas, de perezosos.

Los tres fundadores de F.E. disponían de ese ingrediente favorable, de esa plataforma adecuada para que los españoles fascitizantes se sintiesen convocados por ellos desde el primer minuto. Valdecasas había sido diputado en las Constituyentes, y tenía, pues, tanto el interés de ser en algún aspecto protagonista del período abrileño —en los primeros meses de la República desempeñó un alto cargo— como el de ofrecer un nombre de intelectual joven, de universitario y profesor. Ruiz de Alda era el héroe popular del vuelo a América, el hombre, además, a quien rodeaba un rumor público de intrepidez, serenidad y altas cualidades organizadoras. Por último, Primo de Rivera arrastraba esa curiosidad del hijo de un personaje histórico, tan cercano y visible como el General, su padre.

No es ningún secreto, y aquí lo reseñamos con veracidad comprobada, que al dirigirse al mitin ninguno de los tres dejaba voluntariamente el paso a los otros dos. Pero en el mitin destacó considerablemente el discurso de Primo, que dio tono al acto, e incluso en algún aspecto lo salvó de que hubiese resultado un acto político fallido.

 

Desaparece Valdecasas

A los quince días escasos, Valdecasas, obedeciendo nadie sabe a qué motivos, desapareció de la órbita de F.E. sin dejar rastro. Parece que hizo un gran matrimonio con una marquesa y, dejando a un lado sus propósitos de salvación nacional, estiró su luna de miel por el extranjero durante más de seis meses. Fue, desde luego, un percance para F.E., porque Valdecasas tiene un talento claro y eficaz, ingrediente del que no anduvo nunca muy sobrada la organización fascista.

Quedaron, pues, como dirigentes únicos Ruiz de Alda y Primo de Rivera. En torno a ellos mariposeaba como consejero, como teórico o como proveedor de retórica, el escritor Sánchez Mazas, y se mantenía más a distancia, aunque les mostrase públicamente su adhesión, Giménez Caballero.

 

Rasgos de la nueva organización

En la fundación de Falange Española hay que tener muy en cuenta dos características, que influyeron decisivamente en su futuro inmediato.

Y son:

Una, que apareció desde el primer día como un movimiento de inspiración mimética, descaradamente fascista; es decir, como la organización que se proponía, sin más, conseguir en España una victoria análoga a las de Italia y Alemania. Ello suponía, pues, como primer objetivo el machacar a las organizaciones marxistas; el dar en realidad la batalla al partido socialista en el plano de la violencia. No se olvide que José Antonio habló en su discurso de «una dialéctica de los puños y las pistolas», y Ruiz de Alda expresó su juicio de que considerarían a los marxistas «como a enemigos en pie de guerra».

Otra, que al nacer vinculada a esas dos figuras, no era dable pensar que se tratase de un juego infantil, sino que sus propósitos serían en efecto esos, provistos para ello de medios financieros considerables y dispuestos a victorias de signo rápido.

Esas dos características, y la réplica que se les dio por el marxismo proporcionaron a F.E. los primeros percances graves. Situándola, incluso, en trance de perecer, apenas nacida.

Ocurrió que la presencia de F.E. se hizo con excesivos optimismos y gesticulaciones. Hay que ser más parvos en el vocabulario de la violencia, sobre todo cuando no se puede dar cumplimiento a sus frases, o cuando hay la casi seguridad de que el enemigo las va a creer al pie de la letra.

En efecto, ambas circunstancias se daban en este caso. Pues ni F.E. ni nadie puede desarrollar, a los ocho días de nacer, una fuerte acción, máxime cuando los propósitos y las preocupaciones primeras de los organizadores consistían no en dar vida a una facción minoritaria y violenta, sino en la adhesión de grandes masas. Y de otra parte, los marxistas creyeron al pie de la letra todas las amenazas, veladas o expresas, que la nueva organización les lanzaba al rostro.

 

El marxismo se da por enterado

La victoria de Hitler en Alemania llevó al ánimo de los socialistas la necesidad de defenderse contra el fascismo. Pues aquel hecho suponía el derrocamiento absoluto de la sección más firme y segura con que contaba la II Internacional: La social-democracia alemana.

En la reunión de la Internacional que examinó la derrota de los marxistas germanos, fueron aprobadas unas cuantas consignas para los países donde el fascismo no tuviese aun incremento. Por ejemplo, España. Nuestro país, además, desde la proclamación de la República y la participación socialista en el Gobierno, ascendió en el seno de la II Internacional a un plano de primera preocupación.

Las consignas a que nos referimos pueden resumirse en esta frase: «En los países donde aún no esté organizado el fascismo, debe cortársele de raíz en su período inicial, en sus primeros pasos.»

El nacimiento de F.E. aconteció, además, recién celebradas las elecciones, en las que el marxismo sufrió su primer percance por el flanco parlamentario, lo que vino a constituir un motivo más de irritación.

La táctica contra F.E. siguió dos veredas: Una, el asesinato de militantes suyos, por el solo hecho de serlo. Otra, el recrudecimiento de una campaña antifascista, el conseguir llevar a la conciencia de las masas la creencia de que el fascismo significa el aplastamiento de los obreros por una tiranía de señoritos ricos, que organizan bandas armadas al servicio de los explotadores. Esta campaña hizo entre las masas el efecto que apetecían los dirigentes marxistas, y les favorecía mucho para ello que F.E. naciese bajo la advocación de Primo de Rivera, de José Antonio, cuya personalidad llegaba a las capas populares como típicamente representativa del señorito rico, heredero y tiránico, opinión que aceptaba luego, sin crítica, toda la ancha zona de las clases medias, lo que era aún más grave.

Falange Española, a los dos meses escasos de surgir, se encontró en una encrucijada. Cosa, por otra parte, bien previsible.

Tuvo que asistir, semana tras semana, al espectáculo de ver cómo caían asesinados en las calles militantes suyos; y ello, sin poder luchar eficazmente contra las bandas ejecutoras. Se vio envuelta, además, en el peligro de no poder elegir su propia táctica, es decir, en este absurdo dilema: O seguir la propia del enemigo, derivando la lucha armada a una contienda criminal, a base de la caza pistolera del hombre, lo que era gravísimo, infecundo y peligroso. O, si no, seguir sufriendo con impavidez el plomo marxista, lo que ofrecía el riesgo de convertirse en un movimiento bobalicón e inane, en un fascismo de burla, en un «franciscanismo», como en tal coyuntura, antes incluso de que se repitiesen los asesinatos, lo denominó en ABC, con gracia roedora, el día 18 de noviembre, el escritor Fernández Flórez.

 

La violencia de los rojos

La ofensiva se desencadenó con motivo de la aparición del semanario F.E. Los quioscos públicos y los vendedores profesionales se negaron a intervenir en su difusión, teniendo, pues, que realizar la venta los propios militantes del partido. Ahí estaba, por tanto, la ocasión semanal que necesitaban los rojos para organizar en las calles el paqueo artero contra las huestes fascistas.

He aquí, escuetamente, los primeros resultados:

El día 11 de enero fue muerto a tiros, en la calle de Alcalá, el joven Francisco Sampol, que terminaba de adquirir el periódico.

Días antes había sido herido gravísimamente, en Zaragoza, el estudiante Baselga, afiliado a F.E.

El día 27 de enero fue muerto, asimismo a tiros, en la calle del Clavel, el capataz de venta del semanario F.E., Vicente Pérez.

El día 3 de febrero, en la Gran Vía, resultaron heridos de bala dos estudiantes de F.E. que vendían el periódico.

El día 9 fue asesinado a tiros, por la espalda, el joven Matías Montero, uno de los estudiantes más activos y fervorosos de que disponía Falange Española. Regresaba a su casa, después de haber intervenido en la venta del semanario.

Hay que advertir que esas violencias no tenían sentido alguno de represalia. Pues, en ese tiempo, F.E. no dio ocasión para ello. Poner una bandera con el grito de «¡Viva el Fascio!» —grito, digamos de paso, horrible e insoportable en una voz nacional española— y romper unos muebles de la FUE en la Universidad, aun resultando herido en la colisión un fueísta, no disminuyen un ápice la categoría de los crímenes mencionados.

Júzguese la situación de ánimo que correspondería, tanto a los dirigentes como a los afiliados de una organización batida de ese modo por la violencia enemiga, e imposibilitada de tomar medidas reparadoras y eficaces.

Algunos publicistas de las derechas comenzaron entonces a insinuar sus críticas, con ironía excesivamente severa. La misma mañana del día en que fue enterrado el joven Montero, un colaborador de ABC, comentando la actuación de Falange, escribía: «...la opinión pública esperaba algo más que la enérgica protesta de rigor en los periódicos; unas represalias inmediatas... y nada.» Luego añadía que un fascismo así no era más que literatura, sin que constituyese «riesgo alguno para los adversarios».

Primo de Rivera, en su breve discurso del cementerio, contestó dolidamente esas críticas, entre otras, con esta frase: «Es muy fácil aconsejar.»

A su vez, el mismo colaborador de ABC escribía el día 13, contestando a ese discurso, unos renglones, no exentos de dureza polémica: «...mi asombro, que en eso coincide con el de muchas gentes, al ver la indefensión en que F.E. deja a sus animosas juventudes.»

El ambiente se enrareció un tanto en torno a F.E. (1), y en esa coyuntura, la organización fijó su táctica en una nota publicada por la Prensa, a la que pertenece este párrafo:

Por otra parte, Falange Española no se parece en nada a una organización de delincuentes, ni piensa copiar los métodos de tales organizaciones, por muchos estímulos oficiosos que reciba.

Esas primeras violencias contra F.E. procedían del campo socialista, siendo incubadas y preparadas en sus Juventudes, que de este modo, diez meses antes de la revolución de octubre, comenzaron a presumir de capacidad para la lucha armada. Nada más falso, sin embargo, que creer en la intervención directa de las Juventudes socialistas como ejecutoras de esa violencia. No. Se limitaban a sostener una banda, cuyos componentes no eran generalmente miembros de ellas. El asesino de Montero, al que se le encontró correspondencia sostenida con el presidente de la juventud socialista madrileña, pertenecía a ese género de extremistas que perciben sueldo por sus intervenciones.

* * *

La realidad, un tanto adversa, que se atravesaba en el camino de F.E., originó las primeras discrepancias entre sus dirigentes, Ruiz de Alda y Primo de Rivera. Este declaraba, confidencialmente, que la fundación de F.E., como organización concreta y visible, había sido un gran error, y que con arreglo a la situación española, lo más oportuno era haber continuado la propaganda después del mitin de la Comedia, con análogo sentido generalizador y abstracto. La tarea de hacer organización, de crear una disciplina política, quedaría para más tarde.

Ruiz de Alda, por el contrario, defendía el hecho de haber procedido, inmediatamente después del mitin, a la fundación de Falange, creyéndolo eficacísimo para recoger, preparar y encuadrar con rapidez las adhesiones numerosas que llegaban. Se mostraba, pues, conforme con la creación de F.E., y en la medida que lo permitían su no mucha experiencia política y su capacidad para estas actividades, procuraba ir haciendo cara, con buen ánimo, a todos los conflictos.

Ruiz de Alda presentaba, en apoyo de su opinión, la realidad diaria del enorme volumen de altas en el partido. Primo señalaba, en apoyo de la suya, la impotencia frente a los asesinatos y la organización confusionaria a que obligaba la aglomeración misma de militantes.

Pues no se olvide que las adhesiones primeras que en número considerable llegaron a Falange, no lo eran a ésta como tal, sino que eran adhesiones al fascismo, que en aquel año, 1933, interesaba en España a grandes zonas de opinión. Ahora bien, el fascismo era interpretado por cada uno con arreglo a su propio criterio, resultando así que se afiliaban e inscribían en F.E., influyendo en ella desde el primer día, sobre todo en las provincias, gentes con una rudimentaria y falsísima idea de los objetivos que perseguían los fundadores.

Claro que ello era una consecuencia obligada de la forma en que se hizo la propaganda, así como del perfil externo que adoptó la nueva organización. En un todo se sujetaba al molde fascista italiano. En un todo aparecía como inspirada y dependiente de sus ideas, objetivos y estilos.

Falange Española llegó incluso a redactar una especie de cartilla, algo así como las primeras verdades reveladas del fascismo, en estilo seco, intelectual y frío. Esa cartilla se titulaba Puntos iniciales, y se difundió mucho por toda España.

Aparte de las ideas, el ritual y el marchamo fascista (ya en cierto modo internacionalizado), F.E. no lograba incorporar apenas nada nacional y sugestivo. Ni bandera, ni vocabulario, ni agitación profunda en torno a angustias verdaderas de los españoles. (De todo eso se proveyó tres meses más tarde, al unificarse con las J.O.N.S., el movimiento nacional-sindicalista de las flechas yugadas, al que sostenía un mito juvenil brioso y una inquietud social fecundísima.)

Primo de Rivera y Ruiz de Alda tenían, entonces, la confianza de las derechas, sobre todo de los monárquicos. Ya hicimos notar el éxito que en esos sectores tuvo el discurso de Primo en el teatro de la Comedia. Ellos financiaron los primeros meses de F.E. con unas cien mil pesetas. Se comprende que fuese así, porque los monárquicos estaban convencidos de que sin el auxilio de alguna otra idea que la monárquica, capaz de arrastrar multitudes, les sería dificilísimo reforzar sus posiciones. Esa era, desde luego, una observación inteligente; y la estrategia de interferir con los movimientos fascistas, en absoluto favorable para sus intereses.

 

Agentes de Monipodio en el fascismo

Los jefes de F.E. se encontraron no sólo con las dificultades de la realidad exterior, sino también con otras de distinto linaje; es decir, interiores. Señalemos dos de ellas: una, la ausencia de colaboradores eficaces; otra, que en torno a la alta dirección, excesivamente candorosa e inexperta, se formó una red invisible de agentes de Monipodio, encargados de la invariable faena de absorber los fondos especiales del nuevo partido.

Esto último es grave, pero exacto. Se comprende con suma facilidad que una organización como F.E. no nació precisamente sin pañales, y que no conoció escasez alguna económica en sus primeros tiempos. Pues bien, se comprende, con la misma evidencia, que son muchas las cosas de que una organización así necesita proveerse con rapidez. Desde materiales de oficina hasta los instrumentos ofensivos y defensivos propios de su sexo.

A espaldas de Ruiz de Alda y Primo de Rivera, la red de proveedores monipodistas, adoptando las más varias formas, triunfó en su empeño de reducir la potencia económica de F.E. por bajo del cero. Hubo observador cercano que afirma que esa red tenía entre sí una organización perfecta, y que actuaba con arreglo a un plan de unidad.

 

Los colaboradores directos

Los seis u ocho militantes que ocupaban los cargos de inmediata confianza de los dirigentes, eran de un nivel deficientísimo. Señalemos aquí unos ejemplos, en rápida ojeada de cinema:

El señor ALVARGONZÁLEZ, militar retirado por la ley Azaña, tenía, además de un apellido romancesco, una barriga considerable y una manía aún más voluminosa que su vientre: la manía de escribir, sin ton, ni son, ni limite. Atrapó un cargo de los de más relieve, con una denominación que era la envidia de los otros altos dignatarios: Jefe de provincias. Toda España era, pues, su ínsula Barataria, que gobernaba sentado a una formidable mesa, con cubierta de cristal, y un gran mapa de la Península extendido entre el cristal y la mesa. El partido le proporcionó, para el desempeño de su alta misión, que consistía en llevar la correspondencia y orientar los grupos provinciales que se iban formando, una mecanógrafa, lo que colmó la satisfacción de Alvargonzález, ya que éste se sentía el hombre más feliz del mundo al poder contestar cada día 50 cartas, de a pliego y medio cada una. Júzguese el resultado de su literatura castelarina, ampulosa, adobada con su mentalidad del siglo XIX, reaccionario y de poquísimas luces, al ser, como era, el orientador de toda la organización de las provincias. Ruiz de Alda descubrió pronto sus manías, pero Alvargonzález era fidelísimo de Primo de Rivera, como lo había sido también del padre, del general, y además tenía otra condición favorable, la de que no era gravoso, pues sus buenas rentas le permitían dedicar gratuitamente diez horas diarias a la correspondencia del partido.

Otro alto colaborador era el señor TARDUCHY, también antiguo hombre de confianza del padre de José Antonio, y que, como Alvargonzález, se distinguía por su devoción al hijo del General. Tarduchy desempeñaba funciones de gran misterio, y escudado en las características delicadas del sector social que tenía a su cargo, mostraba una cautela tan exagerada al dar cuenta de sus trabajos, que, con razón, los dirigentes calibraban éstos como casi nulos. El señor Tarduchy, pequeñito y canoso, era en F.E. otro representante del pasadismo primorriverista, ortodoxamente fiel a la memoria de la Dictadura.

F.E. organizó desde el primer momento unas milicias. Su jefe era ARREDONDO, comandante del ejército y también retirado por la ley Azaña. Este hombre no tenía la más leve idea de su misión. Pues el primer problema, el fundamental problema que se le plantea a un organizador de milicias políticas, es el de hacer de un simple afiliado, de un adherido a una idea política, un verdadero militante, un combativo, un soldado de la revolución a que su partido aspire. Arredondo, con todo su buen propósito, no advirtió esto nunca. Creía que el partido, F.E., le entregaba ya soldados, y que él, como si aún mandase unas compañías en el ejército, no tenía que hacer sino dirigirlos y mantener su disciplina.

No hay necesidad de seguir con más ejemplos. Los primeros meses de F.E. tuvieron ese signo, de organización llena de residuos, de gentes maduras, antijuveniles y añorantes.

 

Militantes jóvenes

Los mejores militantes de F.E. en su primera hora estaban en el grupo estudiantil, en la juventud universitaria. Seis u ocho de ellos eran y son muchachos fervorosos, eficaces y dinámicos. Crearon una organización universitaria, afecta a F.E., el S.E.U., que aún subsiste. Citemos aquí a Valdés, organizador del S.E.U. Guitarte, antiguo comunista y revolucionario, de buen temperamento v capacidad para la violencia. Aguilar, organizador de las primeras escuadras juveniles de F.E. Allanegui, joven arquitecto, con la fina intuición nacional del aragonés, y bien penetrado del norte revolucionario del partido. También Matías Montero, entre todos ellos el de inquietud histórica más sensible, muy joven, y como ya vimos, uno de los primeros mártires. Desde luego, sólo este grupo universitario tenía en F.E. el sentido histórico que correspondía, o que debía corresponder, al movimiento: el sentido revolucionario, social, antiburgués. Por eso, el patriotismo subversivo de los jonsistas, que tanto repugnaría más tarde al enorme sector reaccionario y upetista de F.E., encontró, sin embargo, en el grupo universitario de Falange la comprensión y estimación propias de camaradas de igual signo.

 

La publicación del semanario F.E.

Uno de los mayores errores de F.E. en su primera época fue la publicación del semanario. Cuando sectores extensos de España esperaban que el periódico de Falange los orientase políticamente con consignas eficaces y certeras, se encontraba todo el mundo con un semanario retórico, relamido, en el que se advertía el sumo propósito de conseguir una sintaxis académica y cierto rango intelectual. El movimiento perdió en aquellos meses una de sus mejores oportunidades de penetrar, de un modo profundo y fértil, en zonas amplias de la ciudad y del campo.

Resultaba absurdo y triste percibir la gran difusión del periódico, cómo era esperado por las masas y cómo circulaba en los pueblos españoles, para darse cuenta del tremendo error que suponía redactar en tales condiciones una revista de pulcritud literaria, en la que se hablaba de Roma, de Platón, y se abordaba la política con mentalidad, estilo y retórica de aficionados a las letras.

El semanario F.E. lo controlaba personalmente Primo de Rivera, que imponía esas características. Su razón fundamental para ello era que por ningún concepto quería que nadie lo presentase como dirigente de un movimiento sin doctrina, seriedad y pulcritud. Que nadie creyese que con él se repetía el ensayo mostrenco de Albiñana. Y, sobre todo, pesaba en el ánimo de José Antonio una preocupación que lo acompaña constantemente, y es piedra crucial de su juicio sobre la dictadura de su padre: el afán de contar con los intelectuales, de halagarlos y apoyarse en ellos. (Preocupación errónea, porque el verdadero creador político —ejemplo histórico, Napoléon, y ejemplo actual, Mussolini— tiene siempre y encuentra siempre la constelación de intelectuales, cuya misión no es de vanguardia, sino de retaguardia, justificando con retórica y conceptos lógicos los triunfos activos del político.)

Pero, en fin, esa preocupación de Primo de Rivera puede ser, en cierto modo, respetable, si bien le desorbitaba en absoluto la misión del periódico.

En aquellos momentos, y puede decirse que en todos mientras el período de lucha exista, F.E., como cualquier movimiento revolucionario, necesitaba, más que un periódico de educación, de formación y de aprendizaje (cosas propias de una revista teórica), un periódico de agitación, un periódico combatiente. A Primo le asustaban estas últimas características, porque creía que agitar y combatir equivalía por fuerza a la campaña violenta, personal e injuriosa contra este o aquel político. Ello le irritaba. Pero es que un periódico de agitación y de combate no tiene, necesariamente, que ser un libelo, ni proyectarse sobre éstas o aquéllas personas. Su papel propio, y más teniendo y disponiendo de una organización seria a su espalda, consiste en destacar de la realidad diaria los motivos de agitación eficaz, para robustecer y vigorizar sus propias líneas.

* * *

Como se ve, el panorama que ofrecía F.E. en el momento de su unificación con las J.O.N.S., hecho ocurrido a mediados de febrero de 1934, a los tres meses de existir, tenía, junto a algunas dimensiones valiosas, fallos y defectos de volumen enorme.

Y entramos en el nuevo período de las organizaciones, que se abre con la unificación de F.E. y de las J.O.N.S.

Nota:

(1) La chirle tendencia madrileña al ingenio fácil hizo circular por entonces, con evidente mal gusto, que esas iniciales correspondían al rótulo Funeraria Española.