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JONS
JONS (Número 1)

En esta sección desfilarán por nuestra Revista los hombres y los partidos políticos que hoy trabajan y combaten por influir en el futuro de España. Traeremos, pues, aquí, el juicio que nos merecen, la crítica de sus tendencias y de sus pasos. Con un propósito que se enlaza con el propósito general de la Revista: Definir, señalar y destacar la significación nuestra. Se logra esto de muchos modos, y no es el más oscuro este que elegimos aquí. ¿Qué pensamos de estas gentes y de aquellos grupos? La política es en gran parte -en su mayor parte- cosa personalísima, que se nutre de lo que hay en los hombres, en cada uno de ellos, de más peculiar y característico: su relieve, su palpitante presencia. Los partidos son los que están ahí, disputándonos a nosotros y a los demás la adhesión de los españoles. Hemos de moverle polémica, más o menos dura, claro, según proximidad o lejanía a lo que nosotros significamos y somos.

Hoy hablamos de dos hombres, de dos nombres: don Ramiro de Maeztu y el Comandante Franco. Y de un partido: Acción Popular. En números sucesivos espigaremos en la amplitud española otros partidos y otros nombres.

Don Ramiro de Maeztu

Bien puede destacarse a Ramiro de Maeztu como un intelectual y un político de hondas sinceridades y de hondas razones. Algunos, con frívola actitud y turbia intención, pueden negarle y de hecho le niegan ambas cosas. Pero quien tenga capacidad de ordenación para los usos y tareas intelectuales y quien mire y aprecie el revés auténtico de las decisiones políticas, verá en Maeztu el genuino representante del hombre cuya línea de acción obedece y sigue unos perfiles sistemáticos, es decir, profundos, articulados y serios.

Hoy nosotros lo consideramos como uno de los pocos españoles capaces de ofrecer los valores perdurables de España, en forma grata, a las juventudes estudiosas y exigentes, esto es, con rigor conceptual y firmeza de emoción auténticamente española. Nadie ha realizado hasta ahora semejante importantísima labor: presentar de un modo inteligente, resuelto y vigoroso la verdad histórica de España, su rango, su fuerza y sus razones. Había, sí, la emoción y los datos en tal cual libro sabio y nacional de Menéndez Pelayo. Y tales cuales atisbos líricos en oradores de partido lírico. Pero faltaba esta otra tarea, que nadie mejor que Maeztu puede hoy acometer en España: el estudio sistemático, conceptuoso y penetrante que ofrecer a juventudes desviadas, pero exigentes y finas.

Este es el aspecto de Maeztu que nos interesa y que aquí ofrecemos con elogio. Ningún otro. Tenga por seguro que la política de las JONS no es su política, ni le seguiremos en lo que sobre este campo realice hoy de modo concreto. Hemos perdido toda la fe -si es que podemos haberla tenido- en ideas y remedios que él, sin duda, cree aún valiosos. Vamos hacia adelante, a descubrir ideas y remedios nuevos, con fe en nuestro carácter de españoles; pero solos, sin nortes antiguos ni añoranzas. Además, están ahí las masas populares, esperando de «lo nacional» su salvación histórica, sí, pero también su salvación diaria y concreta en el dominio de la economía. Les ofrecemos emoción nacional, mas también sindicatos justicieros y fuertes, aunque tiemblen y nos abandonen los burgueses.

Esperamos los estudios de Maeztu sobre la Hispanidad con impaciencia, y sepa que nuestros camaradas de las JONS los requieren, necesitan y se afanan por darles continuidad en el plano de los hechos.

El Comandante Franco*

No es ahora la primera vez que desde nuestro campo nacional-sindicalista y revolucionario tendemos hacia el comandante Franco una mirada escrutadora. Lo vimos aparecer hace dos años en la lucha democrática de entonces con estilo y eficacia. Pudo ser, a raíz de la República, por su inmediata disconformidad con aquel primer Gobierno liberal-burgués, por su voluntad decidida de intervención revolucionaria, por su juventud y orígenes de milicia, el hombre de la intuición española e implacablemente «nacional y sindicalista», que hizo falta en aquellos meses turbios y decisivos.

Franco prefirió seguir a la deriva, sin norte rotundo ni emoción nacional alguna, entregado a la vía estrecha, negativa y ruinosa de unos ideales revolucionarios infecundos y secos. No comprendió que su rebeldía y su protesta contra aquella otra España de «antes de abril» podía sólo justificarse histórica, juvenil y nacionalmente si se empleaba y utilizaba en hacer duros y vigorosos los ideales españoles que entonces aparecían denegados y mustios. En vez de eso, Franco se unió con ceguera terrible a los negadores de «lo español», a sus desviaciones lamentables, sin procurar atraerlos él a sí, uniendo el posible vigor de aquéllos a una causa de otro rango, que inaugurase la reconstrucción de la España nuestra.

No pudo ser, repetimos, «nacional y sindicalista», creyendo ser quizá esto último con pureza, y no fue ni una cosa ni otra. No fue nada. Triste pelele de unos y otros, gastó su entusiasmo, su voluntad de acción en salvas infecundas, a extramuros de la verdad social y nacional de España.

Hemos asistido a esa trayectoria con dolor, que creemos ya irremediable y fatal. ¿Podrá Franco levantar de nuevo en vilo su fervor español y revolucionario, uniéndose a algo que luche heroica y auténticamente por recuperar para España su fortaleza, su vigor y su libertad? Quizá, pero nosotros, que desde hace dos años tenemos fija la mirada en el Comandante Franco, inquiriendo con exigencia crítica sus pasos, declaramos nuestro radical pesimismo. Pero así como nos equivocábamos hace dos años, en «La Conquista del Estado», siendo optimistas en cuanto a las posibilidades «nacionales» de Franco, pudiéramos ahora equivocarnos siendo pesimistas. Veremos.

Acción Popular

Las circunstancias españolas, sobre las que hay que moldear en esta hora todos los juicios y todos los actos, consisten en que está sobre el país, acampada en él, una tendencia revolucionaria de tipo marxista. Ya en las primeras semanas que siguieron al hecho de abril pudo advertirse que ésa era la realidad más grave: el predominio del espíritu socialista en la revolución republicana democrática.

Acción Popular nació en aquellas jornadas subsiguientes a la República. Como un primer refugio defensivo, como una concesión inmediata al plano de la política entonces surgida, como un título que autorizase la pugna en los recintos de la nueva legalidad.

Mientras Acción Popular fue eso, no fue, naturalmente, un partido, sino una masa informe de gentes, con un número exiguo de coincidencias. Pero con una significación rotunda y destacada: era una agrupación electoral que se sometía «a priori» a las normas aún desconocidas del nuevo régimen, que se disponía a regatear las concesiones que en nombre de lo antiguo era posible o conveniente facilitar de grado a lo nuevo. (Así la primera lección recibida fue la de que las revoluciones no necesitan que se les conceda de gracia nada; lo toman por sí, con la coacción o violencia que emana de su propio carácter.)

No era, pues, difícil predecir el relativo fracaso de la nueva entidad conservadora. Así y todo, en aquellos meses turbios, durante los cuales todo lo antinacional, infecundo y destructor hallaba cobijo en las esferas oficiales, Acción Popular mostraba una cierta adhesión a valores perdurables de España, y ello explica su éxito numérico inmediato entre todos los sectores que por las razones más varias se sentían enemigos y desligados de la situación triunfante.

Desde la hora misma en que la revolución de abril adoptó el perfil marxista, y ello aconteció a los dos o tres meses, estaba descartada la ineficacia de los métodos que adoptaba Acción Popular, del espíritu con que se presentaba a la lucha, de la pobreza o candor ideológicos con que se equipaba para medir sus armas con las que esgrimían los partidos de abril. Ahora bien, fracasase o no -que sí fracasó- en su afán de influir en la elaboración constitucional, machacando alguna uña de la fiera, esto es, limando los antis furiosos de los que llegaban, no por eso hemos de negarle licitud, buena fe y derecho a ser considerada y estimada por las fuerzas antimarxistas como la nuestra, y agradecer aquellos trabajos de organización que realizó en los primeros meses.

Hay, pues, dos etapas clarísimas en la ruta de Acción Popular. Una comprende su primer período, aquél en que no aparecía como partido; esto es, como organización que se distingue por una táctica, unas afirmaciones ofensivas -un programa peculiarmente suyo- y una disciplina, sino más bien como un terreno neutral donde gentes diversas podían encontrar «transitorio» acomodo político. En esta primera etapa fueron ya muchos los reparos que brotaban frente a ella. Y no aludimos a su consigna sobre las formas de Gobierno, pues acerca de este particular son las JONS a quienes más sin cuidado le tienen esas cosas, sino a algo más hondo, grave e importante, como es su carácter blando y antimoderno, su cercanía de una parte a las viejas formas liberal-conservadoras, y de otra, a los tristes partidos sturzianos de Europa, su total desvío de la cuestión fundamental española, que es la de mantenerse en pie como Nación digna y una, etcétera.

Estas características que ya los fundadores primeros imprimieron a Acción Popular se destacan con más relieve en su segunda etapa, la actual, en que ya aparece como un partido, con una unidad de disciplina, de acción y de programa.

Frente a él, ante él, hemos de situarnos. Acción Popular es hoy un partido que puede ocasionar a nuestro movimiento jonsista el perjuicio de arrebatar de sus filas un sector de juventudes católicas, a las que una interpretación tendenciosa y una educación política falsa pueden situar a extramuros de la causa nacional-española, para convertirlas en adalides de una ruta desviada, como la que puede ensayarse en Bélgica o en Sumatra, pero indefendible, perturbadora y enemiga en la España nuestra.

Acción Popular, dirigida por Gil Robles y siguiendo las orientaciones teóricas superiores de don Ángel Herrera**, tendrá derecho a que se le unan los sectores pacíficos, escépticos de «lo español» y que tengan poca gana de vencer «dificultades difíciles». Puede propagar en España esos tristes ensayos que fueron el populismo de dom Sturzo, la democracia cristiana y el equilibrio electoral de los belgas, conformistas y desilusionados de las grandes victorias que otros, sin embargo, obtienen fuera de aquí.

Las JONS están bien lejos de todo eso. Nos ilusiona la gran España posible y queremos luchar, como sea y donde sea, por conseguir ese triunfo. Pero no dejaremos de ver en amplios sectores de Acción Popular gente muy afín que sueña nuestras mismas cosas, y a las que habrá que conquistar para nuestro fervor nacional-sindicalista, para nuestra angustia de las masas españolas sin pan y sin justicia, para nuestra eficacia y nuestra lucha.

La oposición de los jefes de Acción Popular a todo posible fascismo son hondamente sintomáticas. Pues no la hacen en nombre de una más pulcra fidelidad a nuestro propio destino de españoles, al signo y genio creador de España -que es desde donde nosotros miramos con cuidado y prevención al fascismo-, sino porque encuentran en éste vitalidad nacional, fuerza de masas militantes y activas, voluntad revolucionaria, eficacia combativa. Cosas que, erróneamente, creen estos señores, en pugna con supuestas normas espirituales que todos respetamos, sentimos y queremos.

* Comandante de Aviación Ramón Franco Bahamonde.
** Ángel Herrera Oria, director del periódico católico «El Debate».

(«JONS», n. 1, Mayo 1933)