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JONS
JONS (Número 9)

 

¡Españoles! ¡Salud!

Nuestra presencia hoy en Valladolid tiene para los propósitos políticos y revolucionarios que nos animan una significación fundamental. Pues nos acontece que al iniciar una senda difícil, en la que a menudo los caminos van a presentársenos herméticos y hemos de encontrar innumerables semblantes hoscos en torno nuestro, necesitamos venir aquí, a una atmósfera limpia, de cordialidad benévola y segura.

Y así, aquí estamos, ante Castilla, un poco como aprendices, porque ya en estas tierras se realizó una vez la gran tarea de unificar a España, de ligarla a un destino gigantesco, con ataduras tan resistentes que han durado y permanecido cuatro siglos.

Tradición

Bien sabéis, camaradas, que desde el primer día, cuando yo, con toda modestia y sin pretensiones de una tan rápida eficacia como la que luego sobrevino, fundé las JONS, recogimos de los muros más gloriosos de Castilla los haces de flechas y los yugos simbólicos que aparecen en la Historia de la Patria, tejiendo las horas más grandes. Estamos, pues, enraizados con la firmeza en la mejor tradición de España.

Pero yo me doy cuenta aquí, y os transmito con inquietud esta sensación mía, de que corremos en Castilla un poco el peligro de que, recordando la gran tradición de triunfo de esta tierra, nos quedemos extasiados ante ella, siendo así que nuestro deber presente es bracear con las dificultades cotidianas, crear nosotros una tradición tan fuerte y abrir ruta en el futuro de la Patria. Por eso, camaradas, la tradición es peligrosa si nos recostamos sobre ella y nos dormimos. Nuestra consigna ha de ser estar en pie sobre la tradición de España, mejor, incluso, la punta del pie tan sólo, y luego, en esa especie de equilibrio inestable, hacer cara con riesgo, emoción y coraje a la tarea nacional de cada día.

Unidad

Creed, camaradas, que hay objetivos formidables que esperan nuestra acción. Así la primera conquista revolucionaria que hoy se nos ofrece es sostener, afirmar y recobrar la unidad de España.

Sabéis todos muy bien dónde apoyan, fortifican y atrincheran sus razones los disgregadores. Su cobija es la Constitución oficial del Estado, y a su amparo, traspasándole cobardemente la responsabilidad, se pretende ahora dar la segunda rebanada a la integridad de nuestra Nación, concediendo el estatuto vasco, y esto, repito, sin la audacia o la inconsciencia con que semejante faena era realizada por las Constituyentes, sino con el gesto frío, sarcástico y cobarde de manifestar que se limitan a cumplir con la ley.

Pero nosotros sabemos que España es la primera Nación moderna que se constituyó en la Historia y que sus cuatro siglos de unidad, durante los cuales realizó los hechos más decisivos que presenta la historia del mundo, son la más formidable e imperiosa ejecutoria de unidad que se puede presentar como bandera contra los separatismos criminales.

Pero si se nos dice que esas justificaciones históricas no son suficientemente válidas, que contra esos argumentos hay otros más firmes, entonces, camaradas, nosotros debemos en efecto abandonar ese campo de la Historia y proclamar que en último y primer término España será indivisible y única, porque nosotros lo queremos, porque nos posee y nos domina la firme y tenacísima voluntad de mantenerla única e indivisible.

Antimarxismo

Entre la procesión de peligros que nos acechan y acosan hoy a los españoles está la inminencia de la revolución socialista.

El marxismo, camaradas, es tan radical y fundamental enemigo nuestro, que su sola presencia nos pone en pie de guerra. Es en todo, por lo que no tiene y nosotros consideramos imprescindible -ideales españoles, nacionales- y por lo que tiene -masas obreras-, que nosotros necesitamos con urgencia, es, repito, nuestro cabal y auténtico enemigo.

¿Pero entiende alguien, cree alguien, que nuestro antimarxismo reconoce por origen el afán de librar a la burguesía española de un frente obrero que la hostiga y amenaza sus intereses de clase? Esa imputación la declaro aquí con toda indignación insidiosa, rotunda y radicalmente falsa.

La realidad es más bien, camaradas, y porque nos honra mucho no tenemos para qué ocultarla, que somos sus rivales en la atracción de las masas, ya que uno de nuestros objetivos ineludibles es dotar a nuestro movimiento de una amplia base popular y revolucionaria. Aparte, naturalmente, de que consideramos a sus masas como españoles irredentos que están sojuzgados, tiranizados y desviados por los jefes marxistas del deber que les corresponde y obliga como españoles y como revolucionarios.

Masas

Siempre he creído, y los camaradas que de modo más cercano han recogido hasta aquí en las JONS mis orientaciones lo saben de sobra, que nuestro movimiento se asfixia si no alcanza y consigue el calor y la temperatura de las masas. Tenemos derecho a que un sector de esas masas nuestras, nacionalsindicalistas, esté constituido por haces apretados de trabajadores, de obreros nacionales y revolucionarios.

Pues entendemos que los obreros, las masas cuya economía depende de un salario, tienen que contribuir a la edificación directa del Estado, del Estado nacional-sindicalista a que aspira nuestra revolución.

¿Pues será preciso decir que los obreros que nutren nuestras falanges jonsistas no sólo no tienen que renunciar a la revolución como ruta posible de su redención económica, sino que, por el contrario, tienen que desarrollar entre nosotros más esfuerzo y más capacidad revolucionaria que si permanecen en las organizaciones marxistas?

No queremos ni deseamos con nosotros gentes renunciadoras, pacificas y resignadas. Si para abandonar las filas rojas y nutrir nuestra bandera nacional tuvieran las masas que limarse y podarse su ilusión por la lucha, por la batalla y por el esfuerzo revolucionario, yo sería partidario de renunciar a ellas.

Bien me doy cuenta, todos nos damos cuenta, de que no ha de resultarnos fácil ni sencillo conseguir que los obreros estimen y comprendan nuestra revolución. Pero estamos dispuestos, firmemente dispuestos, a que la lección sea dura, durísima, en la seguridad de que a la postre se hará justicia a nuestra revolución, como la mejor y más segura garantía de su libertad, de su dignidad y de su pan.

Revolución nacional

Nosotros consideramos, camaradas que me escucháis, que abatir la revolución socialista, vencer al marxismo, tiene un precio en el mercado de la Historia y en el de la justicia. Ese precio es la revolución nacional. Una revolución que en vez de aniquilar el espíritu y el ser de España los vigoricen, que en vez de arruinar y debilitar la riqueza nacional la fortalezcan, que en vez de sembrar el hambre, la miseria y el paro entre las masas asegure para éstas el pan, el trabajo y la vida digna.

Frente y contra la revolución socialista, alentamos, preparamos y queremos la revolución nacional, que será y deberá ser en todo IMPLACABLE y decisiva.

Pero las masas están cansadas de que se les hable de patriotismo, porque han sido hasta aquí a menudo tan livianas y sospechosas las apelaciones a la Patria, que ha enraizado en ellas la duda, y yo mismo os confieso que cuando hace ya años ligué mi destino a la idea nacional de España, no podía evadirme de esa misma sospecha, que consiste en pensar si la Patria no sería utilizada con demasiada frecuencia por ciertos poderes contra la justicia y los intereses mismos de los españoles.

Por eso, camaradas, nuestro patriotismo es un patriotismo revolucionario, social y combativo. Es decir, no nos guarecemos en la Patria para apaciguar ni para detener los ímpetus de nadie, sino para la acción, la batalla y el logro de lo que nos falta.

Llevad, pues, por España, camaradas, la voz de que ha llegado la hora de la verdad. Los españoles actuales, frente a la revolución socialista que niega a España, que no necesita nada de España, tienen el compromiso de renovar en la Historia nuestro derecho a sostenerla sobre los hombres como una Patria legítima y verdadera.

Desde la guerra de la Independencia no han renovado los españoles su derecho a ser y constituir una Nación libre. La inminencia de la revolución socialista no admite más dilaciones ni más esperas.

¿Y qué mejor mentís a las prédicas rojas cuando, guiados por su consigna de lucha de clases, defienden que todo lo extraproletario es cosa putrefacta, inepta e inservible, que la ejecución heroica frente a la suya, de una revolución alimentada, sostenida y cimentada por el fervor nacional y patriótico de aquellos supuestos españoles podridos, inservibles e ineptos?

He aquí dibujada la gran tarea a cuya realización aspira nuestro movimiento. Es terrible nuestra responsabilidad de dirigentes, y quizá, incluso, en nuestro fracaso, si éste llega, se justifique el fracaso de todas las esperanzas nacionales fallidas con que vosotros, miles de camaradas que oís ahora estas palabras, soñáis intensamente. No nos importa esa responsabilidad y la arrostramos.

Final

En nuestra profunda sinceridad radica para nosotros la garantía mejor de este movimiento que hemos iniciado. Pero hay aún otra garantía que os ofrecemos sin vacilaciones a vosotros, y es la de que nuestra propia vida jugará en todo momento la carta de nuestra victoria, que es y ha de ser infaliblemente la victoria misma de España y de todos los españoles.

(«JONS», n. 9, Abril - 1934)