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JONS
JONS (Número 11)

Sigue y prosigue victorioso el régimen en Italia, la zona europea donde, por circunstancias del hombre, lugar y tiempo nació el fascismo. Está ya agotada y reseca la fuente polémica contra el fascismo italiano, tan opulenta de jolgorio y de insidias durante la primera época del régimen. Ya no se ataca ni censura de un modo diario al Gobierno de Mussolini, y si está a la vista, de manera permanente, la consigna de «¡Abajo el fascismo!», no aparece ya dirigida y justificada contra Italia, sino contra la nueva actitud revolucionaria mundial, surgida del fascismo, y que amenaza en todos los frentes al predominio bolchevique.

A los doce años de régimen, Italia ofrece ya esa madurez y ese rodar fácil, sin trepidaciones ni peligros, que supone el responder del terreno que se pisa. Es, pues, un magnífico ejemplo de cómo el espíritu y la actitud fascista crean situaciones perdurables, dando batallas a los pavorosos conflictos propios de esta época. Disponen ya en Italia de tradición, de experiencia y de generaciones nuevas a su servicio desde la hora misma en que aprendieron las primeras letras. Todo cuanto pase u ocurra en lo futuro es ya ajeno al orden fascista y no desmiente, por tanto, la más mínima porción de su formidable realidad histórica. Sean incidencias o no, victorias o catástrofes, la solidez del espíritu fascista parece fuera de todo riesgo.

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Los sucesos acontecidos en el seno del régimen hitlerista tienen, desde luego, gravedad y pueden ser causa de los peores peligros. Pero debe advertirse que a la vez que eso representan también el robustecimiento del poder de Hitler, la desaparición y derrota de cuantas personas y tendencias quebrantaban o discutían su autoridad de Jefe. La represión de la conjura de Von Rohem fue durísima y sangrienta, y quizá desde la Revolución francesa no ha conocido el mundo hechos análogos y expresivos de hasta qué punto es implacable una Revolución contra los propios secuaces que después de su victoria suponen para ella un peligro. Con motivo de la represión, la Prensa mundial, y en primera línea la española, emprendió campañas antihitleristas de aparatoso y vergonzoso carácter venal.

La revolución «nazi» de Alemania se hizo en torno a la figura emocional de Hitler, el Führer, y era este hombre, logrando la unanimidad alemana, su factor más primordial y valioso. Todos los jerarcas, organizaciones y masas de la Revolución veían su eje más firme en Hitler, y la expresión de su veneración y adhesión al Führer era permanente en los labios nazis.

En opinión nuestra, disponía, pues, Hitler de autoridad moral suficiente para la labor depuradora a que le obligaron los acontecimientos. Tiene en sus manos el destino de Alemania. Tiene decisión y carácter para arrostrar las más graves responsabilidades. Es quizá el caso más patético que ofrece la Historia en cuanto al número y carácter angustioso de las dificultades que se le atraviesan en el camino. En esas circunstancias, es dramáticamente grotesco el espectáculo de toda la bazofia internacional y encanallada que le combate con armas viles.

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El asesinato de Dollfuss significa un episodio más de esa cinta dramática, supervisada en Versalles, que es la situación económica y política de Austria. Dollfuss es visiblemente a la vez una víctima de las contradicciones monstruosas sobre que se asentaba el poder de su dictadura. Siempre nos habían parecido falsas y exentas en absoluto de razón nacional las bases que servían a Dollfuss y a sus amigos de la Heinncher para contrariar la voluntad del pueblo austríaco.

Resulta que Dollfuss-Stahemberg defendían la independencia de Austria, y la defendían con el concurso de las potencias a las que Austria debe precisamente su ruina y su falta de libertad. Es decir, con la ayuda de Italia, Francia e Inglaterra. Era todo ello un escarnio excesivo, y el asesinato de Dollfuss es por eso, indudablemente, un acto político que en las más profundas capas emocionales y verdaderas de la Historia encontraría alguna atenuante.

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Hay en Inglaterra un movimiento fascista acaudillado por Mosley. No estamos muy seguros de su trascendencia ni de la brillantez de su futuro. Claro que ello nos importa en muy débil manera. Ya es un detalle que surgiendo nada menos que en el Imperio inglés se conforme y viva tranquilo vistiendo camisas negras y llamándose «Unión fascista británica» sin originalidad ninguna, ni añadir nada a la matriz fascista de Italia. Ya es un detalle, repetimos, porque ello demuestra, y nos alegra mucho a los españoles, la situación lamentable en cuanto se refiere a la capacidad creadora de ese imperio inglés a cuyo hundimiento asistiremos con la mejor gana.

Hemos visto en «ABC» una información acerca de este fascismo británico. Que es constitucional, parlamentario, antisubversivo, elegante, palatino y enemigo de la violencia. ¡Ah! Y en dos años o tres de vida no le han disparado los rojos ni un solo tiro.

(«JONS», n. 11, Agosto - 1934)