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La Conquista del Estado
La Conquista del Estado (Número 8)

No es la primera vez que nos ocupamos de ese semanario plural, dirigido por el mulato tétrico. En España otorgamos a esta figura renegada una consideración que no merece. Interviene en nuestras luchas políticas, sin aportar a ellas otra cosa que resentimiento de inferioridad racial. Es intolerable que un individuo así, a quien nuestros tribunales han procesado ya por calumnia sistemática, pretenda influir en la marcha de la vida española. Es un extranjero, sin emoción nacional, que postula y limosnea nuestros bolsillos con primor inigualado.

La República española haría bien situándolo en la frontera, o por lo menos restringiendo sus actividades a las puramente contemplativas y poéticas.

Despierta hoy en España un purísimo y noble afán nacional, a base de fidelidades profundas para con la intimidad de nuestro pueblo, y en una hora así debe prescindirse totalmente del consejo extranjerizante, rencoroso y traidor, que procurará por todos los medios nuestra ruina.

Hay que impedir que esas hojas mercenarias del mulato violen la ingenuidad auroral de nuestro pueblo, vestidas de sacerdocio redentor y de radicalismos falsos.

Hoy nuestro pueblo busca una tarea nacional, a la que llevar su optimismo y su fuerza. El problema hispánico, pues, consiste en señalar esa ruta y articular la disciplina que logre su realización victoriosa.

Es, por tanto, una labor para la que se precisa entusiasmo hispánico, intensísimo fervor nacional. Quien se sienta desarraigado de ambas cosas debe salir de España. Este es el caso, naturalmente, de los extranjeros. Más que nunca se impone el castigo ejemplar de esa turba de colonizadores que penetra e invade nuestro territorio, como si fuera una selva africana.

¿En nombre de qué el semanario extranjerizante a que nos referimos de modo directo trata de guiar los pasos españoles? Pedimos al Gobierno de la República española que mientras dure el período constituyente no puedan hablar en España las voces extranjeras. Por eficacia, por decoro, por respeto a los delicados y supremos intereses de la Patria.

(«La Conquista del Estado», n. 8, 2 - Mayo - 1931)