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La Conquista del Estado
La Conquista del Estado (Número 17)

El distinguido viejo político señor Ossorio y Gallardo, jefe de la leguleyería nacional, ha declarado a un periódico que los hombres nuevos deben buscarse en la Academia de Jurisprudencia.

Hay que salir al paso de creencias así, pues el abogadismo ramplón es el mayor culpable de todas las dificultades que obstruyen hoy la ruta hispánica. La supuesta Revolución que dicen se ha realizado fracasa porque fue faena de abogados, sin nervio revolucionario ni grandeza histórica. Se esgrimieron razones jurídicas, se hizo creer al pueblo que bastaba el resurgimiento del llamado derecho para garantizar la victoria de todo.

El primer deber de los nuevos y auténticos revolucionarios es superar esta etapa leguleya e implantar la vigencia de un orden creador, rechazando la cooperación de los charlatanes.

Las horas revolucionarias son imperiosamente ejecutivas, y no se puede tolerar que burlen su impulso las asechanzas de los abogados.

Lo primero es la acción. La virtud primera corresponde al hecho revolucionario, y sólo los hombres que hayan vivido esa emoción ejecutiva de la Revolución pueden luego intervenir en la elaboración del nuevo orden jurídico que de ella surja.

Nada de esas reservas que señala Ossorio. Son gente vieja, incapaces de comprender los imperativos revolucionarios de nuestro tiempo. Se opondrán al triunfo joven; nos petrificarán en las formas fracasadas. Son, pues, elementos reaccionarios que es preciso desenmascarar y destruir.

¿Pues qué dirá un leguleyo ante un deseo joven que consista no en liberarse del deber hispánico, no en aislar su particular destino del destinó nacional, sino en encontrar la disciplina grandiosa a que someterse? Es el milagro optimista del pueblo ruso, del pueblo italiano, del pueblo alemán, de todos los que han superado el régimen liberal burgués y realizan hoy su tarea colectiva, su plan magnífico, su aventura.

¡Abajo los leguleyos!

(«La Conquista del Estado», n. 17, 4 - Julio - 1931)