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La Conquista del Estado
La Conquista del Estado (Número 20)

Estamos aquí de nuevo, esgrimiendo con ambas manos la vibración nacional que nos sostuvo la primera época. Es imprescindible nuestra voz, porque yacen abandonados y traicionados los ideales supremos de la Patria. El Gobierno de la República sigue la ruta de los dos siglos borbónicos, siglos de deslealtad y de penuria, a pesar de lo fácil que habría sido ahora conectar el entusiasmo revolucionario del pueblo con los grandes alientos de la raza.

Nosotros -las juventudes revolucionarias y fervorosas- no podemos asistir callados a la consumación de los crímenes. El hecho de que se ofrezca a la generación nueva el crudo espectáculo de la disolución nacional, presentándola incluso como remedio a una era de catástrofes, lo entendemos sólo como una provocación que nos hace la caducidad miserable de los traidores. Estos grupos que se disgregan y abandonan los compromisos de unidad merecen nuestro desprecio, y frente a ellos y contra ellos levantaremos bandera de exterminio, amparados en el esfuerzo y el coraje que nos presta el sentirnos herederos responsables de una voluntad nacional única.

Nadie podrá comprender jamás que un pueblo identifique su meta revolucionaria con el logro de su exterminio. Los núcleos pseudorrevolucionarios que hoy gobiernan no han dado de sí todavía otro producto revolucionario que la destrucción de la unidad nacional. Alguien -téngase por seguro- responderá de modo bien concreto de la tremenda responsabilidad que ello significa. Ha empezado un nuevo ciclo de responsabilidades, con unos cuerpos de delito tan notorios que el más ciego advierte la proximidad de los castigos.

A la sombra de estas deslealtades, la propaganda comunista y anarquista consigue que sus fuerzas estén ahí en reserva, por si la socialdemocracia no logra ella sola efectuar la ruina nacional. Nada existe hoy en España que ofrezca garantías de que semejantes peligros van a ser batidos eficaz y heroicamente. Los núcleos más afectos a la Iglesia están invalidados; porque ésta, al fin, con tal de salvar ciertos intereses de cierto clero, pactará incluso con el demonio. Y los que conserven apego esencial a la Monarquía poseen el virus extranjerizante, antiespañol, que caracteriza a la dinastía borbónica.

Sólo resta, pues, la formación heroica de Juntas de ofensiva nacional que, apelando a la violencia, destruyan por acción directa del pueblo los gérmenes disolventes. Ahora bien; no puede olvidarse por nadie que ello es tarea revolucionaria, y, como tal, requiere el aprestarse a una acción de choque con las avalanchas enemigas. A la vez, una línea de reconstrucción nacional, que abarque y dé satisfacción a las exigencias económicas de nuestro pueblo. El fracaso rotundo de la plataforma liberal y parlamentaria favorece esta tendencia, que aparece en todas partes como la única posibilidad creadora y constituye el nervio de esa concepción nuestra -tan mal entendida- de un sindicalismo económico, de Estado, al servicio de fines exclusivamente nacionales.

Las fuerzas obreras viven hoy con angelical inconsciencia la aventura marxista, por lo cual sirven ingenuamente a los ideales traidores. Hay que propagar entre las filas obreras la rotunda verdad de que una sociedad socialista constituiría para ellas la esclavitud vergonzosa a una burocracia voraz e irresponsable. Nuestro frente no puede tolerar que la ingenuidad de los hijos del pueblo haga que identifiquen el logro de sus aspiraciones con la destrucción de la voluntad nacional.

La salud de la Patria exige, pues, el aniquilamiento de los partidos de orientación marxista, incapacitándolos para intervenir en la forja de los destinos nacionales. Nuestra actual promesa, nuestro compromiso de juramentados para garantizar un inmediato resurgimiento de la Patria, consiste en la afirmación de que no retrocederemos ante ningún sacrificio para sembrar en el alma del pueblo la necesidad vital que sentimos como españoles El marxismo es teóricamente falso, y en la práctica significa el más gigantesco fraude de que pueden ser objeto las masas. He aquí por qué se impone liberar a las masas de los mitos marxistas.

Las tácticas a que responderán las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (J.O.N.S.), que estamos organizando, se basan en la aceptación de la realidad revolucionaria. Queremos ser realizadores de una segunda etapa revolucionaria. Nos opondremos, pues, rotundamente, a que se considere concluso el período revolucionario, reintegrando a España a una normalidad constituyente cualquiera. Hemos de seguir blandiendo la eficacia revolucionaria, sin que se nos escape la oportunidad magnífica que hoy vivimos.

Necesitamos atmósfera revolucionaria para asegurar la unidad nacional, extirpando los localismos perturbadores. Para realizar el destino imperial y católico de nuestra raza. Para reducir a la impotencia a las organizaciones marxistas. Para imponer un sindicalismo económico que refrene el extravío burgués, someta a líneas de eficacia la producción nacional y asegure la justicia distributiva. Esa es la envergadura de nuestras Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (J.O.N.S.), a cuya propagación dedicaremos desde hoy toda la voluntad y energía de que dispongamos.

Esa es nuestra declaración jurada, al dar nacimiento hoy a una liga política que sólo admitirá dilemas de sangre y de gloria: O el triunfo, o la muerte.

(«La Conquista del Estado», n. 20, 3 - Octubre - 1931)