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Libertad

No comprendo cómo nadie puede pensar en sustituir y abatir la actual situación, sin oponer a la política macilenta y flaca de la República una política robusta, eficaz y grandiosa.

Mientras los grandes núcleos de oposición se entreguen al lloriqueo y al simple coraje de exhibir unos colores y unos símbolos no adelantará un paso la edificación de la Patria. Tendremos mucha razón al defender los ideales nacionales frente a los grupos masónico-marxistas, pero sólo comenzaremos a predominar sobre ellos, cuando dispongamos de unos propósitos políticos firmes y de una estrategia superior a la del enemigo.

Me temo que sólo la presencia de una nueva generación de españoles percibirá con toda claridad esas rutas. Ha de ser muy difícil para los hombres y los grupos que actuaron con la Monarquía, cuyo catastrófico fracaso nos ha conducido al predominio marxista que hoy padecemos, atalayar y precisar la orientación y la técnica de la reconquista.

Hay que ser joven, en efecto, como lo somos nosotros, los fundadores de las JONS, para combatir al marxismo y a las fuerzas disolventes de la Patria sin desdeñar el espíritu y la denominación de revolucionarios. Somos revolucionarios en cuanto creemos en la eficacia de los procedimientos de violencia y sentimos la necesidad de su aplicación. Tenemos la doctrina de que si el Estado se desentiende de la salvación de los intereses morales y materiales de la Patria, es lícita la acción directa del pueblo para suplir la debilidad o la mala fe de los Gobiernos.

Y si añadimos que la política nacional-sindicalista de las JONS es de tal naturaleza que no se puede confiar su triunfo a la farsa electoral de las democracias masónicas quedará justificada nuestra opción por las estrategias de carácter revolucionario.

Pero hay más: desde hace muchos años España vive un proceso revolucionario ininterrumpido. Quiere ello decir que han existido y existen núcleos políticos que intervenían en la pugna con actitud y ademanes revolucionarios, es decir, jugando con ventaja en el juego normal de la política. Ese proceso no está aún concluso, y sería absurdo quedar al margen de la eficacia que trae siempre consigo el disponer del ímpetu y del espíritu revolucionarios, recluyéndose en la pacifistería y en el candor.

Cuando la postguerra nubló a Italia de marxismo cruel y violento, cuando allí era inevitable la revolución comunista, la política normal, arrevolucionaria diríamos, de Giolitti y de Facta era totalmente innocua. Y sólo al realizarse la revolución —fijaos bien, ¡la revolución!— fascista desapareció la inquietud roja y se salvaron en Italia los ideales nacionales.

 

Política nacional y táctica de combate

Es, pues, urgente llevar a la conciencia de todos los españoles que no se identifiquen con la traición marxista o con la patraña boba del liberalismo burgués, estas dos cosas: Primera: Sólo es posible la victoria política, la prepotencia de la Patria frente a los ideales traidores, consiguiendo imponer con firmeza una solidaridad nacional en torno a los más hondos afanes del pueblo. Hay que confiar en el alma de la raza, entregándose con furia a la tarea de sacrificarlo todo en aras del resurgimiento de la Patria. Necesitamos, pues, descubrir los contornos de una política nacional de tal magnitud que pueda imponerse coactivamente, revolucionariamente, a todos los españoles. Una interpretación clara de nuestra historia, un conocimiento exacto de nuestras realidades económicas, una conciencia del gran peligro que se cierne sobre España si predominan y se consolidan las banderas falsas que esgrime el enemigo.

Segunda: Descubierta esa posible política de gran porte; dueños, pues, de la verdad nacional; en posesión de la razón, de toda la razón, sabiendo y reconociéndolo con ímpetu, es cosa entonces que ya incluso afecta a nuestra dignidad de españoles, a nuestro compromiso de comportarnos en la historia con heroísmo y fidelidad (que a eso y no a otra cosa obliga el ser español) el conseguir la creación rápida de nuestro instrumento de combate. Ha llegado la hora en que es al hecho de ser español a lo que se precisa invocar. Y el de hombres modernos, de hoy, de nuestro siglo, es decir, antiliberales y violentos, antiburgueses y antiparlamentarios en toda la línea.

Hay, al parecer, grandes núcleos mal llamados de derechas que ahora que se hunde y fracasa en todo el mundo la política liberal no encuentran otra salvación que la de ser y hacerse liberales. Dios bendiga su candor. Mientras tanto, el enemigo sonríe, ser afirma y tiraniza. El hecho de que hoy resulte metafísicamente imposible gobernar bajo las normas liberales, no ha de ser a nosotros, los de las JONS, a quienes nos asuste ni entristezca.

La oligarquía triunfante, el conglomerado masónico-marxista, se ha hecho un peligro grave desde que ha aceptado nuestro lema antiliberal, y tributa culto a la coacción y a la violencia. Pero lo que en nosotros es servicio a la Patria, eficacia nacional, en ellos es reafirmación de lo intolerable y monstruoso.

 

Ramiro Ledesma Ramos

 

(Libertad, Valladolid, año II, nº 51, 30 – mayo – 1932, p. 8)