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Nuestra Revolución

Hombres. Ideas. Grupos.

Sobre las "fuerzas nacionales"

Un periódico de Madrid -Informaciones- viene insistiendo desde hace varias semanas en la necesidad de que se organicen y unifiquen las fuerzas que él llama y denomina "nacionales". El tema es de altísimo calibre, y en torno a él se nos ocurren muchas cosas. En esta leve nota, sin embargo, nos limitaremos a unas cuantas sugerencias polémicas, pues de un modo o de otro NUESTRA REVOLUCION lo aborda en todas sus páginas y columnas. ¿Tendremos que decir que nuestro concepto de lo nacional, tanto en el sentido válido para la política cotidiana como en su apreciación histórica más profunda, es divergente en absoluto divergente, del que sin duda postula Informaciones?

A la vista está cómo han dejado a la Patria, con qué vigor ideal y con qué pujanza física, las fuerzas que invoca Informaciones como garantía de fortaleza. Entre los grandes equívocos que tradicionalmente vienen circulando en nuestro país, uno de los más nefastos para la idea nacional de España es el de vincular el patriotismo a las capas privilegiadas de la sociedad y a los núcleos socialmente regresivos. Han hecho así imposible toda influencia de la consigna "nacional" entre las grandes masas del pueblo laborioso. Si a ello se añade que tal fláccido patriotismo se fundía y confundía también con ideales religiosos en quiebra, ya de suyo, por muchas dimensiones de su propia doctrina poco propicios a alentar y sostener una fe nacional muy intensa, tenemos la explicación patente de por qué en España no hay hoy, ni ha habido desde hace mucho tiempo, banderas "nacionales" al viento.

No. En redondo nos oponemos a que si ahora existe coyuntura propicia para enarbolar con eficacia una actitud "nacional", se apoderen de ella otra vez las fuerzas resposambles de todas las hecatombes históricas, hoy que están -¡y a qué precio!- derruidas y en declive.

¿Qué se quiere por Informaciones? El propósito parece claro: volver de nuevo a utilizar lo nacional como escudo y máscara de una mercancia averiadísima, en vías de pudrirse. Ese es el mayor crimen contra la Patria, y si preponderase tal deseo, resultaría de nuevo fallida la gran ocasión que a costa de sangre y esfuerzos generosos está hoy quizá forjándose.

Si hay que defender la espiritualidad católica, hágase a cuerpo libre. Y si hay que defender intereses económicos que se creen legítimos, hágase también al descubierto, con razones propias, sin escudarse tras de "lo nacional", cosa muy distinta y desde luego la más importante para nosotros como españoles.

El mejor servicio a España y el mejor modo de vigorizarla como nación es procurar henchirla de ideales jugosos y adscribir a su bandera los núcleos más fuertes, viriles y desinteresados del país. Y el peor servicio el de identificar "lo nacional" con toda la impedimenta fracasada y anémica, con todos los privilegios de legitimidad dudosa y de carácter irritante para la mayoría del pueblo.

Hasta en el nacionalismo triunfante en algunos países, como Italia y Alemania, tras los que sin duda se le van los ojos a Informaciones, operan fuerzas y razones muy de acuerdo con lo que venimos expresando en esta nota. Lo primero que se vieron obligados a hacer consistió en romper, junto al cerco marxista, el cerco de los grupos esos que invoca y convoca el diario madrileño.

Pues la idea nacional, si bien se mira, es una idea revolucionaria, rumbo adelante, y su primera vinculación en la historia universal aparece en los jacobinos franceses de la gran la Revolución.

No podemos creer que tenga el menor éxito la convocatoria de Informaciones, periódico hoy precisamente ligado y orientado por gentes a las que el desahucio alcanza de modo más rotundo e imperioso. Y las zonas jóvenes, a las que hoy interesa más fundamentalente la idea nacional de España, no picarán desde luego el equívoco de ese cebo.

Nosotros somos "nacionales" sin que ello nos obligue lo más mínimo a abdicar nuestros afanes de cambiar de arriba abajo el orden social de los grandes capitalistas y terratenientes. Nuestro patriotismo, si se quiere de índole social y hasta de carácter subversivo, no tolera compañías que sólo desprestigio y debilidad pueden aportar a la causa nacional de España.

La red de huelgas

Tan elevado por lo menos como el número de obreros españoles hoy en huelga -y se trata de una cifra de veras alta- es el de la gente que desconoce e ignora el sentido y la justificación de esas huelgas.

Motivos hay de sobra para que ese desconocimiento y esa ignorancia sean generales. ¿Luchas por la mejora de salarios? ¿Elevación del nivel de vida de los trabajadores? ¿Maniobras políticas de los agitadores? ¿Rivalidad de organizaciones? Nadie lo sabe. La realidad es que la vieja teoría de las huelgas, en virtud de la cual éstas eran los instrumentos coactivos de los obreros para arrancar a las empresas o a los patronos una parte justa de los beneficios, es hoy inservible.

Pues todo el mundo acepta como verdadera la afirmación de que padecemos una crisis económica profunda, es decir, una ausencia de beneficios en las empresas y negocios. Y si no hay beneficios, carece de sentido la pugna por su mejor distribución o reparto.

Desde la iniciación de la crisis, las organizaciones obreras se dieron cuanta de que ella les obligaría a modificar sus tácticas, y lógicamente plantearon el problema como de crisis general del capitalismo, necesitado de sustitución por otro -el poder obrero, el régimen socialista- bajo el cual las crisis fuesen imposibles.

Nos inclinamos a afirmar, bajo ese plano crítico, que, en efecto, asistimos hoy a una movilización huelguística de carácter político. Y ello aunque aparezca como origen concreto de las huelgas esta o la otra reivindicación y aumento de salarios.

Las masas se mueven hoy a impulsos de lograr transformaciones. Y hacen las huelgas con arreglo a un ritmo cuya explicación última es de carácter político y revolucionario. Pues fíjese en que tienen lugar cuando las circunstancias políticas favorecen un planteamiento. Por ejemplo, después del triunfo del Frente Popular, dando así origen a las grandes huelgas españolas y francesas.

Contribuyen así a debilitar un régimen social que estiman adverso y a la vez robustecen las posiciones propias. Son, pues, auténticos esfuerzos que encierran un consciente o inconsciente afán por controlar o realizar bajo su signo las transformaciones inminentes en el régimen social económico.

La lucha verdadera, repetimos, no es hoy por la distribución mejor o peor, más justa o menos, de unos beneficios, reconocidos por todos como problemáticos. Es por el control mismo de la economía; está ligada al pleito de si han de conservarse o sustituirse los actuales organizadores de la economía y los actuales poseedores de los medios de producción.

Unos países, mejor o peor, han resuelto el problema y ensayan transformaciones que neutralicen la realidad de la crisis. De un modo o de otro. Así, los países fascistas y la U.R.S.S., donde, por tanto, no hay huelgas ni conflictos de este tipo.

Otros se encuentran aún en plena desorientación respecto al modo cómo han de proceder a su reajuste político-social-económico, como Francia, España, Bélgica, etc. Y en ellos las huelgas son numerosas, imponentes, irremediables.

No cabe otra explicación posible. Nuestros huelguistas tienen, por tanto, a la vez razón y no la tienen. Son realizadores de un destino inexorable, en tanto no se modifiquen las estructuras político-sociales de España. A lo que se va inexorablemente también.

Los artículos de Maura

Ningún lector de los artículos publicados por el señor Maura habrá podido, de seguro, evadirse de que se le paralizara el rostro de extrañeza. Y ello por razones y motivos muy varios, todos de índole poderosa. No se concibe que habiendo un régimen de previa censura, precisamente en nombre de la salvaguardia de las supremas instituciones políticas, se facilite la circulación de unos artículos cuya tesis central, y puede decirse que única, consiste en descalificar esas instituciones, postulando abiertamente la dictadura.

No cabe más que una explicación al hecho de que semejantes artículos hayan podido publicarse. ¿Alcanza a ciertas altas esferas de la política vigente la sospecha de que, en efecto, las instituciones adolecen de incapacidad para ejercer su función rectora en el momento actual de España? ¿Hay, si no una identificación literal con esos artículos, sí una situación de ánimo en los gobernantes que les impide calificarlos como correspondería a su carácter de mandatarios y ejecutores de la constitución democrática?

Por lo pronto, los artículos de Maura parecen disponer del refrendo y de la simpatía de "altos prestigios" nada ajenos a la situación. Solían ir a la imprenta después de unas cenas políticas, cuyos participantes -Prieto, Sánchez Román, De los Ríos y algún otro asteroide- avalaban como una digestión monocorde las inquietudes comunes.

Por lo pronto también, nadie se ha escandalizado poco ni mucho en el orbe del Frente Popular. Alguna que otra alusión polémica y algún que otro levísimo escape de los caricaturistas, es lo único que se les ha ocurrido a los periódicos del gobierno y a los afines. Ello, cuando menos que nunca podían atribuirse tales artículos a "cosas del señor Maura", y cuando era notoria -no se olviden las cenas- la coincidencia con una gran porción de figuras republicanas y socialistas.

Y dicho lo anterior, que es elocuentísimo para descubrir que están a flor de tierra, después de cinco años, las raíces del régimen democrático, pasemos a examinar concretamente las manifestaciones del señor Maura.

Sin duda, Maura analiza con lucidez el momento en que hoy se encuentra el proceso histórico de la revolución española. Considera que se ha llegado a un punto de tal modo espinoso y crítico que las instituciones son incapaces de sobrepasarlo, a no ser a costa de la vida misma nacional. En un trance así, Maura postula el suicidio de la democracia parlamentaria y la inauguración de una era de dictadura.

A todo lo largo de los artículos hay una apelación crítica a cuanto han hecho los fundadores del régimen, sobre todo en lo que se refiere a las formas políticas adoptadas y a las metas político-sociales a que adscribieron su esfuerzo. Esa apelación crítica adquiere forma en la prosa maurista mediante la frase "nos equivocamos", y aunque está bien trabada la lógica de los artículos, no deja de producir extrañeza que luego se reivindique para los mismos "que se equivocaron" la realización de la dictadura. Precisamente para la ejecución de la dictadura, función grave, a la que suelen aspirar quienes por lo menos tienen la íntima convicción de que ellos "no se equivocan nunca".

Las contradicciones contenidas en los artículos a que nos referimos son múltiples, lo que no impide que se advierta en ellos la sinceridad, limpieza política y buen deseo con que su autor los ha escrito.

Bien se nota que lo que el señor Maura quiere es la dictadura de la burguesía intelectual, republicana y más o menos izquierdista. La mentalidad del "no es esto, no es esto" unida a figuras sueltas del movimiento obrero, a algún que otro bien avenido con las situaciones logradas -cuya base actual vea en peligro- y quizá también a representantes del sector vaticanista más "comprensivo".

Nadie sabe en qué iba a apoyarse la dictadura propugnada por el señor Maura, aunque se presume. Ni quién iba a ser el dictador, aunque, como dictadura instaurada por "viejos demócratas añorantes", parece que se pretendía eludirlo, repartiéndose los poderes un comité. ¿Un directorio?.

Todo eso son estampas del siglo XIX, al que sin retórica los españoles podemos dedicarles los peores improperios. Hoy, señor Maura, hay que arrostrar con más firmeza las decisiones a que obligan los tiempos y hay que edificar para los poderes históricos un pedestal hecho con corazones calientes. Todo lo contrario que montar, al socaire de una coyuntura propicia, la pequeña tramoya artificial de una forzada situación de fuerza.

El Estatuto de Galicia

Se está realizando en marcha rápida los trámites constitucionales para dotar a Galicia de un Estatuto. Con tal motivo, a más de examinar ligeramente el tema de la autonomía gallega, queremos mostrar nuestra opinión, en absoluto adversa a la ruta histórica que supone la concesión de Estatutos. Nos parece, por lo pronto, inoperante para dotar a España de instituciones políticas eficaces; es decir, para la construcción y edificación de un Estado español, de sello auténtico y funcionamiento histórico eficaz.

Y no es que nos parezca ilícito ni extraño que la República, en disconformidad con las estructuras del viejo Estado monárquico, pretenda dar al suyo perspectivas diferentes. Pero apuntamos la opinión de que el nuevo ensayo lo creemos radicalmente erróneo, y que la concesión de Estatutos, por tanto, ha de constituir en el futuro -quizá en un futuro cercanísimo- grandes inconvenientes. Eso de que exista en España una Constitución, y luego, además, cada región o comarca tenga otro pequeño Estado, de un color en el norte, de otro en el sur, y de otro en el oeste, nos parece una inconsciente incitación a que nuestras regiones edifiquen, en plano político y social una nueva torre de Babel, con su mismo final de confusión catastrófica.

Hubiera sido preferible una mayor audacia histórica, y dar paso a la elaboración de estructuras federalistas, cosa muy distinta a esa de dar a cada región un Estatuto diferente, un Estatuto o Estadillo, aquí rojo y allí negro.

La historia de un pueblo, de un Estado nacional operante, es y debe ser siempre de integración. Y precisamente si se señalaban en España diversidades, la preocupación lógica y suprema de las instituciones políticas debía residir en garantizar una mayor eficacia integradora, unificadora, que la que el viejo Estado realizaba.

No podemos, naturalmente, hacer aquí una defensa total de nuestra tesis. Ya tendremos ocasión de ocuparnos de ello. Hoy nos basta un leve comentario a los trabajos que se realizan en Galicia para el logro del Estatuto.

En primer lugar, es conocido de todos que la atmósfera favorable no alcanza en Galicia aspectos jupiterinamente arrolladores, y por tanto que la palabra artificiosidad, si no por entero adecuada, sí podría servirnos para calificar las jornadas de la lucha autonómica.

En segundo lugar nos permitimos aludir, con motivo de la autonomía gallega, a la vigilancia especial a que su situación geográfica obliga en relación con posibles e irresponsables intemperancias. Tenemos la seguridad de que ello no se escapa a las miradas de los mismos estatuistas, sobre todo a quienes lo alientan y ayudan desde las altas esferas de Madrid. Hay características de vencidad, que ni en broma nos hacemos a la idea de creer que España no podrá siempre ponerlas, en todo caso, al servicio de la grandeza entera de la Península.

(«Nuestra Revolución», n. 1, 11 - Julio -1936)