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Nuestra Revolución

El capitalismo extranjero en España.
Un ejemplo sangrante: RIOTINTO

 

La minería del cobre

Es sabido que España ocupa el primer lugar en la producción mundial del cobre. Su riqueza minera, que alcanza también relativa importancia en otros productos, tiene en las piritas de hierro y cobre su exponente más fértil. Más de la mitad de toda la producción mundial de estas piritas se obtiene de nuestras minas, enclavadas en las provincias de Sevilla y Huelva. Esa producción española pasa de 3.000.000 de toneladas anuales.

Unas dieciocho compañías se reparten todas las minas. De ellas, quince son extranjeras. Las tres restantes alcanzan una proporción irrisoria respecto a la totalidad de piritas extraídas. Unas 50.000 toneladas.

Según datos de 1920, el capital extranjero que había en España colocado en la industria minera del cobre era de unos 115 millones de pesetas. Lo que supone aproximadamente un quinto de todo el capital español empleado en minas.

Lógicamente, cabría esperar que el hecho de poseer España en su territorio una tal riqueza en la industria del cobre daría a la economía de nuestro país una gran impulso en cuanto se relacionase con esta materia prima y su sucedánea el azufre.

No ocurre así, pues las empresas extranjeras beneficiarias exportan el material bruto en su casi totalidad. De este modo, España no obtiene ventaja alguna en cuanto a las industrias transformadoras ni tampoco en relación con el consumo mismo del cobre. Parece que no llega ni al tres por ciento la cantidad de piritas que se transforman o benefician en España. El resto lo exportan las compañías al extranjero como materia prima para dar lugar a la obtención final del cobre y ácido sulfúrico. El establecimiento en España de esas industrias transformadoras y el hacer realmente de nuestro país el centro productor y exportador del cobre y sus derivados supondría un incremento de riqueza al que tenemos los españoles pleno derecho.

Para mayor sarcasmo, resulta que, correspondiendo al suelo español ese enorme porcentaje que hemos visto en cuanto a la producción mundial, es España quizá el país donde el cobre tiene un precio más alto. Es decir, que los industriales españoles que utilizan el cobre como materia prima tienen que pagarlo a un precio mayor que en otras naciones. Y no una diferencia leve, sino casi unas 600 pesetas más por tonelada. Como si dijeramos el tributo que se ven obligados a pagar los españoles por la desgracia de que en su territorio existan los más fecundos yacimientos de ese metal.

Las minas de Riotinto

El caso de las minas de Riotinto, dentro del panorama global del cobre en España, tiene relieves especiales, que obligan a poner en él atención más urgente y angustiosa. El origen de la concesión, su desarrollo, los enormes beneficios que logra, el carácter mismo de la industria extractiva, etc., son detalles que han contribuido a formar aquí y fuera de aquí, en torno a Riotinto, una atmósfera de explotación colonial, irritante para la dignidad moral y para los intereses económicos de los españoles.

Las minas de Riotinto, antes de pasar a manos de los capitalistas ingleses, pertenecían al Estado. Son bien conocidas las circunstancias en las que el Estado procedió a su enajenación y venta. Ello fue acordado el 25 de junio de 1870, en la etapa del Gobierno provicional que rigió a España después de la revolución del 68. Según la ley minera vigente en aquella fecha, el Estado se atribuía la propiedad de "las minas de azogue de Almadén y Almendralejos, las de cobre de Riotinto, las de plomo de Linares y Falset, las de azufre de Hellín".

En la ley de Presupuestos de 1872 se autorizaba al Gobierno para proceder a la enajenación de las minas, lo que se llevó a efecto el 29 de marzo de 1873, a las pocas semanas de establecida la primera República. El importe de la venta, dada la magnitud y riqueza de los yacimientos, fue una cantidad ínfima: 93 millones de pesetas.

La concesión es, pues, una de tantas consecuencias desgraciadas que se siguieron para el país a causa de los atascos financieros y de las contiendas políticas del siglo XIX. El ejemplo clásico de los Estados agónicos: dificultades financieras vencidas al estilo del heredero manirroto e irresponsable.

Pero no sólo hay en la venta de las minas el hecho absurdo de su poco coste, sino a la vez una inconsciente carencia de condiciones en lo que se refiere al régimen jurídico de la explotación, a los impuestos que habría que satisfacer y a su influencia en el mercado de trabajo.

Esa confusión o inconsciencia ha permitido a la Compañía eludir durante años y años el pago de ciertos cánones establecidos, la satisfacción de impuestos y a la vez hacer su realísima gana en todo cuanto se refiere a personal, tanto al técnico como al de mano de obra.

Con todas las ventajas a favor de la Compañía, desde la cifra menguada de la enajenación hasta el de realizarse hasta aquí la explotación en un plan de debilísima complexión política y de cierto letargo en su conciencia nacional, el negocio ha producido a los capitalistas ingleses cifras exorbitantes, beneficios cuantiosísimos.

Hagamos, con crudeza y elocuencia matemática, mención concreta de esos beneficios:

En un libro sobre los precios del cobre, publicado el año 1935, encontramos este párrafo definitivo sobre el aspecto que nos ocupa:

"La Compañía de Riotinto, en el transcurso de los veintiocho años (período 1902 a 1932), obtuvo de beneficios netos la suma de 32.566.112 libras esterlinas, que valoradas al cambio actual suponen 1.178 millones de pesetas en números redondos".

Las ganancias anuales medidas que corresponden a esas cifras son las de unos cuarenta millones de pesetas. Es decir, que con sólo las correspondientes a dos años ha podido satisfacer la Compañía el importe que pagó al Estado español por la propiedad de las minas.

Añádase que esos beneficios son los declarados oficialmente por la Compañía en sus balances, y no se yerraría mucho afirmando que la realidad da cifras aún mayores.

Un escritor socialista, Ramos Oliveira, en libro reciente, escribe sobre este mismo extremo: "Al margen de las cifras oficiosas de la entidad hay quienes aseguran que la Compañía de Riotinto ha venido distribuyendo todos los años entre accionistas 90 a 100 millones de pesetas. Mas tenemos suficiente con los balances públicos de la Compañía para formarnos una idea del negocio que han hecho los ingleses con nuestro cobre. En resumen: los beneficios líquidos de la referida Compañía en los veintidos años últimos suman 21.912.672 libras esterlinas. Calculando a la par, es decir, prescindiendo de la baja de la peseta y considerando la libra al cambio de 25, resulta que los beneficios de la Compañía en el período 1910-1932 ascienden a unos 560 millones de pesetas."

¿Para qué más?

Estas ganancias fabulosas no han excluido pugnas durísimas con los trabajadores, con nuestros compatriotas los mineros de Riotinto. En la memoria de todos están sus huelgas heróicas y las dificultades con que han ido arrancando a los capitalistas ingleses algunas mejoras desmedradas.

Pues si examinamos cuanto se refiere al personal técnico y administrativo empleado por la Compañía para la explotación de Riotinto, nuestro sonrojo nacional se hace aún más dramático.

La casi totalidad de los ingenieros y funcionarios son ingleses. Los de nacionalidad española son poquísimos, puede decirse que los imprescindibles para algunos trámites de los que no ha podido desasirse la Compañía en sus relaciones con la legislación española de minas. Esa desproporción numérica aparece asimismo en la retribución de que se hace objeto a unos y otros en los sueldos que perciben.

Véanse unas cifras que tomamos de un libro del diplomático español señor Sevillano: "Dicha; Compañía sostiene 73 técnicos, de los cuales son de nuestro país solamente ocho. Los sueldos de aquellos suman 1.934.142 pesetas; el de los españoles, 102.323 pesetas. El sueldo medio de los ingleses es de 29.000 pesetas; el de los españoles, 12.700 pesetas."

Riotinto, empresa colonial

Pasemos por alto las características de la explotación, hecha sin la menor consideración moral ni material para los intereses de españoles. Gran trabajo y múltiples gestiones costó, por ejemplo, a los Gobiernos españoles lograr que cambiase la Compañía sus procediemientos para la extracción del mineral, que a causa del desprendimiento de ciertos humos malograba las cosechas de los alreddores.

Pero hay un detalle, que vamos a extraer de palabras mismas del presidente de la Compañía, y que revela el concepto en que los explotadores tienen su negocio minero de Riotinto.

En una Junta general de accionistas celebrada el año de 1932, al referirse dicho señor a la baja de los precios del cobre y a la inquietud que producía ese hecho en las Compañías propietarias de minas de este metal, anunció con optimismo que a la de Riotinto no afectaba apenas el problema, porque los costos eran afortunadamente más reducidos. Esta declaración quiere decir de un modo paladino que los salarios que satisfacía la Compañía a los mineros españoles eran y son mucho más bajos que los que pagaban otras Compañías en otros países. Así hacían frente a la crisis de precios y así lo compensaban, a costa del esfuerzo y del hambre de los trabajadores españoles.

En la misma declaración añadía el presidente de la Compañía que sólo la explotación de la mina de Rokana, de Africa del Sur -¡cuyos trabajadores son negros!- aventajaba a la de Riotinto. Rokana y Riotinto -decía-, por lo que al cobre cementado se refiere, son las dos minas productoras de costes más bajos. ¡Qué cinismo!

Hay que rescatar las minas de Riotinto

¿Para qué proseguir en la exposición de más datos sombríos? Todo cuanto se refiere a Riotinto nos obliga a los españoles a plantearnos con urgencia el tema y el problema de su rescate.

Escribe Ramos Oliveira: "¡Si fueran sólo las minas! Ferrocarriles, edificios, hectáreas y más hectáreas de terreno arbolado, todo es de la Compañía. Huelva, colonia inglesa, ya no se verá libre de sus rubios dominadores hasta que se agote el mineral o hasta que una revolución en circunstancias afortunadas cancele el tropiezo de 1873."

Y nosotros decimos: la hora de plantearse esa necesidad ha llegado. Hay que rescatar para España las minas de Riotinto. Sobran las razones para efectuar y lograr ese rescate.

¿Como? Sencillísimo. Lo primero es denunciar el modo anormal con que se hizo la enajenación. Se acordó en 1870. Se autorizó en 1872. Y se realizó en 1873, cuando no había en España Constitución alguna. Por lo demás, los escandalosos beneficios, la riqueza que se sustrae a la economía española y la irritante circunstancia de que se nos arranque la industria del cobre de modo abusivo son hechos suficientes para plantear con decisión el problema.

En relidad, no habría necesidad de pagar a la Compañía cantidades o indemnizaciones de importancia. LLegado el caso de tratar semejante cuestión no podrían olvidarse estos hechos:

1. La empresa abonó al Estado una cantidad insignificante.
2. Lleva setenta y cinco años extrayendo de las minas beneficios considerables.
3. Que los yacimientos tienen que haber mermado en proporción a la explotación intensiva a que se han sometido durante esos años.

Quiere ello decir que añadiendo a la cuarta parte del costo de las minas una cantidad prudencial por utillaje, edificios, etc., podrían pasar de nuevo las minas al Estado. En la seguridad de que aunque se disminuyese esa cantidad hasta el mínimo no se vulneraba precepto alguno de la Justicia.

La consigna de rescatar las minas de Riotinto es de orden nacional y corresponde mejor que a otros sectores del país a las grandes masas trabajadoras de España. Deber de todos sus dirigentes y organizaciones es adoptarla con el máximun de calor y de energía.

(«Nuestra Revolución», n. 1, 11 - Julio -1936)