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Publicaciones varias

Precisiones

El Nacional-Sindicalismo

Días pasados una Agencia lanzó en los periódicos españoles la noticia de que se había constituido en Portugal un partido fascista, bajo el rótulo y bandera de Nacional- Sindicalismo. Ahora en "Acción Española", mi amigo el marqués de Quintanar explica en una breve nota el espíritu y el sentido de ese movimiento político. Me considero particularmente llamado a densificar esa actualidad nacional-sindicalista en nuestro país por el hecho de haber intervenido, meses antes que los portugueses, en la organización de una fuerza joven de igual nombre y similar linaje combativo: las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS).

Ciertamente el doctor Rolao Preto, fundador y jefe de ese fascismo portugués, se inspira en normas doctrinales ya trazadas en su país por los "integralistas". Pero su tónica es la del fascismo italiano. Su afán de eficacia proselitista en los sectores proletarios sigue los pasos de Hitler. Y la denominación de su partido, el hallazgo del Sindicato —sindicalismo nacional— como eje funcional y económico del Estado moderno, pertenece a las JONS españolas antes mencionadas.

Para un español la actuación y el éxito posible de esas fuerzas políticas —que buscan la entraña nacional como escenario y baluarte en su lucha contra el marxismo— alcanza la máxima angustia y el más intenso drama.

No es otro aquí el problema que el de saber si tenemos o no derecho a una Patria, a una cultura que nuestro propio pueblo ha elaborado, a una dignidad social y a proyectar sobre las masas españolas estos dos logros: honor y pan.

Todo eso nos lo disputan y niegan las avanzadas marxistas, con bandera moderada o bolchevique, en un frente rudo de negación nacional y de barbarie. La burguesía liberal ha pugnado por desalojar del pueblo su fidelidad religiosa. Pero el marxismo no sólo eso, sino también su carácter mismo de españoles. Ha tendido al pueblo los lazos más viles para dejarlo inane y sin virtudes: antimilitarismo, resignación a no ser ni vencedores ni fuertes, amor al extranjero, al enemigo. Ante la realidad marxista, no es lícito que cada uno saque en la pelea sus armas melladas y caducas. Esa buena intención no vale ni basta. Hay que precisar además qué armas pueden medirse con las del enemigo, qué ideales y qué tácticas conducen de un modo inexorable a la victoria sobre él y adoptar luego unas y otras con decisión, sacrificando si es preciso esas pequeñas fidelidades que caracterizan al amor propio, la honrilla particularista de cada grupo. Un sacrificio así, una renuncia así ante las eficacias portentosas descubiertas por Mussolini en su lucha a muerte con el marxismo, es lo que dio origen a la prepotencia fascista: grupos nacionalistas de Federzoni, patriotas exaltados de D'Annunzio, sindicalistas nacionales intervencionistas, restos de las viejas formaciones heroicas de "unitarios" — camisas rojas de Garibaldi— y, por fin, los fascios de combate de Mussolini.

No se trata, no, de cualquier cosa que pueda encomendarse frívolamente al primero que llegue. No parece que sea hoy en España problema superfluo éste de preguntarnos por la existencia misma de la Patria, de si es o no posible y lícito presenciar con impasibilidad su propia muerte. Esta angustia sobrepasa en rango a toda emoción monárquica o republicana, de derecha, de izquierda o de centro.

Al crear las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista, guiaba a sus jóvenes animadores la certeza matemática de que esa cuestión, ese problema de la existencia nacional española ante las arremetidas del marxismo, era de una cercanía y de una actualidad ineludibles.

El siglo XX nos trajo un manojo de verdades políticas, y pobres de los pueblos que las rechacen o ignoren. Citemos algunas: hundimiento definitivo del Estado demo- liberal; incapacidad de la burguesía liberal y parlamentaria para regir la vida política y económica de un gran pueblo; posibilidad de que la barbarie roja domine en los países de mando decrépito; restauración de los valores de autoridad y de tradición nacional; ruina del liberalismo económico y aparición de las corporaciones y sindicatos nacionales, como reguladores de la producción y del consuno.

El Nacional-Sindicalismo se inspira, pues, en varias certidumbres. Su táctica no es la lucha inmediata contra el Estado. En nuestro tiempo una lucha así, para no recaer en candores infantiles, requiere unas cuantas victorias previas. Por ejemplo: la conquista de la calle, constituir de hecho la esperanza y la protección del pueblo. El sentido combativo del Nacional-Sindicalismo, lo que tiene o pueda tener de ofensiva contra algo, reconoce un único y exclusivo blanco: las organizaciones marxistas. Nada más. Pero es evidente y claro como el sol que el marxismo es invulnerable a todas las arremetidas, menos a una: la violencia fría y sistemática que sobre él se ejerza. Violencia legítima, porque el marxismo es asimismo violencia sobre y contra la sociedad nacional.

El marxismo es, pues, el enemigo. La burguesía liberalparlamentaria es a su lado una ficción. El papel y la responsabilidad de ésta es, si acaso, servir al marxismo un éxito fácil. Facilitar la victoria marxista.

Pero el nacionalsindicalismo no tiene sólo finalidades destructoras. Responde a una necesidad social y política, y su primer bagaje es, por tanto, constructivo. Le alimenta la gran ambición de articular una nueva sociedad nacional y de hacer posible en ella y por ella el resurgimiento de la Patria española. Al extirpar el marxismo se extirpa la lucha de clases; esto es, la insolidaridad nacional, y se abre paso a la convivencia a que nos obliga sobre  todas las cosas nuestro carácter de españoles.

Ahora bien: la lucha de clases tiene dos caras. Hoy se practica con su doble carácter de lucha de las organizaciones obreras contra las patronales, y viceversa. Si existe algún resquicio para impedir esa lucha, algún plano donde algo superior imponga coactivamente a unos y otros la sumisión, es el plano “nacional”, el plano del Estado nacional, donde reside la dimensión de los intereses superiores a las clases: aquellos que afectan a la existencia misma de la nación y de la Patria española. Pues no hay patria ni imperio posible sin una economía ni una cultura; es decir, si el pueblo no come ni alcanza a disfrutar y comprender el espíritu de su raza. Esta es la enseñanza y la realidad del imperio católico, que supo hacer la gran España del siglo XVI.

Por tanto, denunciar a las organizaciones marxistas como fuerzas traidoras y declarar fuera de la circulación y de la modernidad al espíritu liberal-burgués obliga a mucho: a edificar de nuevo cuño un Estado nacional. Es la faena nacionalsindicalista, hoy sobre los hombros de unos cuantos grupos juveniles, unos centenares de universitarios y obreros, españoles de alma animosa y de coraje áspero. De su tarea hablarán en su periódico, de próxima reaparición, "La Conquista del Estado", auténtico foco inicial de la nueva España. El nacionalsindicalismo portugués, de cuya constitución dio noticia la Prensa, procede ya, en rigor, de este núcleo español a que aludimos. De aquí salió el nombre y la consigna. El espíritu y la letra.

 

[La Nación, Madrid, año IX, nº 2203, 13 – enero – 1933, p. 1 – 2.]