[Texto manuscrito y sin fechar de una carta de Ramiro Ledesma Ramos, dirigida a Eugenio D’Or. Por el contenido de la misma, se desprende que pudo ser escrita en abril de 1930. Archivo Ramiro Ledesma Ramos]
Carta a Eugenio D’Ors
En un artículo de usted, sobre pintura, aparecido en “La Gaceta Literaria” de 1º de abril, hay unas alusiones insólitas a la Fenomenología. Compara usted la significación de esta escuela o tenencia filosóficas con la que corresponde en pintura al llamado Impresionismo. Sólo caben dos explicaciones al tosco error que usted padece: O usted ignora lo que es la Fenomenología, o usted no sabe lo que es el impresionismo. Como todos le reconocemos gran autoridad en cosas de arte, no es posible sostener la segunda hipótesis. Queda en pié la primera: Su ignorancia absoluta de la filosofía fenomenológica. Insinúa usted que los fenómenos que considera esta filosofía equivalen a los “furtivos y dispersos contenidos de conciencia”, o sea que se trata de un desmandado psicológico de la más aguda gravedad. Unas lecciones elementales sobre fenomenología serían suficientes para que cualquier muchacho un poco avispado del Instituto polemizase con usted sobre estas cosas. La fenomenología es precisamente un método para la captura de esencias, que no parece consistan entre lo fugitivo y disperso, y esa primera intención fenoménica que extravía a usted de manera tan radical no es una solemne creación de objetos de conocimientos sino la más primaria, previa y simple actitud frente a las cosas. La palabra fenómeno no quiere decir contenido de conciencia. Ni tiene tampoco relación con los fenómenos que consideran las filosofías idealistas tradicionales. (Sobre esto escribo más largamente en un ensayo que publicaré en breve, De Rickert a la Fenomenología, y que debe usted leer). Sólo añadiré aquí la exacta definición que da Heidegger de lo que debe entenderse del fenómeno: Sich en ihm sellost Zeigende. “Lo que es patente por sí mismo”, que podríamos decir en castellano. (El hacer esto posible es la característica del Logos fenomenológico.) Cuando se habla, pues, de los fenómenos de la Fenomenología no podemos entender cosas distintas a esa. Y hay un mostrarse por sí mismo tanto en el fenómeno de aparecérseme Sirio como en el tener ante mí el problema metafísico acerca de Dios.
Lo que asusta a todos los filósofos no es el temor a ser refutados, sino más bien el temor a no ser comprendidos. A mí me parece muy bien, señor d’Ors, que usted no sea fenomenólogo. Lo que no sólo me parece muy mal, sino que califico de intolerable infidelidad a los más simples deberes que requieren las tareas de la Inteligencia, es que usted hable de la fenomenología sin tener de ella un conocimiento riguroso. Ignorando lo que ella investiga y es. Claro que a sus años, dirá usted, no es cosa de ponerse a estudiar los primeros rudimentos de una filosofía. Casi diría de la filosofía.
Pero el origen de esas comparaciones desgraciadas se me ofrece con toda nitidez. Usted ha sido sorprendido por la denominación de un movimiento pictórico, la “neue sachlidikeit” —la nueva objetividad— que se interpreta hoy como un impresionismo disfrazado.
Parece, señor, d’Ors, que la cultura española alcanza hoy una cota de tal naturaleza que excluye los confucionismos de hace 15 ó 20 años. Hemos llegado gentes enamoradas del rigor y de la lealtad a los valores supremos de la cultura. Debe usted respetar nuestro trabajo y no perturbar las jornadas con voces de arbitrariedad y desorden. Su vida intelectual supone un notorio fracaso en los sectores de la filosofía. Tiene usted en cambio bien merecidos laureles en otros aspectos de la cultura. ¿A qué se debe, por tanto, ese obstinado y contumaz deseo de presentarse con careta de filósofo cuando es patente en usted la falta de formación y de información que corresponde a los filósofos?
Claro que la Fenomenología puede ser combatida. En el ensayo que publicaré, y a que antes hice alusión, expongo varias objeciones —algunas de grave carácter— que los discípulos de Rickert oponen a los avances fenomenológicos. Se critica en una filosofía la falsa solución que dan a unas cuestiones que ella misma acepta. O bien se denuncia cómo hay dificultades teoréticas que quedan fuera del área estricta sobre la que ella ciñe y legitima la función del conocimiento. Etc, etc. Como no se combate en modo alguno una filosofía es desconociéndola, ignorándola y envolviéndola en categorías personalísimas, de enclave subterráneo y secreto con los recintos de la pequeña vanidad y de la vileza del espíritu.
Suyo afmo.
R. Ledesma Ramos.