Un grupo compacto de españoles jóvenes se dispone hoy a intervenir en la acción política de un modo intenso y eficaz. No invocan para ello otros títulos que el de una noble y tenacísima preocupación por las cuestiones vitales que afectan a su país. Y, desde luego, la garantía de que representan la voz de estos tiempos, y de que es la suya una conducta política nacida de cara a las dificultades actuales. Nadie podrá eludir la afirmación de que España atraviesa hoy una crisis política, social y económica, tan honda, que reclama ser afrontada y resuelta con el máximo coraje. Ni pesimismos ni fugas desertoras deben tolerarse ante ella. Todo español que no consiga situarse con la debida grandeza ante los hechos que se avecinan, está obligado a desalojar las primeras líneas y permitir que las ocupen falanges animosas y firmes.

La primera gran angustia que se apodera de todo español que adviene a la responsabilidad pública es la de advertir cómo España -el Estado y el pueblo españoles- vive desde hace casi tres siglos en perpetua fuga de sí misma, desleal para con los peculiarísimos valores a ella adscritos, infiel a la realización de ellos, y, por tanto, en una autonegación suicida, de tal gravedad, que la sitúa en las lindes mismas de la descomposición histórica. Hemos perdido así el pulso universal. Nos hemos desconexionado de los destinos universales, sin capacidad ni denuedo para extirpar las miopías atroces que hasta aquí han presidido todos los conatos de resurgimiento. Hoy estamos en la más propicia coyuntura con que puede soñar pueblo alguno. Y como advertimos que los hombres de la política usual -monárquicos y republicanos-, las agrupaciones que los siguen y los elementos dispersos que hasta aquí han intervenido en las elaboraciones decisivas, no logran desligarse de las mediocres contexturas del viejo Estado, nosotros, al margen de ellos, frente a ellos, más allá que ellos, sin división lateral de derechas e izquierdas, sino de lejanías y de fondos, iniciamos una acción revolucionaria en pro de un Estado de novedad radical.

La crisis política y social de España tiene su origen en la crisis de la concepción misma sobre que se articula el Estado vigente. En todas partes se desmorona la eficacia del Estado liberal burgués, que la revolución francesa del siglo XVIII impuso al mundo, y los pueblos se debaten hoy en la gran dificultad de abrir paso a un nuevo Estado, en el que sean posibles todas sus realizaciones valiosas. Nosotros nos encaminamos a la acción política con la concreta ambición de proyectar sobre el país las siluetas de ese nuevo Estado. E imponerlo. Una tarea semejante requiere, ante todo, capacidad para desvincularse de los mitos fracasados. Y la voluntad de incorporarnos, como un gran pueblo, a la doble finalidad que caracteriza hoy a las naciones: De un lado, la aportación al espíritu universal de nuestra peculiaridad hispánica, y de otro, la conquista de los resortes técnicos, la movilización de los medios económicos, la victoria sobre intereses materiales y la justicia social.

Las columnas centrales de nuestra actuación serán estas:

Supremacía del Estado

El nuevo Estado será constructivo, creador. Suplantará a los individuos y a los grupos, y la soberanía última residirá en él, y sólo en él. El único intérprete de cuanto hay de esencias universales en un pueblo es el Estado, y dentro de éste logran aquéllas plenitud. Corresponde al Estado, asimismo, la realización de todos los valores de índole política, cultural y económica que dentro de este pueblo haya. Defendemos, por tanto, un panestatismo, un Estado que consiga todas las eficacias. La forma del nuevo Estado ha de nacer de él y ser un producto suyo. Cuando de un modo serio y central intentamos una honda subversión de los contenidos políticos y sociales de nuestro pueblo, las cuestiones que aludan a meras formas no tienen rango suficiente para interesarnos. Al hablar de supremacía del Estado se quiere decir que el Estado es el máximo valor político, y que el mayor crimen contra la civilidad será el de ponerse frente al nuevo Estado. Pues la civilidad -la convivencia civil- es algo que el Estado, y sólo él, hace posible. ¡¡Nada, pues, sobre el Estado!!

Afirmación nacional

Frente al interior desquiciamiento que hoy presenciamos, levantamos bandera de responsabilidad nacional. Nos hacemos responsables de la Historia de España, aceptando el peculiarísimo substrato nacional de nuestro pueblo, y vamos a la afirmación de la cultura española con afanes imperiales. Nada puede hacer un pueblo sin una previa y radical exaltación de sí mismo como excelencia histórica. ¡Que todo español sepa que si una catástrofe geológica destruye la Península o un pueblo extranjero nos somete a esclavitud, en el mundo dejan de realizarse valores fundamentales! Más que nunca la vida actual es difícil, y hay que volver en busca de coraje a los sentimientos elementales que mantienen en tensa plenitud los ánimos. El sentido nacional y social de nuestro pueblo -pueblo ecuménico, católico- será éste: ¡El mundo necesita de nosotros, y nosotros debemos estar en nuestro puesto!

Exaltación universitaria

Somos, en gran parte, universitarios. La Universidad es para nosotros el órgano supremo -creador- de los valores culturales y científicos. Pueblos sin Universidad permanecen al margen de las elaboraciones superiores. Sin cultura no hay tensión del espíritu, como sin ciencia no hay técnica. La grandeza intelectual y la preeminencia económica son imposibles sin una Universidad investigadora y antiburocrática.

Articulación comarcal de España

La primera realidad española no es Madrid, sino las provincias. Nuestro más radical afán ha de consistir, pues, en conexionar y articular los alientos vitales de las provincias. Descubriendo sus mitos y lanzándolas a su conquista. Situándolas ante su dimensión más próspera. Por eso el nuevo Estado admitirá como base indispensable de su estructuración la íntegra y plena autonomía de los Municipios. Ahí está la magna tradición española de las ciudades, villas y pueblos como organismos vivos y fecundos. No hay posibilidad de triunfo económico ni de eficacia administrativa sin esa autonomía a que aludimos. Los Municipios autónomos podrán luego articularse en grandes confederaciones o comarcas, delimitadas por un margen de exigencias económicas o administrativas, y, desde luego, bajo la soberanía del Estado, que será siempre, como antes insinuamos, indiscutible y absoluta. Para vitalizar el sentido comarcal de España, nada mejor que someter las comarcas a un renacimiento que se realice al amparo de realidades actualísimas y firmes.

Estructura sindical de la economía

No pudieron sospechar los hacedores del Estado liberal burgués las rutas económicas que iban a sobrevenir en lo futuro. La primera visión clara del carácter de nuestra civilización industrial y técnica corresponde al marxismo. Nosotros lucharemos contra la limitación del materialismo marxista, y hemos de superarlo; pero no sin reconocerle honores de precursor muerto y agotado en los primeros choques. La economía industrial de los últimos cien años ha creado poderes e injusticias sociales frente a las que el Estado liberal se encuentra inerme. Así el nuevo Estado impondrá la estructuración sindical de la economía, que salve la eficacia industrial, pero destruya las «supremacías morbosas» de toda índole que hoy existen. El nuevo Estado no puede abandonar su economía a los simples pactos y contrataciones que las fuerzas económicas libren entre sí. La sindicación de las fuerzas económicas será obligatoria, y en todo momento atenida a los altos fines del Estado. El Estado disciplinará y garantizará en todo momento la producción. Lo que equivale a una potenciación considerable del trabajo. Queda todavía aún más por hacer en pro de una auténtica y fructífera economía española, y es que el nuevo Estado torcerá el cuello al pavoroso y tremendo problema agrario que hoy existe. Mediante la expropiación de los terratenientes. Las tierras expropiadas, una vez que se nacionalicen, no deben ser repartidas, pues esto equivaldría a la vieja y funesta solución liberal, sino cedidas a los campesinos mismos, para que las cultiven por sí, bajo la intervención de las entidades municipales autónomas, y con tendencia a la explotación comunal o cooperativista.

Del breve resumen anterior deducimos nuestra dogmática, a la que seremos leales hasta el fin. Y es ésta:

1.° Todo el poder corresponde al Estado.

2.° Hay tan sólo libertades políticas en el Estado, no sobre el Estado ni frente al Estado.

3.° El mayor valor político que reside en el hombre es su capacidad de convivencia civil en el Estado.

4.° Es un imperativo de nuestra época la superación radical, teórica y práctica del marxismo.

5.° Frente a la sociedad y el Estado comunista oponemos los valores jerárquicos, la idea nacional y la eficacia económica.

6.° Afirmación de los valores hispánicos.

7.° Difusión imperial de nuestra cultura.

8.° Auténtica elaboración de la Universidad española. En la Universidad radican las supremacías ideológicas que constituyen el secreto último de la ciencia y de la técnica. Y también las vibraciones culturales más finas. Hemos de destacar por ello nuestro ideal en pro de la Universidad magna.

9.° Intensificación de la cultura de masas, utilizando los medios más eficaces.

10.° Extirpación de los focos regionales que den a sus aspiraciones un sentido de autonomía política. Las grandes comarcas o Confederaciones regionales, debidas a la iniciativa de los Municipios, deben merecen, por el contrario, todas las atenciones. Fomentaremos la comarca vital y actualísima.

11.° Plena e integral autonomía de los Municipios en las funciones propia y tradicionalmente de su competencia, que son las de índole económica y administrativa.

12.° Estructuración sindical de la economía. Política económica objetiva.

13.° Potenciación del trabajo.

14.° Expropiación de los terratenientes. Las tierras expropiadas se nacionalizarán y serán entregadas a los Municipios y entidades sindicales de campesinos.

15.° Justicia social y disciplina social.

16.° Lucha contra el farisaico pacifismo de Ginebra. Afirmación de España como potencia internacional.

17.° Exclusiva actuación revolucionaria hasta lograr en España el triunfo del nuevo Estado. Métodos de acción directa sobre el viejo Estado y los viejos grupos políticos sociales del viejo régimen.

Nuestra organización

Nacemos con cara a la eficacia revolucionaria. Por eso no buscamos votos, sino minorías audaces y valiosas. Buscamos jóvenes equipos militantes, sin hipocresías frente al fusil y a la disciplina de guerra. Militares civiles que derrumben la armazón burguesa y anacrónica de un militarismo pacifista. Queremos al político con sentido militar, de responsabilidad y de lucha. Nuestra organización se estructurará a base de células sindicales y células políticas. Las primeras se compondrán de diez individuos, pertenecientes, según su nombre indica, a un mismo gremio o sindicato. Las segundas, por cinco individuos de profesión diversa. Ambas serán la unidad inferior que tenga voz y fuerza en el partido. Para entrar en una célula se precisará estar comprendido entre los diez y ocho y cuarenta y cinco años. Los españoles de más edad no podrán intervenir de un modo activo en nuestras falanges. Inmediatamente comenzará en toda España la organización de células sindicales y políticas, que constituirán los elementos primarios para nuestra acción. El nexo de unión es la dogmática que antes expusimos, la cual debe ser aceptada y comprendida con integridad para formar parte de nuestra fuerza. Vamos al triunfo y somos la verdad española. Hoy comenzamos la publicación de nuestro periódico, LA CONQUISTA DEL ESTADO, que primero será semanal y haremos diario lo antes posible.

Las adhesiones, así como la solicitación de detalles explicativos, deben enviarse a nombre del presidente, a nuestras oficinas, Avenida de Dato, 7, planta D. Madrid. Ha de consignarse en ellas con toda claridad el nombre, edad, profesión y domicilio.

(«La Conquista del Estado», n. 1, 14 - Marzo -1931)

 

El fracaso constituyente

El ansia de legitimar todos los poderes del Estado llevó a un núcleo de viejos políticos a proponer la fórmula constituyente. ¿Qué legitimación es esa que ellos entendían? Parece oportuno y de gran interés preguntarse esto, porque en la España actual las más leves confusiones se elevan a tinieblas. Si algo es hoy magnífico en la vida española, es el aletear corajudo que se advierte en las fuerzas nuevas. Hay que respetar ese coraje, y a la postre encomendarle incluso la elaboración de los minutos decisivos. No sólo en España, sino en el mundo todo, están en crisis los resortes históricos del Poder, y en todas partes se legitiman y se crean las victorias actuales, logradas de cara a nuestro tiempo.

España ha entrado felizmente ahora en período legitimador, y lo primero que debe impedirse es que controlen tal período las viejas organizaciones. Sería una burla para los españoles que, teniendo ante sí un problema universal del rango de éste, de la misma calidad que el que se les plantea a las grandes potencias europeas, como es el de constituir un Estado eficaz, se recaiga en los mitos fracasados y se acuda al siglo XIX en busca de formulitas salvadoras. Seria una burla, repetimos.

Hay dos Españas indudables en la pugna, a las que sólo el confusionismo puede hoy unir en la pelea. A un lado, la vieja España liberal, agotada y setentona, leguleya y miope, para quien las dificultades actuales se resuelven de plano en unas Cortes constituyentes. Enfrente está la España joven, nacida ya en el siglo XX, bien poco sensible a expansiones jurisperitas y retóricas. Fiel, por tanto, a su época, representada en su coraje y en sus puños. Los jóvenes serán comunistas o fascistas, no lo sabemos, pero sí auténticamente hispanos y actuales.

Por fortuna, el bloque constitucionalista se encontró sin fuerzas para gobernar. Hubiera sido triste cosa oír los discursos de don Melquiades y las risas de todos los tontos que se albergan en la choza rezagada. España no puede estar a merced de un capricho de la naturaleza, que ha permitido llegar a ochenta años a la media docena de honorables caballeros constituyentes. Que si algo necesitan constituir, es su sistema circulatorio.

Unas Cortes constituyentes significarían aquí la entrega de los destinos hispanos a las generaciones más viejas. Aceptando sus rencores, sus prejuicios y sus experiencias trasnochadas. Hay que impedir esto, y no creemos difícil un acuerdo sobre tal extremo con todas las fuerzas auténticamente jóvenes y nuevas del país.

La crisis socialista

Lo de menos es que en el partido socialista haya o no escisión. Más importante es advertir cómo, a causa de un rápido viraje hacia las preocupaciones burguesas, el socialismo español desvirtúa los orígenes marxistas que le informan y penetra en la fase decadente. El proceso socialista es el mismo en todas partes. Fracasada su capacidad revolucionaria en lo económico, intenta tener en los cuadros burgueses un papel interventor, a base de suplantar en su función a las fuerzas liberales de izquierda.

Quizá fuese el socialismo español, entre todos los de Europa, el que había permanecido hasta aquí más leal a la trayectoria marxista. No sufrió la prueba de la Gran Guerra, donde el espíritu socialista recibió los golpes más rudos. En cambio, forcejeó siempre con singular tacto y fortuna contra los viejos partidos, y logró salir inmáculo de entre ellos.

Hoy, en presencia de la cuestión del régimen, los socialistas no han logrado destacar ni un leve punto de vista que difiera del de los restantes grupos republicanos burgueses. Las últimas dimisiones y las palabras de los jefes comentándolas, así lo revelan. Aún más: si en algo se distingue y se distinguió la propaganda republicana que realizaron los socialistas, es por su esfuerzo en disuadir a las masas de poner los ojos en objetivos de índole social. La capacidad revolucionaria del socialismo se aminora, pues, en los momentos mismos en que se cree más revolucionario. Queda invalidado su ímpetu, ya que los militantes posibles obedecerán, si acaso, a una llamada que les ofrezca nuevas estructuras económicas, pero muy difícilmente aquella que tienda sólo a satisfacer veleidades de la burguesía.

La crisis socialista es universal y equivale a convertirse en un instrumento que utiliza la burguesía para obtener libertades frente al Estado. Con lo cual, si se va a alguna parte, es, desde luego, al extremo opuesto del marxismo. Pueden los socialistas hacer lo que les parezca; pero sería interesante que se dieran cuenta de ello. Ahora bien, el marxista que se da cuenta sabe ya dónde tiene que ir. No precisamente a las filas del socialismo.

La agrupación de intelectuales

La política es acción pura y eficacia pura. Quien no lo crea así, anda muy lejos de ser un político. En el manifiesto de intelectuales que hizo el señor Ortega y Gasset hay, por lo menos, la rectificación completa de todo cuanto hasta aquí ha escrito acerca de las relaciones del intelectual con la política. A los ocho meses de plantearse en España por las masas la defensa o la derrocación del régimen, surge el intelectual extrafino y acepta la contienda tal y como el pueblo antes que él la había comprendido.

El documento, de prosa perfecta, permanece todo él alejado de las realidades políticas universales -¡terrible cosa en un filósofo!- de este siglo. Se inicia una leva romántica para elaborar un Estado roussoniano, nacional y todo, que es el artilugio más desfallecido de futuro que hoy existe. Yo admiro mucho a Ortega como profesor -y aun creador- de filosofía. En cambio, me parece un político endeble sin valor para reconocer la fuerza de los hechos políticos nuevos que aún no tengan marchamo ideológico alguno. Este es un defecto radical, que invalida por completo la acción política de una persona. Además de ello, Ortega se ha movido siempre en el orbe de la vieja política, aun dedicado por entero a la tarea de censurarla. Por eso no ha salido de los problemas antiguos, y a lo sumo, después de veinte años, ha llegado a una mejor visión de ellos. Pero se le escapa lo actual, que es la palpitación más honda de los pueblos. Ese seguir engranado en la vieja política ha hecho que, por tremenda paradoja, ande Ortega ahora en los mismos afanes que los viejos políticos. Se hace responsable de sus rencores, aceptándolos, y esto si que es «hacer el primo». (Con frase suya reciente.)

El manifiesto nace con la intención de enrolar a los intelectuales en un entusiasmo político. Lo que va a acontecer con esa leva es que se descentren de sus tareas los buenos profesores de liceos y se crean con Ortega redentores del pueblo. A base de retórica y de ensueños líricos. En vista, como en el manifiesto se dice, de la «presencia activa y sincera de una generación en cuya sangre fermenta la substancia del porvenir». Creemos en la dimensión valiosa de esta generación a que se alude; pero también creemos que el hecho de ser valiosa la inmunizará contra esas levas inactuales y románticas.

Decir, como escribe Ortega, que fascismo y comunismo son callejones sin salida, equivale sencillamente a vivir de espaldas a los tiempos, con ceguera absoluta para los valores de hoy. El documento todo es inofensivo y el más gigantesco tópico que se ha puesto en circulación en estos años. Cualquiera puede suscribirlo, sin compromiso con nada ni con nadie. Lo único importante es su republicanismo. Pero ni en España ni fuera de España puede ser delito eso. Quizá todo lo contrario. En último extremo, cosa desde luego adjetiva. La República puede venir cuando guste.

(«La Conquista del Estado», n. 1, 14 - Marzo - 1931)

Es, sin duda, triste lo que acontece con esta entidad cultural. La tristeza indecorosa que protesta de su caducidad haciendo tonterías. El Ateneo tiene en su haber histórico una dedicación auténtica al servicio de la cultura superior de España. Hasta hace quince o veinte años, las conferencias de su salón y los cursillos de sus cátedras constituían de seguro la cima de los valores intelectuales. Todo es hoy distinto. El Ateneo, con su estructuración anacrónica y sus resabios antiguos, no significa ya nada positivo en la vida española. No por culpa de estas o aquellas personas, de esta o aquella orientación, sino por algo más hondo, que afecta a la fatalidad de las edades. El Ateneo ha perdido el contacto con los tiempos y vive una vida estelar, junto a una galería de retratos familiares, creándose artificiosamente su universo y adorando los viejos mitos del viejo siglo.

La tarea intelectual de alto velamen se ha polarizado felizmente en España en otro género de organismos, que ahí están, a la vista de todos, satisfaciendo sus tributos de creación. Gracias a ellos, la decadencia intelectual y física del Ateneo no supone la de nuestras actividades culturales. Estos organismos nacieron de frente a los valores fundamentales de la cultura y son hoy la garantía de que España dialoga con acento firme en los pugilatos supremos de la Inteligencia. No es preciso citarlos, porque todo el mundo conoce el amplio cerco de su sombra. Así el resurgir del espíritu universitario. Así esos otros centros que se llaman Centros de Estudios históricos, Laboratorio de Investigaciones físicas, Seminario matemático, Instituto Cajal, Sociedad de Cursos, Seminario de Estudios Internacionales, etc., etc.

¿Y los estudios superiores de Política?, se me dirá. El Ateneo ha mostrado en los últimos años un afán incontenible por la política. Nadie puede censurar esto en sí, porque la Política es «la más noble de las preocupaciones humanas». Pero cuidado: no se olvide que ello coincidía en el Ateneo con su agotamiento para las genuinas y valiosas funciones adscritas a su historia. Y tenía que llegarse a esto de ahora, espectáculo triste y de palidez, que tanto nos duele a los que somos poco amigos de contemplar desnudeces en ruina. Al rodar los temas políticos por el Ateneo no había cuidado, pues, de que nadie pretendiese situarlos en serio como aconteceres históricos, exclusiva función propia del intelectual. Del Ateneo no ha salido ni una idea universal ni un síntoma de que el sentido de los nuevos tiempos era allí comprendido. En vez de eso, el Ateneo, en presencia de los hechos culminantes de estos años -Gran Guerra, pujanza de los yanquis, fascismo italiano, revolución soviética-, ha hecho un deplorable papel. Era ello inevitable. Agotadas para el Ateneo las posibilidades creadoras, tuvo que refugiarse en los dominios de un pasado, del suyo. Especuló -y especula- con su haber histórico, mostrando a España cuanto le debe como centro cultural, implorando así la limosna de su crédito.

Pero hay más. Lo que hace traigamos a esta sección de deshacedores al viejo Ateneo: Hoy la influencia directriz del Ateneo es nefasta para el pueblo español. Vive anclado, como dijimos, en 1830, con sus valores progresistas. Todavía allí se grita con emoción eso de ¡Somos progresistas! Pero como sólo gritan, sin cuidarse lo más mínimo de progresar, se encuentran de pronto rezagados, midiendo los pasos del cangrejo, esto es, retrógrados. Da pena que en la vida española sean todavía posibles estas falacias de la reacción demoliberal. En los grandes días del actual Ateneo, cuando hay gran discurso montaraz, se forman en la puerta unas colas de hombres del pueblo. Siempre he identificado estos actos en que se sirve al pueblo con crueldad fría la morbosa y rutinaria prédica con la función adscrita a la literatura pornográfica.

Si uno redujese su cultura política a lo que se dice y se oye en el Ateneo, seguiría creyendo que nada ha acontecido en el Mundo desde la Gloriosa. La vida universal del último cuarto de siglo no ha suscitado problemas nuevos ni hecho desaparecer los antiguos, según la concepción ateneística. Algunos jóvenes que allí hay -lectores por lo menos de Marx- se salen un poco de esa vulgaridad; pero es lo cierto que predomina en el Ateneo el viejo espíritu podrido del siglo XIX y esos jóvenes, aunque guiñen el ojo, como quien no se deja engañar, a la postre resultan vencidos, entregados con disciplina a los imperativos del ambiente.

En fin, creemos que el Ateneo representa hoy en la vida española un tope y un tópico. El tope impide la marcha, no deja hacer, retiene a los españoles en tareas desvanecidas. Deshace, en una palabra. El tópico es hacer creer a la gente que allí hay finos intelectuales que pulsan la más leve vibración de los nuevos tiempos.

Entidad retrógrada, reaccionaria: el Ateneo. He aquí la verdad pura.

(«La Conquista del Estado», n. 1, 14 - Marzo - 1931)

Es indudable que el mundo atraviesa una era revolucionaria. Hacen un viraje las rutas vigentes, y se invalidan. Los poderes históricos se encuentran de pronto vacíos de impulso, como si nada tuviesen que ver con los hechos del día. Desarticulados de los resortes íntimos y decisivos que rigen el mundo nuevo. Una fase de violencia se aproxima, pues, de modo inevitable al servicio de esas convulsiones. El ejemplo de las fuerzas políticas que se organizan en milicia civil es rotundo y claro. A través de la postguerra, los nacionalismos agresivos, que lograron un enlace social con la hora presente, han triunfado; esto es: han movilizado huestes valerosas. Asimismo, en porción menor, los comunistas.

Pero es curioso que fuerzas pacifistas, de ramplona mirada liberal y democrática, pretenden ahora adquirir también eficiencia guerrera. Como si el valor y el heroísmo fuesen mercancías que se abandonan o adquieren a capricho. Hay grupos sociales antiheroicos por constitución natural, a los cuales será risible entregar una bayoneta. Decimos esto a la vista de algunos fenómenos que hoy se dan. Así, esa manifestación de Reischbaner en las ciudades alemanas. Horsing, creador de esas banderas democráticas, ha sentido la necesidad de copiar a Hitler, uniformando sus huestes en un desfile incoloro.

Las falanges hitlerianas obedecen fielmente en su formación los imperativos políticos y sociales de estos años. Son, pues, algo vivo, que se enraíza en lo más hondo de nuestro tiempo, que interpreta los afanes de nuestro tiempo. Frente a ellas, de modo artificioso, para defender cosas que en 1931 no pueden pasar de la superficie de la persona, se forman otras milicias con ilusas esperanzas de predominio.

Nosotros denunciamos en el hecho mismo del plagio una subversión curiosa. Pues si yo me apropio y utilizo los valores que otro trae consigo, me convierto en dependiente suyo, en admirador fundamental de su gesto. Es la contradicción que existe en párrafos como el siguiente, publicado en un articulo de la revista madrileña Nosotros:

«Se impone la formación del bloque antifascista. Si las organizaciones de vanguardia no tienen el suficiente sentido político para concertar una acción ofensiva de gran envergadura, por lo menos hay derecho a esperar que sí podrían ponerse de acuerdo para exterminar en su punto de partida toda formación fascista».

Esto es, haciéndose fascistas. La cosa es clara, y, en este caso, el triunfo del fascismo rotundo.

(«La Conquista del Estado», n. 1, 14 - Marzo - 1931)

Estará nuevamente en España, en las Baleares, isloteando, el gran conde de Keyserling, el gran vividor y bebedor de la filosofía alemana de posguerra.

¿A qué vuelve a España Keyserling?

Los periódicos lo dicen. Pero los periódicos nunca saben lo que dicen. Dicen los periódicos que va a ser el eje de una nueva inteligencia castellano-catalana de «selectos intelectuales». Que se le va a dedicar una especie de feria de ideas.

¡Menuda feria! ¡Es de hace años que el conde anda buscando esta Burgramesse española! Pero en España tenía buenos corredores y comisionistas y no ha tardado en encontrarla.

El conde -como siglos atrás el pío Erasmo, otro castizo flamenco de la filosofía- trata de consolidar dos negocios, que es uno mismo en el fondo: el pangermanismo. Por un lado, busca la amistad española para dar que pensar a la pobrecita Francia. Y, por otro, quiere asegurar el mercado hispano-americano cultivando bien los agentes más autorizados de la metrópoli hispana.

No es que nos parezca mal del todo el báquico conde del Balta. Y mucho menos el esfuerzo imperialista de Alemania por alumbrar «un nuevo mundo que la nace» frente a la decadencia «des Abendlandes», frente a la mezquindad occidental.

Pero conviene advertir que, aunque trate a nuestros selectos como a «colonizados», aún hay en nuestro país quien mira duro a las caras duras. Y que hay quien no se embarca en todos los tiovivos de las ferias. Por muy de ideas alemanas que sean estas lonjas de contratación.

(«La Conquista del Estado», n. 1, 14 - Marzo - 1931)