Un grupo compacto de españoles jóvenes se dispone hoy a intervenir en la acción política de un modo intenso y eficaz. No invocan para ello otros títulos que el de una noble y tenacísima preocupación por las cuestiones vitales que afectan a su país. Y, desde luego, la garantía de que representan la voz de estos tiempos, y de que es la suya una conducta política nacida de cara a las dificultades actuales. Nadie podrá eludir la afirmación de que España atraviesa hoy una crisis política, social y económica, tan honda, que reclama ser afrontada y resuelta con el máximo coraje. Ni pesimismos ni fugas desertoras deben tolerarse ante ella. Todo español que no consiga situarse con la debida grandeza ante los hechos que se avecinan, está obligado a desalojar las primeras líneas y permitir que las ocupen falanges animosas y firmes.
La primera gran angustia que se apodera de todo español que adviene a la responsabilidad pública es la de advertir cómo España -el Estado y el pueblo españoles- vive desde hace casi tres siglos en perpetua fuga de sí misma, desleal para con los peculiarísimos valores a ella adscritos, infiel a la realización de ellos, y, por tanto, en una autonegación suicida, de tal gravedad, que la sitúa en las lindes mismas de la descomposición histórica. Hemos perdido así el pulso universal. Nos hemos desconexionado de los destinos universales, sin capacidad ni denuedo para extirpar las miopías atroces que hasta aquí han presidido todos los conatos de resurgimiento. Hoy estamos en la más propicia coyuntura con que puede soñar pueblo alguno. Y como advertimos que los hombres de la política usual -monárquicos y republicanos-, las agrupaciones que los siguen y los elementos dispersos que hasta aquí han intervenido en las elaboraciones decisivas, no logran desligarse de las mediocres contexturas del viejo Estado, nosotros, al margen de ellos, frente a ellos, más allá que ellos, sin división lateral de derechas e izquierdas, sino de lejanías y de fondos, iniciamos una acción revolucionaria en pro de un Estado de novedad radical.
La crisis política y social de España tiene su origen en la crisis de la concepción misma sobre que se articula el Estado vigente. En todas partes se desmorona la eficacia del Estado liberal burgués, que la revolución francesa del siglo XVIII impuso al mundo, y los pueblos se debaten hoy en la gran dificultad de abrir paso a un nuevo Estado, en el que sean posibles todas sus realizaciones valiosas. Nosotros nos encaminamos a la acción política con la concreta ambición de proyectar sobre el país las siluetas de ese nuevo Estado. E imponerlo. Una tarea semejante requiere, ante todo, capacidad para desvincularse de los mitos fracasados. Y la voluntad de incorporarnos, como un gran pueblo, a la doble finalidad que caracteriza hoy a las naciones: De un lado, la aportación al espíritu universal de nuestra peculiaridad hispánica, y de otro, la conquista de los resortes técnicos, la movilización de los medios económicos, la victoria sobre intereses materiales y la justicia social.
Las columnas centrales de nuestra actuación serán estas:
Supremacía del Estado
El nuevo Estado será constructivo, creador. Suplantará a los individuos y a los grupos, y la soberanía última residirá en él, y sólo en él. El único intérprete de cuanto hay de esencias universales en un pueblo es el Estado, y dentro de éste logran aquéllas plenitud. Corresponde al Estado, asimismo, la realización de todos los valores de índole política, cultural y económica que dentro de este pueblo haya. Defendemos, por tanto, un panestatismo, un Estado que consiga todas las eficacias. La forma del nuevo Estado ha de nacer de él y ser un producto suyo. Cuando de un modo serio y central intentamos una honda subversión de los contenidos políticos y sociales de nuestro pueblo, las cuestiones que aludan a meras formas no tienen rango suficiente para interesarnos. Al hablar de supremacía del Estado se quiere decir que el Estado es el máximo valor político, y que el mayor crimen contra la civilidad será el de ponerse frente al nuevo Estado. Pues la civilidad -la convivencia civil- es algo que el Estado, y sólo él, hace posible. ¡¡Nada, pues, sobre el Estado!!
Afirmación nacional
Frente al interior desquiciamiento que hoy presenciamos, levantamos bandera de responsabilidad nacional. Nos hacemos responsables de la Historia de España, aceptando el peculiarísimo substrato nacional de nuestro pueblo, y vamos a la afirmación de la cultura española con afanes imperiales. Nada puede hacer un pueblo sin una previa y radical exaltación de sí mismo como excelencia histórica. ¡Que todo español sepa que si una catástrofe geológica destruye la Península o un pueblo extranjero nos somete a esclavitud, en el mundo dejan de realizarse valores fundamentales! Más que nunca la vida actual es difícil, y hay que volver en busca de coraje a los sentimientos elementales que mantienen en tensa plenitud los ánimos. El sentido nacional y social de nuestro pueblo -pueblo ecuménico, católico- será éste: ¡El mundo necesita de nosotros, y nosotros debemos estar en nuestro puesto!
Exaltación universitaria
Somos, en gran parte, universitarios. La Universidad es para nosotros el órgano supremo -creador- de los valores culturales y científicos. Pueblos sin Universidad permanecen al margen de las elaboraciones superiores. Sin cultura no hay tensión del espíritu, como sin ciencia no hay técnica. La grandeza intelectual y la preeminencia económica son imposibles sin una Universidad investigadora y antiburocrática.
Articulación comarcal de España
La primera realidad española no es Madrid, sino las provincias. Nuestro más radical afán ha de consistir, pues, en conexionar y articular los alientos vitales de las provincias. Descubriendo sus mitos y lanzándolas a su conquista. Situándolas ante su dimensión más próspera. Por eso el nuevo Estado admitirá como base indispensable de su estructuración la íntegra y plena autonomía de los Municipios. Ahí está la magna tradición española de las ciudades, villas y pueblos como organismos vivos y fecundos. No hay posibilidad de triunfo económico ni de eficacia administrativa sin esa autonomía a que aludimos. Los Municipios autónomos podrán luego articularse en grandes confederaciones o comarcas, delimitadas por un margen de exigencias económicas o administrativas, y, desde luego, bajo la soberanía del Estado, que será siempre, como antes insinuamos, indiscutible y absoluta. Para vitalizar el sentido comarcal de España, nada mejor que someter las comarcas a un renacimiento que se realice al amparo de realidades actualísimas y firmes.
Estructura sindical de la economía
No pudieron sospechar los hacedores del Estado liberal burgués las rutas económicas que iban a sobrevenir en lo futuro. La primera visión clara del carácter de nuestra civilización industrial y técnica corresponde al marxismo. Nosotros lucharemos contra la limitación del materialismo marxista, y hemos de superarlo; pero no sin reconocerle honores de precursor muerto y agotado en los primeros choques. La economía industrial de los últimos cien años ha creado poderes e injusticias sociales frente a las que el Estado liberal se encuentra inerme. Así el nuevo Estado impondrá la estructuración sindical de la economía, que salve la eficacia industrial, pero destruya las «supremacías morbosas» de toda índole que hoy existen. El nuevo Estado no puede abandonar su economía a los simples pactos y contrataciones que las fuerzas económicas libren entre sí. La sindicación de las fuerzas económicas será obligatoria, y en todo momento atenida a los altos fines del Estado. El Estado disciplinará y garantizará en todo momento la producción. Lo que equivale a una potenciación considerable del trabajo. Queda todavía aún más por hacer en pro de una auténtica y fructífera economía española, y es que el nuevo Estado torcerá el cuello al pavoroso y tremendo problema agrario que hoy existe. Mediante la expropiación de los terratenientes. Las tierras expropiadas, una vez que se nacionalicen, no deben ser repartidas, pues esto equivaldría a la vieja y funesta solución liberal, sino cedidas a los campesinos mismos, para que las cultiven por sí, bajo la intervención de las entidades municipales autónomas, y con tendencia a la explotación comunal o cooperativista.
Del breve resumen anterior deducimos nuestra dogmática, a la que seremos leales hasta el fin. Y es ésta:
1.° Todo el poder corresponde al Estado.
2.° Hay tan sólo libertades políticas en el Estado, no sobre el Estado ni frente al Estado.
3.° El mayor valor político que reside en el hombre es su capacidad de convivencia civil en el Estado.
4.° Es un imperativo de nuestra época la superación radical, teórica y práctica del marxismo.
5.° Frente a la sociedad y el Estado comunista oponemos los valores jerárquicos, la idea nacional y la eficacia económica.
6.° Afirmación de los valores hispánicos.
7.° Difusión imperial de nuestra cultura.
8.° Auténtica elaboración de la Universidad española. En la Universidad radican las supremacías ideológicas que constituyen el secreto último de la ciencia y de la técnica. Y también las vibraciones culturales más finas. Hemos de destacar por ello nuestro ideal en pro de la Universidad magna.
9.° Intensificación de la cultura de masas, utilizando los medios más eficaces.
10.° Extirpación de los focos regionales que den a sus aspiraciones un sentido de autonomía política. Las grandes comarcas o Confederaciones regionales, debidas a la iniciativa de los Municipios, deben merecen, por el contrario, todas las atenciones. Fomentaremos la comarca vital y actualísima.
11.° Plena e integral autonomía de los Municipios en las funciones propia y tradicionalmente de su competencia, que son las de índole económica y administrativa.
12.° Estructuración sindical de la economía. Política económica objetiva.
13.° Potenciación del trabajo.
14.° Expropiación de los terratenientes. Las tierras expropiadas se nacionalizarán y serán entregadas a los Municipios y entidades sindicales de campesinos.
15.° Justicia social y disciplina social.
16.° Lucha contra el farisaico pacifismo de Ginebra. Afirmación de España como potencia internacional.
17.° Exclusiva actuación revolucionaria hasta lograr en España el triunfo del nuevo Estado. Métodos de acción directa sobre el viejo Estado y los viejos grupos políticos sociales del viejo régimen.
Nuestra organización
Nacemos con cara a la eficacia revolucionaria. Por eso no buscamos votos, sino minorías audaces y valiosas. Buscamos jóvenes equipos militantes, sin hipocresías frente al fusil y a la disciplina de guerra. Militares civiles que derrumben la armazón burguesa y anacrónica de un militarismo pacifista. Queremos al político con sentido militar, de responsabilidad y de lucha. Nuestra organización se estructurará a base de células sindicales y células políticas. Las primeras se compondrán de diez individuos, pertenecientes, según su nombre indica, a un mismo gremio o sindicato. Las segundas, por cinco individuos de profesión diversa. Ambas serán la unidad inferior que tenga voz y fuerza en el partido. Para entrar en una célula se precisará estar comprendido entre los diez y ocho y cuarenta y cinco años. Los españoles de más edad no podrán intervenir de un modo activo en nuestras falanges. Inmediatamente comenzará en toda España la organización de células sindicales y políticas, que constituirán los elementos primarios para nuestra acción. El nexo de unión es la dogmática que antes expusimos, la cual debe ser aceptada y comprendida con integridad para formar parte de nuestra fuerza. Vamos al triunfo y somos la verdad española. Hoy comenzamos la publicación de nuestro periódico, LA CONQUISTA DEL ESTADO, que primero será semanal y haremos diario lo antes posible.
Las adhesiones, así como la solicitación de detalles explicativos, deben enviarse a nombre del presidente, a nuestras oficinas, Avenida de Dato, 7, planta D. Madrid. Ha de consignarse en ellas con toda claridad el nombre, edad, profesión y domicilio.
(«La Conquista del Estado», n. 1, 14 - Marzo -1931)