España debe reconocer el Gobierno ruso. Nosotros, enemigos radicales del Estado comunista, podemos expresar esta opinión con todo vigor y autoridad. Es inútil obstruir un hecho triunfante, como es el hecho ruso, y no comprendemos qué clase de temores impide a España llegar al reconocimiento ese.
Hoy la Rusia soviética es un pueblo donde se realizan experimentos económicos y sociales de gran radio. Conviene tenerlos muy a la vista. De otra parte, se ha convertido en un Estado nacional, atento a sus preocupaciones de orden interior, y nadie cree ya que a los Soviets interese hoy otra cosa que el éxito nacionalista de su tarea. Quizá uno de los nacionalismos más fervorosos de Europa sea éste de los rusos, recluidos en sí mismos, cultivando la empresa optimista de la prosperidad rusa. Como cualquier otro pueblo.
A más de esto, en la Rusia actual se tiende a un tipo de Estado que se apartará cada día más del patrón comunista. Hay que esperar en breve que surjan las aristocracias de la revolución, las minorías inteligentes y dominadoras que con un poco de cinismo y un mucho de visión histórica se apoderen con todas las formalidades que se quieran de los medios de producción y de todos los resortes políticos del Estado.
Es el tránsito del Estado comunista incipiente que surgió con la Revolución de octubre al Estado nacional, eficaz y poderoso, que la Europa postliberal comienza a adoptar también. Véase como ejemplo el Estado fascista.
Llega, pues, la fase crítica del Estado soviético, y la dictadura de Stalin garantiza la trayectoria que señalamos.
España debe reconocer a los Soviets. Dialogar y establecer relaciones comerciales. No volver la espalda mediocremente a ese orbe por ellos descubierto.
Rusia, repetimos, ha abandonado sus sueños primeros de revolución universal y permanente. Podrá algún día superar el estadio nacionalista que hoy atraviesa y convertir sus afanes en afanes de imperio. Mas esto pertenece ya a las posibilidades legítimas de los pueblos.
España es fuerte y posee bien arraigadas sus esencias hispánicas. No creemos muy airosa su posición actual, de ser débil que vuelve la cara por no recibir contagios de los aires que llegan. No es un gran pueblo aquel que elude las dificultades, sino el que va hacia ellas y las vence.
Prometemos insistir en este punto. Deseamos y pedimos relaciones diplomáticas y comerciales con los Soviets. Y para ello daremos a nuestras notas aires de campaña.
Sólo el viejo espíritu liberal burgués puede asustarse de la presencia en Madrid de una bandera soviética. Como se asusta de las camisas negras fascistas. De todo lo que huela a eficacia y a violencia creadora.
Pero si algo sucumbe de modo definitivo en España es el viejo espíritu liberal. Los que todavía se llaman liberales, o son unos cucos que obran, desde luego, como si no lo fueran, o son unos ingenuos ateneístas.
Precisamente las polarizaciones de fuerzas que deseamos para España son las que se realicen en torno a una idea nacional, hispánica, de legítima ambición española, con todas sus consecuencias de Estado fuerte y auténtico, o bien de una idea comunistizante, desertora de los destinos de España y al margen de los valores eminentes del hombre. He aquí los dos polos. Todo lo demás, vejez, escombros y abogadismo liberal burgués.
¡Pedimos y queremos relaciones diplomáticas con Rusia!
(«La Conquista del Estado», n. 4, 4 - Abril - 1931)