Las horas revolucionarias se están convirtiendo en horas reaccionarias. Y aun algo más grave. En horas de peligro para la existencia misma de la Patria. Nuestro último número ha corrido la misma suerte que el anterior al último. Denunciado por el fiscal y recogido por la policía. Molesta al Gobierno nuestra campaña contra los traidores del separatismo catalán, pues él se sabe cómplice suyo, responsable por cobardía, del vergonzoso crimen histórico que allí se trama. Así acontece el hecho increíble de que un Estado nos persiga por defender su propia integridad. Hasta ese punto andan por los suelos los prestigios hispánicos. Resulta que el Gobierno de Madrid no sólo no nos defiende de los atropellos a que el despotismo de Maciá nos somete en Cataluña, sino que se dispone a torpedear nuestras campañas.
Las libertades políticas conseguidas por el pueblo parece que no alcanzan la robustez suficiente para oponerse con ánimo vivo a la desmembración de la Patria. Unos tiranuelos mediocres confunden los fines nacionales con los de su propio egoísmo, y con inconsciencia de perturbados favorecen las propagandas traidoras.
Nosotros esperamos para muy en breve un levantamiento del pueblo que lance a estos usurpadores y entregue el Gobierno a un auténtico Poder revolucionario. Ya se ve como respetan los imperativos demoliberales que le dieron el triunfo. Persiguiendo con saña a los pocos periódicos que en medio de la cobardía general dicen con voz recia las verdades amargas. LA CONQUISTA DEL ESTADO reclama libertad del Estado liberal, y no creemos que ello equivalga a pedir peras al olmo. Nosotros, entiéndase bien, hemos superado radicalmente esa etapa decimonónica burguesa que se conforma con el disfrute de las llamadas libertades; pero no podemos otorgar el derecho a suprimirlas a un Gobierno cuya única fuente de Poder es el compromiso de dotar a nuestro pueblo de libertades políticas. Un Estado moderno que emprenda la realización de una gigantesca obra nacional, que actúe de cara a las nuevas eficacias de este siglo, puede, sin duda, sacrificar los afanes críticos y obligar al pueblo a la colaboración grandiosa. Pero un régimen demoliberal, un Estado anacrónico como el que padecemos, es incapaz de tareas así; sus hombres son hombres mínimos, que viven emociones quiméricas y en la práctica propenden al abuso de oponerse a las ideas que perjudican sus particulares intereses.
La persecución que hoy se efectúa contra LA CONQUISTA DEL ESTADO hace patente la hipocresía de los tiranuelos. Como no comprenden las actitudes postliberales de la gente moza, que rechazan sus melindres retóricos, tratan de aniquilar sus medios de expresión. No conseguirán esto los viejos reaccionarios. Nosotros somos inaniquilables. Si el Gobierno nos impide actuar dentro de la ley, persiguiendo despóticamente a LA CONQUISTA DEL ESTADO, nos queda aún el gran recurso grato, después de todo, a las juventudes: el de actuar revolucionariamente fuera de la ley.
(«La Conquista del Estado», n. 18, 11 - Julio - 1931)