Hace unas semanas que los grupos políticos derechistas pusieron en circulación el propósito de lograr para Castilla un Estatuto autonómico. Ni un sólo minuto de perplejida tuvimos al conocer tal monstruosidad histórica y política. No nos fue preciso dedicar muchas cavilaciones a ese proyecto para descubrir todo lo que encerraba y encierra de estupidez, reveladora de estas dos cualidades que parecen hoy residir en las altas esferas rectoras del derechismo: intereses inconfesables y espíritu de sacristía de aldea.

Parece que los lanzadores y propulsores de semejante despropósito son, de una parte, Gil Robles, el caudillo "raté"... jefe de la fracción católica más reñida con la idea nacional de España, más fiel al vaticanismo político y más insensible a toda posible vigorización de nuestro pueblo. Y de otro lado, los líderes llamados agrarios, los Cid y el famoso harinero de Palencia, don Abilio Calderón, conocidos truchimanes e impertérritos caciques de Castilla.

Jesuitismo y harina parecen ser, pues, los dos ingredientes de la campaña estatutista próxima. Unos ponen el espíritu, el pobre espíritu averiado. Otros, el pan, el pan blanco, que no simboliza los intereses de los agricultores y campesinos, sino los intereses de unas docenas de harineros, dueños y señores de Castilla.

NUESTRA REVOLUCION aclarará en uno de sus próximos números, con profusión de datos, todo cuanto significa de desgraciado e inconfesable esa campaña del Estatuto.

Hace ya mucho tiempo que sabemos bien a qué atenernos respecto al "patriotismo" derechista, sobre todo al de las fuerzas más directamente clericales y ligadas a las sacristías. Si prosiguen ahora adelante eso del Estatuto castellano -cuya sola petición es el síntoma más alarmante que puede ofrecerse acerca del posible desquiciamiento nacional de España-, será más fácil que nunca desenmascarar esas fuerzas y recusarlas como enemigas de la fortaleza y de la unidad españolas.

Cada día es más evidente en nosotros la sospecha de que la debilidad nacional de España se debe en gran parte al patriotismo inoperante, falso y sin calor que hasta ahora ha regido, incubado y orientado en el sector derechista a que más directamente aludimos.

Hay que denunciar ese falso y averiado patriotismo, y sustituirlo por una idea nacional viva, impetuosa, ungida de la entraña popular, como la que nosotros representamos y como la que de modo infalible brotará -y ya está brotando- entre los trabajadores y juventudes.

Denunciamos desde ahora el supuesto Estatuto de Castilla como inadmisible, como antinacional y como el síntoma peor de nuestra posible ruina histórica.

Pero si las derechas lo postulan, ello supondrá que todas las ideas seculares suyas sobre las que han construido la nación de España caen asimismo hechas trizas. Sólo lamentaríamos, llegada la concesión de ese Estatuto, que tales ruinas no pillasen debajo a todo el tinglado sacristanesco, para que no volviese a resurgir nunca más.

Repetimos que con toda la amplitud debida trataremos en nuestros próximos números cuanto sabemos y se nos ocurre acerca del Estatuto castellano. Que es mucho y de interés.

(«Nuestra Revolución», n. 1, 11 - Julio -1936)