La lectura directa de la obra viquiana es ciertamente difícil. Sin embargo, resulta hoy fundamental, pues Vico significa el primer gesto humano de enfrentarse con la Historia, de dar sentido y necesidad a la Historia. La Historia será esto o aquello, pero tiene una interna arquitectura, dócil al pensamiento. Vico fue un napolitano solitario, hombre dieciochesco, ensimismado de deliquios. Deliquios intelectuales, claro está, no otros, pero deliquios. Con ellos, a base de ellos, se propuso fundar un nuevo saber, una scienza nuova, hasta entonces no sospechada por nadie. Una ciencia surge de modo inevitable en cuanto dispongamos de sus objetos. El señalar éstos como tales objetos es la tarea del creador, y denuncia, para nosotros, la viabilidad de una investigación nueva. La «ciencia nueva» de Vico es nada menos que la filosofía de la Historia. Su objeto es la Historia misma. Pero veamos claro, no nuestro corriente saber histórico, que es extracientífico, desvirtualizado en hechos individuales e irreductibles; tampoco, en sentido estricto, el acontecer histórico real, en su mostrenca desnudez. Pues se trata de perseguir un saber universal; por tanto, de algo que tolere ese género de saberes. Es la unidad histórica misma, en tanto es considerada y pensada toda ella por alguien. No se le ha reparado bien en este carácter de la obra de Vico, que escudriñaba la perspectiva privilegiada de la Historia, encomendándola al puro pensar de ella, con todo el optimismo racionalista de su siglo. Leyendo el libro de Richard Peters, discípulo del viejo Breysis y entusiasta y denodado investigador de Vico, aparecen con toda claridad los resortes secretos de este hombre misterioso, que tiene todas las características del hombre a quien hastían unos saberes y busca y crea otros. A todos los grandes creadores les mueve un poco ese afán. Pero en Vico adquiere su cota máxima. Se ve al náufrago de un momento histórico, devoto provinciano, en Nápoles, frente a la imperial inteligencia de Centroeuropa, tan lejana de Vico. Allí, con un poco de burla y de enojo, nace la filosofía de la Historia universal, disciplina de empaque como la que más, con la modestia del Cristo. El problema de Vico es certero, y está ahí, devorando meditaciones. De las dos tareas de Vico —una, de descubridor; otra, de realizador—, la primera tiene todas las perfecciones, y difícilmente pudo delimitarse de mejor modo, con su visión de los ciclos históricos, la envergadura del problema de la Historia, considerándola, en su totalidad, como un ser orgánico. Una vez Vico en posesión de la legitimidad de su problema, comienza su labor de sistematización histórica, de explicación de las situaciones históricas, ya dóciles a la idea primordial que informa el hecho mismo de que esas investigaciones se realicen. Vico se aplica con denuedo a aclarar los orígenes de la Historia, los períodos borrosos que en ella existen, repletos de malentendidos. Vico, por fortuna, estaba libre de la arqueología, y su única información de los tiempos antiguos —a lo menos, la información por él preferida— eran los mitos, lenguaje tan leve, tan ingrávido, que se nos escapa como un fluido. Aquí yace quizá el error capital de Vico, que invalida, al parecer, su tarea segunda de cultivador de su propio huerto. Vico nos sirve una interpretación de los mitos que sólo se diferencia de otras, que puedan hacerse, en que se somete a la idea genial de estructuración histórica manejada por él.

Por otra parte, Vico es un honrado católico y hombre de no muchas disponibilidades de concepción intelectual. De las que, por el contrario, iba a estar superdotado, un poco más tarde, el gran Hegel, que también arremetió vigorosamente contra las dificultades de este orden, pero con otras armas bien distintas, si bien ciñéndose a la cuestión planteada por Vico, que era decisiva y anterior. Pero en Hegel no hay ciclos: hay un viaje único de la Historia universal, que se realiza sin repeticiones. La idea capital de Vico —que, realmente, no es otra que la de advertir y denunciar que la Historia, como objeto que es de una ciencia rigurosa, está sometida a leyes— adquiere en Hegel, con sus opulencias de intelecto, esa construcción imperial y disciplinada que dio remate de sistema a su labor. También el devenir histórico está aquí ya presente y contribuye a disolver todas las nieblas. Hay que partir de Vico. Los estudios que hoy se hacen sobre temas de filosofía de la Historia adolecen, quizá, de ese pecado original que supone no acordarse de Vico.

Nuestro tiempo deja de interesarse por lo histórico —como nada romántico que es— y gusta más que nunca de lo historiológico. Por cierto que aquí, en España, donde este vocablo ha nacido con bella oportunidad, mucha falta nos hace una transmutación en este sentido, por leve que sea. Pues siempre hemos naufragado aquí entre el cerebro reseco y minúsculo del erudito, con cierta abundancia de datos, y el teorizante ignaro, con las mismas características cerebrales que el erudito.

 

(La Gaceta Literaria, n. 91, 1 - Octubre- 1930)