Noviembre de 1935
Los acontecimientos escisionistas, a que terminamos de referirnos, estuvieron a punto de arrollar la plataforma política en que venía apoyándose Primo de Rivera, lo que hubiera implicado su retirada de la vida política, por lo menos en el sentido de ser una política interpretadora de «lo fascista».
Ahora bien, también obraron esos acontecimientos como un revulsivo, como una denuncia de errores, a los que dar cara, so pena de morir sacrificado a ellos. Primo de Rivera, con inteligencia, extrajo de ese revulsivo y de sus enseñanzas el aprendizaje debido. Eso le permitió reponerse, no sin vencer angustias y vacilaciones, y dar cara, con cierta audacia personal, a la nueva ruta que tenía delante. Para ello, hizo dos cosas. Una, reforzar su proyección personal sobre la organización que le quedaba. Otra, recoger y hacer suyos los propósitos mismos que esgrimían los elementos que se escisionaron.
Primo publicó un nuevo semanario, Arriba, y centuplicó su esfuerzo hasta reorganizar de nuevo los elementos de que disponía. INSISTIO, CON MÁS VIGOR QUE NUNCA, EN LAS CONSIGNAS PROPIAS DEL JONSISMO, HACIÉNDOSE INTÉRPRETE DE ELLAS Y SU MEJOR PROPAGADOR. En algunas intervenciones parlamentarias, y en otros discursos, acentuó su carácter antirreaccionario y juvenil. De ese modo logró, innegablemente, que sus grupos se moviesen en una órbita más fecunda que la indicada por él mismo otras veces.
Primo de Rivera ha tenido el acierto de seguir las consignas jonsistas, independizándose, por tanto, del espíritu derechista, que en España es por completo inoperante para toda empresa nacional profunda.
Resulta, pues, que Primo ha terminado por adoptar y aceptar casi todas las plataformas críticas que fueron la causa de que los jonsistas mantuviesen, desde las primeras horas siguientes a la unificación, toda una larga serie de batallas internas que culminaron en la actitud escisionista última. Primo, ahora, y de acuerdo con lo que aquéllos pedían, ha desplazado a los ineptos falangistas de primera hora y ha acentuado su consigna de un sindicalismo nacional.
La ruta actual de Falange encierra aún evidentes dificultades. Son, desde luego, dificultades propias de la misión que pretende desarrollar. No es nada seguro que esas dificultades puedan ser vencidas por Primo de Rivera. Le acechan mil peligros, entre ellos, el de caer en una organización de carácter sectarista, en una capilla político-literaria, a base de escritores epicénicos y pedantesco protocolo. Le acecha también el peligro de no resistir suficientemente la presión de los reaccionarios y de ser satélite de esas fuerzas (1). Primo no debe olvidar que su victoria será tanto más propia en tanto menos apoye en las concepciones de los reaccionarios la idea nacional y social de su bandera, en tanto consiga mantener el contacto con las grandes zonas de españoles a la intemperie. Las clases medias de las ciudades y el campesinado pueden darle, junto al ingrediente de las juventudes universitarias, fuerzas sociales suficientemente vigorosas para una intervención fecunda en el presente nacional.
Nada pronosticamos, sin embargo. Las organizaciones que controla Primo de Rivera atraviesan aún etapas que no se prestan sino a augurios confusos. Y es asimismo notorio que él mismo deriva con facilidad a desviaciones que serían verdaderamente mortales para su futuro.
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Ramiro Ledesma y sus amigos creen, con más firmeza cada día, que su escisión y rompimiento con Falange equivale de hecho para ellos a la liquidación definitiva de una concepción que les era preciso superar. Se están operando en España grandes transformaciones; ha habido ocasión, asimismo, de recibir grandes enseñanzas y llega, quizá, deprisa la hora oportuna para dar de nuevo, con otras perspectivas, la gran batalla nacional y social que España y los españoles necesitan.
Los grupos escisionados, una vez que no consiguieron el control total de la organización antigua, perdieron entre sí el contacto. Hoy están dispersos, en parte. Unos, en organizaciones obreras de la derecha. Otros, acampados muy cerca del marxismo, del que procedían. Pero la mayor parte espera de Ramiro Ledesma la consigna de reagrupación y el aldabonazo que les llame para la lucha nueva.
Realmente, estos elementos están, en muchos sentidos, alejados de las concepciones estrictamente «fascistas». Tanto sus nortes políticos como los de índole social-económica rebasan quizá la esfera de soluciones y aspiraciones del fascismo. Permanecen, desde luego, en la órbita nacional de servicio a la Patria española. Pretenden que la revolución nacional, vigorizadora, sobre todo, de la unidad de España, alcance un sentido social, que consista, incluso, en abordar el problema de la revocación del régimen capitalista. Ni por un momento aceptan la tesis reaccionaria de que la idea nacional, el patriotismo, tenga que estar ligado a un régimen de explotación de la gran mayoría del pueblo. Esa supuesta Patria de los reaccionarios no es la suya, y dispuestos están a raerla de la Historia.
Ledesma se ha trasladado a Barcelona, donde parece reanudará la publicación de La Patria libre y acentuará esa bandera que diseñamos. No pretenden ya, tanto él como sus camaradas, organizar, ni remotamente, el fascismo. Lo que en las viejas J.O.N.S. había de fascismo lo recoge hoy Primo de Rivera, sobre todo en sus propagandas últimas. Aquéllos entienden que su misión es otra.
Diríamos, para terminar, que a Ramiro Ledesma y a sus camaradas les viene mejor la camisa roja de Garibaldi que la camisa negra de Mussolini.
Nota:
(1) Ya en un mitin reciente pedía la constitución, con las derechas, de un frente, que él llamaba patriótico. Mal camino de deslizamiento es ése. Por ahí no llevará la organización sino el fracaso, camino de aparenciales victorias parlamentaristas. Los reaccionarios harían de Primo un nuevo Albiñana, con su partida de la porra correspondiente, para salvaguardar su posición antipopular y regresiva. La tendencia de Primo a pactar con los cedistas es también, evidentemente, un error considerable.