JONS (Número 1)

Informe político para el Partido

En abril de 1931 era efectivamente insostenible, indefendible, la realidad política de la monarquía. Ahí radica, quizá, la licitud del hecho revolucionario que presentó a los españoles la posibilidad de un salto airoso. Pudo entonces pensarse que el simple advenimiento de la República conseguiría afirmar y robustecer la expresión nacional, basando su ruta en los más limpios valores de nuestro pueblo. Ello era bien difícil, sin embargo, porque la revolución fue iniciada o impulsada en nombre de dos tendencias políticas igualmente recusables como engendradoras de ciclo alguno valioso.

Esas dos fuerzas, únicas que iban a colaborar en la constitución del Estado nuevo, tienen estos rótulos: burguesía liberal y marxismo. Ninguna otra cosa, ninguna organización que no sea lícito incluir en esas dos denominaciones, tuvo vida efectiva, realidad «política» efectiva, en aquellos meses primeros de la República ni aun siquiera la tiene hoy mismo. No hemos conocido, pues, en los dos años de vigencia del régimen, otra pugna política que ésa: de un lado, burguesía liberal, de derecha, de izquierda o de centro, con unos afanes que se limitan y concretan a implantar en España una democracia parlamentaria. De otro lado, las fuerzas marxistas, agrupadas casi totalmente en el partido socialista.

Siendo está la realidad política sobre la que se operaba y edificaba la revolución de abril, eran facilísimamente previsibles estas dos cosas: Primera, que las nuevas instituciones quedarían al margen de la autenticidad española, de espaldas al histórico imperativo que antes dijimos daba licitud a la revolución, el de dar conciencia nacional, española, a los españoles; segunda, que correspondería al partido socialista el control efectivo del nuevo régimen; es decir, que se inauguraban en España las etapas rotundas y claras de una revolución socialista.

La pugna entre la burguesía liberal, cuyo más caracterizado representante es Lerroux, y el marxismo, tuvo bien pronto efectividad en la política republicana. Recuérdese el episodio Lerroux-Prieto, ya en el mes de julio de 1931. Lerroux fue vencido, naturalmente, y desde aquella hora misma la balanza revolucionaria tuvo una franca preferencia, una segura inclinación hacia los intereses, las ideas y las posiciones del partido socialista.

Así era y así tenía necesariamente que ser. La democracia burguesa y parlamentaria está hoy por completo, en todo el mundo, vacía de posibilidades, ajena a la realidad social y política de nuestro tiempo. Sólo el hecho de aparecer en España al filo de una «revolución fácil» como la de abril puede explicar que hoy se agrupen grandes núcleos de españoles en torno a esa fórmula ineficaz y boba. El marxismo, venciendo a Lerroux, no realizaba, en efecto, una empresa de romanos.

Ahora bien, esa imposibilidad revolucionaria, histórica, de que las fuerzas demoliberales desplazaran al marxismo, puso ante España el peligro, notoriamente grave, de una plenitud socialista de franco perfil bolchevique. Si ello no ha acontecido aún se debe a que las etapas de la revolución española, que ha tenido que ir pasando por una serie de ilusiones populares, se caracterizan por una cierta lentitud. A la vez, porque, afortunadamente, el partido socialista no posee una excesiva capacidad para el hecho revolucionario violento, cosa a que, por otra parte, no le habría obligado aún a realizar la mecánica del régimen parlamentario y, además, que existen grandes masas obreras fuera de la disciplina y de la táctica marxistas. Por ejemplo, toda la C.N.T.

Sin presunción alguna, declaramos que toda la trayectoria política desde abril, ha sido predicha por nosotros con cabalísima exactitud. Ello era, desde luego, tarea sencilla y fácil. Bastaba un ligero conocimiento de lo que es una revolución y conservar un mínimum de serenidad para advertir la presencia de los hechos en su relieve exacto. Hace ya, pues, muchos meses que la única tarea en realidad urgente para todos cuantos dispongan de una emoción nacional que defender frente al marxismo sombrío, antiespañol y bárbaro, era la de romper esa dualidad a que nos venimos refiriendo; es decir, presentar en el ruedo político, donde forcejeaban radicales y socialistas, una tercera cosa, una tercera tendencia, algo que lograse, de un lado, la eficacia constructiva, nacional y poderosa que la burguesía demoliberal no conseguía ni podía conseguir y, de otro, que dispusiese de vigor suficientemente firme para batir al marxismo en su mismo plano revolucionario y violento.

Ni por la derecha ni por la izquierda ha sido comprendido ese clamor, advertida esa necesidad. Claro que ello significaría que España levantaba, efectivamente, su gesto histórico, casi desconocido y oculto desde hace nada menos que dos siglos. En vez de eso, hubo las jornadas insurreccionales de agosto, el golpe de Estado de Sanjurjo, al grito, no se olvide, de «¡Viva la soberanía nacional!», con que solía también finalizar sus proclamas Espartero. Era inminente entonces el Estatuto de Cataluña y ya una realidad el triunfo del partido socialista sobre Lerroux. El fracaso del golpe de agosto hizo que la situación incidiese de nuevo en las características que venimos presentando con insistencia: democracia parlamentaria o marxismo.

Así seguimos, pues fuera de la acción de nuestro Partido, juzgada, presentada y perseguida por el Gobierno como actividad fascista, no hay nada en el horizonte de España que tienda a romper esa limitación. No es preciso hablar de los esfuerzos de organización que los elementos llamados de «derecha» realizan con cierta profusión, porque no han sido capaces de incorporar nada, presentándose en la política como partidarios de esas formas mismas que venimos señalando como fracasadas e impotentes. En efecto, los periódicos y partidos que representan a lo que se denomina «las derechas» -caduca rotulación que es preciso desterrar, como esa otra de «izquierdas»- se han unido a los clamores de la democracia parlamentaria, suspiran por ella todos los días, traicionando así el deber en que se hallaban de favorecer la presencia de una nueva política, del tipo y carácter de la que hoy aparece en todo el mundo como triunfal y victoriosa, recogiendo en sus fuentes más puras el afán que todos sentimos de arrancar de una vez la carátula de desgracias, decadencias, complejos de inferioridad o como quieran llamarse, que define y destroza la faz auténtica de España.

Redactamos este informe en las horas mismas en que se resiente el actual Gobierno Azaña bajo la presión obstruccionista. No sabemos qué acontecerá; pero sí que sea lo que quiera, no ha de contradecir ni una de las afirmaciones que hemos hecho. Podrán o no irse los ministros socialistas. Es lo mismo. Porque lo verdaderamente esencial es que si el partido socialista retira sus ministros lo hará con la exacta garantía de que el nuevo Gobierno no manejará resortes «nacionales» contra el marxismo; es decir, que no se unirá o será influido por el tipo de política a que tienden de modo fatal las situaciones políticas que, por unas u otras causas, dan batalla al marxismo. Este peligro lo advierten hoy los socialistas en un Gobierno Lerroux. En opinión nuestra, de modo infundado, porque a Lerroux le adornan todas las solemnes decrepitudes de la burguesía liberal y parlamentaria.

Los socialistas, su táctica y su técnica marxistas, son el auténtico peligro, dentro o fuera del Poder. Dentro, porque todos los españoles deben tener la seguridad de que prepararán de un modo frío, implacable y sistemático la revolución socialista. Fuera, porque si dimiten es con la garantía de que serán respetados, guardados y defendidos sus reductos.

Si alguna conclusión se deduce lógicamente de este informe, que creemos justo y verdadero, es la de que nuestro Partido, las JONS, se encuentra en la línea de la eficacia más segura. Es lícito que proclamemos que, o se extiende y organiza el Partido hasta alcanzar la fuerte adhesión de los mejores núcleos españoles, con capacidad para comprender o intuir nuestro doble y cruzado carácter «nacional y sindicalista», «sindicalista y nacional», o bien España es fatal y tristemente una presa socialista; el segundo experimento mundial de la revolución roja. El dilema es implacable. O esto o aquello. Así de simple, de sencilla y dramática es la situación de España, como lo es, en resumen, la situación misma del mundo.

O las flechas «jonsistas» imponen su victoria insurreccional contra el marxismo o el triunfo de la revolución socialista es seguro.

(«JONS», n. 1, Mayo 1933)

Las JONS lanzan su Revista teórica, es decir, sus razones polémicas frente a aquellas de que dispone y maneja el enemigo. El Partido dará así a la juventud nacional española una línea de firmeza inexpugnable. No sólo la consigna justa, la orden eficaz y el grito resonante, sino también las razones, el sistema y las ideas que consigan para nuestro movimiento «jonsista» prestigio y profundidad. La Revista «JONS» no será para el Partido un remanso, un derivativo que suplante y sustituya en nuestras filas el empuje elemental, violento, el coraje revolucionario, por una actitud blanda, estudiosilla y «razonable». No. «JONS» será justamente el laboratorio que proporcione al Partido la teoría revolucionaria que necesita. No hará, pues, un camarada nuestro el gesto más leve, la acción más sencilla, sin que sirva con rotundidad lógica a una teoría revolucionaria, a unos perfiles implacables, que constituyen nuestra fe misma de españoles, nuestro sacrificio, nuestra entrega a la España nuestra.

Aquí aparecerán, pues, justificadas con cierta rigidez, con cierta dureza, las orientaciones del Partido. A ellas han de permanecer sujetos los propagandistas y los organizadores locales que hoy piden al movimiento bases teóricas, doctrina «jonsista». Porque las JUNTAS DE OFENSIVA NACIONAL-SINDICALISTA no disponen sólo de un estilo vital, es decir, de un modo de ser activo, militante y revolucionario, que es el alma misma de las juventudes de esta época, sino que, a la vez, disponen de una doctrina, de una justificación, de un impulso en el plano de los principios teóricos.

Ahora bien; ya tiene razón -sin más razones- nuestro movimiento cuando declara estar dispuesto a combatir violentamente a las fuerzas marxistas. Para hacer eso, basta permanecer fiel a algo que es anterior y primero que toda acción política, que toda idea y toda manifestación: el culto de la Patria, la defensa de nuestra propia tierra, de nuestro ser más primario y elemental: nuestro ser de españoles. Quede esto dicho con claridad, en primera y única instancia: para combatir al marxismo no hacen falta razones, mejor dicho, huelgan las razones.

Pero el movimiento JONS es antimarxista y otras cosas también. Lo necesitamos todo. Pues las generaciones que nos han antecedido de modo inmediato, nos hacen entrega de una herencia exigua. Algún hombre aislado, de gran emoción nacional y de gran talla. Pero ningún lineamiento seguro, ningún asidero firme en que apoyarnos. Todo hemos de hacerlo y todo lo haremos. Buscando, frente a las ausencias inmediatas, las presencias lejanas, rotundas y luminosas del gran siglo imperial, y también de los años mismos en que aparecieron por vez primera nuestros haces, nuestras flechas enlazadas: la unidad nacional, la realidad histórica de España, los signos creadores y geniales de Isabel y de Fernando.

El movimiento JONS es el clamor de las gentes de España por recuperar una Patria, por construir -o reconstruir- estrictamente una Nación deshecha. Pero también la necesidad primaria del pueblo español en el orden diario, el imperativo de una economía, el logro de pan y justicia para nuestras masas, el optimismo nacional de los españoles.

En fin, camaradas, al frente de este primer número os pido fe en las JONS, fe en las consignas justas del partido, fe en España y fe en el esfuerzo de la juventud nacional. Pues con ese bagaje haremos la revolución y triunfaremos.

(«JONS», n. 1, Mayo 1933)