No tenemos necesidad de hacer muchos gestos ante las derivaciones de la última crisis. Cuanto ha sucedido está perfectamente de acuerdo con lo que es y supone para España la revolución de abril. No hay ni ha habido, pues, sorpresas. En dos años realiza su aprendizaje hasta el más indotado, y si todavía existen anchas zonas políticas que se siguen alimentando de inconsciencias, las dejamos porque no puede ser nuestra tarea la de pinchar fantasmas.
La realidad está ahí, e indica rotundamente que Azaña permanece, cumpliendo su destino de sostener ante los españoles una cúspide visible. Indica también que el poder socialista robustece sus raíces, sigue esgrimiendo y explotando a su favor la necesidad de consumar y conservar las instituciones de la democracia parlamentaria. Todavía le son útiles a sus fines. Por doble motivo: desarma de un lado los propósitos de la burguesía lerrouxista, que está ahí inerme ante la audacia socialista, viéndose obligada a romper ella misma la normalidad constitucional, a adoptar, por ejemplo, la violencia que supuso la obstrucción; y, de otro, conviene al socialismo la actual situación democrática, porque le permite ir injertando con precisión su táctica marxista en las etapas lógicas de la revolución.
De nuevo, pues, la crisis ha evidenciado la incapacidad de la burguesía liberal para oponerse a la ascensión marxista. Es lo que siempre hemos dicho, y lo que, aparte nuestras afirmaciones sobre España, nos ha llevado a iniciar una acción antiliberal, de carácter violento, contra el marxismo. No puede pedirse, claro, a organizaciones de típico carácter liberal burgués, y menos a sus ancianos líderes, que abandonen sus creencias políticas para adoptar francamente nuestra actitud nacional-sindicalista contra el marxismo, pero sí parece lícito obligarles a que confiesen y proclamen su fracaso, sin retener ni un minuto más la esperanza de las gentes en torno a sus tácticas ineficaces y marchitas.
El partido radical de Lerroux será siempre vencido por la estrategia socialista. Lo de ahora es un ejemplo más para que se den cuenta de ello los poco versados en lógica revolucionaria. Nosotros no lo necesitábamos, ciertamente, porque esa seguridad nutre el existir político mismo de nuestro Partido. Pero bien lo necesitan algunas organizaciones de «la derecha», cuya ruta nos interesa por su afinidad a nosotros en el afán antimarxista. Se prepara para desenvolver con pompa una actividad electoral, crean miles y miles de comités, y cantan victoria porque venden muchos ejemplares de sus periódicos y reúnen masas densas en los mítines.
Nos da coraje advertir un día y otro en «El Socialista» con qué fácil facilidad reducen a pavesas las canijas y pobres trincheras de las oposiciones. Vencerán, si, hasta que seamos nosotros sus contendientes únicos; pero entonces tendrá el drama su desenlace auténtico, y ellos ante sí la estrategia, las razones y el tipo de pelea que reclama su monstruosidad antinacional y bárbara.
No digamos más de la crisis. Para nosotros, una lección que, repetimos, nos teníamos bien aprendida.
(«JONS», n. 2, Junio 1933)