JONS (Número 2)

No tenemos necesidad de hacer muchos gestos ante las derivaciones de la última crisis. Cuanto ha sucedido está perfectamente de acuerdo con lo que es y supone para España la revolución de abril. No hay ni ha habido, pues, sorpresas. En dos años realiza su aprendizaje hasta el más indotado, y si todavía existen anchas zonas políticas que se siguen alimentando de inconsciencias, las dejamos porque no puede ser nuestra tarea la de pinchar fantasmas.

La realidad está ahí, e indica rotundamente que Azaña permanece, cumpliendo su destino de sostener ante los españoles una cúspide visible. Indica también que el poder socialista robustece sus raíces, sigue esgrimiendo y explotando a su favor la necesidad de consumar y conservar las instituciones de la democracia parlamentaria. Todavía le son útiles a sus fines. Por doble motivo: desarma de un lado los propósitos de la burguesía lerrouxista, que está ahí inerme ante la audacia socialista, viéndose obligada a romper ella misma la normalidad constitucional, a adoptar, por ejemplo, la violencia que supuso la obstrucción; y, de otro, conviene al socialismo la actual situación democrática, porque le permite ir injertando con precisión su táctica marxista en las etapas lógicas de la revolución.

De nuevo, pues, la crisis ha evidenciado la incapacidad de la burguesía liberal para oponerse a la ascensión marxista. Es lo que siempre hemos dicho, y lo que, aparte nuestras afirmaciones sobre España, nos ha llevado a iniciar una acción antiliberal, de carácter violento, contra el marxismo. No puede pedirse, claro, a organizaciones de típico carácter liberal burgués, y menos a sus ancianos líderes, que abandonen sus creencias políticas para adoptar francamente nuestra actitud nacional-sindicalista contra el marxismo, pero sí parece lícito obligarles a que confiesen y proclamen su fracaso, sin retener ni un minuto más la esperanza de las gentes en torno a sus tácticas ineficaces y marchitas.

El partido radical de Lerroux será siempre vencido por la estrategia socialista. Lo de ahora es un ejemplo más para que se den cuenta de ello los poco versados en lógica revolucionaria. Nosotros no lo necesitábamos, ciertamente, porque esa seguridad nutre el existir político mismo de nuestro Partido. Pero bien lo necesitan algunas organizaciones de «la derecha», cuya ruta nos interesa por su afinidad a nosotros en el afán antimarxista. Se prepara para desenvolver con pompa una actividad electoral, crean miles y miles de comités, y cantan victoria porque venden muchos ejemplares de sus periódicos y reúnen masas densas en los mítines.

Nos da coraje advertir un día y otro en «El Socialista» con qué fácil facilidad reducen a pavesas las canijas y pobres trincheras de las oposiciones. Vencerán, si, hasta que seamos nosotros sus contendientes únicos; pero entonces tendrá el drama su desenlace auténtico, y ellos ante sí la estrategia, las razones y el tipo de pelea que reclama su monstruosidad antinacional y bárbara.

No digamos más de la crisis. Para nosotros, una lección que, repetimos, nos teníamos bien aprendida.

(«JONS», n. 2, Junio 1933)

Está ya un poco dentro de la tradición española el partido tradicionalista mismo. Las JONS han declarado siempre que recogen de él su temperatura combativa, su fidelidad a los nortes más gloriosos de nuestra Historia y su sentido insurreccional, como un deber del español en las horas difíciles y negras. Será en todo caso lamentable que sólo un partido así, con las limitaciones a que le obligaba su carácter de estar adscrito a una persona o rama dinástica, haya sido a lo largo de todo un siglo de vida española el único para quien las voces nacionales, el clamor histórico de España y nuestro gran pleito con las culturas, pueblos y naciones extranjeras y enemigas, constituía la realidad más honda.

No tiene la culpa, claro es, el partido tradicionalista de que haya sido sólo él quien se mostraba sensible ante los valores españoles en peligro, tocando a rebato tenaz y heroicamente, en presencia de los atropellos y desviaciones traidoras que se consumaban. El ha sido testigo de cómo surgía, se extendía y triunfaba en el país un sistema intelectual para quien España era un pobre pueblo, sin grandeza ni cultura genuina, al que había que llevar a la escuela de Europa para que aprendiese el abecedario. El destacaba por ahí unos cuantos hombres de mérito que tenían poco menos que esconderse para decir de un modo recatado y silencioso, en las cátedras, o de un modo lírico y de fugacísima eficacia, en los mítines de plaza de toros, que, por el contrario, España era un pueblo genial, creador de valores universales y ejecutor de hechos históricos resonantes y decisivos para el mundo. El veía, por último, la ineficacia radical en torno, admirado y señalado como un residuo pintoresco de la cazurra fidelidad a cosas y mitos absurdos e irreales.

Pero han llegado para España días pavorosos, en que su mismo ser nacional está a la intemperie, batido por intereses, ideales y fuerzas que todos sabemos al servicio de un plan de aniquilamiento y destrucción de España.

Es en ese momento crítico cuando muchos nos hemos dado cuenta de que hay que formar en torno a la idea nacional española, sacrificándolo todo a su vigor y predominio victorioso. Esa es la palabra decisiva de nuestros cuadros y la consigna fundamental que corresponde defender y cumplir a los haces «jonsistas».

Pero tarea semejante requiere hacerse cargo de un modo total de los problemas y dificultades todas que hoy asaltan el vivir político, social y económico de España. Aquí radica la que pudiéramos llamar «insuficiencia» del partido tradicionalista. No come el pueblo ni se mantiene próspera la economía nacional porque todos clavemos los ojos y fijemos la atención admirativa ante los hechos y gestos de Carlos V, el gran emperador hispánico. No se hace frente a las exigencias y apetencias vitales del pueblo español mostrándole lo que exigieron y apetecieron nuestros antepasados. No se resuelven las crisis ni se atajan las catástrofes económicas, ni se aplacan las pugnas sociales porque restauremos la vigencia de los sistemas, estructuras y formas de vida social y económica de tal o cual siglo, cuando no había economía industrializada, ni maquinas, ni corrientes ideológicas como las que hoy mueven y encrespan frenéticamente a la humanidad.

No admitimos, pues, que sea el partido tradicionalista ni ninguna otra organización similar la que logre que las masas españolas se incorporen a un orden nacional, creador y fecundo. El culto a la tradición es, en efecto, tarea vital, imprescindible; pero el ímpetu de los pueblos que marchan y triunfan requiere cada minuto una acción sobre realidades inmediatas, una victoria sobre dificultades y enemigos que se renuevan y aparecen diferentes cada día. El partido tradicionalista sólo tiene armas y puntería para un enemigo que, por cierto, ya es una sombra: la democracia liberal. Y está inerme ante otros que hoy son poderosos, fuertes y temibles, por ejemplo: el marxismo.

Las JONS sienten como el que más una admiración honda al pasado español; pero declaramos nuestra voluntad de acción y de dominio en el plano de la España de hoy sin que nos trabe ni emblandezca la rebusca de soluciones tradicionales. Hay una Nación y un pueblo a quien salvar, y nosotros lo haremos a base de tres consignas permanentes -Patria, Justicia y Sindicatos- que ofrecen a nuestra ambición de españoles, a nuestra juvenilísima voluntad de lucha, amplio campo de combate y de acción.

En la marcha siempre tendremos un saludo que ofrecer a los tradicionalistas, cuyas juventudes serán necesariamente nuestras, porque la gravedad de la hora española y su misma exigencia vital de sacrificarse eficazmente, las conducirá a nosotros, las traerá a nuestra causa «jonsista», esgrimiendo nuestras flechas revolucionarias contra los enemigos visibles e invisibles de la Patria.

Es, sin duda, hermoso recluirse con fervor en las horas grandes de la Historia de España. Pero hay el compromiso de marchar, de conducir y salvar a la España que hoy -precisamente hoy- alienta y existe. Dejemos la contemplación de minorías de estudiosos que se encargarán de ofrecernos con amor y pulcritud los frutos tradicionales.

¿Tiene capacidad de acción el partido tradicionalista? ¿No quebrantaron su fuerza insurreccional las guerras civiles y no vive ya un poco su heroísmo entre ensoñación de recuerdos y frases formularias de tópico?

Estamos seguros de que la gran mayoría de sus juventudes intuirá o comprenderá la urgencia de incorporarse a más amplias banderas, de cara a los tiempos que vivimos y reconquistar para España, para el pueblo español, dignidad, justicia y pan.

(«JONS», n. 2, Junio 1933)

No somos ni podemos ser otra cosa que revolucionarios. Lo que las JONS pretenden es exactamente una revolución nacional. Y de tal modo es oportuna y precisa nuestra tarea, que quizá hasta hoy hubiera resultado imposible lanzar a las gentes de España una tal consigna. No existía firmeza alguna en nada desde donde iniciar con éxito las voces de guerra ni conocía nadie la existencia concreta de un enemigo cercano a quien batir. Todo ha variado felizmente, y nosotros no interpretamos la dictadura militar de Primo de Rivera y la victoria premarxista a que hoy asistimos sino como episodios de análogo estilo, que preparan sistemática y rotundamente las circunstancias españolas para que sea posible organizar el triunfo de una revolución nacional.

La sangre joven de España comienza a irritarse al comprender el drama histórico que pesa sobre nuestra cultura, sobre nuestro bienestar y sobre nuestras posibilidades de imperio. Confesamos que las JONS son ya un producto de esa irritación, ligado su destino, naturalmente, a las limitaciones que hoy advertimos en la realidad española. La agitación intelectual del Partido girará en torno al tremendo hecho histórico de que, siendo España ejecutora de acciones tan decisivas que han modificado el curso del mundo, creadora de valores culturales y humanos de primer rango, haya triunfado y predominado, sin embargo, en Europa, durante siglos, la creencia de que España es una Nación imperfecta, amputada de valores nobles y a la que hay que salvar dotándola de cultura nórdica y de buenos modos europeos. Pero hay algo más monstruoso, y es que esa creencia, propagada y lanzada por los pueblos tradicionalmente enemigos de España, ha sido compartida por muchos españoles, dedicados de un modo caluroso y frenético a enseñar a las juventudes esa desviación traidora, que constituía, al parecer, el único bagaje firme de sus ideas sobre España. Sería absurdo que nosotros pretendiéramos ahora descubrir concretamente quiénes son los culpables de que España se haya sentido negada en su base espiritual misma de una manera tan tosca. Pero es bien fácil denunciar el estilo y las formas que adoptó en su postrer etapa la actitud debeladora. Nuestra tesis es que en abril del 31 la monarquía no controlaba la defensa de los valores sustantivos de España. Vivía, sí, incrustada en las apariencias de esos valores. Así, la pelea contra la monarquía se hizo y alimentó de la negación de ellos, identificando luego el triunfo antimonárquico con el triunfo de todo un hilo de tradición rencorosa, en la que figuraban a través de la Historia de España todas esas minorías disconformes, disidentes de su unidad moral y de su ruta; o sea, las filas de todos los desasistidos, rechazados o simplemente ignorados por la trayectoria triunfal, histórica, del Estado español. De ese modo las descargas contra la monarquía lo eran también contra los valores españoles, y eso que, como antes dijimos, la monarquía de abril era un régimen indiferente por completo a ellos, sin sentirlos ni interesarse nada por su plena vigencia.

Todas las pugnas y revoluciones efectuadas durante el siglo XIX, así como luego la dictadura militar y esta República semimarxista de ahora, no rozaron ni rozan para nada el auténtico ser de España, ignorado y desconocido por los contendientes de una y otra trinchera.

Nosotros creemos, y ésa es la razón de existencia que las JONS tienen, que se acercan épocas oportunas para injertar de nuevo en el existir de España una meta histórica totalitaria y unánime. Es decir, que lance a todos los españoles tras de un afán único, obteniendo de ellos las energías y reservas que según la Historia de España -que es en muchos de sus capítulos la Historia del mundo- resulte lícito, posible e imperioso esperar de nuestro pueblo. Aquí reaparece nuestra consigna de revolución nacional, cuyo objetivo es ni más ni menos devolver a España, al pueblo español, la seguridad en sí mismo, en su capacidad de salvarse política, social y económicamente, restaurar el orgullo nacional, que le da derecho a pisar fuerte en todas las latitudes del globo, a sabiendas de que en cualquier lugar donde se halle españoles de otras épocas dejaron y sembraron cultura, civilización y temple.

La revolución nacional que propugnan las JONS no va a efectuarse, pues, con la plataforma de ninguna de las tendencias que hasta aquí han peleado. Nos declaramos al margen de ellas, si bien, naturalmente, esperamos que de las más afines se nos incorporen energías valiosas. La doctrina y el gesto es en nosotros inalterable y mantendremos con todo rigor el espíritu del Partido frente a los concurso apresurados que nos lleguen. Sabemos que la captación de militantes ha de ser lenta y difícil porque incorporamos a la política española afirmaciones y negaciones de novedad rotunda. Metro a metro avanzarán nuestras conquistas, logrando soldados populares para la acción revolucionaria del Partido.

Las JONS actuarán a la vez en un sentido político, social y económico. Y su labor tiene que resumirse en una doctrina, una organización y una acción encaminadas a la conquista del Estado. Con una trayectoria de abajo a arriba, que se inicie recogiendo todos los clamores justos del pueblo, encauzándolos con eficacia y absorbiendo funciones orgánicas peculiares del Estado enemigo, hasta lograr su propia asfixia. Para todo ello están capacitados los nuevos equipos españoles que van llegando día a día con su juventud a cuestas. Son hoy, y lo serán aún más mañana, la justificación de nuestro Partido, la garantía de su realidad y, sobre todo, los sostenedores violentos de su derecho a detener revolucionariamente el vivir pacífico, melindroso y burgués de la España vieja.

Nuestra revolución requiere tres circunstancias, necesita esgrimir tres consignas con audacia y profundidad.

Estas:

1) SENTIDO NACIONAL, SENTIDO DEL ESTADO.- Incorporamos a la política de España un propósito firme de vincular a la existencia del Estado los valores de Unidad e Imperio de la Patria. No puede olvidar español alguno que aquí, en la península, nació la concepción moderna del Estado. Fuimos, con Isabel y Fernando, la primera Nación del mundo que ligó e identificó el Estado con el ser mismo nacional, uniendo sus destinos de un modo indisoluble y permanente. Todo estaba ya allí en el Estado, en el Estado nacional, y los primeros, los intereses feudales de los nobles, potencias rebeldes que equivalen a las resistencias liberal-burguesas con que hoy tropieza nuestra política.

Hay en nosotros una voluntad irreprimible, la de ser españoles, y las garantías de unidad, de permanencia y defensa misma de la Patria las encontramos precisamente en la realidad categórica del Estado. La Patria es unidad, «seguridad de que no hay enemigos, disconformes, en sus recintos». Y si el Estado no es intérprete de esa unidad ni la garantiza ni la logra, según ocurre en períodos transitorios y vidriosos de los pueblos, es entonces un Estado antinacional, impotente y frívolo.

Disponemos, pues, de un asidero absoluto. Quien se sitúe fuera de la órbita nacional, de su servicio, indiferente a la unidad de sus fines, es un enemigo, un insurrecto y, si no se expatría, un traidor. He aquí el único pilar firme, la única realidad de veras profunda que está hoy vigente en el mundo. Se había perdido la noción de unidad coactiva que es una Patria, un Estado nacional, y al recuperarla descubrimos que es sólo en su esfera donde radican poderes suficientemente vigorosos y legítimos para destruir sin vacilación todo conato de disidencia.

Rechazamos ese absurdo tópico de que el pueblo español es ingobernable y anárquico. Estamos, por el contrario, seguros de que abrazará con fervor la primera bandera unánime, disciplinada y profunda que se le ofrezca con lealtad y brío.

2) SENTIDO DE LA EFICACIA, DE LA ACCIÓN.- Antes que a ningún otro, las JONS responderán a un imperativo de acción, de milicia. Sabemos que nos esperan jornadas duras porque no nos engañamos acerca de la potencia y temibilidad de los enemigos que rugen ante nosotros. Sépanlo todos los «jonsistas» desde el primer día: nuestro Partido nace más con miras a la acción que a la palabra. Los pasos primeros, las victorias que den solidez y temple al Partido, tienen que ser de orden ejecutivo, actos de presencia.

Naturalmente, las JONS sienten la necesidad de que en el plazo más breve la mayoría de los españoles conozca su carácter, su perfil ideológico y su existencia política. Bien. Pero un hecho ilustra cien veces más rápida y eficazmente que un programa escrito. Y nosotros renunciaríamos a todo intento de captación doctrinal y teórica si no tuviéramos a la vez fe absoluta en la capacidad del pueblo español para hinchar de coraje sus empresas. Pues la lucha contra el marxismo, para que alcance y logre eficacia, no puede plantearse ni tener realidad en el plano de los principios teóricos, sino allí donde está ahora acampado, y es presumible que no bastarán ni servirán de mucho las razones.

Estamos seguros de que no se asfixiará nunca en España una empresa nacional de riesgo por falta de españoles heroicos que la ejecuten. Pero hace muchos años que el Estado oficial se encarga de desnucar toda tendencia valerosa de los españoles, borrando de ellos las ilusiones nacionales y educándolos en una moral cobarde, de pacifismo y renuncia, aunque luego los haga soldados obligatorios y los envíe a Marruecos influidos por la sospecha de que batirse y morir por la Patria es una tontería.

Necesitamos camaradas impávidos, serenos ante las peripecias más crudas. Nacemos para una política de sacrificio y riesgo. Pues aunque el enemigo marxista se nutre de residuos extrahispánicos, de razas que hasta aquí vivieron parasitaria y ocultamente en nuestro país con características cobardes, el engaño y la falacia de sus propagandas le han conseguido quizá la adhesión de núcleos populares densos. Y el marxismo no tolerará sin violencia que se difunda y propague entre las masas nuestra verdad nacional y sindicalista, seguros de la rapidez de su propia derrota.

El éxito de las JONS radicara en que el Partido desarrolle de un modo permanente tenacidad, decisión y audacia.

3) SENTIDO SOCIAL, SINDICALISTA.- Nuestro propio pudor de hombres actuales nos impediría hacer el menor gesto político sin haber sentido e interpretado previamente la angustia social de las masas españolas. Las JONS llevarán, sí, calor nacional a los hogares, pero también eficacia sindicalista, seguridad económica. Fuera del Estado, a extramuros del servicio nacional, no admitimos jerarquía de clases ni privilegios. La Nación española no puede ser más tiempo una sociedad a la deriva, compuesta de una parte por egoísmos sin freno, y, de otra, por apetencias imposibles y rencorosas. Las masas populares tienen derecho a reivindicaciones de linaje muy vario, pero nosotros destacamos y señalamos dos de ellas de un modo primordial: Primera, garantía de que el capital industrial y financiero no tendrá nunca en sus manos los propios destinos nacionales, lo que supone el establecimiento de un riguroso control en sus operaciones, cosa tan sólo posible en un régimen nacional de sindicatos. Segunda, derecho permanente al trabajo y al pan, es decir, abolición radical del paro forzoso.

Es una necesidad en la España de hoy liberar de las embestidas marxistas las economías privadas de los españoles. Pero sólo en nombre de un régimen justo que imponga sacrificios comunes y consiga para el pueblo trabajador la estabilidad y satisfacción de su propia vida podría ello efectuarse. Nosotros nos sentimos con fuerza moral para indicar a unos y a otros las limitaciones decisivas. Se trata de un problema de dignidad nacional y de disciplina. Si el mundo es materia, y para el hombre no hay otra realidad y poderío que el que emana de la posesión de la riqueza, según proclama y predica el marxismo, los actuales poseedores hacen bien en resistirse a ser expoliados. Pero el marxismo es un error monstruoso, y nadie puede justificarse en sus normas.

Nosotros, el nacional-sindicalismo, salvará a las masas españolas, no lanzándolas rencorosamente contra la propiedad y la riqueza de los otros, sino incorporándolas a un orden hispánico donde residan y radiquen una vida noble, unos servicios eminentes y la gran emoción nacional de sentirse vinculados a una Patria, a una cultura superior, que los españoles hemos de alimentar y nutrir con talento, esfuerzo y dignidad.

Sabemos que hoy en España la necesidad más alta es recoger y exaltar todos los heroísmos angustiados de las masas, que van entregándose, una tras otra, a experiencias demoledoras e infecundas. Habrá, pues, que hincharse de coraje, de razón y de voluntad, y luego, a flechazo limpio, dar a todos una orden de marcha, imperativa y férrea, a salvarse, quieran o no, tras de la PATRIA, EL PAN Y LA JUSTICIA, según reza la consigna central y fundamental de las JONS.

(«JONS», n. 2, Junio 1933)