El fantástico complot y la conjura socialista
No hay desde luego un español que ignore el carácter policiaco, de represión gubernativa, que tuvo el famoso complot anarco-fascio-jonsista. El Gobierno ensayó la paralización de los dos sectores que le son más eficaz y diestramente adversos: los anarquistas, la Confederación Nacional del Trabajo, de un lado; los grupos nacionales, de tendencia fascista, las JONS, de otro. No se molestó el aparato gubernativo en atrapar para cada sector enemigo una motivación subversiva diferente, sino que los enroló en los mismos propósitos, atribuyéndoles bufa y absurdamente una colaboración estrecha contra el régimen. La cosa abortó, sin embargo; es decir, la incredulidad del país obligó al Gobierno a frenar su afán represivo, cesando las detenciones, reduciendo a setenta el número de los concentrados en el penal de Ocaña, y declarando luego el mismo ministro de la Gobernación que no había complot alguno. Pero se nombraron jueces especiales, que, si no complot, descubrieron una figura de delito novísima: las coaligaciones punibles, y que sirvió para dictar casi un centenar de procesamientos.
He ahí el perfil externo de la cosa: dos mil detenidos, setenta concentrados en el penal de Ocaña y casi cien procesamientos.
Ya es una monstruosidad y un síntoma de degeneración intolerable en la vida política que todo eso acontezca sin motivo alguno, para vigilar y tener cerca de la ventana policiaca a unas docenas de personas que, con lícito entusiasmo, desarrollan una acción política. Pero no es eso sólo. El fantástico complot se urdió con propósitos más turbios, de inmensa gravedad, y es preciso situar a plena luz su zona oculta.
Hace ya meses que los socialistas vienen planteando en el seno del partido el problema de la conquista del Poder, y en las últimas semanas, coincidiendo con algunas dificultades políticas que se presentaban al Gobierno, tramaron con urgencia la realización de los planes que antes tenían preparados y organizados para el mes de octubre, fecha tope de la actual situación Azaña.
El partido socialista, para implantar su dictadura, tenía previamente que reducir, o por lo menos conocer, la fuerza real que representan hoy en España los grupos «nacionales» que él supone le presentarían batalla violenta, en caso de implantación de la dictadura marxista del proletariado. El partido socialista, que carece de preparación revolucionaria, de capacidad suficiente para la acción revolucionaria, sabe que no puede insinuar siquiera un gesto de conquista integral del Poder, si no desarticula las falanges combativas de la CNT y las organizaciones de tendencia nacional-fascista. En este hecho hay que buscar la explicación y los motivos reales del fantástico complot. Una maniobra socialista. que envolvió incluso a Casares Quiroga y al director de Seguridad, inconscientemente quizá, en este caso, al servicio de los intereses políticos del partido socialista. El ministro de la Gobernación parece que descubrió a tiempo el propósito y, a las veinticuatro horas de hablar Azaña a los periodistas del complot terrible, negó él terminantemente, su existencia.
Los socialistas, repetimos, gestionaron en los medios gubernativos la incubación del complot, claro es que exponiendo motivos diferentes a los que realmente les animaban. Y tuvieron la fortuna de que se aceptasen sus indicaciones. Nos consta que todas las incidencias a que han dado lugar estos hechos, detenciones, concentración en el penal de Ocaña, procesos, asistencia a los detenidos, etc., han sido observadas de cerca por agentes de los socialistas, que preparan, como es notorio, un golpe de Estado, y se muestran inquietos y nerviosos ante la posibilidad de que el sector anarco-sindicalista o los grupos de JONS y de los fascistas les presenten resistencia armada.
Esa es la realidad del complot. Los socialistas han querido que dos autoridades republicanas -el señor Casares, ministro, y el señor Andrés Casaús, director de Seguridad- les preparen el terreno, desarticulen, vigilen y persigan a las únicas gentes de España que no darán jamás permiso a los socialistas para sus experiencias y sus traiciones.
¿Dictadura del proletariado?
Largo Caballero es hoy, sin duda alguna, el orientador y estratega más calificado del partido socialista. En su última conferencia de Torrelodones ha dicho con claridad que el marxismo español aparta su mirada de la democracia burguesa. Los jóvenes socialistas aplaudieron mucho, al parecer, ese viraje del partido. Ya están, en efecto, bien exprimidas y explotadas por el marxismo las posibilidades que ofrece para su arraigo una democracia parlamentaria. Y ahora, obtenido y conseguido ese arraigo, no está mal iniciar sobre bases políticas firmes la etapa marxista de la dictadura proletaria.
Pero Largo Caballero se dolía y extrañaba de que en una democracia burguesa no se pueda realizar el socialismo. Naturalmente. Parece obligado que si se desea y pretende por los socialistas la implantación de la dictadura de clase, de su dictadura, realicen previamente con éxito una leve cosa que se llame la revolución proletaria, desarticulen el actual régimen de democracia burguesa. Hasta ahora, éste no les ha opuesto la resistencia más leve, ni les ha presentado batalla en frente alguno. Al contrario, llevan los socialistas veintiocho meses seguidos en los Gobiernos del régimen.
Los propósitos expuestos por Largo Caballero con la aprobación y la asistencia del partido, obligan a los socialistas a preparar y organizar la revolución. No puede hablarse de dictadura proletaria sin haber resuelto el problema insurreccional de la conquista del Poder. ¿Provocarán los socialistas jornadas revolucionarias para un objetivo de esa naturaleza? De todas formas, su declaración está ahí, clara y firmemente proclamada por los jefes.
Hay que contar, pues, y obtener las consecuencias políticas obligadas, con esos pinitos bolchevizantes de los socialistas, porque contribuirán a hacer más endeble y delgada la plataforma sobre que se apoya la legalidad actual.
No obstante siguen los grupos, gentes y periódicos antimarxistas defendiendo los postulados de la democracia burguesa, fieles a toda esa marchita fraseología del Estado parlamentario, sin advertir que los disparos contra el socialismo, hechos desde semejante trinchera, carecen en absoluto de razón y de eficacia. Así ocurre que media docena de partidos y otros tantos periódicos vienen desde hace dos meses combatiendo las posiciones socialistas, y la verdad es que no logran desplazarlos ni un milímetro.
No hay en la democracia burguesa acometividad contra nada, y menos contra la estrategia marxista. Estén bien seguros de ello los socialistas; mientras se les ataque solo en nombre de la ortodoxia liberal-burguesa, pueden seguir tranquilos organizándose y esperando el momento propicio para su victoria.
Una respuesta inadmisible
Contra la dictadura marxista de clase sólo cabe la dictadura nacional, hecha, implantada y dirigida por un partido totalitario. Pero nunca la dictadura de unas supuestas «derechas conservadoras», como reclamó Maura en Vigo, a los pocos días del discurso leniniano de Largo Caballero. No pudo expresarse Maura con menos fortuna ni mostrar más al desnudo su incapacidad para comprender los fenómenos políticos de la época. ¿Qué es eso de dictadura de las «derechas conservadoras»? Sería un fenómeno típico de lucha de clases, tan antinacional, injusto e inadmisible como los conatos marxistas en nombre de la clase proletaria.
Esa posición de Maura es sintomática. Está visto que la burguesía liberal desbarra fácilmente y no ve claros sus objetivos. Pues se levantan los pueblos contra el marxismo justa y precisamente porque significa la negación misma de la existencia nacional, la conspiración permanente contra la Patria. Es, pues, en nombre de todas las clases, interpretando los clamores de «toda» la Nación, como se organiza el frente antimarxista, la salvación nacional. Esa consigna de Maura debe rechazarse de plano. Favorece incluso las líneas marxistas, proporcionándoles razones dialécticas. Insistimos en la extrañeza que nos produce la lentitud y la poca inteligencia con que surgen voces y campañas antimarxistas de esas anchas zonas fieles hasta aquí, a las fórmulas de la democracia burguesa. Desearíamos advertir en ellos decisión para mostrar sus propias dudas interiores y para insinuar ante el país la necesidad real y urgente de sustituir las normas actuales del Estado por otras más firmes y vigorosas. Pero orientaciones como la de Maura que comentamos, nos parecen perturbadoras, desviadas y nocivas.
Jonsismo y fascismo
Ningún camarada de nuestro Partido se siente mal interpretado políticamente cuando le llaman o denominan fascista. Es ello admisible en el plano de las tendencias generales que hoy orientan los forcejeos políticos del mundo. Si, en efecto, no hay otras posibles rutas que las del fascismo o el bolchevismo, nosotros aceptamos y hasta requerimos que se nos incluya en el primero. Ahora bien, fascismo es, antes que nada, el nombre de un movimiento concreto triunfante en Italia en tal y cuál fecha, y en tales y cuáles circunstancias, concebido por unos hombres italianos con una tradición, un ambiente y una mecánica social peculiarísima de su país. El fascismo ha incorporado a nuestro tiempo valores universales indiscutibles, ha iniciado con éxito firme una labor que representa un viraje magnífico en la marcha de las instituciones políticas. Es además un régimen y un estilo de vida. que centuplica las posibilidades de los hombres y contribuye a dignificar y engrandecer el destino social e histórico de los pueblos. Muy difícil es, por tanto, evadirse de su influencia en las horas mismas en que andamos aquí en pugna diaria para reencontrar y robustecer el auténtico pulso nacional de España. Muchas de sus victorias no son aquí precisas con urgencia. Muchos de sus pasos hemos de recorrerlos también nosotros, sin rodeo posible.
Pero, a pesar de todo eso, las JONS, aquí, en su Revista teórica, donde hay que precisar y distinguir la entraña más honda del Partido, tienen necesidad de situarse claramente ante el fascismo y reclamar como primer impulso y base fundamental del Partido una raíz nacional, sincerísima y auténtica, que sólo en nuestros climas hispánicos es posible, urgente y necesaria.
El tema es de interés máximo, sobre todo si recordamos que hay hoy anchas zonas de españoles pendientes de las eficacias y de los caminos fascistas. Por eso, en nuestro próximo número publicaremos un amplio trabajo del camarada Ramiro Ledesma Ramos, el definidor y forjador más calificado de nuestro Partido, con el mismo título de esta nota: «Jonsismo y fascismo.»
Estamos seguros de que el Partido robustecerá su posición hispana, distinguiendo con pulcritud su propio carácter. Y conviene a todo el Partido disponer de ideas claras acerca de un extremo así. Esperemos el trabajo de nuestro camarada. Todas las coincidencias con el fascismo y todo lo que nos separa de él tendrán allí su justificación rigurosa.
(«JONS», n. 3, Agosto 1933)