España ha dado en las elecciones un triunfo clamoroso a las derechas. A la ficción del sistema ha correspondido un triunfo igualmente ficticio, puesto que, según parece, no va a significar la toma del Poder por las derechas. Hemos presenciado una cosa insólita, y es el temor, la actitud temblorosa y cobarde que esos elementos adoptaron ante la victoria electoral. Piden perdón al enemigo por haber triunfado, y le ruegan por todos los medios que no se irrite ni moleste. Cosa semejante es, sin duda, única en la historia política; pero desde luego, lógica, obligada e inevitable, si se tiene en cuenta el norte, la orientación y la táctica errónea que han seguido hasta aquí los grupos triunfadores.
La incapacidad para obtener de los acontecimientos la consecuencia política más clara, es decir, la toma del Poder, sobre todo si no se olvida que España vive hoy todavía una densa atmósfera revolucionaria, no radica en la cobardía o debilidad de éstos o de los otros dirigentes. No puede señalársele a Gil Robles como un tremendo error el no haber forzado las consecuencias políticas de la victoria. Pero sí toda su actuación anterior, todo el orden político que guiaba sus propagandas; todo su empeño en polarizar la lucha en torno a cauces pobrísimos, anticuados y desteñidos, sin calor nacional ni afán decidido por la victoria española.
Gil Robles ha dirigido y organizado una reacción que carece de novedad, de eficacia y de brío. Ha puesto en pie todo el viejo sistema ideológico y utilizado toda la vieja comparsa de caciques. No quedarán sin castigo sus errores, recibiéndolo, en primer lugar, de los hechos mismos que le obligan a una actitud falsa, débil y bien poco decorosa para un jefe político de su edad, y en segundo, de toda la España joven que renace, que lo señalará con el dedo como a un culpable de que la batalla contra el marxismo y demás fuerzas antinacionales se haya efectuado en un plano infecundo, sin consecuencias grandiosas para la Patria, sin llamamientos fervorosos a su unidad, sin una reconstrucción fulminante y segura.
Así la jornada electoral resultó entregada a la buena fe del sistema imperante. Las derechas fueron a las urnas como si se tratase de derrotar a un Gobierno cualquiera, sin acordarse de las circunstancias revolucionarias y de la licitud de ciertas ofensivas. Pero claro que aparecen de nuevo aquí las limitaciones que antes hemos señalado: ¿sobre qué hombros ideológicos y sobre qué temple humano y personal iban las derechas a apoyar y fijar la realidad durísima del Poder? Están realmente incapacitadas, y en eso, en tener que reconocerse inermes e incapaces a la hora del triunfo electoral, radica su responsabilidad mayor. Han impedido y bloqueado, quizá, que otros dirigiesen en España la pelea por medios más fértiles y movilizasen a los españoles tras de empeños más duros.
Claro que sólo nosotros, los que vivimos y luchamos en temperatura jonsista, podemos, quizá, preferir que España siga entregada a experiencias de barbarie marxista, antes que contribuir a una falsa, tímida y mediocre situación, que nos garantice un vivir pacífico, sin pena ni gloria, a base de concesiones y de pedir permiso a los enemigos para ir viviendo horas burguesas y panzudas. Nuestra posición dilemática es tajante: o el triunfo de España; es decir, el orgullo de sostener sobre los hombros una Patria, o la muerte histórica de España y nuestra propia muerte.
La organización de Las derechas se ha realizado sin poner en circulación esos propósitos de salvación española, de salvación vital, económica e histórica de todo el pueblo, y por eso es angosta, ineficaz y pálida. No estamos conformes y nos desvinculamos en absoluto de su futuro.
Todavía anda por la calle el marxismo suelto, y ni un solo día se han desalojado de las plazas sus voces traidoras. En ciudades donde las derechas han tenido mayorías electorales aplastantes, la vía pública ha estado y está en manos de los coros marxistas. La enunciación sólo de este hecho es la descalificación más rotunda de lo que es y supone el derechismo. ¿Qué coraje despierta en sus masas? ¿Qué concepto tiene de las bases reales sobre las que se asientan hoy de modo ineludible las victorias políticas?
Cuando iniciamos el movimiento JONS sabíamos que los grupos de izquierdas eran focos inservibles. Ahora, ante la desnudez electoral, se pone en evidencia ante nosotros la faz igualmente inservible del derechismo. Ni unos ni otros sostienen la ilusión española de un triunfo pleno, imperial y definitivo.
¡Juventudes de las derechas! ¡A abandonar esos medios y a fortalecer las JONS!
(«JONS», n. 6, Noviembre - 1933)