En los últimos días, los telegramas de Prensa de Alemania anunciaban borrascas peligrosas para Hitler. Muchas gentes no han sabido comprender el sentido que encierra su entrada en la legalidad que Hitler anuncia. La creen un gesto de renuncia, un fracaso, cuando es la táctica finísima de un jefe de partido que siente muy cerca de sí la proximidad del Poder.
Todo partido político se constituye con vistas al Poder, y toda su actuación queda subordinada a las posibilidades que se ofrezcan. El nacionalsocialismo ha organizado militarmente cientos de miles de hombres y hecho sus programas al grito de violencia y predominio revolucionario. De acuerdo. Pero acontece que, en la hora actual, los medios legales ofrecen al partido suficientes garantías de arribada al Poder. Hitler se acredita de poseer un sereno pulso político aceptando esas posibilidades de legalidad. Algunos extremistas del partido toman el rábano por las hojas, y acusan a Hitler de alta traición. Ello es inevitable. El capitán Stenner, jefe de tropas de asalto del nacionalsocialismo en Berlín, no ha acatado la decisión de Hitler, declarándose en rebeldía.
La cosa no ha pasado de ahí. Hitler atajó inmediatamente con energía el foco rebelde y detuvo la disgregación que amenazaba. Parecía, en efecto, extraño que una fuerza política como la del nacionalsocialismo, de tan admirable estructura interna, sucumbiese a la primera dificultad disciplinaria. No ha ocurrido así. Y deben felicitarse de ello todas las fuerzas políticas de esencia postliberal.
El incidente permite a Hitler prescindir de algunos elementos indisciplinados, útiles, sin duda, en horas de pelea, pero que perturban la consecución de los objetivos primordiales.
Alemania permanece hoy en vacilación histórica. No es dueña de sí misma, violentada por hechos y sucesos ciegos que impiden respetar sus preferencias políticas. Pueblo inestable, al borde de las dos decisiones supremas que presiden el mundo actual. Todo acontecerá a Alemania menos ese detenerse ahí, en la infecunda llanura socialdemócrata, mascando y rumiando unos pobres destinos que le impuso el fracaso de la guerra.
En Alemania, las falanges combativas y magníficas de Hitler representan la superación de las soluciones viejas. Son hombres jóvenes, en su mayoría de treinta a cuarenta años, con nuevas ideas y nuevos afanes. Nunca comprenderán los supervivientes de anteguerra esa capacidad de sacrificio que domina a las gentes recién llegadas, disponiéndose a ofrecer sus vidas en pro de unas esencias políticas que ellas traen consigo.
El nacionalsocialismo gobernará muy pronto en Alemania, al menos en coalición con otras fuerzas, y ello le ha de proporcionar la ocasión definitiva para apoderarse del Estado de un modo absoluto. Entonces será su batalla, y no ahora, cercados y provocados por el enemigo que les invita traidoramente, con artera procacidad, a gastar su pólvora en salvas.
(«La Conquista del Estado», n. 5, 11 - Abril - 1931)