El nuevo régimen ha puesto un gran número de altos cargos en manos de españoles jóvenes. Bastaría ese detalle para advertir en el pulso republicano capacidad de porvenir. Los hechos revolucionarios de esta época se caracterizan, tanto por la suplantación de las edades, como por las pugnas de sentido económico y de clase.
En primer lugar, hombres jóvenes. He aquí el remedio. Piensen como quieran y hagan lo que quieran. Aun en el peor caso, aquel en que los jóvenes utilicen el lenguaje mismo de las generaciones fracasadas, su presencia en los mandos directivos es garantía de fidelidad y de eficacia.
Entre los treinta y los cuarenta años reside el punto sensible de la eficacia política. Es la hora dinámica de las conquistas, en que los hombres recién llegados forjan el destino de su pueblo. Traen el secreto y la intuición certera de los objetivos de que es preciso apoderarse. Nadie como ellos calculará con mejor exactitud el alcance de las victorias obtenidas y el grado de empuje que requieren los escuadrones que pelean.
No sabemos bien aún la significación que cabe adscribir a esta movilización joven que la República termina de hacer. Desde luego, las ilusiones no han de ser exageradas. Muchos de esos jóvenes siguen la vieja ruta, sin plantear la disidencia de la generación. Otros, aun con el mejor deseo, verán imposibilitadas sus iniciativas.
Nada de esto importa, sin embargo. En España ha comenzado tan sólo el forcejeo revolucionario auténtico. Para las jornadas que sobrevengan es para las que debemos prepararnos. Y citar y requerir a los jóvenes que vibren ante el fulgor de las ansias hispanas.
LA CONQUISTA DEL ESTADO se dispone a ese linaje de luchas postinstauradoras. Quien desvirtúe nuestros propósitos, adscribiéndonos a una vulgar exaltación de victorias extranjeras, comete la máxima vileza y falta a la verdad a sabiendas. Nada de eso somos nosotros. Sí, en cambio, los intérpretes de una eficacia y de una política que se enlaza de modo exacto con los imperativos sociales, económicos y políticos del mundo actual.
Celebramos sinceramente el triunfo de algún sector joven, aun destacando su opuesta significación a lo que nosotros somos y representamos. Ya nos hemos de encontrar en alguna parte, e irán preparando el advenimiento inexorable de nuestro triunfo.
En estos primeros y próximos meses las diferencias serán, quizá, leves. Bien está ese primordial deseo de consolidar el régimen republicano. A ese concretísimo anhelo otorgaremos nuestro concurso. Pero nosotros somos nosotros, esgrimidores del nuevo afán hispánico, sin posibilidad de confusión ni de pactos, forjadores del grandioso porvenir de España. Con sacrificio, con abnegación. Sabiendo esperar.
(«La Conquista del Estado», n. 7, 25 - Abril - 1931)