En España existe un desconocimiento absoluto de la política universal. Las minorías intelectuales viven ancladas en el siglo XIX, y carecen de preparación y de valor para hacer frente a los fenómenos de hoy. Así se les escapa el sentido de esas fuerzas surgidas a la vida europea en los últimos diez años. Una de ellas es el comunismo.
Por muchos caminos se va a Roma. El comunismo, en sus bases teóricas, sólo es asequible al intelectual. Requiere trato filosófico y gimnasia histórica. Pero las masas encuentran un camino mucho más fácil y expedito: la liberación económica, la lucha de clases.
Aquí no hay intelectuales comunistas. Tampoco los hay -fuera de leves excepciones- que levanten con ambas manos el deseo de eficacia histórica para nuestro gran pueblo. Aquí hay tan sólo patulea socialdemócrata e himnos de Riego.
Por ello, el mito con que se quiere envolver a los comunistas y condenar a ineficacia pura sus batallas, es el de presentarlos como una minoría salvaje, verdaderas alimañas sociales, a quienes es preciso destruir.
La cobardía demoliberal se asusta del grave ademan que adopta un comunista defendiendo con la pistola sus ideas. Nosotros somos enemigos de los comunistas, y los combatiremos dondequiera que se hallen; pero jamás hemos de reprochar su apelación viril y heroica a la violencia. Es más, gran número de batallas las libraremos a su lado, junto a ellos, contra el enemigo común, que es la despreciable mediocridad socialdemócrata.
¿Quién niega legitimidad a la violencia? Sólo en una época de vergonzosa negación nacional, de la que pugnamos ahora por salir, en la que se fraguaron todos los complots contra las fidelidades hispánicas, pudo aparecer nuestro pueblo como un pueblo enclenque, asustadizo y pacifista, como una Suiza cualquiera, sin voz ni entusiasmo para nada.
Ahí está una de las consecuencias. Ahora, frente al coraje comunista, la gran España, si hacemos caso de los plañidos demoliberales, sólo enarbola el pacifismo, «las virtudes ciudadanas». Como los comunistas no respetan, naturalmente, esas virtudes, se les califica de alimañas y se dan vivas a la libertad buscando la eficacia embriagadora del grito.
Pero, ¿es que España no dispone de otras armas que enfrentar al comunismo sino la cobardía del susto ante los héroes?
El comunismo no es sólo acción violenta. Le caracterizan otras muchas cosas, enormes, monstruosas, a las que España, mejor que ningún otro pueblo, puede dar la gran respuesta.
Para ello, lo primero es que España se recobre, se afirme a sí misma. Cosa que no se consigue anulando el coraje, exaltando los valores que niegan la hispanidad.
De todo esto hemos de hablar mucho. Es el gran tema español.
(«La Conquista del Estado», n. 9, 9 - Mayo - 1931)