Nos llega de Portugal una voz magnífica. Voz de enemigo valiente, que garantiza a nuestros músculos la seguridad de un combate. Antonio Pedro es, como nosotros, antiliberal, antiindividualista y partidario de arrasar a sangre y fuego los residuos bobos de los llamados derechos del hombre. (¿De qué hombre?) Coincide plenamente con nosotros cuando afirma un sentido heroico de esta época presentando como consigna el sindicalismo económico y la política de dictadura. Y también, como nosotros, vive obseso en una gigantesca fidelidad: la grandeza de la Patria. Su patria, empero, es Portugal, no España, y sus ideales nacionalistas chocan con los nuestros en el eje mismo de su ser.

Se advierte fácilmente en esta carta que nos envía cómo se identifica el integralismo luso de Antonio Pedro con los ideales separatistas y traidores que aquí padecemos. Decimos, sin embargo, a este camarada portugués que ello es imposible, pues obligaría tal intento de Pacto localista a sacrificios de sangre que asustan a la cobardía probadísima de los traidores de aquí.

El futuro hispano es futuro imperial. Ante nada ni ante nadie abatirá España esa posibilidad de imperio, que a ella y a nadie más que a ella pertenece en esta hora. Nosotros esperamos, prevenidos, los hechos próximos, y cuando la cobardía disgregadora exaspere los afanes de nuestro pueblo nos lanzaremos heroicamente hasta el fin. Hágalo Portugal si se atreve. Es lo cierto que ni unos ni otros aceptaremos la degradada situación presente. Si en España triunfase contra nosotros este espíritu ramplón que hoy domina y cayese nuestra Patria en el deshonor y en la vergüenza de encomendar su destino a los traidores, entonces, ¡ah!, Portugal debe conquistarnos. No para establecer esas tres fajas suicidas de que nos habla Antonio Pedro, sino para arrebatar a nuestro verbo, a nuestra hazaña católica y a nuestra sangre el compromiso de constituir la vanguardia imperial de Occidente.

Pero si España encuentra su ruta eterna, en el momento de recuperar su soberanía territorial, en el mismo minuto, Portugal sería nuestro por auténtico y limpio derecho de conquista. Bien hace, pues, para su salvación, como soberanía, en enlazarse hoy con los separatismos ruines de aquí. Pero sepa que el combate que libere a Cataluña de la gesta sin espíritu y sin sangre a que la conduce Maciá, liberará también a Portugal de su independencia extraviada. El pequeño y bravo Portugal entrará en un orden hispánico, por el que clama sin duda el dolor neurálgico de estos años. Aquí está una casi profecía del gran Oliveira Martins, español de Portugal: «El odio de Portugal a España es falso. Lo supieron incubar algunos medradores a quien nuestra independencia les conviene. Estos serán los culpables de la sangre que ha de verse derramada el día en que grandes sucesos de carácter internacional hagan que España nos conquiste.» Esos sucesos de que hablaba Oliveira están ya aquí, con la única diferencia de que su carácter es nacional, bien centrado en las entrañas de la Patria: es el presunto éxito de los separatismos, de las deslealtades y traiciones a la unidad que se observa en las esferas provisionalmente directoras.

Vea, vea, pues, Antonio Pedro cómo es urgente que los que como él dispongan en Portugal de capacidad heroica se planteen la conveniencia de un cambio de metas, aceptando los fines imperiales que en España, y sólo en España, florezcan. Si Portugal conquista a España conquistaría también esos fines. Para su gloria. ¿Pero podemos hablar en serio de esa conquista cuando la tan manoseada «independencia» de los portugueses no les ha servido, a través de los siglos, más que para caer en una vergonzosa esclavitud a los designios de Inglaterra?

Antes, camarada Antonio Pedro, tendría, pues, Portugal que ser una soberanía auténtica. Su frontera enemiga es, por tanto, el mar. Por donde transitan las escuadras tiránicas que, como se ha visto ahora, no son tan fieras como los cobardes las pintan. Por el lado de acá, por la frontera de España, nuestros fusiles no serán para vosotros fusiles tiránicos, sino afirmadores también del imperio y de las glorias de Portugal.

Propagarlo así, camaradas lusitanos, es vuestro deber histórico en esta hora. En otro caso, bien dice Antonio Pedro que nos encontraremos arma al brazo en la frontera.

(«La Conquista del Estado», n. 20, 3 - Octubre - 1931)