La Ley de defensa de la República
De todo lo que se ha dicho y comentado en torno a esta ley, nos interesa destacar unas frases del señor Azaña, en las que manifestó que sin disponer de atribuciones como las que señala esta ley, son imposibles las tareas de gobierno.
Defiéndase cuanto sea preciso a la República, pero guarden con cierto pudor las formas. Aquí no hubo catástrofes ni revoluciones sangrientas como en Alemania, ni tampoco existen fidelidades cesáreas de gran fuste. ¿A qué, pues, esta ley? Desde luego es muy cómodo gobernar así. Legalizando los resortes tiránicos. Invocando la defensa del régimen para que se aplaudan las cadenas.
Resulta, pues, que unos señores que se han pasado su vida gritando contra los tiranos, llegan al Poder y descubren que las libertades políticas son imposibles y que los derechos del hombre son pura bobería. Algo es algo. Nosotros no hemos de salir a defender esas monsergas. Hágalo, si quiere y puede, el espíritu zurdo del país.
De todos modos, es interesante denunciar las mascaradas. Se comprenden las dictaduras creadoras que embarcan a sus pueblos en afanes un poco más robustos que el de conseguir esas pobres y esquivas libertades. Son dictaduras de reconstrucción, que justifican sus excesos en nombre de la genial tarea histórica que acometen. Es el caso del fascismo. Y si nos apuran, el de la tragedia bolchevique.
Pero suprimir las libertades para afianzar la libertad es una especie de homeopatía política bastante inadmisible. Esas son las tiranías vulgares. Aquellas cuya finalidad es sostenerse, húndase lo que se hunda.
Una cosa es, pues, defender la República y otra defenderse a sí mismo. Una cosa es la serenidad del gobernante y su fidelidad a los principios que le dieron el Poder y otra son las rabietas resentidas y los desmanes patológicos en el ejercicio del mando.
¡Atención a la tiranía demoliberal!
La conferencia de Ossorio y Gallardo
Ante un público de industriales y comerciantes, ha explicado el señor Ossorio lo que en su opinión debe ser una actitud conservadora dentro de la República. Mantuvo unas afirmaciones tan absurdas e improcedentes que nos mueven a comentarlas hoy aquí con todo rigor. Cuando nuestro país es objeto primordial de atención para quienes patrocinan la revolución comunista, cuando es de máxima urgencia proveernos de instituciones eficaces y de margen revolucionario para una reconstrucción nacional que haga imposible toda amenaza marxista, no se le ocurre al recalcitrante leguleyo señor Ossorio otro recurso que el de volverse de espaldas a los tiempos entonando arias a la libertad.
La revolución comunista no puede ser batida más que oponiéndole una revolución creadora, de tipo nacional y heroico, que movilice en torno a la Patria amenazada las más sanas reservas del país. No comprenden esto las viejas mentalidades políticas educadas en el liberalismo marchito, como el señor Ossorio, y sus propagandas resultan sumamente perturbadoras.
¡Estaríamos frescos si contra la avalancha marxista no pudiéramos lanzar otras consignas que las virtudes de un demoliberalismo desmedrado! Al contrario de eso, los movimientos de ofensiva nacional están a la orden del día y disputan a la furia roja la posesión de la eficacia revolucionaria.
Nosotros combatiremos con ardor todas las posiciones políticas que tiendan a conservar en España una ilusión tan boba e inactual como es la ilusión democrática. De ese modo iremos delimitando nuestra línea de pelea contra los asaltos rojos, sin descuidar una ruta de afirmaciones positivas que ponga en nuestras manos la eficacia reconstructora que España necesita.
El triunfo de una concepción política como la que expuso y defendió el señor Ossorio en el Círculo Mercantil supondría el estancamiento político y social de España, sujeta a fidelidades y ortodoxias del siglo XIX, y lo que es aún más grave, supondría la victoria comunista en menos de dos horas.
Es absurdo cerrar los ojos a la realidad. España atraviesa un período revolucionario, y debido a ello la dinámica política adquiere una aceleración tal que escapa a los cerebros acostumbrados a ritmos lentos.
Hay, pues, que oponerse a las prédicas democrático-liberales de Ossorio. Se mueve este señor en un círculo de ineficacias absolutas que pondrían en grave riesgo el futuro de la Patria. Frente a él hay que afirmar con rotundidad nuestro derecho a oponer la violencia nacional a la violencia roja, y forjar un Estado radicalmente coactivo, que aniquile y destruya todo cuanto se oponga a la reconstrucción de la Patria. Sin reconocer las libertades burguesas y egoístas.
Siempre han carecido de grandeza las actitudes demoliberales. Hoy suman a eso la cobardía y el desplazamiento que suponen en quien las mantiene. Sólo, pues, la inconsciencia de los leguleyos, a quienes repugna por sistema toda acción heroica, puede hoy dedicarse a cantar las excelencias de una política así. Es la moral del cobarde que se siente débil y pide y ruega que lo dejen en paz, que lo respeten. Pero como ello equivale a desentenderse de las ejecuciones colectivas, a sabotear la ruta común que requiere el espíritu de la Patria, esas cobardías deben ser aplastadas sin ninguna consideración. La salud y la decencia políticas lo exigen.
¡Auténtica voz cavernícola, liberal, la del señor Ossorio!
Las huelgas revolucionarias
Todos los núcleos de agitación comunista que hay en Europa dirigen su mirada sobre nuestro país. Creen llegado el momento de una acometida central y esperan que un golpe de audacia otorgue el Poder a los comunistas. Desde hace quince o veinte días la atmósfera social de España se ensombrece de consignas rojas, aprovechando el desconcierto de las masas y la crisis económica que surge.
Los grupos comunistas que actúan en España suplen la existencia de un partido numeroso con la acción -sobre todo en Andalucía- de millares y millares de proletarios inquietos y febriles, lanzándolos despiadadamente a la explotación del campo revolucionario. He aquí la causa inmediata de los furores desencadenados estos días.
Existe, de un lado, la incapacidad del régimen liberal-burgués para sostener a flote nuestra economía. De otro, la continuada perturbación comunista, que amenaza devastar la riqueza del país. Ello es insostenible, y antes que abandonar indefensos los valores nacionales, urge una acción contra la audacia del enemigo.
Nuestras Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (J.O.N.S.) nacen con esa tarea urgente que realizar. La transformación económica que requiere nuestro país no puede hacerse con criterio marxista, que pondrá en peligro de muerte la existencia misma de la Patria. Sólo unos poderes nacionales, de honda raíz popular, pueden acometer hoy en España la reforma Otros intentos equivaldrán a una perturbación continuada, sin freno ni norma, que haría imposibles las soluciones de eficacia.
Esas huelgas son hoy ensayos de movilización comunista, pruebas de capacidad revolucionaria. El Gobierno las contempla sin comprender esa función que le asignamos y las va resolviendo como puede, debilitando sus fuerzas de choque.
No es difícil presentir las próximas movilizaciones. Sólo es posible detener la ola roja venciéndola. Otras tácticas son infantilismo candoroso. Nosotros preguntamos qué planes y defensas tiene el Gobierno para impedir el asolamiento de la Patria por los comunistas. Porque nuestra sospecha es de que vivimos en absoluta indefensión y de que corresponde a la acción heroica de los grupos nacionales proceder a garantizar esa defensa.
Hay que abatir el actual sistema liberal-burgués, que con sus hipócritas deslealtades mantendría al pueblo en una funesta predisposición al comunismo. Las huelgas reivindicatorias nos merecen respeto, pues es la única posibilidad de actuación social que admite la fracasada economía vigente. Pero nosotros aspiramos a un régimen económico donde las huelgas sean innecesarias e inútiles, donde la producción adquiera el rango supremo de ¡servicio a la Patria! y donde el elemento prestador de trabajo no sea «a priori» un sector rebelde a los deberes
Más sobre el separatismo de Cataluña
En la tramitación del problema de Cataluña se advierten responsabilidades gravísimas. La que más se destaca es el decreto de Alcalá Zamora, señalando la ruta del Estatuto. Pues el hecho de que se hiciese aprobar plebiscitariamente por el pueblo de Cataluña, lo que debió llegar a las Cortes en forma de un simple dictamen, encierra el más criminal abandono de soberanía.
¿Qué sentido cabe adscribir a ese plebiscito? Sin duda se creyó por sus organizadores que podía constituir una formidable coacción sobre unos poderes como los que hoy rigen, de tipo liberal y parlamentario. Si ello es así, no cabe otra consecuencia que la de lamentar el triunfo de unos poderes tan enclenques, tan dóciles a la maniobra traidora.
Pero el plebiscito es ilegal y rotundamente nulo. Lo de menos es que se realice sin pulcritud ni limpieza. Ha de ser recusado en sí mismo, como atentatorio a la dignidad de la Patria, pues es inconcebible la teoría autodeterminista esa que esgrime el separatismo catalán. Cataluña es tierra española y corresponde a los españoles todos, tanto como a los catalanes, el derecho a intervenir y fijar los destinos de Cataluña. Habían de conseguir los separatistas un plebiscito cien por cien, es decir, la totalidad de Cataluña, y sus pretensiones carecerían aún de fuerza legítima para obligar al resto de España.
Es conveniente que esto no se olvide por el pueblo, pues quizá se acerca la hora de ir puntualizando las traiciones consumadas. Los catalanes, con la complicidad del Poder público y de la Prensa servil, lograron hacer atmósfera para que el problema catalán apareciese ante el pueblo ingenuo como un problema de reivindicaciones justas.
El carácter inmoral de la política catalanista que se desentiende de los problemas nacionales para recluirse en su particular egoísmo, debe merecer hoy la repulsa unánime de todos los españoles. Esa repulsa debe tener coraje suficiente para iniciar una acción que salve y libre a Cataluña de los predominios bobos que hoy sufre.
Sólo rescataremos el amor de Cataluña ayudándola heroicamente a expulsar de su seno a ese manojo de orates que la conducen al deshonor. Ello no puede realizarse sino aceptando la necesidad de que el pleito separatista se dirima por la violencia. Hay ya un imperativo, a más del que alude a la sagrada integridad de la Patria, y es el imperativo generoso de salvar a Cataluña.
Debemos suplir la cobardía oficial con acción directa del pueblo patriota. Durante muchos meses, mientras se incubaba la trayectoria del Estatuto, hemos sufrido persecuciones por no doblegarnos al criterio desmembrador del Gobierno. Las dificultades que surgen ahora, las vergonzosas cesiones constitucionales, exasperan muy justamente a España, que adquiere cada día más clara idea de la traición dominante.
Los Gobiernos han favorecido las ilusiones catalanistas. Hasta tal punto, que hoy no caben ya sino dos soluciones extremas: o acceder indignamente a pactar con los separatistas, perdiendo a Cataluña, o rescatar la soberanía, rescatar la colaboración y el patriotismo de Cataluña por medio de un combate.
Todo lo demás, es cobardía, miedo y candor.
(«La Conquista del Estado», n. 23, 24 - Octubre - 1931)