La Conquista del Estado (Número 23)
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No es que creamos una intolerable inmoralidad lo que acontece. Pero es cierto que ciertas abundancias van tomando estado de opinión, mereciendo del pueblo las más acerbas críticas. El triunfo de la República ha equivalido al ascenso al Poder de una gran cantidad de menesterosos y es, desde luego, muy humano que se aproveche la situación para calmar las voracidades de la nueva burocracia.
No obstante, nos interesa dibujar el fenómeno con un poco de precisión, pues es sintomático de la verdad de nuestras tesis sobre el actual momento. Todos los regímenes que se descomponen se rodean a última hora de un árbol burocrático frondosísimo. La corrupción se encarga así de sostener las adhesiones que se desgajan. Los últimos años de la Monarquía tuvieron fatalmente este carácter y no fue este hecho silenciado por la campaña contra el régimen. ¡Cuántas veces no se hablaría de los despilfarros, de las prebendas inmorales y de los enchufes vergonzosos de la Dictadura.
Pues aquí llega lo verdaderamente aleccionador de todo esto. La nueva situación de gobierno, en vez de detener esa sangría inmoral de los presupuestos procediendo a la poda implacable de los enchufistas, conserva todos los cargos, fueran artificiosos o no, crea multitud de ellos más y ofrece así al país el espectáculo deprimente de la creación, a fuerza de sueldos, de unos nuevos ricachos que exasperan muy justamente las iras del pueblo que trabaja.
Haría mucho la República por su prestigio y firmeza suprimiendo de raíz los escalafones de enchufistas. De otro modo, lo que hoy es sólo en parte crítica malévola, alimentada por los inevitables pedigüeños postergados, puede llegar a convertirse en argumento revolucionario de gran fuerza contra la explotación inmoral que suponen estos abusos.
Lo decimos sinceramente al Gobierno. No seríamos nosotros los que menos nos aprovecharíamos de ese flaco del régimen liberal burgués para combatirlo, si persiste en mantener tal vergüenza presupuestaria. El pueblo productor tendría derecho a medidas radicales. Y la protesta adquiriría hondo relieve. La solución es bien fácil: no permitir más que un sueldo, cuando éste alcance a veinte mil pesetas. No tolerar el virus social del enchufismo, que prospera a base de destinos innecesarios. Desterrar al pedigüeño y al vago, que alimenta luego la vana politiquería estomacal de las tertulias.
(«La Conquista del Estado», n. 23, 24 - Octubre - 1931)
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La Ley de defensa de la República
De todo lo que se ha dicho y comentado en torno a esta ley, nos interesa destacar unas frases del señor Azaña, en las que manifestó que sin disponer de atribuciones como las que señala esta ley, son imposibles las tareas de gobierno.
Defiéndase cuanto sea preciso a la República, pero guarden con cierto pudor las formas. Aquí no hubo catástrofes ni revoluciones sangrientas como en Alemania, ni tampoco existen fidelidades cesáreas de gran fuste. ¿A qué, pues, esta ley? Desde luego es muy cómodo gobernar así. Legalizando los resortes tiránicos. Invocando la defensa del régimen para que se aplaudan las cadenas.
Resulta, pues, que unos señores que se han pasado su vida gritando contra los tiranos, llegan al Poder y descubren que las libertades políticas son imposibles y que los derechos del hombre son pura bobería. Algo es algo. Nosotros no hemos de salir a defender esas monsergas. Hágalo, si quiere y puede, el espíritu zurdo del país.
De todos modos, es interesante denunciar las mascaradas. Se comprenden las dictaduras creadoras que embarcan a sus pueblos en afanes un poco más robustos que el de conseguir esas pobres y esquivas libertades. Son dictaduras de reconstrucción, que justifican sus excesos en nombre de la genial tarea histórica que acometen. Es el caso del fascismo. Y si nos apuran, el de la tragedia bolchevique.
Pero suprimir las libertades para afianzar la libertad es una especie de homeopatía política bastante inadmisible. Esas son las tiranías vulgares. Aquellas cuya finalidad es sostenerse, húndase lo que se hunda.
Una cosa es, pues, defender la República y otra defenderse a sí mismo. Una cosa es la serenidad del gobernante y su fidelidad a los principios que le dieron el Poder y otra son las rabietas resentidas y los desmanes patológicos en el ejercicio del mando.
¡Atención a la tiranía demoliberal!
La conferencia de Ossorio y Gallardo
Ante un público de industriales y comerciantes, ha explicado el señor Ossorio lo que en su opinión debe ser una actitud conservadora dentro de la República. Mantuvo unas afirmaciones tan absurdas e improcedentes que nos mueven a comentarlas hoy aquí con todo rigor. Cuando nuestro país es objeto primordial de atención para quienes patrocinan la revolución comunista, cuando es de máxima urgencia proveernos de instituciones eficaces y de margen revolucionario para una reconstrucción nacional que haga imposible toda amenaza marxista, no se le ocurre al recalcitrante leguleyo señor Ossorio otro recurso que el de volverse de espaldas a los tiempos entonando arias a la libertad.
La revolución comunista no puede ser batida más que oponiéndole una revolución creadora, de tipo nacional y heroico, que movilice en torno a la Patria amenazada las más sanas reservas del país. No comprenden esto las viejas mentalidades políticas educadas en el liberalismo marchito, como el señor Ossorio, y sus propagandas resultan sumamente perturbadoras.
¡Estaríamos frescos si contra la avalancha marxista no pudiéramos lanzar otras consignas que las virtudes de un demoliberalismo desmedrado! Al contrario de eso, los movimientos de ofensiva nacional están a la orden del día y disputan a la furia roja la posesión de la eficacia revolucionaria.
Nosotros combatiremos con ardor todas las posiciones políticas que tiendan a conservar en España una ilusión tan boba e inactual como es la ilusión democrática. De ese modo iremos delimitando nuestra línea de pelea contra los asaltos rojos, sin descuidar una ruta de afirmaciones positivas que ponga en nuestras manos la eficacia reconstructora que España necesita.
El triunfo de una concepción política como la que expuso y defendió el señor Ossorio en el Círculo Mercantil supondría el estancamiento político y social de España, sujeta a fidelidades y ortodoxias del siglo XIX, y lo que es aún más grave, supondría la victoria comunista en menos de dos horas.
Es absurdo cerrar los ojos a la realidad. España atraviesa un período revolucionario, y debido a ello la dinámica política adquiere una aceleración tal que escapa a los cerebros acostumbrados a ritmos lentos.
Hay, pues, que oponerse a las prédicas democrático-liberales de Ossorio. Se mueve este señor en un círculo de ineficacias absolutas que pondrían en grave riesgo el futuro de la Patria. Frente a él hay que afirmar con rotundidad nuestro derecho a oponer la violencia nacional a la violencia roja, y forjar un Estado radicalmente coactivo, que aniquile y destruya todo cuanto se oponga a la reconstrucción de la Patria. Sin reconocer las libertades burguesas y egoístas.
Siempre han carecido de grandeza las actitudes demoliberales. Hoy suman a eso la cobardía y el desplazamiento que suponen en quien las mantiene. Sólo, pues, la inconsciencia de los leguleyos, a quienes repugna por sistema toda acción heroica, puede hoy dedicarse a cantar las excelencias de una política así. Es la moral del cobarde que se siente débil y pide y ruega que lo dejen en paz, que lo respeten. Pero como ello equivale a desentenderse de las ejecuciones colectivas, a sabotear la ruta común que requiere el espíritu de la Patria, esas cobardías deben ser aplastadas sin ninguna consideración. La salud y la decencia políticas lo exigen.
¡Auténtica voz cavernícola, liberal, la del señor Ossorio!
Las huelgas revolucionarias
Todos los núcleos de agitación comunista que hay en Europa dirigen su mirada sobre nuestro país. Creen llegado el momento de una acometida central y esperan que un golpe de audacia otorgue el Poder a los comunistas. Desde hace quince o veinte días la atmósfera social de España se ensombrece de consignas rojas, aprovechando el desconcierto de las masas y la crisis económica que surge.
Los grupos comunistas que actúan en España suplen la existencia de un partido numeroso con la acción -sobre todo en Andalucía- de millares y millares de proletarios inquietos y febriles, lanzándolos despiadadamente a la explotación del campo revolucionario. He aquí la causa inmediata de los furores desencadenados estos días.
Existe, de un lado, la incapacidad del régimen liberal-burgués para sostener a flote nuestra economía. De otro, la continuada perturbación comunista, que amenaza devastar la riqueza del país. Ello es insostenible, y antes que abandonar indefensos los valores nacionales, urge una acción contra la audacia del enemigo.
Nuestras Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (J.O.N.S.) nacen con esa tarea urgente que realizar. La transformación económica que requiere nuestro país no puede hacerse con criterio marxista, que pondrá en peligro de muerte la existencia misma de la Patria. Sólo unos poderes nacionales, de honda raíz popular, pueden acometer hoy en España la reforma Otros intentos equivaldrán a una perturbación continuada, sin freno ni norma, que haría imposibles las soluciones de eficacia.
Esas huelgas son hoy ensayos de movilización comunista, pruebas de capacidad revolucionaria. El Gobierno las contempla sin comprender esa función que le asignamos y las va resolviendo como puede, debilitando sus fuerzas de choque.
No es difícil presentir las próximas movilizaciones. Sólo es posible detener la ola roja venciéndola. Otras tácticas son infantilismo candoroso. Nosotros preguntamos qué planes y defensas tiene el Gobierno para impedir el asolamiento de la Patria por los comunistas. Porque nuestra sospecha es de que vivimos en absoluta indefensión y de que corresponde a la acción heroica de los grupos nacionales proceder a garantizar esa defensa.
Hay que abatir el actual sistema liberal-burgués, que con sus hipócritas deslealtades mantendría al pueblo en una funesta predisposición al comunismo. Las huelgas reivindicatorias nos merecen respeto, pues es la única posibilidad de actuación social que admite la fracasada economía vigente. Pero nosotros aspiramos a un régimen económico donde las huelgas sean innecesarias e inútiles, donde la producción adquiera el rango supremo de ¡servicio a la Patria! y donde el elemento prestador de trabajo no sea «a priori» un sector rebelde a los deberes
Más sobre el separatismo de Cataluña
En la tramitación del problema de Cataluña se advierten responsabilidades gravísimas. La que más se destaca es el decreto de Alcalá Zamora, señalando la ruta del Estatuto. Pues el hecho de que se hiciese aprobar plebiscitariamente por el pueblo de Cataluña, lo que debió llegar a las Cortes en forma de un simple dictamen, encierra el más criminal abandono de soberanía.
¿Qué sentido cabe adscribir a ese plebiscito? Sin duda se creyó por sus organizadores que podía constituir una formidable coacción sobre unos poderes como los que hoy rigen, de tipo liberal y parlamentario. Si ello es así, no cabe otra consecuencia que la de lamentar el triunfo de unos poderes tan enclenques, tan dóciles a la maniobra traidora.
Pero el plebiscito es ilegal y rotundamente nulo. Lo de menos es que se realice sin pulcritud ni limpieza. Ha de ser recusado en sí mismo, como atentatorio a la dignidad de la Patria, pues es inconcebible la teoría autodeterminista esa que esgrime el separatismo catalán. Cataluña es tierra española y corresponde a los españoles todos, tanto como a los catalanes, el derecho a intervenir y fijar los destinos de Cataluña. Habían de conseguir los separatistas un plebiscito cien por cien, es decir, la totalidad de Cataluña, y sus pretensiones carecerían aún de fuerza legítima para obligar al resto de España.
Es conveniente que esto no se olvide por el pueblo, pues quizá se acerca la hora de ir puntualizando las traiciones consumadas. Los catalanes, con la complicidad del Poder público y de la Prensa servil, lograron hacer atmósfera para que el problema catalán apareciese ante el pueblo ingenuo como un problema de reivindicaciones justas.
El carácter inmoral de la política catalanista que se desentiende de los problemas nacionales para recluirse en su particular egoísmo, debe merecer hoy la repulsa unánime de todos los españoles. Esa repulsa debe tener coraje suficiente para iniciar una acción que salve y libre a Cataluña de los predominios bobos que hoy sufre.
Sólo rescataremos el amor de Cataluña ayudándola heroicamente a expulsar de su seno a ese manojo de orates que la conducen al deshonor. Ello no puede realizarse sino aceptando la necesidad de que el pleito separatista se dirima por la violencia. Hay ya un imperativo, a más del que alude a la sagrada integridad de la Patria, y es el imperativo generoso de salvar a Cataluña.
Debemos suplir la cobardía oficial con acción directa del pueblo patriota. Durante muchos meses, mientras se incubaba la trayectoria del Estatuto, hemos sufrido persecuciones por no doblegarnos al criterio desmembrador del Gobierno. Las dificultades que surgen ahora, las vergonzosas cesiones constitucionales, exasperan muy justamente a España, que adquiere cada día más clara idea de la traición dominante.
Los Gobiernos han favorecido las ilusiones catalanistas. Hasta tal punto, que hoy no caben ya sino dos soluciones extremas: o acceder indignamente a pactar con los separatistas, perdiendo a Cataluña, o rescatar la soberanía, rescatar la colaboración y el patriotismo de Cataluña por medio de un combate.
Todo lo demás, es cobardía, miedo y candor.
(«La Conquista del Estado», n. 23, 24 - Octubre - 1931)
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Conviene aclarar que las Juntas (J.O.N.S.) se disponen a actuar en la vida política española, desentendiéndose de una serie de simbolismos fracasados. Las Juntas, que son enemigas del sistema liberal burgués hoy dominante, no pueden unir su suerte a las peripecias de reconquistas invaliosas. Tenemos ante nosotros dos fines supremos: Subvertir el actual régimen masónico, antiespañol, que ahoga la vitalidad de nuestro pueblo, hoy indefenso e inerme frente a la barbarie marxista. Imponer por la violencia la más rigurosa fidelidad al espíritu de la Patria.
Todo lo demás es de segundo rango para nosotros. La política es actualidad y eficacia. La defensa de aquellos dos fines no tiene nadie derecho a complicarla con apetitos secundarios. El sentido de nuestras Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista está informado por la ambición joven de dotar a España de un espíritu fiel y de unas instituciones modernas que logren definitivamente el resurgimiento de la Patria. Contra el egoísmo disperso, oponemos la obligación de formar en las Juntas. Contra el marasmo y la cobardía públicas, presentamos la moral de Ofensiva. Contra la traición de los miserables, la idea Nacional. Y frente al fracaso de las estructuras económicas vigentes, un sindicalismo o corporativismo de Estado, que discipline la producción y la distribución de la riqueza.
La acción y la propaganda de las Juntas requiere el auxilio de consignas eficaces, que encierran en la realidad de sus clamores el secreto del triunfo. Hoy iniciamos aquí la exposición de esas consignas, y nuestros afiliados deberán proceder a difundirlas con tenacidad y coraje.
La Patria amenazada
Hoy predominan en el Gobierno, bien los partidos antinacionales como el socialista, bien los grupos de más tibio carácter nacional, como la masonería extemporánea que representan los demás ministros. Esta situación es insostenible, y de ella se aprovechan los enemigos mayores, los que aguardan en la sombra la oportunidad para asestar el golpe comunista.
Acontece, pues, que se encuentran en plena indefensión los ideales nacionales. No existe hoy fuerza alguna que ejerza, en cierto modo, un contrapeso a las propagandas traidoras y se imponga el deber heroico de castigar los crímenes contra la Patria. No es posible contener la ola marxista sin esgrimir la santa fidelidad a la Patria y sin movilizar en torno a esta suprema idea nacional las más sanas reservas del pueblo. Nosotros aceptamos que la situación gobernante es sinceramente enemiga del comunismo -¡como que se trata de burguesía liberal medrosa!-; pero frente a los asaltos bolcheviques y anárquicos sólo dispone de fuerza policíaca, no de recursos creadores ni de barreras fecundas, que es lo único eficaz contra esos salvajes que creen flamear una nueva civilización.
Por esto, damos hoy el grito de la Patria amenazada, requiriendo a los españoles para organizar un frente de ofensiva que haga imposible la victoria comunista. Y a la vez para influir de modo inmediato en las tendencias actuales del régimen, que no duda en rodearse de medios tiránicos para atropellar la conciencia nacional.
Contra el Estado liberal y el parlamentarismo burgués
Sólo quien disponga de grandes caudales de hipocresía, esto es, de fórmulas criminales para burlarse del pueblo, puede hoy aceptar las instituciones democrático-parlamentarias. Hoy vemos como se ensalzan por las oligarquías desaforadas de las Constituyentes las ideas liberales y luego cómo se introducen con gesto solapado los recursos de la tiranía. Las Juntas combatirán la hipocresía liberalburguesa, proclamando de una manera limpia la necesidad de una dictadura nacional, que elimine a los traidores.
No podemos aceptar otros derechos que los de la Patria, y toda la retórica liberal, con sus putrefactos derechos individuales, merece nuestro desprecio. Si hay algún momento histórico en que España requiere el sacrificio generoso de los españoles, es este de ahora, y frente a su llamamiento deben prohibirse como inmorales todos los derechos descubiertos o por descubrir.
La momia liberal, fracasada en todas las latitudes del universo, pretende hoy arrancar de los designios de España los afanes de grandeza. Quiere sujetar nuestro futuro a una existencia risible, pacifista y boba, a la que se le cierren todas las veredas triunfales. No pueden admitir espera los alientos de la raza, y por eso las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista hacen desde hoy promesa firme de liberar a la Patria del liberalismo traidor que obstaculiza su ruta. Además, la posición liberal es de una ranciedad que apesta a todo espíritu moderno. Sólo un farsante o un cretino puede a estas alturas defender la formula demoliberal, propia de setentones sin sangre.
Todas las traiciones y todos los egoísmos se consuman en los Parlamentos. Son poderes irresponsables que se escudan en su origen democrático para cometer las mayores vilezas contra los intereses de la Patria. La política parlamentaria es forzosamente mezquina y contribuye a que usufructúen el Poder oligarquías mediocres, sin enlace alguno con los imperativos históricos de la raza. Jamás podrá reconstruirse un pueblo a base de recetas parlamentarias. Los diputados suelen ser hombres sin pasión nacional, leguleyos enemigos de la acción y del coraje, gentes sin fe ni confianza alguna en los destinos de la Patria.
La mecánica política de nuestro siglo obedece a la lógica dictatorial de los partidos nacionales. Un grupo fuerte y audaz, que logre el auxilio de los más puros sectores del pueblo, debe imponer su verdad a los extraviados. Por eso las Juntas abandonan la mística parlamentaria y se constituyen en defensoras de una franca política de dictadura, que ponga al servicio de la Patria todas las energías del país.
La disciplina y el coraje de una acción militar
Una consigna permanente de las Juntas es la de cultivar el espíritu de una moral de violencia, de choque militar, aquí, donde todas las decrepitudes y todas las rutinas han despojado al español de su proverbial capacidad para el heroísmo. Aquí, donde se canta a las revoluciones sin sangre y se apaciguan los conatos de pelea con el grito bobo de ¡ni vencedores ni vencidos!
Las Juntas cuidarán de cultivar los valores militares, fortaleciendo el vigor y el entusiasmo guerrero de los afiliados y simpatizantes. Las filas roja se adiestran en el asalto y hay que prever jornadas violentas contra el enemigo bolchevique. Además, la acción del partido necesita estar vigorizada por la existencia de organizaciones así, disciplinadas y vigorosas, que se encarguen cada día de demostrar al país la eficacia y la rotundidad de las Juntas.
Nuestro desprecio por las actuaciones de tipo parlamentario equivale a preferir la táctica heroica que puedan desarrollar los grupos nacionales. Del seno de las Juntas debe movilizarse con facilidad un número suficiente de hombres militarizados, a quienes corresponda defender en todo momento el noble torso de la Patria contra las blasfemias miserables de los traidores.
A todas horas, favorecidos por la inmunidad, se injuria a España por grupos de descastados, que se sonríen de nuestra fe en la Patria, que medran con la sangre del pueblo que trabaja, acaparando esos sueldos que les permiten dilapidar el tiempo en las tertulias antinacionales. Esos grupos, esas personas, esos periódicos que calumnian a España, que odian su espíritu secular y su cultura, merecen el más implacable castigo, que debe ejecutarse supliendo la inacción del Estado con la acción violenta de una cuantas patrullas heroicas.
La capacidad económica del Nacional-Sindicalismo
Algo hay indiscutible en nuestra época, y es la crisis capitalista. Ya hemos dicho alguna vez que esta crisis es para nosotros mas bien de gerencia capitalista. Han fracasado las estructuras de la economía liberal, indisciplinada, y también los grandes «trusts» o «cartels» que trataron de suplantarla. Pero ha de entenderse que las dificultades económicas tienen hoy un marcado carácter político y que sin el hallazgo de un sistema político es imposible toda solución duradera a la magnitud de la crisis económica.
Sólo polarizando la producción en torno a grandes entidades protegidas, esto es, sólo en un Estado sindicalista, que afirme como fines suyos las rutas económicas de las corporaciones, puede conseguirse una política económica fecunda. Esto no tiene nada que ver con el marxismo, doctrina que no afecta a la producción, a la eficacia creadora, sino tan sólo a vagas posibilidades distributivas.
Esto del nacional-sindicalismo es una consigna fuerte de las Juntas. El Estado liberal fracasará de modo inevitable frente a las dificultades sociales y económicas que plantea el mundo entero. Cada día le será más difícil garantizar la producción pacífica y contener la indisciplina proletaria. La vida cara y el aumento considerable de los parados serán el azote permanente.
El nacional-sindicalismo postula el exterminio de los errores marxistas, suprimiendo esa mística proletaria que los informa, afirmando, en cambio, la sindicación oficial de productores y acogiendo a los portadores de trabajo bajo la especial protección del Estado.
Ya tendremos ocasión de explicar con claridad y detenimiento la eficacia social y económica del nacional-sindicalismo, única concepción capaz de atajar la crisis capitalista que se advierte.
(«La Conquista del Estado», n. 23, 24 - Octubre - 1931)