Es, sin duda, triste lo que acontece con esta entidad cultural. La tristeza indecorosa que protesta de su caducidad haciendo tonterías. El Ateneo tiene en su haber histórico una dedicación auténtica al servicio de la cultura superior de España. Hasta hace quince o veinte años, las conferencias de su salón y los cursillos de sus cátedras constituían de seguro la cima de los valores intelectuales. Todo es hoy distinto. El Ateneo, con su estructuración anacrónica y sus resabios antiguos, no significa ya nada positivo en la vida española. No por culpa de estas o aquellas personas, de esta o aquella orientación, sino por algo más hondo, que afecta a la fatalidad de las edades. El Ateneo ha perdido el contacto con los tiempos y vive una vida estelar, junto a una galería de retratos familiares, creándose artificiosamente su universo y adorando los viejos mitos del viejo siglo.
La tarea intelectual de alto velamen se ha polarizado felizmente en España en otro género de organismos, que ahí están, a la vista de todos, satisfaciendo sus tributos de creación. Gracias a ellos, la decadencia intelectual y física del Ateneo no supone la de nuestras actividades culturales. Estos organismos nacieron de frente a los valores fundamentales de la cultura y son hoy la garantía de que España dialoga con acento firme en los pugilatos supremos de la Inteligencia. No es preciso citarlos, porque todo el mundo conoce el amplio cerco de su sombra. Así el resurgir del espíritu universitario. Así esos otros centros que se llaman Centros de Estudios históricos, Laboratorio de Investigaciones físicas, Seminario matemático, Instituto Cajal, Sociedad de Cursos, Seminario de Estudios Internacionales, etc., etc.
¿Y los estudios superiores de Política?, se me dirá. El Ateneo ha mostrado en los últimos años un afán incontenible por la política. Nadie puede censurar esto en sí, porque la Política es «la más noble de las preocupaciones humanas». Pero cuidado: no se olvide que ello coincidía en el Ateneo con su agotamiento para las genuinas y valiosas funciones adscritas a su historia. Y tenía que llegarse a esto de ahora, espectáculo triste y de palidez, que tanto nos duele a los que somos poco amigos de contemplar desnudeces en ruina. Al rodar los temas políticos por el Ateneo no había cuidado, pues, de que nadie pretendiese situarlos en serio como aconteceres históricos, exclusiva función propia del intelectual. Del Ateneo no ha salido ni una idea universal ni un síntoma de que el sentido de los nuevos tiempos era allí comprendido. En vez de eso, el Ateneo, en presencia de los hechos culminantes de estos años -Gran Guerra, pujanza de los yanquis, fascismo italiano, revolución soviética-, ha hecho un deplorable papel. Era ello inevitable. Agotadas para el Ateneo las posibilidades creadoras, tuvo que refugiarse en los dominios de un pasado, del suyo. Especuló -y especula- con su haber histórico, mostrando a España cuanto le debe como centro cultural, implorando así la limosna de su crédito.
Pero hay más. Lo que hace traigamos a esta sección de deshacedores al viejo Ateneo: Hoy la influencia directriz del Ateneo es nefasta para el pueblo español. Vive anclado, como dijimos, en 1830, con sus valores progresistas. Todavía allí se grita con emoción eso de ¡Somos progresistas! Pero como sólo gritan, sin cuidarse lo más mínimo de progresar, se encuentran de pronto rezagados, midiendo los pasos del cangrejo, esto es, retrógrados. Da pena que en la vida española sean todavía posibles estas falacias de la reacción demoliberal. En los grandes días del actual Ateneo, cuando hay gran discurso montaraz, se forman en la puerta unas colas de hombres del pueblo. Siempre he identificado estos actos en que se sirve al pueblo con crueldad fría la morbosa y rutinaria prédica con la función adscrita a la literatura pornográfica.
Si uno redujese su cultura política a lo que se dice y se oye en el Ateneo, seguiría creyendo que nada ha acontecido en el Mundo desde la Gloriosa. La vida universal del último cuarto de siglo no ha suscitado problemas nuevos ni hecho desaparecer los antiguos, según la concepción ateneística. Algunos jóvenes que allí hay -lectores por lo menos de Marx- se salen un poco de esa vulgaridad; pero es lo cierto que predomina en el Ateneo el viejo espíritu podrido del siglo XIX y esos jóvenes, aunque guiñen el ojo, como quien no se deja engañar, a la postre resultan vencidos, entregados con disciplina a los imperativos del ambiente.
En fin, creemos que el Ateneo representa hoy en la vida española un tope y un tópico. El tope impide la marcha, no deja hacer, retiene a los españoles en tareas desvanecidas. Deshace, en una palabra. El tópico es hacer creer a la gente que allí hay finos intelectuales que pulsan la más leve vibración de los nuevos tiempos.
Entidad retrógrada, reaccionaria: el Ateneo. He aquí la verdad pura.
(«La Conquista del Estado», n. 1, 14 - Marzo - 1931)