Es indudable que el mundo atraviesa una era revolucionaria. Hacen un viraje las rutas vigentes, y se invalidan. Los poderes históricos se encuentran de pronto vacíos de impulso, como si nada tuviesen que ver con los hechos del día. Desarticulados de los resortes íntimos y decisivos que rigen el mundo nuevo. Una fase de violencia se aproxima, pues, de modo inevitable al servicio de esas convulsiones. El ejemplo de las fuerzas políticas que se organizan en milicia civil es rotundo y claro. A través de la postguerra, los nacionalismos agresivos, que lograron un enlace social con la hora presente, han triunfado; esto es: han movilizado huestes valerosas. Asimismo, en porción menor, los comunistas.
Pero es curioso que fuerzas pacifistas, de ramplona mirada liberal y democrática, pretenden ahora adquirir también eficiencia guerrera. Como si el valor y el heroísmo fuesen mercancías que se abandonan o adquieren a capricho. Hay grupos sociales antiheroicos por constitución natural, a los cuales será risible entregar una bayoneta. Decimos esto a la vista de algunos fenómenos que hoy se dan. Así, esa manifestación de Reischbaner en las ciudades alemanas. Horsing, creador de esas banderas democráticas, ha sentido la necesidad de copiar a Hitler, uniformando sus huestes en un desfile incoloro.
Las falanges hitlerianas obedecen fielmente en su formación los imperativos políticos y sociales de estos años. Son, pues, algo vivo, que se enraíza en lo más hondo de nuestro tiempo, que interpreta los afanes de nuestro tiempo. Frente a ellas, de modo artificioso, para defender cosas que en 1931 no pueden pasar de la superficie de la persona, se forman otras milicias con ilusas esperanzas de predominio.
Nosotros denunciamos en el hecho mismo del plagio una subversión curiosa. Pues si yo me apropio y utilizo los valores que otro trae consigo, me convierto en dependiente suyo, en admirador fundamental de su gesto. Es la contradicción que existe en párrafos como el siguiente, publicado en un articulo de la revista madrileña Nosotros:
«Se impone la formación del bloque antifascista. Si las organizaciones de vanguardia no tienen el suficiente sentido político para concertar una acción ofensiva de gran envergadura, por lo menos hay derecho a esperar que sí podrían ponerse de acuerdo para exterminar en su punto de partida toda formación fascista».
Esto es, haciéndose fascistas. La cosa es clara, y, en este caso, el triunfo del fascismo rotundo.
(«La Conquista del Estado», n. 1, 14 - Marzo - 1931)