¿Qué va a pasar aquí?
Nos preguntamos, claro, qué va a acontecer aquí en esta sección que hoy se inaugura. Prometemos un desfile magnífico de ingenios de estopa, a base de minorías seleccionadas. En modo alguno prodigar nuestra atención sobre personajes de sombra leve. Quien figure aquí, descarriado en esta Guía, ha de haber escrito, por lo menos, seis folletos, pronunciado seis discursos constituyentes, firmado seis proclamas terribles o conspirado seis veces a favor de la República burguesita de D. Niceto. Caben, pues, algunos marxistas de la Casa del Pueblo.
¡Oh, Maimónides! ¡Terrible cosa es el caminar! Sobre todo cuando a los senderos fáciles los borró una amplia nevada. ¿Qué hará el joven brillante que suspira por la brillante carrera de la política? Nuestros descarriados van a decirlo aquí en breve, con el gran talento que les caracteriza y nadie -ni nosotros- les niega. Esperemos, pues. Aquí van a llegar, en desnudez vistosa, todos los pobrecitos caminantes que se extraviaron de senda. Ni una luz ni una voz amiga les ha auxiliado, hasta ahora que salimos nosotros con faros potentes de socorro en su ayuda. No se deslumbren y mírennos en los ojos el afán cordial que mueve nuestros pasos hacia ellos. Todavía es tiempo.
Un descarriado, repetimos, no es un ser cualquiera. Ya lo irán advirtiendo ustedes en días sucesivos, cuando contemplen su arrogancia en este privilegiado sitial que le ofrecemos. Paso a los talentos. Nosotros no les hemos de regatear publicidad gratuita. Obedecemos así sagrados deberes para con «el progreso y la libertad».
Pero hay algo que quizá nuestros lectores no perdonen a la procesión descarriada. Es, digámoslo bajito, que ellos se saben a sí mismos descarriados, infieles al recto caminar de su tiempo. No les importa saber definitivamente idos los mitos que defienden ante el pueblo. Les basta, al esgrimirlos, saberlos eficaces para arrastrar la ingenuidad popular en torno suyo. ¡Oh, si nosotros dispusiéramos de voz engolada! Era la ocasión de decirles: En nombre del pueblo, por engañar al pueblo... (aquí la pena terrible, irreparable).
Pero, no. Nuestros descarriados, si merecen algún castigo, ha de ser infinitamente más leve. Una pequeña infusión de algo muy amargo, y a su asiento.
Los preferimos jóvenes, inteligencias tiernecitas. No obstante, habrá de todo. Pues existen también en este bello país viejos peces contumaces que no merecen de ninguna manera nuestro olvido. Fácil ha de sernos, desde luego, conocer qué jóvenes andan descarriados por ahí. Nos es suficiente una mirada a nuestros cuadros militantes. Los que falten, ésos. Con toda seguridad, ésos. No pueden estar con nosotros, y sí, en cambio, formar muy honrados y satisfechos en la Guía de descarriados, todos aquellos que van, como las aguas, buscando los desniveles fáciles. Hacia abajo, cuesta abajo, tras del igualitario nivel del mar, donde todas las turbiedades mediocres se confunden.
Frente a una alambrada arisca que se atraviesa en el camino recto, nosotros saltamos sobre ella. El descarriado, no. Toma las direcciones laterales, refugiándose en una posibilidad providencial. ¡Qué pena, oh descarriados, vuestra procesión cansina, sobre todo cuando sois jóvenes, engranándoos en las viejas categorías que los viejos intereses os dan como una limosna! La gran alegría, frente a eso, es inventar los nuevos mitos, lanzar los banderines recién creados y esperar la recia victoria de lo inédito.
Es muy fácil la lucha cuando se dispone de ancha capacidad para dar de lado a los verdaderos valores. Muy fácil y muy infecunda. No tarda en llegar la gran vergüenza que supone esa deslealtad primera. Así, oh descarriados, ciérrense vuestros ojos y tended a las tinieblas si la presencia de la luz os sirve sólo para eludir el recto camino de los justos.
El primer descarriado está ya aquí, junto a nosotros, relatándonos las incidencias de su senda. Le hemos dado caza con una red de capturar mariposas. En el número próximo veréis la sonrisa de su faz.
(«La Conquista del Estado», n. 1, 14 - Marzo - 1931)