G. GRINKO: El Plan quinquenal de los Soviets. Ed. Cenit. Madrid, 1930.

Muy pocos pueden hoy en España decir que pisan terreno firme cuando hablan de temas rusos. Si en los primeros años de la Revolución las agencias capitalistas se encargaban de aislarnos del mundo bolchevique, hoy, en que han surgido con gesto polémico luchas interiores, la confusión prosigue con intensidad igual. Hay algo, sin embargo, que se afirma cada día, que va adquiriendo cada día prestigio firme, y es la figura de Stalin. Este hombre, frente a Trotski, significa la continuidad victoriosa de la Revolución. El Plan quinquenal, que explica Grinko en este libro con datos profusos, es la gran tarea que Stalin imprime a la economía bolchevista, retirando de la atención morbosa, enferma, de ideólogos y teorizantes los temas y las desviaciones infecundas. La voz de Trotski, desde el destierro, clamando por tortuosas lealtades, es la voz triste del hombre un día valioso que se ha convertido en el mayor peligro para aquello que es su misma obra. Stalin, dictador, con el Plan quinquenal, no acomete sólo una gigantesca prueba acerca de la capacidad económica del régimen soviético, sino que intenta y logra una gran victoria política que asegura para la eficacia de su actuación cinco años -ampliables- de experiencia creadora.

El Plan quinquenal supone, desde luego, un hecho económico de suma trascendencia en el mundo actual. Tiene todas las ventajas de un plan jerárquico, que somete a sistema la proyección más leve. Nada puede decirse aún de su posible triunfo o de su fracaso. Pues el famoso dumping ruso de que tanto se habló en Europa los últimos meses no es, ni mucho menos, una prueba triunfal. La mercancía barata de Rusia obedecía, en efecto, al dumping, no a que realmente se produjese a costo tan bajo. El Plan tiene también la honda significación de que enlaza a la economía industrial la explotación agrícola de los campos. Es bien sabido que la Revolución soviética se ha estrellado hasta aquí en sus afanes de someter al campesino a un régimen de colectivización comunista. Los propietarios de tierras controlan aún la mayor porción de la economía agraria, que tiene, por tanto, un rotundo carácter burgués. Parece que el Plan quinquenal supone un avance de la explotación colectiva, pero su pretendida lucha contra el kulak no está muy clara. Mas bien, según muchos indican, en 1933 los kulaks habrán afianzado y extendido sus propiedades.

El libro de Grinko es sumamente polémico. Su título parece ofrecer una explicación serena de las interioridades técnicas del Plan; pero es a la vez que eso una lírica arremetida contra los enemigos de la política de Stalin. El entusiasmo del ingeniero Grinko llega, en muchas ocasiones, a tocar un poco el cándido optimismo primaveral. No es este el momento ni el sitio de que digamos nosotros algunas graves cosas a estos rojos entusiastas. Ya habrá ocasión y lugar propicios. Porque si el Plan es magnífico y triunfa, la economía soviética obtendrá la gran victoria. Pues nosotros, en estos meridianos occidentales, creemos que está muy bien y es de suma importancia que un pueblo aporte un nuevo régimen económico, pero que los pueblos tienen también que hacer muchas otras cosas en la historia. Dígalo, si no, la sombra suicida del poeta Mayakowski.

 

MAURICE LAPORTE: Sous le casque d'acier. París, 1931.

Un francés, por serlo, es ya casi un miope para comprender las nuevas estructuras que triunfan por el mundo. Un siglo entero transcurrido, en que los pueblos no han hecho sino exaltar la trinidad de la Revolución francesa, hizo creer al buen galo que nada quedaba por descubrir en el orbe. Pero la postguerra desarticuló la trinidad esa y puso en circulación posibilidades distintas, que hoy entusiasman a las gentes. Este señor Laporte, que coge sus maletas y llega a Alemania con la pretensión de someter a categorías viejo siglo los hechos que allí ocurren, es digno de observarse.

Se trata de un reportaje al que atenúa tan sólo la cualificación de que está hecho dominado el autor por el miedo insuperable. A cada paso, en cada esquina se encuentra un terrible casco de acero, un viva Hitler o el peligro soviético, destructores todos de la cultura francesa.

Laporte sigue en este libro la ruta de Hitler, y no deja de observar con pluma fina algunos rasgos de interés. No se olvide que el nacional-socialismo ha reclutado partidarios con gritos de revancha, y para Francia ha de ser lícito el combatir este movimiento con todas las armas. Pero hay que exigir entrar en los tiempos, renovar los tópicos gastados y no empeñarse en repetir de nuevo la conquista del mundo con falanges moribundas. Ya asoman en Francia preocupaciones juveniles, que significan este otro espíritu, reconciliado con lo actual. Esperemos la superación del viejo nacionalismo maurrasiano, algún día tan magnífico, pero hoy totalmente hueco de futuro.

 

(«La Conquista del Estado», n. 1, 14 - Marzo - 1931)