Es más notorio cada día el alejamiento que existe entre las masas obreras y las ortodoxias de la República. No tiene justificación fácil este descenso sino en el plano de la miopía y mediocridad de los grupos dirigentes. Pues aparece como la más rigurosa verdad política de nuestra época que sin la colaboración saña y alegre de una parte de las fuerzas obreras es imposible edificar ni estabilizar nada. Y mientras las ideas, los grupos y los partidos que hoy en España aspiran a suplantar en el Poder a la actual situación, no descubran el secreto de esa adhesión y colaboración se estrellarán igualmente sin remedio.

En política se puede y se debe volver la espalda a muchas cosas, pero nunca a la realidad. Y ese detalle que hemos afirmado es la dimensión más destacada de la realidad de nuestro tiempo. Así, pues, resulta muy extraño que existiendo hoy en España varios grupos políticos que desean conseguir la más alta eficacia posible en la gobernación del Estado no se planteen antes que ninguna otra cosa la necesidad de encontrar los cauces para una incorporación positiva de las masas obreras.

Las masas proletarias tienen casi toda la razón al solicitar reivindicaciones de tipo social y económico. En lo que no tienen ninguna razón es en las idea y en los sentimientos antinacionales sobre que basan la movilización de su poder. Es el gran juego y la gran traición del marxismo: introducir en el corazón de los obreros, a la par que una voluntad de justicia, un rencor y una negación de todos los valores morales e históricos que constituyen la tradición y el futuro de la Patria.

La reconquista de las masas hacia la fidelidad nacional, hacia un sentido de solidaridad nacional, tiene que coincidir con la rota decisiva del marxismo. Es la gran tarea realizada en Italia por el Estado fascista. Sólo después de desarticular y desmantelar las organizaciones del marxismo se consigue que desaparezca de las masas obreras esa voluntad derrotista de no intervenir en la forja gloriosa de los destinos nacionales. Pues la Patria es común a todos. El sentimiento nacional, la idea de la Patria, no pertenece a esta o aquella clase, a este o aquel sector sino a la comunidad unánime de los españoles. Y el marxismo, que niega la idea nacional, convierte a los patriotas en traidores.

No hay ligamento más eficaz para lograr la incorporación de los obreros que cultivar lo que en ellos hay de sentido nacional, de fidelidad honda a los supremos y comunes designios de la Patria. Y a la vez el compromiso de conseguir su efectiva liberación económica. Cualesquiera otra cosa que se intente será vana y conseguirá la rebeldía constante, la fuga constante de los obreros hacia la traición marxista.

Insisto en que sólo en el plano de lo “nacional”, en esa congoja común ante la Patria en ruinas, puede obtenerse la conciliación y la eficacia. El día en que se declare fuera de la ley toda propaganda marxista y se cultive entre las masas el sentido económico y “nacional” de los sindicatos, lo tendremos conseguido todo en España.

La idea nacional, el culto a la Patria, el afán fervoroso de engrandecer a la Patria, es decir, un nacionalismo ciego y hondo, es lo que permitirá que los españoles hagamos en esta hora de hecatombe algo eficaz y firme.

Por eso las JONS, entidad política que ya conocen los lectores de este periódico, intenta difundir entre las masas ese sentido nacional que hoy les falta. Nos informa la tesis de que muchas cosas podrán o no ser discutidas, por ejemplo la forma de gobierno, pero donde las críticas no deben tolerarse, donde es obligada la coacción implacable, es en el terreno que afecta a la permanencia, dignidad y grandeza de la Patria.

La bandera social de las Juntas de Ofensiva Nacional-sindicalista (JONS) consiste precisamente en difundir entre las masas un sindicalismo nacional, es decir, jerarquizado y al servido de los intereses nacionales. Nos interesa incorporar los esfuerzos de las masas obreras a las actividades de otros sectores de la producción, reconciliando las clases, unificando sus metas, haciendo imposible esa lucha de clases permanente que propugna el marxismo venenoso.

Nada puede y debe hacerse contra las masas obreras. Al contrario, hay que estimarlas y valorar su poderío. Las JONS esperan de ellas el impulso más eficaz para imponerse. Pero hay que ser implacables con el virus ideológico rencoroso que el marxismo ha sembrado. ¡¡Jóvenes camaradas de la JONS, alerta!!

 

Ramiro Ledesma Ramos

 

(«Libertad», Valladolid, año II, nº 50, 23 – mayo - 1932, p. 1)