Todas las revoluciones, y sobre todo las que aspiran a modificar los fundamentos mismos de la sociedad vigente, tienen dos objetivos claros e inmediatos que condicionan su triunfo. Uno consiste en aniquilar, desarticular y reducir a polvo aquel Estado y aquellas instituciones que combaten. Otro es sustituirles en el poder, ser el Gobierno revolucionario quien se encargue de ordenar y dirigir el nuevo régimen que nace al quedar desmoronado el antiguo.

Pues bien; cada día es más evidente la sospecha de que la revolución marxista ha triunfado en uno de esos dos objetivos, es decir, ha conseguido reducir a la impotencia histórica al Estado liberal-burgués que regía en España antes de octubre. Y es de tan grave importancia señalar esto, que de un lado explica los hechos vergonzosos acontecidos con posterioridad a la revolución, y de otro aclara y señala cuál va a ser y tiene que ser la ruta combativa de los españoles.

Ahí está la incapacidad absoluta del Gobierno Lerroux-Gil Robles para obtener de la revolución fracasada las consecuencias históricas que una situación política de carácter nacional y responsable deduciría con rapidez. Se mueven esos grupos radical-cedistas en la órbita de las ideas y las instituciones agujereadas por el plomo rojo de octubre, y son ya sus propios jefes residuos inaptos para las grandes tareas históricas que hoy gravitan sobre España.

Nos encontramos, pues, con que la revolución no ha sido vencida por las organizaciones políticas burguesas que se alzan con el triunfo, y sólo a medias por el Gobierno de ellas emanado.

Han sido otras fuerzas, un espíritu y un coraje diferente, quienes obtuvieron de sí mismas el impulso primario, simple y heroico que aseguró la victoria de España.

Terminada la pelea, esas fuerzas triunfadoras, ese espíritu español a quien se debe la victoria, han abandonado lógicamente el puesto de las decisiones supremas que ocupó durante una semana. Y en su lugar, ahí está, aparece de nuevo el equipo burgués radical-cedista, dando cara a los problemas, a las dificultades y a las angustias de la catástrofe. Pero ya hemos expuesto nuestra sospecha de invalidez ante unas instituciones arrasadas por la revolución socialista que además de la metralla y la dinamita largó contra el Estado y el Gobierno que lo representa un ataque de más difícil defensa: el de obligarle a hacer frente a las consecuencias de la revolución, a poner a prueba su energía, y desde luego sus ejecutorias para el ejercicio del poder en esta hora de España.

Y ahí están en procesión imponente, aplastando las posibilidades chatas de que dispone el equipo Lerroux-Gil Robles, esas tres magnas exigencias del momento histórico que vivimos:

Justicia implacable para la traición. Integridad de la Patria y reconstrucción de la unidad del Estado. La unidad social de España, es decir, la convivencia de las gentes que trabajan y producen en las ciudades y en los campos de España.

A la vista de esas tres grandes e ingentes tareas, nos damos cuenta de cómo es imposible que las aborde y resuelva un Estado liberal-burgués cualquiera. Máxime si se trata de un Estado que a más de esa característica liberal-burguesa tiene esta otra de haber salido renqueante y malherido de una revolución marxista-separatista hecha contra él.

Y en efecto, ya está ahí la justicia, esa consigna implacable que todos los pechos españoles albergaron en octubre a la vista de la traición y de la barbarie. Resulta que la más grave culpa observada en una traición como la de la Generalidad y una insurrección marxista como la de Asturias, es la vinculada en un atracador de Gijón. Se ha indultado a militares que se rebelaron no contra este o aquel Gobierno, sino contra España, produciendo bajas en las filas de quienes se mantenían fieles a la Patria en el peligro. ¿Y quién indulta a esos héroes, a esos soldados de España, caídos en la lucha contra la traición?

Parece cada día más claro que sólo nosotros, los que nos agrupamos bajo la bandera nacionalsindicalista de la Falange Española de las J.O.N.-S., podemos superar las limitaciones burguesas de que adolecen, los actuales grupos gobernantes. Sólo nosotros luchamos hoy porque se extraigan de los acontecimientos de octubre las consecuencias últimas que España precisa para subsistir en la historia. Para ello, y una ves convencidos, como ya lo estamos, de que los grupos radical-cedistas se esfuerzan en amputar del futuro de España esas posibilidades grandiosas que hoy se ofrecen, tratando de conseguir que burguesa, cínica y traidoramente se conformen los españoles con triunfos fantasmales, nosotros nos veremos obligados a engarzar los objetivos revolucionarios en el mismo punto en que los dejó la insurrección marxista.

Tenemos derecho a exigir a la burguesía española que luche por conseguir triunfos nacionales, arraigados y permanentes, y no triunfos de clase, injustos y además de fugaz vigencia. Gil Robles-Lerroux podrán garantizar a la España burguesa la misa de once los domingos, el fútbol placentero por la tarde y la vida cómoda y sin sobresaltos. Nosotros no nos conformaremos ni toleraremos que esos sean los trofeos de una batalla como la de octubre.

Y presentamos nuestras exigencias, las grandes metas nacionales cuyo logro permita, por lo menos recordar casi con alegría y desde luego sin remordimiento los millares de vidas leales inmoladas a la grandeza y a la fortaleza de España.

 

(«Libertad», Valladolid, año IV, nº 100, 12 – noviembre- 1934, p.1.)