No es difícil observar que la filosofía hegeliana atraviesa hoy una atmósfera favorable. Puede atribuirse esto a dos motivos de filiación clara. Uno es que no existen discípulos de Hegel. (Todo el mundo sabe cómo lograron estos señores que nadie se esforzara por comprender a su maestro. No se salvan de esta ironía ni hombres de tan discreta actividad hegeliana como Kuno Fischer y Stirling.) El otro motivo que alimenta el mirar curioso hacia la obra de Hegel consiste en una particularísima convergencia de estilo con la actitud filosófica del presente. Después de un período de indisciplinadas anarquías, vamos ya pensando un poco, como Hegel, que no hay conocimiento posible fuera de un sistema. «Die wahre Gestalt, in welcher die Wahrheit existiert, kann allein das wissenschaftlische System derselhen sein» (Phänomenologie des Geistes, pág. 5, edición Lasson). La necesidad, pues, de un sistema, el deseo que tenemos de él, es, por tanto, lo que nos conduce a Hegel, el creador del sistema de más bellos perfiles. No puede llevarse muy lejos la simpatía. El sistema de Hegel es perfecto como sistema, pero tiene el inconveniente de que es falso. Un aprendiz de filósofo puede, sin duda, hacer hoy a Hegel objeciones del más grave carácter. Que ese genial violador de conceptos dejaría intactas.

Jean Wahl, autor del libro (1) a que alude el título de esta nota, ha cometido con Hegel la máxima irreverencia, que es la de escrutar los orígenes mismos de su filosofía, poner en claro los desnudos lineamientos de su ejecución, desmontarla y ofrecer al público la palidez de los trofeos.

El libro de Wahl es de una dificultad suma, y hemos de reconocerlo así, porque está hecho con rigurosa precisión, bien a la mano los originales aludidos, y requiere una familiar convivencia con ideas extranjeras, peculiarmente esquivas. Por ello, hay que situarse ante él con grave gesto, y procurar que no se escapen las sutiles derivaciones que el autor cree haber capturado. Jean Wahl ha escrito su libro con un propósito: el de probar que al período estrictamente filosófico de Hegel precedió un período teológico, y es en este último donde tienen su nacimiento y su raíz los problemas centrales que Hegel desarrolló después. Son, pues, los escritos de la juventud de Hegel los que han dado lugar a este intento de fundamentación teológica, creados en años de peregrinación por los sistemas, de inquietudes mozas y de tremendo caminar dubitativo, cuando aún permanecía sin insinuarse la dialéctica.

Toda filosofía está siempre adscrita a la época en que nace. La de Hegel no escapa a este designio. El pensamiento filosófico de los siglos XVII y XVIII nació bajo la influencia de la física matemática, y lo caracteriza una radical ceguera para las cuestiones que hubo de plantearse la filosofía subsiguiente. Los temas hegelianos y la intuición primaria a que obedecían hacen de este filósofo un poeta magno que, en vez de poseer talento expresivo, estaba dotado de una maravillosa facilidad para manejar los conceptos lógicos. Ese espíritu poético enlaza a Hegel, como indica Wahl, con los misticismos de Novalis, de Hölderlin y con las intuiciones de Schiller. Pero no debe exagerarse la similitud proyectiva. La conscience malheureuse, que llama Wahl, haciéndola intervenir en las ideas hegelianas de vuelo más pujante, no es sino un síntoma de la necesidad, que sentía Hegel, de encaramarse a un método decisivo. La conciencia —en sí misma— es voraz de negaciones. Es un perpetuo pasar de una idea a otra. La negatividad simple, en tanto tiene conciencia de sí misma, sería la conscience malheureuse. O también, dialéctica inmanente en el espíritu, conciencia de la dualidad y de la contradicción. «Das unglückliche Bewusstsein ist das Bewusstsein seiner als des gedoppelten, nur widersprechenden Wessens» (Phänomenologie, pág. 139). Toda conciencia es conciencia de lo finito; por lo tanto, contradictoria, angustiada, infeliz, malheureuse. Ahora bien: «La conscience a conscience d'elle même en tant qu'elle est l'inessentiel, mais qu'elle a consciencie que son essence est la destruction de l'inessentiel» (Wahl, pág. 168).

Jean Wahl no consigue imponer su propósito. Al fin, Hegel, por el camino que sea, construye un sistema irreligioso, de pura entraña racional. Su libro nos pone de relieve una serie de veredas posibles que rozan de lejos las concepciones definitivas de Hegel. En el fondo, Whal comete un error de jerarquía. El afán religioso lo resuelve Hegel de una manera racionalista, y la religión queda anulada por la totalidad del sistema. Hasta tal punto es esto así, que no se trata sólo de un negar la religión, sino de un sustituirla. Uno de los aforismos hegelianos que publica Rosenkranz, en su Hegels Leben, dice, refiriéndose, sin duda, a este mismo problema, que «a las cuestiones que no responde la filosofía debe responderse que no es legítimo el que sean planteadas».

Puede aceptarse sin violencia, como quiere Jean Wahl, que Hegel, «avant d'etre un philosophe, il a été un théologien», pero en modo alguno que en lo que entendemos por «filosofía hegeliana» predomine este último carácter. El pensamiento de Hegel obedece con todo rigor a tres normas, que son para él como desinfectantes teóricos: 1.ª Es conceptual, o, lo que es lo mismo, no admite un conocimiento inexpresable por medio de conceptos; 2.ª Es universal; 3.ª Es concreto. La significación estricta de estos irónicos desinfectantes puede verse con toda claridad en el libro de Croce: Ció che è vivo e ció che è morto della filosofia di Hegel (Bari, 1907).

La evolución espiritual de un grande hombre es siempre abundante en travesuras. Más que otras, la de Hegel, hombre de dotes excepcionales para triturar sistemas ideológicos, que advino al mundo en una hora difícil, periclitado el aliento de la Aufklärung y circulando a su vera el nubarrón romántico. No puede extrañar que en las obras que preceden a su madurez sistemática se hallen y descubran filiaciones divergentes. Es el coloso que se entrena. Creyó Hegel algún día que la moralidad escapa al concepto. Serían los suyos conceptos sin objeto, que no saldrían del yo que los creaba. Nació de aquí la categoría moral del amor, que él mismo refugió de nuevo en el concepto. Análoga trayectoria evolutiva se advierte en la categoría del ser, síntesis «del objeto y del sujeto, en la que uno y otro han perdido su oposición». El gran descubrimiento de la dialéctica, o síntesis de los contrarios, y su famosa triada: Ser, No-ser y Devenir, lo hizo Hegel después de múltiples embates lógicos; decimos lógicos y no de otra índole. Había llegado a tal tensión creadora y se vio envuelto en tal encrucijada, que un esfuerzo gigante le descubrió el enigma. Da vida a los problemas un secreto impulso por contestar una interrogación que existe con anterioridad a ellos. Un poco ingenua es, por esto, la pregunta que hace Wahl: «L'élément d'opposition et le besoin d'union qu'il avait découverts dans toutes les formes de la religion chrétienne, ne pouvait-il se rattacher à une conception générale de la nature et de la vie?» (pág. 232). La lógica de la dialéctica, genuino hallazgo de Hegel, estaba ya implícita en las cuestiones anteriores, y hasta puede decirse que éstas nacían para servir el íntimo anhelo del filósofo. Es la nueva manera de filosofar, que exigía igualmente una nueva lógica, contraria a la de Aristóteles, y que nutrió el romántico afán de Hegel de dialogar con las águilas en una soledad inmensa, castillo roquero de la Idea, donde el más leve acontecimiento guiña un ojo a lo Absoluto.

Merece todos los elogios el francés Whal, que ha removido el período juvenil de Hegel y ha hecho un libro serio, de una honradez intelectual poco corriente. Diríamos que es la obra francesa de realización más fiel que se ha escrito en este país sobre un filósofo germano. Para los que conocíamos ya a Wahl por su agudo estudio sobre el Parménides, de Platón, ha sido una nueva prueba de lo mucho que puede esperarse de este francés animoso.

Por otra parte, hemos de celebrar que se estudie de nuevo a Hegel. (Hace dos meses ha salido, también sobre Hegel, un libro del profesor Nicolai Hartmann.) Es un magno ejemplo de rigor y de fidelidad a la filosofía, que siempre es bueno tener a la vista. ¿Aplicaremos a Hegel, como hace el insigne Croce, lo que el poeta latino decía a su mujer?: Nec tecum vivere possum, nec sine te.

 

Ramiro Ledesma Ramos

 

Nota

(1) Jean Wahl: La malheur de la conscience dans la philosophie de Hegel, París, 1929.

 

(Revista de Occidente, n. 72, Junio de 1929)