Una sesión solemne, como otros años, anunció al país la apertura del nuevo curso académico. De pocas cosas puede decirse, como de la cultura superior, que haya en España actualmente una más honda voluntad de conquista. En esta coyuntura favorable que denunciamos, y que es fácil identificar con una situación de privilegio para la aceptación de valores, son los de la cultura, repetimos, los que de más inmediata y urgente manera resultan solicitados.
Va unida a la Universidad en todos los países la estructuración de la cultura superior. Cuando en España, hace dos o tres décadas, una docena de hombres insinuaron aquí la posibilidad de referirse a este concepto de cultura superior, hasta entonces proscrito, su labor tuvo que realizarse en organismos o instituciones extrauniversitarias, casi enemigas de la Universidad, porque en estos tradicionales recintos resultaba imposible injertar la nueva cosa. Es, pues, evidente que la universidad española permaneció alejada de su función estricta, y si hoy con un poco de optimismo en el mirar advertimos en ella un afán de dirección responsable de la alta cultura, bueno es fijar dos afirmaciones, de autenticidad histórica fuera de toda duda: 1.ª Que la inquietud de los valores culturales supremos penetró paradójicamente en nuestra Universidad por vía exógena. 2.ª Que la opinión ingenua y difusa, hecha a base de interrogaciones, de las nuevas juventudes, ha reclamado de la Universidad esos valores.
Pues cultura superior no es, señores míos, pacífico y limitado aprendizaje de unas cosas determinadas que otros crearon; no es el cultivo de una ciencia hecha y definitiva. Es justamente, y sólo, destreza para competir en el terreno polémico de los saberes. Todo lo que no sea esto, catalóguese como ilustración, como superficie rubicunda y descentrada. El hecho de que un grupo de españoles se resista a aceptar esa ilustración y esa superficie como cuestas legítimas de los saberes, es el síntoma que ofrezco para una estimación a priori, de los esfuerzos que se inicien.
Desde luego, ha de coincidirse en que la Universidad es el campo apropiado y dispuesto para acoger todo lo que se relacione con la investigación superior. Por razones vitales inclusive, ajenas al fenómeno mismo de que esas investigaciones se produzcan. La continuidad y eficacia que necesitan sobre todo estas cuestiones obligan a refugiarlas en recintos amurallados, que resistan con bríos los embates de otros poderes. He aquí la eficacia universitaria, difícilmente suplida con organismos de más inflexible carácter. Así las juventudes valiosas desde hace veinte años han tendido a apoderarse de la Universidad, y es de esperar y de desear que esto siga efectuándose, porque es la más clara garantía de fidelidad a las funciones esenciales que reclama la hora española.
EL DISCURSO INAUGURAL
Estuvo este año a cargo del profesor Gil Fagoaga, uno de los más jóvenes miembros de la Facultad de Filosofía. Y versó acerca de La selección profesional de los estudiantes. Por muy varios conceptos, este discurso merece ser leído y comentado. Su autor mantiene entre nosotros una heroica oposición a determinadas corrientes filosóficas hoy quizá en auge exagerado, y no deja de tener interés para un curioso espectador escrutar sus manifestaciones posibles. Se encuentra en la tradición subjetivista de Schopenhauer, con ayuda de la cual ha conseguido una notable fundamentación metafísica de la psicología, que algún día describiremos. El tema de su discurso corresponde a los trabajos que vienen efectuándose por varios psicólogos acerca de una supuesta medición de la inteligencia, y entraña hoy un interés hondísimo, porque esta nueva derivación de las disciplinas psicológicas parece en vías de ser aceptada y requerida.
Desde los primeros trabajos de Binet, que con Simón dió a comienzos de siglo una cuasi perfecta escala de mediciones, hasta los últimos estudios de Rossolimo, la trayectoria psicotécnica ha realizado ascensiones magníficas. Habrá que decir, sin embargo, que no siempre sus cultivadores han permanecido todo lo respetuosos que debieran frente a la especulación general de la psicología. Es ello inevitable, más aún cuando se trata de una disciplina puramente utilitaria, que ciñe su existencia a un empirismo radical.
Corresponde, desde luego, íntegra al profesor Gil y Fagoaga la gloria de haber introducido en España estos estudios. El discurso que comentamos es una seria prueba de una labor personal muy rara entre nosotros. La documentación es completa, y llega a las últimas publicaciones de este año. Así, el que esto suscribe, que pertenece a la Société d'Etudes philosophiques, ha tenido la satisfacción de ver aludida una recentísima sesión de nuestra sociedad en la que la señorita Kovarski expuso y defendió el método del perfil psicológico de Rossolimo, frente a algunas observaciones que se le presentaron.
El señor Gil y Fagoaga, que hace ya algún tiempo practica en su cátedra de la Universidad diversos ensayos psicotécnicos, expone en su discurso los perfiles de un método propio que denomina del Porcentaje profesional, ideado teniendo en cuenta los más sagaces esfuerzos de otros investigadores, como Piorkowski, Otto Sipmann, Claparède y Rossolimo. La elaboración de este método incorpora al profesor Fagoaga al más selecto grupo de científicos que hoy se encuentran en las avanzadas de la psicotecnia. El hecho de que este profesor no limite su actividad intelectual a esa dedicación especialísima, y por otra parte llegue a ella desde los más dilatados espacios de la psicología general y de la filosofía, asegura a sus contribuciones psicotécnicas un rango y una consistencia de que carecen otros análogos esfuerzos. Los dictados superiores de la psicología con que inicia las páginas primeras de este discurso inaugural presiden el resto de su trabajo, que obtiene así el escalonamiento sistemático que place siempre encontrar en una ciencia.
Es indudable que la obtención de psicogramas profesionales y su utilidad posterior para las más variadas selecciones posee hoy un interés mundial, y se encuentra relacionada con un grupo de inquietudes que asaetan a nuestro siglo con insistencia un poco ciega. Así, la organización científica del trabajo, las consideraciones eugenésicas, las trombas dictatoriales en la política y otros signos de análogo estilo que caracterizan a nuestro tiempo con escueta pincelada.
Cuando uno ve a este animoso profesor, dispuesto a obtener triunfos sugestivos en estas direcciones de la psicología aplicada, es indudable un recuerdo a aquel otro español que en pleno siglo XVI escribió un famoso Examen de ingenios para las ciencias, Huarte de San Juan, iniciador indiscutible de todas las tareas psicotécnicas. Tiene, pues, el señor Gil y Fagoaga en su mismo solar patrio una bella tradición que resucitar, y un estímulo gigantesco donde prender el eslabón de la continuidad.
R. L. R.
(La Gaceta Literaria, n. 68, 15 - Octubre - 1929, p. 4)