Conviene que se tengan siempre presentes los orígenes del Partido. En horas de confusión, caos y peligro, España se nos iba de las manos a los españoles, y ello sin pelea, sin derrotas, estúpida y absurdamente. Nadie se ha conmovido ante ese drama; sigue en pie, y hasta aquí la única presencia disconforme e irritada es la que supone la aparición jonsista. Está ya fatal y gloriosamente ligado el Partido al perfil de España. Somos y seremos el barómetro de su prosperidad, de su honor y de su fuerza. Si las JONS triunfan y se extienden, es porque los españoles alcanzan brío nacional, capacidad de salvación económica y política. Si, por el contrario, quedamos reducidos a pequeños grupos disidentes, sin amplitud ni influencia, España será lo que sea; pero nunca una Patria, con algo que hacer en el mundo y una ilusión con que forjar y ennoblecer el corazón de los españoles.

Con esa simplicidad, con esa fe rotunda, hablamos los jonsistas. ¿Quiere algo España de un modo pleno y unánime? Pues nosotros entraremos al servicio de eso, colaboraremos al logro triunfal de ese afán de España. ¿No quiere nada España? Si quienes interpretan la conciencia y la voz de una Nación son sus equipos dirigentes, hay a la vista algo aún más depresivo: ¿Tiene hoy España el solo y único afán de desaparecer, disgregarse, morir?

Pero los pueblos no se suicidan nunca. Pueden, si, un buen día morir de vejez, una muerte natural y recatada. Pueden, también, morir avasallados por un enemigo, perder su independencia, su expresión y su carácter. Lo primero es decadencia; lo segundo, esclavitud. Nada de esto acontece ni tiene lugar en España, aunque vivamos en riesgo permanente de ambas cosas. Nosotros sostenemos, como decía en el número anterior un camarada, que España no es ni ha sido un pueblo en decadencia, sino un pueblo dormido, extraño y ajeno a su deber histórico. Es lícita, pues, nuestra voluntad de hallazgos nacionales firmes, nuestra tarea de recuperar, conseguir e imponer la victoria española.

La ausencia de las cosas es la mejor justificación para su conquista. Los españoles aparecen en el escenario nacional desde hace muchos años sin vinculación ni disciplina a nada. Se está viviendo en plena frivolidad, sin advertir la anomalía terrible que supone el que las gentes desconozcan u olviden ese pequeño número de coincidencias, de unanimidades, que nutren el existir de España. Ser español no obliga hoy, oficialmente, a fidelidad alguna de carácter noble. Ni los niños, ni los jóvenes, ni más tarde los hombres maduros de España se sienten ligados a propósitos y tareas que respondan a una exigencia nacional ineludible.

Es ese momento, cuando se pierde en anchas zonas sociales el sentido de la Patria y de sus exigencias, el más propicio a los sistemas extraños para imponerse. Pues, si en la trayectoria histórica de un pueblo se debilita su autenticidad, puede, en efecto, seguir a la deriva, perplejo, sin sustituir ni negar su propio ser, sino simplemente ignorándolo; pero puede también negarse a sí mismo, ofrecerse a otros destinos, instalar y acoger con inconsciente alborozo al enemigo.

España, por ejemplo, podría llevar ochenta o más años con su autenticidad debilitada; pero sólo ahora, ante la presencia de los equipos marxistas, está realmente en peligro de perder hasta su propio nombre. Pues el marxismo no limita su acción a desviar poco o mucho la vida nacional, sino que supone la desarticulación nacional misma, no la revolución española, sino la revolución contra España. Sólo los separatismos regionales igualan o pueden igualar a los propósitos marxistas en eficacia destructora. Se auxiliarán incluso, mutuamente, porque nada más fácil para un marxista que conceder y atender las voces de disgregación. La Patria es un prejuicio burgués, exclama, y la hará pedazos tan tranquilo.

Nuestra aspiración jonsista es anunciar a los españoles que no es ya posible mantenerse ni un minuto en la «calma chicha» histórica en que España ha permanecido. Porque, si no la empujan vientos nacionales, pechos generosos y fieles, llegarán a toda prisa las tempestades enemigas.

Las JONS quieren poner en circulación una voluntad española. Es decir, identificar su propia voluntad con la voluntad de España. Con el mero hecho de querer y soñar para España una grandeza, se está ya en nuestras líneas, ayudando los propósitos nuestros. No importa que las querencias y los sueños se hagan o afirmen sin los contenidos que hasta aquí eran la sustancia tradicional de lo español. Pues la tradición verdadera no tiene necesidad de ser buscada. Está siempre vigente, presidiendo los forcejeos de cada día. Y no se olvide hasta qué punto ciertos valores palidecen, y cómo no es posible que un gran pueblo dependa por los siglos de los siglos de una sola ruta. No está España, no, agotada, ni en definitivo naufragio. Necesita voluntad, voluntad creadora, gentes que continúen y renueven su tradición imperial y magnífica.

Cuando se nace en una coyuntura floreciente de la Patria, los deberes son claros y a menudo tan rotundos, que nadie puede desconocerlos sin riesgo. Pero si la etapa es catastrófica, si la Patria es entonces un concepto al que todos los grupos e intereses adjetivan y desvirtúan, confundiéndola con su propio egoísmo, hay que ganarla y conquistarla como a una fortaleza. No hay Patria sin algo que hacer en ella y por ella. Ese quehacer es la dádiva, la contribución, el sacrificio de cada uno, para que la Patria exista y brille. Nadie más antinacional ni derrotista que aquel que habla siempre de la Patria sin concederle el sacrificio más mínimo. Hacen falta sacrificios, renuncias, y quien no se sacrifica intensamente, dice Mussolini, no es nacionalista ni patriota. Esta verdad explica la contradicción del supuesto patriotismo jacobino. Porque no es posible proclamar a la vez la realidad de la Patria y el derecho individual a zafarse de todo, hasta de su propio servicio.

La Patria es coacción, disciplina. Por eso en nuestra época, necesitada de instituciones políticas indiscutibles, de poderes sociales absolutos, ha sido el sentimiento nacional, la movilización nacionalista, lo que ha proporcionado al Estado la eficacia y el vigor que requería. Pues al asumir el Estado rango nacional, identificándose con la Nación misma, hizo concreta y fecunda la fidelidad a la Patria, hasta entonces puramente emotiva y lírica. El triunfo y creación del Estado fascista equivale a utilizar de modo permanente la dimensión nacional que antes sólo se invocaba en las calamidades o en las guerras.

Pero hay más: a los destinos de la Patria están hoy ligados, como nunca, los destinos individuales. Pues no existe posibilidad de que país alguno atrape instituciones políticas firmes, si no dispone, como raíz motora de sus esfuerzos, del patriotismo más puro. No hay Estado eficaz sin revolución nacional previa que le otorgue la misión de iniciar o proseguir la marcha histórica de la Patria.

Por eso el jonsismo, que es una doctrina revolucionaria, pero también una seguridad constructiva en el plano social de las realizaciones, inserta el Estado nacional-sindicalista en la más palpitante dimensión patriótica, busca su plataforma el hallazgo más perfecto y radical de España.

Todos los camaradas del Partido han de tener conciencia de que las «Juntas» asumen la responsabilidad de sustituir, mejor dicho, interpretar con su voluntad la voluntad de España. Ello es obligado y lícito, en un momento en que ni el Estado ni nadie se cuida ni preocupa de ofrecer a los españoles una tabla de dogmas hispánicos a que someterse. Nace y se educa aquí el español sin que se le insinúen ni señalen los valores supremos a que se encuentra vinculada la propia vida de su Patria.

El hombre sin Patria es justamente un lisiado. Le falta la categoría esencial, sin la que no puede escalar siquiera los valores humanos superiores. Pero ese hecho que es, sin duda, fatal y triste, tratándose de un individuo de Sumatra, el Congo o Abisinia, alcanza relieve de hecho criminoso en aquel que nace, crece y muere en el seno de un gran pueblo histórico. En España, a causa de los aluviones y residuos raciales sobrevenidos, y de un cansancio indudable para las realizaciones colectivas, se ha extendido la creencia de que es primordial y de más interés sentirse hombre que español. A todos esos seres descastados y resecos, sin pulso ni decoro nacional, hay que enseñarles que su alejamiento de lo español les veda y prohibe alcanzar la categoría humana de que blasonan. Nada hay más absurdo, negativo y chirle que ese internacionalismo humanitarista, con derechos del hombre, ciudadanía mundial y diálogos en esperanto.

Hay que barrer de España todas esas degeneraciones podridas. Ello ha de ser obra de juventudes tenaces y entusiastas, cuyo norte sea la Patria libre y grande. Es una de las tareas jonsistas, la más fundamental y urgente de todas. Porque sin ella nada podrá hacerse ni intentarse en otros órdenes. Nadie piense en edificar un Estado nacional-sindicalista donde no haya ni exista una Patria. Nadie piense en establecer una prosperidad económica ni conseguir una armonía social, ni lograr un plantel de héroes en un pueblo sin rumbo ni grandeza. Pues es la Patria, el Estado nacional, nutrido por el sacrificio y el culto permanente de todos, quien garantiza nuestra libertad, nuestra justicia y nuestro pan.

(«JONS», n. 3, Agosto 1933)