Jonsismo. Fascismo. Las Derechas. La violencia. La juventud. Las masas
Los movimientos políticos, en caso de ser entrañables, fecundos y sinceros, no se caracterizan sólo por sus ideas, su programa escrito, en cuyas cosas coinciden quizá con otros, sino que poseen también zonas más genuinas y profundas. Habrá que percibir en ellos qué calor humano arrastran, qué voluntades y qué gentes sostienen y nutren su camino.
El jonsismo no consiste, pues, en estas o en aquellas ideas. Las ideas políticas tienen poco valor, casi ningún valor, si no cabalgan sobre creaciones fornidas, sobre entusiasmos voluntariosos, que sólo existen y son posibles allí donde brota la acción durísima y urgente. No habrá mejor definición para nuestro movimiento que la que se limite a indicar que exalta, recoge y encuadra a las juventudes nacionales. Esa es nuestra razón de ser, la ejecutoria de las Juntas. Queremos ligar al Partido a un solo y magno compromiso: que las generaciones jóvenes -veinte a cuarenta años- vean con espanto la posibilidad de que coincida un período de deshonor, ruina y vergüenza de la Patria con la época en que ellos son fuertes, vigorosos y temibles.
Ahí tan sólo radica y reside la justificación jonsista. Todo lo demás que las JONS sean surge de eso. Nadie puede, por tanto, vincular a las JONS con cosas y propósitos que no tengan ahí su raíz fundamental. Salvada nuestra fidelidad a las tradiciones de la Patria, somos en la acción presente nuestros propios clásicos. Día a día, advierten ya quienes sigan la labor jonsista, que la juventud de España nos entrega forjadores teóricos y destaca a la vez pulsos firmes para la acción y la violencia.
Yo prosigo con fe la organización de las JONS y mantengo con firmeza la ruta del Partido, sin oír las voces más o menos afines que solicitan la desaparición de las Juntas, porque advierto cada día las incorporaciones magníficas con que los medios jóvenes de España garantizan nuestra victoria. Y una vez que se reconozca nuestra tarea como una tarea de juventudes -siempre, claro, utilizamos este concepto sin atenernos con rigor a este o aquel número de años-, se nos otorgará derecho a repudiar toda clasificación política que afecte a batallas y jornadas anteriores a la presencia del Partido.
Las JONS encuentran en Europa un tipo de Estado, el Estado fascista, que posee una serie de formidables excelencias. Pero afinen nuestros militantes su atención sobre este hecho, porque es de gran interés para que se sitúen con claridad como jonsistas. Hay una escala de apreciaciones que nos servirá bien para el caso: primero está nuestro carácter de españoles, con la angustia de nuestro problema español y el arranque voluntarioso de salvarnos. En ese momento surgen las Juntas, aparece nuestro Partido como bandera nacional y llamamiento a la pelea. Las JONS orientan la táctica, sistematizan y aclaran la hora española, localizan al enemigo y construyen una teoría, una doctrina política que ofrecer a las gentes de España. Y es cuando tratamos de perfilar las características del nuevo Estado, cuando sentimos la necesidad de elaborar las líneas generales que servirán para edificar unas instituciones, es precisamente ese momento el que nos encara y coloca de modo admirativo en presencia del Estado fascista. Se nos puede denominar por ello, si se quiere, fascistas, pero quede bien claro que el fascismo de aquel o del otro país es ajeno a la raíz emocional, voluntariosa y honda a que obedecen y son fieles las Juntas.
Las JONS no pueden ser adscritas sin reservas grandes a las derechas. Mucho menos, claro, a las izquierdas, que han sido siempre antinacionales, traidoramente insensibles a la idea de España y en todo momento encanalladamente derrotistas. Quien se califique a gusto entre las derechas o las izquierdas no indica sino su carácter burgués liberal y parlamentario. Ahí están las declaraciones de Gil Robles acerca del fascismo, hechas a su regreso de Alemania. Parece que algunos sectores de las derechas se extrañan o disgustan porque Gil Robles no muestra gran admiración por el fascismo. Pero nosotros las hemos encontrado naturales, lógicas y adecuadas a la representación política de Gil Robles, que es típica y fielmente un «hombre de derechas». Y que por eso, mientras lo sea, no puede mostrarse conforme con el fascismo. Convendría que algunos fijasen acerca de esto sus ideas, al objeto de que no se produjesen chascos formidables, y que se llevarían sobre todo quienes andan hoy reclutando un supuesto fascismo español, no ya entre las derechas, sino en el sector y a base de la prensa más típicamente «derechista» de España.
La existencia de unas derechas supone la existencia lícita -aceptada y tolerada por aquéllas- de unas izquierdas. Los ideales políticos llamados de derechas se han elaborado teniendo en cuenta que hay otros ideales políticos llamados de izquierda. Unos y otros son parcialidades, clasificaciones que funcionan en regímenes parlamentarios. No puede haber en ninguno de esos dos sectores licitud para presentarse únicos y exclusivos, para dictar e imponer la desaparición del otro. Ambos, derechas e izquierdas, se necesitan entre sí. ¿Con qué derecho alzarse unas u otras y presentar los intereses y la ruta historica de la Patria como adscrita a su sector y punto de vista?
Las tendencias fascistas excluyen esas denominaciones, que residen y radican en los hemiciclos parlamentarios, precisamente la institucion básica contra cuya infecundidad y degeneración disparan con más eficacia las baterías fascistas. Ahora bien, si hablamos de la necesidad de hallazgos unánimes, de cosas que pueden ser impuestas sin vacilaciones ni dudas a la totalidad nacional, no nos referimos, naturalmente, a ideas y propósitos que acepten de modo voluntario la gran mayoría «numérica» de los españoles. Puede ocurrir, y de hecho así acontece siempre, que una minoría heroica interprete por sí, apoyados en su coraje, los valores nacionales escarnecidos por otra minoría y abandonados por una mayoría neutra.
La razón nacional, el derecho al triunfo de los movimientos «nacionales» no puede en modo alguno estar vinculado a la movilización de las mayorías. Es aquí donde aparece el uso y la táctica de violencia que siguen, y tenemos que seguir los jonsistas, los fascismos. La violencia política tiene dos formas o etapas bien definidas y diferentes. Una, la violencia que requiere toda toma del Poder por vía insurreccional. Otra, la que se desarrolla en forma de coacción y de imposición por la tendencia nacional triunfante. La primera es típica de todos los grupos y sectores revolucionarios. No hay que ser fascistas, por ejemplo, para organizar golpes de Estado. Por eso no nos interesa ahora examinar la violencia insurreccional.
La segunda forma de violencia, la que desarrolla un Estado totalitario contra los núcleos disidentes, sí, es propia de una situación fascista. Esta sistematizada y justificada sólo en el Estado fascista, frente a la doctrina liberal de las democracias parlamentarias que, por lo menos de un «modo teórico» -recuérdese el período de Azaña-, respeta la existencia de organizaciones disidentes.
Contra la afirmación teórica y práctica de que no es lícito al Estado obligar a los individuos y a los grupos a servir en un orden nacional, está toda la decrépita doctrina de los partidos demoliberales, a la que se acogen hoy todos los farsantes y todos los incapaces de hinchar dentro de sí una fe nacional y un esfuerzo.
Las JONS saben que hay un manojo de magnas cosas que deben ser salvadas, defendidas e impuestas como sea. De ellas depende el existir de la Patria, nuestro ser de españoles -que es para nosotros la categoría fundamental- y la salvación misma física, económica de todos. Pues bien, no nos avendremos nunca, por ejemplo, a que sea voluntario el aceptar o no la idea de España como algo que preside y está por encima de todos los intereses individuales y de grupo. Eso hay que imponerlo, entre otras razones, porque es incluso la garantía de una vida civilizada y libre, e imponerlo con toda la violencia y toda la coacción precisas. Existen cosas innegables, indiscutibles, que a los individuos y a los grupos no cabe sino aceptar, con entusiasmo o no. Pues aunque algunos poderes -como el de la Iglesia- no se sientan hoy con fuerza moral ni desde luego con deseos de aplastar a los herejes -lo que nos parece bien porque somos, como la Iglesia, partidarios de la libertad religiosa de conciencia- hay otros que en nombre del interés nacional, la vida grandiosa del Estado y el vigor de la Patria, se muestran con suficientes raíces absolutas para aplastar a quienes se sitúen fuera o contra ellos.
Vamos, pues, a conseguir para las JONS el derecho a conducir y orientar las masas nacionales. Esas masas de compatriotas angustiados, sin fervor ni claridad en sus vidas, y a los que es preciso dotar de una Patria, obligándoles a considerar como imprescindible un puesto en la tarea de forjarla con su propia sangre. Necesitamos los españoles mejores, es decir, los de más fe y más capacidad de entusiasmo, sacrificio y disciplina. Los más voluntariosos, enérgicos y fuertes. Ellos serán en todo caso las masas, multiplicándose en su acción y en su presencia. Pues habrá que llevar la lucha al plano heroico y verdadero, donde realmente valgan los hombres por su dimensión más eficaz y honda. No son las masas las mayorías. Estas pueden muy bien recluirse, esconderse, mientras aquéllas llenan la calle con su verdad y con su imperio. Haremos que coincidan con la verdad y el imperio de España.
(«JONS», n. 4, Septiembre 1933)