JONS (Número 4)
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Lerroux en el Poder
No creemos que sean necesarios en España más Gobiernos de tendencia democrático-burguesa para que el pueblo español advierta la ramplonería y la ineptitud de las democracias parlamentarias. Pero es inagotable la candidez de los hombres. Ahí está Lerroux recogiendo todavía un poco la ilusión de las gentes en torno a una mayor pureza liberal. Y en la cola, haciendo espera, también hay los Gil Robles, que, por la llamada derecha, quieren asimismo conservar en España el espíritu, el tono y la mansedumbre nacional propios del liberalismo burgués.
Al ser encargado de formar Gobierno, dijo o insinuó el señor Lerroux que no llamaría a colaborar sino a representantes de partidos «nacionales», es decir, que excluiría a los grupos particularistas como la ORGA* y la Esquerra catalana de Maciá. Ello era un criterio magnifico y, desde luego, lo menos que se puede pedir ante los resabios separatistas de esos partidos, aunque sea a la vez lo más que podría conceder un equipo gobernante como el actual, escéptico de España, sin vinculación con el ser más hondo y entrañable de la Patria. Claro que, además, la cosa quedó reducida a mero proyecto. Lerroux apareció a los dos días del brazo de dos ministros de aquellos grupos repudiados, y ello precisamente en las horas mismas en que se produjeron jornadas intolerables y vergonzosas en Barcelona durante la fiesta-homenaje de que se valen los catalanes separatistas todos los años, el 11 de septiembre, para injuriar a España, incluso a la España débil y cobarde que concede Estatutos a esa canalla.
Ese fue el primer tropiezo y la primera fase ridícula del Gobierno Lerroux. El segundo consistió en que el jefe radical había anunciado siempre que su etapa de Poder suponía la disolución de las actuales Cortes Constituyentes. Pero al contrario de eso, Lerroux formó un Gobierno típicamente parlamentario de estas Cortes, es decir, teniendo en cuenta los grupos y grupitos que en ellas hay, y dándoles cartera como garantía de su asistencia en las votaciones.
Pero, en fin, todas estas cosas son típicas y propias de los regímenes demoliberales, y no hemos de ser nosotros los que se extrañen de que acontezcan hoy en España con profusión.
Ante el Gobierno Lerroux no cabe otra preocupación por parte nuestra que la de percibir si cumplirá o no el destino histórico que corresponde a una situación así, en época revolucionaria, con las heridas nacionales abiertas. Es ahora, pues, cuando España se va a enfrentar con su propio problema, decidiendo o no salvarse con intrepidez. Ahí está el marxismo acechando la posible deserción de los españoles. Nuestro deber «jonsista» consiste en extraer de la situación Lerroux todas las consecuencias que resulten favorables para realizar con éxito un plan de acción directa contra los marxistas. El Gobierno Lerroux necesitará incluso de nosotros para combatir a esos elementos, que intentarán, sin duda, arrollarle en fecha breve. Y ha de ser más cómodo para un Gobierno liberal parlamentario, con miedo a que se le acuse de reaccionario o anarquizante, el que haya fuerzas «nacionales», como las JONS, que presenten batalla violenta al marxismo en vez de que tengan que ser los agentes de la autoridad los que realicen los actos punitivos.
Esta es la nueva realidad para las JONS: han aumentado considerablemente los deberes. Tiene ya el Partido el compromiso moral de desbordar su acción y su pelea. Hay que organizar mítines, salir a la calle popular, hincharse de coraje y de afán por la victoria.
El complot azaño-marxista contra el Gobierno Lerroux
Adquirió poca resonancia, porque no en balde esos «complotadores» gozan y disfrutan aún de la consideración y el respeto del equipo ministerial. Con motivo de la Asamblea agraria, se intentó, en efecto, por algunos elementos militares, reforzar la anunciada huelga general de los socialistas. No cabe ya duda a nadie, y menos al Gobierno, que adoptó medidas bien concretas y elocuentes para abortar la subversión, que se dieron todos los pasos para iniciar las jornadas violentas contra la situación Lerroux. Son de dominio público las gentes y los grupos comprometidos, las zonas militares a quienes incumbía la tarea de mezclar tropas a la insurrección, las figuras dirigentes, los propósitos inmediatos que guiaban el golpe de fuerza.
Se contaba con la presencia en Madrid de las masas agrarias, a las que se creía, desde luego con razón, inermes y sin organización especial para encuentros revolucionarios. Ese fue el motivo por el que Lerroux suspendió la Asamblea, claro que sin proclamarlo así en alta voz, pudiendo y debiendo hacerlo, porque sobraban al Gobierno pruebas y datos acerca del intento.
Parece que los organizadores del complot se proponían implantar una especie de democracia revolucionaria, tipo Méjico, a base de la dictadura personal de Azaña, como paso a una posterior y franca situación socialista. Desde luego, jacobinismo trasnochado, malos humores de gentes que no olvidan las delicias del mando y, sobre todo, aparecían apellidos y núcleos que ya existen en la historia española, ligados al nombre terrible de Casas Viejas. Eran, en efecto, las gentes de Casas Viejas los principales y más destacados individuos de la subversión.
La realidad indudable de cuanto decimos nos obligará a todos a estar vigilantes y alerta. Pues la consumación de hechos como los que aquí aparecen denunciados deben equivaler, para nuestro Partido, a una orden movilizadora.
El Gobierno tomó quizá en este caso medidas eficaces, como fue la desarticulación del aparato policiaco del anterior Gobierno, pero también es cierto que fueron los complotadores quienes suspendieron o aplazaron la cosa. No hay, pues, que tener excesiva confianza en la acción del Gobierno, donde hay después de todo representantes de los grupos más ligados a «lo anterior», y que, por ejemplo, actúa con vacilaciones como la que supone sospechar y aislar del servicio durante esos días a un jefe destacado en una de las armas del Ejército, para después, según ya acontece, restituirlo de nuevo al mando.
La Asamblea agraria
Todo el mundo percibe ya en los españoles del campo la levadura intrépida que necesita la Patria. Se movilizan, es cierto, hoy por algo tan inmediato y extrapolítico como la reclamación de medidas que salven sus economías deshechas. Pero nadie vea en el fenómeno una manifestación monda y escueta de lucha de clases. El hombre del campo incorpora siempre a sus tareas un grupo de valores espirituales, entre los que despuntan con pureza una magnífica fidelidad al ser de España, al ser de la Patria, que ellos mejor que nadie, en directa relación con la tierra, exaltan y comprenden.
Hemos estado a punto de ver en Madrid una amplísima representación de esos españoles. La Asamblea proyectada tendría, si se quiere, un puro carácter económico, sin dirección política alguna; pero la realidad iba a sobrepasar felizmente esos propósitos recortados y sinceros de los organizadores. Se habría hecho presente en Madrid una juventud del campo, los hijos de toda esa multitud de familias españolas, vejadas y atropelladas en los pueblos por las hordas marxistas, que saben muy bien quién es y dónde está el enemigo, y a la que es de toda urgencia enrolar y conquistar para unas filas nacionales y heroicas. Es una de las tareas más primordiales de las JONS, llevar a la conciencia de esas juventudes la seguridad de que dispondrán a nuestro lado de resortes victoriosos.
La Asamblea fue suspendida por el Gobierno, con razones que en nuestra nota anterior aparecen claras, pero que el pueblo español no sabe. Esa suspensión importa poco, pues el movimiento de las masas nacionales agrarias arrollará, desde luego, trabas tan débiles. Nosotros, las JONS, debemos esforzarnos por orientar ese movimiento, que es nuestro propio movimiento, impidiendo que caiga en manos de caciques mediocres e inmorales, y ganándolo para unos propósitos totalitarios, para una tarea «nacional» de emoción y de combate contra los enemigos de España.
Esos españoles de los campos han sido hasta aquí machacados por los rencores marxistas en nombre de una política de lucha de clases y de ignorancia malvada de todo lo genuino y limpiamente español. Su deber y sus mismos intereses no han de consistir, por tanto, en vincularse a una actitud clasista, sino en interpretar y escoger los anhelos y los clamores de la dimensión nacional entera, buscando y ligando su pelea a la de los españoles de «todas las clases» que coincidan grandiosamente en el afán de salvarse juntos, salvando el solar español.
Es la gente del campo, los hombres de la tierra, quienes tienen y disponen de espíritu más propicio para comprender esto que decimos. Hay, pues, que buscarlos, conquistarlos para las filas del Partido, dándoles consignas claras y eficaces. De otro modo, irán a engrosar esos cuadros pálidos y temblorosos que otros ofrecen con instrucciones electoreras y olvido persistente de lo que la Patria es, supone y obliga. Hemos citado a esa llamada CEDA, nido de escépticos, desviados o cosas aún peores.
Todos los jonsistas deben llevar a los campos la demostración y la evidencia de que sólo es licito llamar y solicitar a esas masas de «agricultores nacionales» para ofrecerles un lugar en el combate, nunca para equiparles con papeletas frente a un enemigo armado, violento y criminal, como es siempre en todos los climas el enemigo marxista.
* Organización Republicana Gallega Autónoma, fundada en 1929.
(«JONS», n. 4, Septiembre 1933)
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Todos los españoles han recibido, sin duda, una excelente lección durante las sesiones del último Congreso del partido radical socialista. Así son, en efecto, los partidos que nacen, triunfan y prosperan en las democracias burguesas, liberales y parlamentarias. Así las gentes y los políticos que atrapan los Gobiernos en esos regímenes. ¿Qué tienen que ver con las masas organizadas a base de una fe, de un sacrificio tenaz y de una disciplina noble?
Aparecen bien claras las características reales de esos partidos. Nacen para peleas chicas, enfermizas, antiheroicas. Se ceban en sí mismos como seres degenerados e inconscientes. Bien se advierte que su existencia no va ligada a magnos compromisos, sino que se agota en el jolgorio permanente, en la discusión y en la vocinglería escandalosa.
Viéndolos en la marcha, en las jornadas mediocres que caracterizan su vida política, nos reafirmamos más que nunca nosotros en el odio y el desprecio a toda la mendacidad y la farsantería de las democracias parlamentarias. Sin embargo, en el seno de esos partidos se habla también de disciplina, sin que nadie comprenda en qué altas verdades pretenden engarzar la disciplina quienes necesitan destruir en los pueblos todo fervor nacional, toda raíz absoluta, para ellos existir como partido.
La disciplina es nuestra. Sólo en nuestros campos adquiere esa palabra sentido y realidad. Nuestras organizaciones nacen y surgen a la vista de gigantescas tareas, tienen ante sí un enemigo a quien batir y una empresa nacional a que entregar el esfuerzo y el coraje. La indisciplina es incomprensible en las Juntas. Ni un minuto nos es dado para batallas interiores, en el seno mismo del Partido. porque vivimos con los ojos vigilantes hacia fuera, hacia el enemigo poderoso, exterior y hemos de dedicar todas las energías a los propósitos fecundos de las Juntas.
No creemos que los camaradas del Partido necesiten ejemplos edificantes como ese de los radicales socialistas para reafirmarse en su sentido del deber y de la disciplina «jonsista». Nunca permitirán los dirigentes de las JONS que en su seno se riñan batallas. Para eso está el remedio eficaz y a tiempo de que hablan con claridad los estatutos del Partido.
Nada haremos sin disciplina férrea en nuestros cuadros, sin un misticismo de la unidad, de la jerarquía y de la eficacia. No hay frivolidades políticas en nosotros. Nacemos para el sacrificio, y es imprescindible para la victoria que cada uno pode y elimine de sí mismo todo conato de infecundas disciplinas.
(«JONS», n. 4, Septiembre 1933)
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Circular para el Partido
Camaradas:
La situación política de la Patria ha adquirido en las semanas últimas un perfil claro, al que urge ajustar la acción de las Juntas.
Para ello circulamos las siguientes observaciones que deben tener en cuenta todos los grupos locales de un modo riguroso:
1) Hay que vigorizar el impulso de las Juntas que funcionen a base de camaradas universitarios. El Partido espera lícitamente que sean estas Juntas las que inicien con rabia y coraje juveniles la agitación en el próximo mes de octubre. Los Triunviratos locales respectivos han de poner a disposición de esos núcleos los medios de que dispongan, apoyando en todos los casos la actividad de los camaradas estudiantes. Corresponde a las JONS conseguir que desaparezcan de las Universidades de España los gritos traidores de los marxistas.
2) El Partido necesita con urgencia hacer la máxima propaganda entre nuestros compatriotas de los campos. Sólo las JONS pueden ofrecer a los agricultores nacionales una bandera eficaz y una garantía de victoria. Los Triunviratos que tengan en torno una comarca propicia, deben ofrecer a la consideración de este Ejecutivo Central medios y orientaciones para una difusión rápida de las Juntas e intensificar ellos mismos la propaganda.
3) Muy en breve comenzarán las JONS una activísima campaña a base de actos públicos. Es de gran interés que los Triunviratos locales que crean ya disponer de suficiente atmósfera «jonsista» en su ciudad soliciten de la Secretaría nacional se desplace algún miembro de este Ejecutivo para los mítines que ellos organicen.
Madrid, septiembre.
(«JONS», n. 4, Septiembre 1933)
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Al iniciar la Revista «JONS» el segundo trimestre de su vida es muy conveniente deshacer la insatisfacción de algunos camaradas que han buscado, sin encontrarlo en su interior, el comentario popular y ligero a los hechos de cada día o la exposición vulgarizada y fácil de nuestro programa.
Piensen los camaradas que «JONS», como se indica debajo de su título, es el órgano teórico de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista y, por lo mismo, el lugar donde se está elaborando la teoría, la justificación intelectual «jonsista». Es como un laboratorio al que sólo asisten los investigadores especializados y acaso sus discípulos. «JONS» está destinada a cuantos ponen su cerebro y su sensibilidad al servicio de nuestra verdad eterna y española y a los futuros propagandistas y jerarcas provinciales y nacionales del «jonsismo». También tiene su público de simpatizantes y afines, que nos siguen cada vez más interesados. Hay que acercarse, por lo tanto, a «JONS» con tensión de inteligencia y fe. Nosotros no creemos en la vulgarización de la ciencia, sino en la jerarquía del conocimiento. En principio son pocos los que deben saber ciertas cosas, pero con la devoción, el entusiasmo y el trabajo puede ensancharse la base y cantidad de los enterados. Nunca la calidad que ha de ser exigente y en su punto.
Elaborada la teoría «jonsista», el Partido se cuidará de espolvorear sus aspectos populares, perentorios y sencillos, utilizando 1a mayor difusión y claridad posibles.
Por ejemplo, ahora nos es gratísimo anunciar la inminente publicación de «PAN» -periódico de la juventud, del campo y la ciudad, de la afirmación nacional-. Allí encontrarán todos los camaradas y amigos de las JONS la glosa vibrante, el ataque directo, la verdad desnuda.
ESPAÑA
UNA,
GRANDE,
LIBRE
(«JONS», n. 4, Septiembre 1933)
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Jonsismo. Fascismo. Las Derechas. La violencia. La juventud. Las masas
Los movimientos políticos, en caso de ser entrañables, fecundos y sinceros, no se caracterizan sólo por sus ideas, su programa escrito, en cuyas cosas coinciden quizá con otros, sino que poseen también zonas más genuinas y profundas. Habrá que percibir en ellos qué calor humano arrastran, qué voluntades y qué gentes sostienen y nutren su camino.
El jonsismo no consiste, pues, en estas o en aquellas ideas. Las ideas políticas tienen poco valor, casi ningún valor, si no cabalgan sobre creaciones fornidas, sobre entusiasmos voluntariosos, que sólo existen y son posibles allí donde brota la acción durísima y urgente. No habrá mejor definición para nuestro movimiento que la que se limite a indicar que exalta, recoge y encuadra a las juventudes nacionales. Esa es nuestra razón de ser, la ejecutoria de las Juntas. Queremos ligar al Partido a un solo y magno compromiso: que las generaciones jóvenes -veinte a cuarenta años- vean con espanto la posibilidad de que coincida un período de deshonor, ruina y vergüenza de la Patria con la época en que ellos son fuertes, vigorosos y temibles.
Ahí tan sólo radica y reside la justificación jonsista. Todo lo demás que las JONS sean surge de eso. Nadie puede, por tanto, vincular a las JONS con cosas y propósitos que no tengan ahí su raíz fundamental. Salvada nuestra fidelidad a las tradiciones de la Patria, somos en la acción presente nuestros propios clásicos. Día a día, advierten ya quienes sigan la labor jonsista, que la juventud de España nos entrega forjadores teóricos y destaca a la vez pulsos firmes para la acción y la violencia.
Yo prosigo con fe la organización de las JONS y mantengo con firmeza la ruta del Partido, sin oír las voces más o menos afines que solicitan la desaparición de las Juntas, porque advierto cada día las incorporaciones magníficas con que los medios jóvenes de España garantizan nuestra victoria. Y una vez que se reconozca nuestra tarea como una tarea de juventudes -siempre, claro, utilizamos este concepto sin atenernos con rigor a este o aquel número de años-, se nos otorgará derecho a repudiar toda clasificación política que afecte a batallas y jornadas anteriores a la presencia del Partido.
Las JONS encuentran en Europa un tipo de Estado, el Estado fascista, que posee una serie de formidables excelencias. Pero afinen nuestros militantes su atención sobre este hecho, porque es de gran interés para que se sitúen con claridad como jonsistas. Hay una escala de apreciaciones que nos servirá bien para el caso: primero está nuestro carácter de españoles, con la angustia de nuestro problema español y el arranque voluntarioso de salvarnos. En ese momento surgen las Juntas, aparece nuestro Partido como bandera nacional y llamamiento a la pelea. Las JONS orientan la táctica, sistematizan y aclaran la hora española, localizan al enemigo y construyen una teoría, una doctrina política que ofrecer a las gentes de España. Y es cuando tratamos de perfilar las características del nuevo Estado, cuando sentimos la necesidad de elaborar las líneas generales que servirán para edificar unas instituciones, es precisamente ese momento el que nos encara y coloca de modo admirativo en presencia del Estado fascista. Se nos puede denominar por ello, si se quiere, fascistas, pero quede bien claro que el fascismo de aquel o del otro país es ajeno a la raíz emocional, voluntariosa y honda a que obedecen y son fieles las Juntas.
Las JONS no pueden ser adscritas sin reservas grandes a las derechas. Mucho menos, claro, a las izquierdas, que han sido siempre antinacionales, traidoramente insensibles a la idea de España y en todo momento encanalladamente derrotistas. Quien se califique a gusto entre las derechas o las izquierdas no indica sino su carácter burgués liberal y parlamentario. Ahí están las declaraciones de Gil Robles acerca del fascismo, hechas a su regreso de Alemania. Parece que algunos sectores de las derechas se extrañan o disgustan porque Gil Robles no muestra gran admiración por el fascismo. Pero nosotros las hemos encontrado naturales, lógicas y adecuadas a la representación política de Gil Robles, que es típica y fielmente un «hombre de derechas». Y que por eso, mientras lo sea, no puede mostrarse conforme con el fascismo. Convendría que algunos fijasen acerca de esto sus ideas, al objeto de que no se produjesen chascos formidables, y que se llevarían sobre todo quienes andan hoy reclutando un supuesto fascismo español, no ya entre las derechas, sino en el sector y a base de la prensa más típicamente «derechista» de España.
La existencia de unas derechas supone la existencia lícita -aceptada y tolerada por aquéllas- de unas izquierdas. Los ideales políticos llamados de derechas se han elaborado teniendo en cuenta que hay otros ideales políticos llamados de izquierda. Unos y otros son parcialidades, clasificaciones que funcionan en regímenes parlamentarios. No puede haber en ninguno de esos dos sectores licitud para presentarse únicos y exclusivos, para dictar e imponer la desaparición del otro. Ambos, derechas e izquierdas, se necesitan entre sí. ¿Con qué derecho alzarse unas u otras y presentar los intereses y la ruta historica de la Patria como adscrita a su sector y punto de vista?
Las tendencias fascistas excluyen esas denominaciones, que residen y radican en los hemiciclos parlamentarios, precisamente la institucion básica contra cuya infecundidad y degeneración disparan con más eficacia las baterías fascistas. Ahora bien, si hablamos de la necesidad de hallazgos unánimes, de cosas que pueden ser impuestas sin vacilaciones ni dudas a la totalidad nacional, no nos referimos, naturalmente, a ideas y propósitos que acepten de modo voluntario la gran mayoría «numérica» de los españoles. Puede ocurrir, y de hecho así acontece siempre, que una minoría heroica interprete por sí, apoyados en su coraje, los valores nacionales escarnecidos por otra minoría y abandonados por una mayoría neutra.
La razón nacional, el derecho al triunfo de los movimientos «nacionales» no puede en modo alguno estar vinculado a la movilización de las mayorías. Es aquí donde aparece el uso y la táctica de violencia que siguen, y tenemos que seguir los jonsistas, los fascismos. La violencia política tiene dos formas o etapas bien definidas y diferentes. Una, la violencia que requiere toda toma del Poder por vía insurreccional. Otra, la que se desarrolla en forma de coacción y de imposición por la tendencia nacional triunfante. La primera es típica de todos los grupos y sectores revolucionarios. No hay que ser fascistas, por ejemplo, para organizar golpes de Estado. Por eso no nos interesa ahora examinar la violencia insurreccional.
La segunda forma de violencia, la que desarrolla un Estado totalitario contra los núcleos disidentes, sí, es propia de una situación fascista. Esta sistematizada y justificada sólo en el Estado fascista, frente a la doctrina liberal de las democracias parlamentarias que, por lo menos de un «modo teórico» -recuérdese el período de Azaña-, respeta la existencia de organizaciones disidentes.
Contra la afirmación teórica y práctica de que no es lícito al Estado obligar a los individuos y a los grupos a servir en un orden nacional, está toda la decrépita doctrina de los partidos demoliberales, a la que se acogen hoy todos los farsantes y todos los incapaces de hinchar dentro de sí una fe nacional y un esfuerzo.
Las JONS saben que hay un manojo de magnas cosas que deben ser salvadas, defendidas e impuestas como sea. De ellas depende el existir de la Patria, nuestro ser de españoles -que es para nosotros la categoría fundamental- y la salvación misma física, económica de todos. Pues bien, no nos avendremos nunca, por ejemplo, a que sea voluntario el aceptar o no la idea de España como algo que preside y está por encima de todos los intereses individuales y de grupo. Eso hay que imponerlo, entre otras razones, porque es incluso la garantía de una vida civilizada y libre, e imponerlo con toda la violencia y toda la coacción precisas. Existen cosas innegables, indiscutibles, que a los individuos y a los grupos no cabe sino aceptar, con entusiasmo o no. Pues aunque algunos poderes -como el de la Iglesia- no se sientan hoy con fuerza moral ni desde luego con deseos de aplastar a los herejes -lo que nos parece bien porque somos, como la Iglesia, partidarios de la libertad religiosa de conciencia- hay otros que en nombre del interés nacional, la vida grandiosa del Estado y el vigor de la Patria, se muestran con suficientes raíces absolutas para aplastar a quienes se sitúen fuera o contra ellos.
Vamos, pues, a conseguir para las JONS el derecho a conducir y orientar las masas nacionales. Esas masas de compatriotas angustiados, sin fervor ni claridad en sus vidas, y a los que es preciso dotar de una Patria, obligándoles a considerar como imprescindible un puesto en la tarea de forjarla con su propia sangre. Necesitamos los españoles mejores, es decir, los de más fe y más capacidad de entusiasmo, sacrificio y disciplina. Los más voluntariosos, enérgicos y fuertes. Ellos serán en todo caso las masas, multiplicándose en su acción y en su presencia. Pues habrá que llevar la lucha al plano heroico y verdadero, donde realmente valgan los hombres por su dimensión más eficaz y honda. No son las masas las mayorías. Estas pueden muy bien recluirse, esconderse, mientras aquéllas llenan la calle con su verdad y con su imperio. Haremos que coincidan con la verdad y el imperio de España.
(«JONS», n. 4, Septiembre 1933)