Lerroux en el Poder

No creemos que sean necesarios en España más Gobiernos de tendencia democrático-burguesa para que el pueblo español advierta la ramplonería y la ineptitud de las democracias parlamentarias. Pero es inagotable la candidez de los hombres. Ahí está Lerroux recogiendo todavía un poco la ilusión de las gentes en torno a una mayor pureza liberal. Y en la cola, haciendo espera, también hay los Gil Robles, que, por la llamada derecha, quieren asimismo conservar en España el espíritu, el tono y la mansedumbre nacional propios del liberalismo burgués.

Al ser encargado de formar Gobierno, dijo o insinuó el señor Lerroux que no llamaría a colaborar sino a representantes de partidos «nacionales», es decir, que excluiría a los grupos particularistas como la ORGA* y la Esquerra catalana de Maciá. Ello era un criterio magnifico y, desde luego, lo menos que se puede pedir ante los resabios separatistas de esos partidos, aunque sea a la vez lo más que podría conceder un equipo gobernante como el actual, escéptico de España, sin vinculación con el ser más hondo y entrañable de la Patria. Claro que, además, la cosa quedó reducida a mero proyecto. Lerroux apareció a los dos días del brazo de dos ministros de aquellos grupos repudiados, y ello precisamente en las horas mismas en que se produjeron jornadas intolerables y vergonzosas en Barcelona durante la fiesta-homenaje de que se valen los catalanes separatistas todos los años, el 11 de septiembre, para injuriar a España, incluso a la España débil y cobarde que concede Estatutos a esa canalla.

Ese fue el primer tropiezo y la primera fase ridícula del Gobierno Lerroux. El segundo consistió en que el jefe radical había anunciado siempre que su etapa de Poder suponía la disolución de las actuales Cortes Constituyentes. Pero al contrario de eso, Lerroux formó un Gobierno típicamente parlamentario de estas Cortes, es decir, teniendo en cuenta los grupos y grupitos que en ellas hay, y dándoles cartera como garantía de su asistencia en las votaciones.

Pero, en fin, todas estas cosas son típicas y propias de los regímenes demoliberales, y no hemos de ser nosotros los que se extrañen de que acontezcan hoy en España con profusión.

Ante el Gobierno Lerroux no cabe otra preocupación por parte nuestra que la de percibir si cumplirá o no el destino histórico que corresponde a una situación así, en época revolucionaria, con las heridas nacionales abiertas. Es ahora, pues, cuando España se va a enfrentar con su propio problema, decidiendo o no salvarse con intrepidez. Ahí está el marxismo acechando la posible deserción de los españoles. Nuestro deber «jonsista» consiste en extraer de la situación Lerroux todas las consecuencias que resulten favorables para realizar con éxito un plan de acción directa contra los marxistas. El Gobierno Lerroux necesitará incluso de nosotros para combatir a esos elementos, que intentarán, sin duda, arrollarle en fecha breve. Y ha de ser más cómodo para un Gobierno liberal parlamentario, con miedo a que se le acuse de reaccionario o anarquizante, el que haya fuerzas «nacionales», como las JONS, que presenten batalla violenta al marxismo en vez de que tengan que ser los agentes de la autoridad los que realicen los actos punitivos.

Esta es la nueva realidad para las JONS: han aumentado considerablemente los deberes. Tiene ya el Partido el compromiso moral de desbordar su acción y su pelea. Hay que organizar mítines, salir a la calle popular, hincharse de coraje y de afán por la victoria.

El complot azaño-marxista contra el Gobierno Lerroux

Adquirió poca resonancia, porque no en balde esos «complotadores» gozan y disfrutan aún de la consideración y el respeto del equipo ministerial. Con motivo de la Asamblea agraria, se intentó, en efecto, por algunos elementos militares, reforzar la anunciada huelga general de los socialistas. No cabe ya duda a nadie, y menos al Gobierno, que adoptó medidas bien concretas y elocuentes para abortar la subversión, que se dieron todos los pasos para iniciar las jornadas violentas contra la situación Lerroux. Son de dominio público las gentes y los grupos comprometidos, las zonas militares a quienes incumbía la tarea de mezclar tropas a la insurrección, las figuras dirigentes, los propósitos inmediatos que guiaban el golpe de fuerza.

Se contaba con la presencia en Madrid de las masas agrarias, a las que se creía, desde luego con razón, inermes y sin organización especial para encuentros revolucionarios. Ese fue el motivo por el que Lerroux suspendió la Asamblea, claro que sin proclamarlo así en alta voz, pudiendo y debiendo hacerlo, porque sobraban al Gobierno pruebas y datos acerca del intento.

Parece que los organizadores del complot se proponían implantar una especie de democracia revolucionaria, tipo Méjico, a base de la dictadura personal de Azaña, como paso a una posterior y franca situación socialista. Desde luego, jacobinismo trasnochado, malos humores de gentes que no olvidan las delicias del mando y, sobre todo, aparecían apellidos y núcleos que ya existen en la historia española, ligados al nombre terrible de Casas Viejas. Eran, en efecto, las gentes de Casas Viejas los principales y más destacados individuos de la subversión.

La realidad indudable de cuanto decimos nos obligará a todos a estar vigilantes y alerta. Pues la consumación de hechos como los que aquí aparecen denunciados deben equivaler, para nuestro Partido, a una orden movilizadora.

El Gobierno tomó quizá en este caso medidas eficaces, como fue la desarticulación del aparato policiaco del anterior Gobierno, pero también es cierto que fueron los complotadores quienes suspendieron o aplazaron la cosa. No hay, pues, que tener excesiva confianza en la acción del Gobierno, donde hay después de todo representantes de los grupos más ligados a «lo anterior», y que, por ejemplo, actúa con vacilaciones como la que supone sospechar y aislar del servicio durante esos días a un jefe destacado en una de las armas del Ejército, para después, según ya acontece, restituirlo de nuevo al mando.

La Asamblea agraria

Todo el mundo percibe ya en los españoles del campo la levadura intrépida que necesita la Patria. Se movilizan, es cierto, hoy por algo tan inmediato y extrapolítico como la reclamación de medidas que salven sus economías deshechas. Pero nadie vea en el fenómeno una manifestación monda y escueta de lucha de clases. El hombre del campo incorpora siempre a sus tareas un grupo de valores espirituales, entre los que despuntan con pureza una magnífica fidelidad al ser de España, al ser de la Patria, que ellos mejor que nadie, en directa relación con la tierra, exaltan y comprenden.

Hemos estado a punto de ver en Madrid una amplísima representación de esos españoles. La Asamblea proyectada tendría, si se quiere, un puro carácter económico, sin dirección política alguna; pero la realidad iba a sobrepasar felizmente esos propósitos recortados y sinceros de los organizadores. Se habría hecho presente en Madrid una juventud del campo, los hijos de toda esa multitud de familias españolas, vejadas y atropelladas en los pueblos por las hordas marxistas, que saben muy bien quién es y dónde está el enemigo, y a la que es de toda urgencia enrolar y conquistar para unas filas nacionales y heroicas. Es una de las tareas más primordiales de las JONS, llevar a la conciencia de esas juventudes la seguridad de que dispondrán a nuestro lado de resortes victoriosos.

La Asamblea fue suspendida por el Gobierno, con razones que en nuestra nota anterior aparecen claras, pero que el pueblo español no sabe. Esa suspensión importa poco, pues el movimiento de las masas nacionales agrarias arrollará, desde luego, trabas tan débiles. Nosotros, las JONS, debemos esforzarnos por orientar ese movimiento, que es nuestro propio movimiento, impidiendo que caiga en manos de caciques mediocres e inmorales, y ganándolo para unos propósitos totalitarios, para una tarea «nacional» de emoción y de combate contra los enemigos de España.

Esos españoles de los campos han sido hasta aquí machacados por los rencores marxistas en nombre de una política de lucha de clases y de ignorancia malvada de todo lo genuino y limpiamente español. Su deber y sus mismos intereses no han de consistir, por tanto, en vincularse a una actitud clasista, sino en interpretar y escoger los anhelos y los clamores de la dimensión nacional entera, buscando y ligando su pelea a la de los españoles de «todas las clases» que coincidan grandiosamente en el afán de salvarse juntos, salvando el solar español.

Es la gente del campo, los hombres de la tierra, quienes tienen y disponen de espíritu más propicio para comprender esto que decimos. Hay, pues, que buscarlos, conquistarlos para las filas del Partido, dándoles consignas claras y eficaces. De otro modo, irán a engrosar esos cuadros pálidos y temblorosos que otros ofrecen con instrucciones electoreras y olvido persistente de lo que la Patria es, supone y obliga. Hemos citado a esa llamada CEDA, nido de escépticos, desviados o cosas aún peores.

Todos los jonsistas deben llevar a los campos la demostración y la evidencia de que sólo es licito llamar y solicitar a esas masas de «agricultores nacionales» para ofrecerles un lugar en el combate, nunca para equiparles con papeletas frente a un enemigo armado, violento y criminal, como es siempre en todos los climas el enemigo marxista.

* Organización Republicana Gallega Autónoma, fundada en 1929.

(«JONS», n. 4, Septiembre 1933)