Todos los españoles han recibido, sin duda, una excelente lección durante las sesiones del último Congreso del partido radical socialista. Así son, en efecto, los partidos que nacen, triunfan y prosperan en las democracias burguesas, liberales y parlamentarias. Así las gentes y los políticos que atrapan los Gobiernos en esos regímenes. ¿Qué tienen que ver con las masas organizadas a base de una fe, de un sacrificio tenaz y de una disciplina noble?
Aparecen bien claras las características reales de esos partidos. Nacen para peleas chicas, enfermizas, antiheroicas. Se ceban en sí mismos como seres degenerados e inconscientes. Bien se advierte que su existencia no va ligada a magnos compromisos, sino que se agota en el jolgorio permanente, en la discusión y en la vocinglería escandalosa.
Viéndolos en la marcha, en las jornadas mediocres que caracterizan su vida política, nos reafirmamos más que nunca nosotros en el odio y el desprecio a toda la mendacidad y la farsantería de las democracias parlamentarias. Sin embargo, en el seno de esos partidos se habla también de disciplina, sin que nadie comprenda en qué altas verdades pretenden engarzar la disciplina quienes necesitan destruir en los pueblos todo fervor nacional, toda raíz absoluta, para ellos existir como partido.
La disciplina es nuestra. Sólo en nuestros campos adquiere esa palabra sentido y realidad. Nuestras organizaciones nacen y surgen a la vista de gigantescas tareas, tienen ante sí un enemigo a quien batir y una empresa nacional a que entregar el esfuerzo y el coraje. La indisciplina es incomprensible en las Juntas. Ni un minuto nos es dado para batallas interiores, en el seno mismo del Partido. porque vivimos con los ojos vigilantes hacia fuera, hacia el enemigo poderoso, exterior y hemos de dedicar todas las energías a los propósitos fecundos de las Juntas.
No creemos que los camaradas del Partido necesiten ejemplos edificantes como ese de los radicales socialistas para reafirmarse en su sentido del deber y de la disciplina «jonsista». Nunca permitirán los dirigentes de las JONS que en su seno se riñan batallas. Para eso está el remedio eficaz y a tiempo de que hablan con claridad los estatutos del Partido.
Nada haremos sin disciplina férrea en nuestros cuadros, sin un misticismo de la unidad, de la jerarquía y de la eficacia. No hay frivolidades políticas en nosotros. Nacemos para el sacrificio, y es imprescindible para la victoria que cada uno pode y elimine de sí mismo todo conato de infecundas disciplinas.
(«JONS», n. 4, Septiembre 1933)