Sospechamos la existencia de bastantes confusiones en torno a la significación del movimiento jonsista. Ningún lugar más propio que éste para reducir ese confusionismo, acerca del que no nos corresponde la menor responsabilidad. Siempre han hablado claro las Juntas, y la culpa de él corresponde, pues, por entero, a quienes nos enjuician utilizando categorías falsas.
El error proviene de que, desde el primer día, se nos ha adscrito y considerado como un partido fascista, y no está el error en que no lo seamos, sino en que en España hay sobre el fascismo la idea más falsa y deficiente posible. Nunca han explotado las JONS ese supuesto carácter fascista que tienen; es decir, nunca han hecho un llamamiento a los españoles que se «creen» fascistas, con lo que han disminuido, sin duda, sus efectivos, y hemos procedido así porque nos constaba que un auténtico movimiento fascista en España tendría, antes que nada, que liquidar y oponerse a los más íntimos clamores de los «fascistas» que aquí había.
Nos urge, pues, reivindicar nuestro propio carácter. Somos revolucionarios, pero no de cualquier revolución, sino de la nuestra, de la que se proponga conquistar para España un Estado nacional-sindicalista, con todo ese bagaje de ilusiones patrióticas y de liberación económica de las masas que postula nuestro movimiento. El destino jonsista, nuestro quehacer revolucionario, no puede reducirse a realizar hoy hazañas más o menos heroicas contra el marxismo, que favorezcan la rapacidad de los capitalistas y el atraso político considerable en que hoy vive la burguesía española. Eso, nunca. Los que se acerquen a las JONS deben saber que penetran en la órbita de unos afanes revolucionarios que se desenvolverán en un futuro más o menos largo, pero que sólo esos afanes son nuestro norte de actuación. Nunca otros. Provéanse, pues, de paciencia los impacientes, porque mientras más fácil y rápido sea nuestro triunfo, más nos habremos desviado y más habremos traicionado los propósitos difíciles y lentos a que deben las Juntas su existencia. Para tareas cercanas y aparentes, de servicio al «statu quo» social, de peones contra el marxismo, facilitando la permanencia en España de toda la carroña pasadista y conservadora, para eso tienen ya otros, felizmente, la palabra.
Las filas revolucionarias de las JONS no deben nutrirse más que de los españoles que van llegando día a día con su juventud a cuestas, o de luchadores y militantes desilusionados del revolucionarismo marxista. En nuestra revolución tienen que predominar esas dos estirpes. Sólo así alcanzará sus objetivos verdaderos.
Grupos convencidos y seguros de que nuestra marcha es justa, de que está encajada en el proceso histórico español y de que llegará nuestra hora, es lo que precisamos. Eso conseguido, y ya creemos lo está en grado casi suficiente, lo demás, el que las masas fijen su atención en nuestra bandera, el que controlemos y dirijamos la emoción revolucionaria en la calle, eso es prenda segura de nuestra verdad, de nuestra fe y de nuestros primeros éxitos.
Nuestro temperamento revolucionario tiene ya, por lo menos, en la España actual, una satisfacción: la de que ocurra y pase lo que quiera, la única salida posible es de carácter revolucionario. Esa es la realidad y, es, además, nuestro deseo. Todo el problema y todo el dramatismo que se cierne sobre la Patria en esta hora se reduce a la duda acerca de quién hará la revolución, a cargo de qué grupos, qué tendencias y qué afirmaciones correrá la tarea de efectuar la revolución. El hecho de que en España exista la realidad de ese dramatismo ineludible, indica que ha entrado nuestro país en el orden de problemas universales de la época. Ha sido el problema de Italia en 1922. De Alemania, durante el largo período de 1920 a 1933. Y comienza a ser el de otros grandes pueblos, donde se resquebraja el orden vigente y apunta la necesidad aparentemente subversiva, de salvarse por vía revolucionaria.
En España tenemos la perentoriedad del hecho marxista, vinculado al socialismo, que se dispone a polarizar toda la energía descontenta, el revolucionarismo «izquierdista», anticlerical, la subversión de los trabajadores, en torno a su bandera roja. Hay, pues, peligro marxista en nuestro país, y peligro inminente. Oponerle una táctica contrarrevolucionaria tradicional, conservadora, en nombre de los intereses heridos, sean espirituales o económicos, es lo que hacen esos partidos que se llaman las derechas. Cosa inane. Una vez conseguido por el marxismo escindir a España en dos frentes: uno, el suyo, y otro, la burguesía, con una conciencia anti o, por lo menos, extraproletaria, ya ha logrado la mitad de la victoria.
Las JONS entienden que la máxima urgencia es romper la falsa realidad de esos dos frentes. Si en España, tanto como se ha hablado y habla de fascismo, se hubiera comprendido sólo a medias el sentido histórico de la revolución fascista, no habrían hecho su panegírico los sectores que sueñan con ella, y a los que es por completo ajena su realización. Lo que en España alcance y logre un éxito decisivo sobre la amenaza socialista, lo que consiga desplazarla, asumiendo a la vez la representación directa de los trabajadores, será el fascismo de España, es decir, lo que aquí acontezca que a la luz de la Historia se juzgue como análogo al hecho italiano.
Creemos y sostenemos que son las JONS quienes pueden y deben lograr la culminación de ese papel histórico. Sólo las JONS y su nacional-sindicalismo revolucionario. Pues sólo nosotros, al parecer, luchamos contra el marxismo, considerándolo ni más ni menos que como un rival en la tarea de realizar la revolución. No nos interesa cerrar el paso a la subversión marxista, para que la multitud de españoles perezosos, bien avenidos y pacíficos, tranquilos y conservadores, sigan con su pereza, su tranquilidad y sus cuartos. Ni una gota de sangre de patriota jonsista debe derramarse al servicio de eso.
Vamos a disputarle al marxismo el predominio en los sectores donde se hallen los españoles más inteligentes, los más fuertes, los más sanos y animosos. Cuando para realizar la revolución socialista no se recluten militantes, sino en los suburbios infrahumanos de la vida nacional, tendremos casi asegurado el éxito. Ello requiere una auténtica decisión de sustituirlo en los propósitos revolucionarios. La pugna consiste en ver quien atrae a sus banderas los núcleos de más capacidad revolucionaria, los que puedan desarrollar más tenacidad, sacrificio y desinterés. Repitámoslo, porque es esencial para la ruta jonsista y porque conviene que nos vayamos desprendiendo de auxiliares negativos: «SÓLO ACEPTAMOS LA LUCHA CONTRA EL MARXISMO EN EL TERRENO DE LA RIVALIDAD REVOLUCIONARIA.» Pediremos a los trabajadores que abandonen las filas marxistas, y hasta en su hora se lo impondremos por la violencia, pero con el compromiso solemne de realizar nosotros la revolución.
Este es el espíritu de las JONS, que coincide con el espíritu del fascismo, pero no, sin duda, con el de los núcleos, sectores y personas que en España claman por el fascismo.
Que en España hay grandes masas pendientes de una realización revolucionaria, es perfectamente notorio. Toda la pequeña burguesía que se movilizó por la República democrática y puso sus esperanzas en ella, está hoy sin norte claro. Urge conseguir que la inacción que suele originar el desconcierto y la ceguera no aparte a esas masas de su propio destino, que es en muchos aspectos el de impedir la revolución socialista. Es cierto que gran parte de ella sigue aún fiel a las consignas de orden democrático, aun confesando cada día la radical inanidad de esa solución. Ya van, sin embargo, haciendo la concesión de que habría que apelar a la dictadura para salvar a la democracia, y nosotros tenemos el suficiente conocimiento de nuestra época, para afirmar que una actitud jacobina como esa, extramarxista, se vería obligada a fascistizarse.
España atraviesa hoy la mejor coyuntura para llevar al ánimo de la pequeña burguesía, de los intelectuales y de toda la juventud, la necesidad de oponerse a la revolución socialista y realizar la revolución nacional. Son inseparables ambas metas e insostenible una sola sin la otra.
Las JONS tienen que esforzarse en inventar el cauce para un movimiento nacional de esa índole o colaborar con los grupos que se lo propongan, de un modo auténtico, hoy, desde luego inexistentes. Abundan, sí, las posiciones que se presentan como dispuestas a transformar el Estado, en un sentido de eficacia nacional y revolucionaria. Pues comienza a estar de tal modo en la conciencia de todos los españoles la necesidad de asegurar de una manera firme la batalla antimarxista, amparados en la trinchera «nacional» y «totalitaria», que hasta los jóvenes formados políticamente en los medios clericales postulan soluciones aparentemente análogas. Así las juventudes de Acción Popular, a las que hay que recusar con energía para dirigir y orientar estas tendencias, hablan de corporaciones, Patria grande y antidemocracia, sin darse cuenta de que todo eso se logra con tal temperatura «nacional», tal interés por la realidad suprema del Estado y tal actitud revolucionaria que chocaría a los dos segundos con sus melindres religiosos, su preocupación de que no se rozase la libertad de la Iglesia y sus remilgos ante la violencia formidable que sería preciso desarrollar. Además, desde su órbita confesional es ilícito sostener hoy en España una aspiración totalitaria. Porque si media Nación vive fuera de la disciplina religiosa, mal va a aceptar soluciones «políticas» que se incuben o tengan su origen en la Iglesia.
Esa actitud pseudofascista de las juventudes de Acción Popular, si no consigue imponer su totalitarismo confesional, sí cumple, en cambio, a maravilla el papel de incrementar entre las masas las confusiones en torno al fascismo, al que así comprueban las gentes adscrito a los medios de menos capacidad revolucionaria y menos dignos de crédito para una tarea de captación de los trabajadores. Carecen, por otra parte, de suficiente calor nacional, de la imprescindible libertad para garantizar que sus propósitos no serán desviados por designios superiores a los suyos, cuya alta influencia hay ya muchos motivos para creer se utiliza de un modo sospechosísimo para los intereses de España.
La prevención que muestran a la vez estos elementos contra las rotulaciones fascistas, proceden de lo que en éstas hay de eficacia revolucionaria. La necesidad universal del fascismo, es decir, su interpretación de una disciplina nacional, de un orden exigentísimo, no se compagina bien con la preponderancia de poderes que aquí querrían siempre a salvo y con libertad plena.
Las JONS revolucionarias saben bien en qué consiste y va a consistir su deber. Atrincherarse en la emoción nacional de España, sostener por todos los medios su unidad, descubrir para los españoles una tarea común, exigente y durísima, que pueda ser impuesta de un modo inflexible a todos. Interceptar toda fuga al pasado y enlazar su vigor con el interés social y económico de las grandes masas, que si fatalmente van a verse obligadas a incrustarse en una disciplina, tienen un profundo derecho a imponer su presencia en el Estado. Revolución nacional, empuje, vigor y dinamismo, queremos. Como única garantía de la Patria, del pan de los españoles y de que merece la pena de que muramos espantando de España la revolución roja.
(«JONS», n. 8, Enero - 1934)