JONS (Número 8)

Los hombres tienen siempre necesidad de algo que esté sobre ellos, y cuya colaboración invocan, de un modo consciente o no. Por ejemplo, ese saberse en la línea lógica de la Historia, con una ruta sin pérdida, en cuyo final está irremisiblemente el triunfo de cuanto ellos estiman justo y verdadero. Quizá el movimiento social contemporáneo que ha adoptado más intensamente esa posición de seguridad de que pasase lo que pasase, a pesar de todas las dificultades y obstáculos que suponía la realidad hostil, la victoria última estaba fatalmente escrita, ha sido el movimiento socialista.

El marxismo construyó, en efecto, unas categorías económicas e históricas que conducían de un modo sistemático y seguro a la edificación de la sociedad socialista. Fracaso de esto, contradicción entre esto y aquello, aparición fatal de este o aquel fenómeno, concentración de estas o aquellas energías, decrepitud de estos o aquellos factores sociales, etc., etc. Y por fin, naturalmente, indetenible triunfo revolucionario de los trabajadores rojos. Así de sencillos, simples y artificiosos son los pilares de la concepción marxista. Pero la eficacia para la agitación y la movilidad formidable de las masas ha sido enorme. Cincuenta años febriles en que ha bastado proyectar entre las masas obreras la rotunda película marxista para ganarlas, sin más, al nuevo dogma, convencidas y seguras de que la Historia, el tiempo y otras divinidades estaban a su lado.

Los agitadores rojos han alimentado, pues, sin dificultad la esperanza y el entusiasmo de las masas, utilizando idéntica temperatura psicológica, a la que significaba para los antiguos el saberse protegidos y amparados por los dioses en alguna de sus empresas. La escisión de las fuerzas marxistas en dos frentes, uno comunista revolucionario y otro reformista, ha sido quizá la única consecuencia contradictoria para sus fines que encerraba en su seno el marxismo. Los partidos socialistas o socialdemócratas, acogidos con rigor a la firmeza de que el triunfo llegaría fatalmente, casi por sí solo, han seguido la táctica de esperarlo de una manera paciente. La rama comunista sostiene, sí, idéntico dogma, pero estima que es posible, y desde luego más digno y más marxista, atrapar la victoria sin búdicas esperas, por vías revolucionarias y violentas.

Ese fatalismo marxista, que aparece expresado con la denominación pedante de «socialismo científico», es decir, seguro y riguroso, se resquebraja hoy por grietas múltiples. La demostración de la falsedad de sus asertos, de la falacia de sus esquemas, no está siendo una demostración conceptual y silogística, no la han conseguido los teóricos ni los profesores, sino que es un producto formidable de los hechos históricos.

Se avecina, pues, y llega con premura la disolución del marxismo, porque concluye su capacidad para ilusionar y alumbrar el próximo futuro de las gentes. El proceso de la economía y de la sociedad burguesas, la culminación del capitalismo como sistema de producción, son hechos a la vista; sus contradicciones, dificultades y crisis también lo son. Lo que no aparece como ineludible es que esas contradicciones, esas dificultades y esas crisis se resuelvan y terminen en una edificación socialista.

Algo está ahí que le ha usurpado, que le ha desplazado del campo de las victorias. Los pueblos descubren su realidad nacional, recurren a sus propios valores económicos y morales y afianzan en ellos sus energías revolucionarias.

La revolución mundial roja ha sido desplazada por una serie de revoluciones nacionales, en las que han tenido y les corresponderá tener una intervención heroica gentes que procedían de aquellos sectores sociales a los que precisamente juzgaba el marxismo por completo invaliosos. Mal planteadas estaban, pues, las tesis marxistas. Había más salidas revolucionarias que las suyas. Con más capacidad de heroísmo y más empuje violento que el que desarrollaban las filas rojas. Nutriéndose, por tanto, de calidades humanas superiores a aquellas sobre que tenía sus bases la revolución socialista. Esas revoluciones nacionales, antimarxistas, hechas con aportaciones de pequeños burgueses, intelectuales patriotas y antiguos militantes desilusionados del revolucionarismo internacionalista, son las que han ganado hoy la atención del mundo. Son las revoluciones fascistas, rótulo este al que no cabe otro sentido que el de haber sido la revolución fascista italiana la primera de ellas en el orden cronológico que tuvo efectividad y éxito. Pero que sería absurdo señalar como inspiradora, rectora y originaria de las revoluciones nacionales de estos tiempos. En primer lugar, porque la revolución nacional, es decir, la que de un modo sincero, hondo y entrañable hace un pueblo -y éstas son las únicas que triunfan- no puede nunca ser un plagio, una copia de la que haya hecho otro pueblo. Con estas mismas intuiciones reaccionó Italia contra el bolchevismo, cuya revolución obsesionó en 1920-21 a las masas con un intenso afán imitativo. Lo destaca y señala magníficamente Marinetti en el ensayo de 1919, que resucita ahora nuestra Revista.

El proceso de la economía, los tremendos chasquidos sociales de esta época, las apetencias de las gentes, su estilo vital, todo, en fin, favorece la presencia de los revolucionarios nacionales y la derrota de los revolucionarios rojos. Pues sólo una economía nacional auténtica, es decir, viviente como un organismo completo, puede desplazar las crisis y las dificultades que se oponen hoy a la satisfacción económica de las masas. Los pueblos de economía simple, es decir, meramente industrial o agrícola, asentada sobre una sola de esas dos grandes ramas de la economía, son los que sufren hoy con más rigor la crisis económica y el paro. En cambio, las economías nacionales mixtas o completas alcanzan una eficacia y una normalidad envidiables. Hay, pues, una categoría nacional, una dimensión decisiva, que hace inevitable su robustecimiento.

De otra parte, las convulsiones que agitan a las masas reclaman, como nunca, un orden rígido, extraído, naturalmente, de ellas mismas, con el entusiasmo, decisión y eficacia con que se producen las conquistas revolucionarias. Y ese orden necesario y esa disciplina son inseparables de una Patria donde se producen y cuya existencia y servicio es la finalidad última donde ellos tienen justificación.

En cuanto al estilo vital de nuestra época, deportivo, limpio y fuerte, se enlaza de un modo notorio con la significación histórica de las estirpes nacionales. Los pueblos vuelven felizmente a ilusionarse con la posibilidad de pertenecer a una Patria que realiza en el mundo las tareas más valiosas.

Si tenemos, pues, que las economías son catastróficas si no son economías nacionales. Y que no existe un orden, una disciplina, si no son un orden y una disciplina nacionales, es decir, al servicio de una Patria e impuestos en nombre de ella y por ella. Y que no hay en las masas vida alegre y limpia si no se mueven y circulan en una órbita nacional, participando emocionalmente de sus peripecias por la Historia. Si todo eso es cierto en la hora actual del mundo, por lo menos en sus zonas decisivas, en los grandes pueblos, se comprenderá fácilmente la razón de la retirada marxista.

El marxismo podía ser una solución contra el mundo viejo de los egoísmos capitalistas y de la sordidez demoliberal. Pero otra revolución más brillante, eficaz y verdadera lo desplaza. A ésta amparan y ayudan hoy las mismas divinidades que al principio decíamos presentaba el marxismo como suyas. Todo conspira hoy para el triunfo de la revolución nacional. La hora marxista pasó sin ensayarse. Esta es la realidad del mundo.

¿Y España? ¿Se concentrarán aquí como trinchera última los esquemas fracasados y se retrasará nuestra voluntad española de vivir? No contestamos ahora a esto. He pretendido sólo situar esa realidad de que el marxismo ha perdido o está a punto de perder esa capacidad asombrosa de que ha estado dotado durante los últimos treinta años para situar como ineludible la victoria socialista. Hace quince años no había razones ni cordones frente a la avalancha marxista. Sólo la fuerza pública mercenaria de los viejos Estados demoliberales, cuyos gobernantes, en lo íntimo, veían justas y verdaderas, aunque dolorosas y temibles, las aspiraciones del socialismo.

Hoy hay ya lo único que puede vencerla: los pueblos mismos, las masas mismas, entregando su fervor no a la revolución social ni a la revolución antinacional roja, sino a una revolución a la vez nacional y social. El descubrimiento fascista no es otro que éste: a la revolución marxista no se la bate ni destruye con métodos contrarrevolucionarios, sino haciendo con más perfección, amplitud y justeza la revolución misma. Ya hablaremos extensa y concretamente de España, de nuestro caso español, que es el que nos atenaza y angustia.

* Artículo escrito por Ramiro bajo el pseudónimo de «Roberto Lanzas».

(«JONS», n. 8, Enero - 1934)

Hace próximamente un mes pronunció Largo Caballero un discurso en una fiesta de los impresores. Dijo en él una frase que constituye todo el secreto de su actividad revolucionaria. Hay que fijarse bien en ella y calibrarla con exactitud, porque su aceptación en el posible frente único rojo supondría un formidable peligro. Largo Caballero, en su calidad de líder, es decir, de jefe a quien corresponde la orientación estratégica de la revolución, declaró que «era preciso conseguir y conquistar primero el Poder político para luego hacer con él y desde él la revolución social».

Entra así la estrategia socialista en el plano de las metas reales y abandona el tópico catastrófico, ingenuísimo, del «estallido de la revolución social», cuya ilusión ha sido el norte tradicional de los militantes rojos de todas clases: socialistas, comunistas y anarquistas.

Pasó quizá desapercibido ese clarísimo viraje estratégico expuesto por Largo Caballero en su discurso. La prensa obrera de otras tendencias no se fijó o no quiso fijarse en esa tan decisiva declaración del jefe socialista. Sólo en el periódico clandestino que edita la C.N.T. en este período de la ilegalidad, apareció un comentario, naturalmente adverso. Es lógico que los anarquistas se escandalicen, porque para ellos no tiene sentido ni importancia eso de «conquistar el Poder político». Les interesa la revolución social; y a ser posible, la suya, la revolución anarquista, precisamente la que ahogaría e impediría Largo Caballero en esa su primera etapa de «Poder político».

Como se ve, Largo Caballero busca dos eficacias diversas con la estrategia revolucionaria que denunciamos. Una, moverse en un terreno posible, sin concesiones a utópicas y catastróficas jornadas; otra, controlar la revolución social posterior, impidiendo el predominio de las tendencias rivales, ya que hecha desde el Poder, con férrea mano, esa revolución social se iría haciendo por decretos.

Pero eso es la estrategia fascista. En eso justamente consisten las etapas en que se desenvuelve la revolución fascista. Pues un proceder revolucionario así garantiza la continuidad, es decir, no rompe catastróficamente con el inmediato pasado social del país, sino que de un modo paulatino, real, efectúa la transformación económica.

Repetimos que Largo Caballero sigue, pues, una estrategia fascista, que por sí, es decir, como una forma abstracta de realización revolucionaria, es la más adecuada a estos tiempos.

Está, pues, bien justificada la última consigna de las JONS, que pide a los grupos antimarxistas que sitúen su lucha en un plano de rivalidad revolucionaria. Será o no recogida, quizá no, porque hay zonas políticas en España, precisamente las que se creen más fascistizadas, que comprenden con dificultad los aspectos más claros y palpitantes del fascismo.

Pero nosotros la recogeremos. Y aunque sea rechazado nuestro criterio, nos quedará por lo menos la tranquilidad de sabernos los únicos que meses antes de la revolución socialista manejaron las únicas ideas, tácticas y consignas que podían oponérsele con éxito.

El triunfo de la tendencia representada por Largo Caballero en el seno de la Unión General de Trabajadores pone esta Central Sindical al servicio de un «reformismo revolucionario» que puede proporcionar a España el triste remate de consolidarse por algún tiempo en ella un régimen a extramuros de su propio ser histórico. Y es que los pueblos reclaman y piden consignas decisivas. Si frente a la política marxista no hay una fortísima decisión «nacional» de salvarse con heroísmo y talento, si sólo hay endebles reacciones defensivas, con el marco egoísta de todas las defensivas, nos tememos que tenga España que presentar su dimisión como pueblo histórico, independiente, grande y libre. (¡¡¡Jamás, camaradas!!!)

(«JONS», n. 8, Enero - 1934)

Sospechamos la existencia de bastantes confusiones en torno a la significación del movimiento jonsista. Ningún lugar más propio que éste para reducir ese confusionismo, acerca del que no nos corresponde la menor responsabilidad. Siempre han hablado claro las Juntas, y la culpa de él corresponde, pues, por entero, a quienes nos enjuician utilizando categorías falsas.

El error proviene de que, desde el primer día, se nos ha adscrito y considerado como un partido fascista, y no está el error en que no lo seamos, sino en que en España hay sobre el fascismo la idea más falsa y deficiente posible. Nunca han explotado las JONS ese supuesto carácter fascista que tienen; es decir, nunca han hecho un llamamiento a los españoles que se «creen» fascistas, con lo que han disminuido, sin duda, sus efectivos, y hemos procedido así porque nos constaba que un auténtico movimiento fascista en España tendría, antes que nada, que liquidar y oponerse a los más íntimos clamores de los «fascistas» que aquí había.

Nos urge, pues, reivindicar nuestro propio carácter. Somos revolucionarios, pero no de cualquier revolución, sino de la nuestra, de la que se proponga conquistar para España un Estado nacional-sindicalista, con todo ese bagaje de ilusiones patrióticas y de liberación económica de las masas que postula nuestro movimiento. El destino jonsista, nuestro quehacer revolucionario, no puede reducirse a realizar hoy hazañas más o menos heroicas contra el marxismo, que favorezcan la rapacidad de los capitalistas y el atraso político considerable en que hoy vive la burguesía española. Eso, nunca. Los que se acerquen a las JONS deben saber que penetran en la órbita de unos afanes revolucionarios que se desenvolverán en un futuro más o menos largo, pero que sólo esos afanes son nuestro norte de actuación. Nunca otros. Provéanse, pues, de paciencia los impacientes, porque mientras más fácil y rápido sea nuestro triunfo, más nos habremos desviado y más habremos traicionado los propósitos difíciles y lentos a que deben las Juntas su existencia. Para tareas cercanas y aparentes, de servicio al «statu quo» social, de peones contra el marxismo, facilitando la permanencia en España de toda la carroña pasadista y conservadora, para eso tienen ya otros, felizmente, la palabra.

Las filas revolucionarias de las JONS no deben nutrirse más que de los españoles que van llegando día a día con su juventud a cuestas, o de luchadores y militantes desilusionados del revolucionarismo marxista. En nuestra revolución tienen que predominar esas dos estirpes. Sólo así alcanzará sus objetivos verdaderos.

Grupos convencidos y seguros de que nuestra marcha es justa, de que está encajada en el proceso histórico español y de que llegará nuestra hora, es lo que precisamos. Eso conseguido, y ya creemos lo está en grado casi suficiente, lo demás, el que las masas fijen su atención en nuestra bandera, el que controlemos y dirijamos la emoción revolucionaria en la calle, eso es prenda segura de nuestra verdad, de nuestra fe y de nuestros primeros éxitos.

Nuestro temperamento revolucionario tiene ya, por lo menos, en la España actual, una satisfacción: la de que ocurra y pase lo que quiera, la única salida posible es de carácter revolucionario. Esa es la realidad y, es, además, nuestro deseo. Todo el problema y todo el dramatismo que se cierne sobre la Patria en esta hora se reduce a la duda acerca de quién hará la revolución, a cargo de qué grupos, qué tendencias y qué afirmaciones correrá la tarea de efectuar la revolución. El hecho de que en España exista la realidad de ese dramatismo ineludible, indica que ha entrado nuestro país en el orden de problemas universales de la época. Ha sido el problema de Italia en 1922. De Alemania, durante el largo período de 1920 a 1933. Y comienza a ser el de otros grandes pueblos, donde se resquebraja el orden vigente y apunta la necesidad aparentemente subversiva, de salvarse por vía revolucionaria.

En España tenemos la perentoriedad del hecho marxista, vinculado al socialismo, que se dispone a polarizar toda la energía descontenta, el revolucionarismo «izquierdista», anticlerical, la subversión de los trabajadores, en torno a su bandera roja. Hay, pues, peligro marxista en nuestro país, y peligro inminente. Oponerle una táctica contrarrevolucionaria tradicional, conservadora, en nombre de los intereses heridos, sean espirituales o económicos, es lo que hacen esos partidos que se llaman las derechas. Cosa inane. Una vez conseguido por el marxismo escindir a España en dos frentes: uno, el suyo, y otro, la burguesía, con una conciencia anti o, por lo menos, extraproletaria, ya ha logrado la mitad de la victoria.

Las JONS entienden que la máxima urgencia es romper la falsa realidad de esos dos frentes. Si en España, tanto como se ha hablado y habla de fascismo, se hubiera comprendido sólo a medias el sentido histórico de la revolución fascista, no habrían hecho su panegírico los sectores que sueñan con ella, y a los que es por completo ajena su realización. Lo que en España alcance y logre un éxito decisivo sobre la amenaza socialista, lo que consiga desplazarla, asumiendo a la vez la representación directa de los trabajadores, será el fascismo de España, es decir, lo que aquí acontezca que a la luz de la Historia se juzgue como análogo al hecho italiano.

Creemos y sostenemos que son las JONS quienes pueden y deben lograr la culminación de ese papel histórico. Sólo las JONS y su nacional-sindicalismo revolucionario. Pues sólo nosotros, al parecer, luchamos contra el marxismo, considerándolo ni más ni menos que como un rival en la tarea de realizar la revolución. No nos interesa cerrar el paso a la subversión marxista, para que la multitud de españoles perezosos, bien avenidos y pacíficos, tranquilos y conservadores, sigan con su pereza, su tranquilidad y sus cuartos. Ni una gota de sangre de patriota jonsista debe derramarse al servicio de eso.

Vamos a disputarle al marxismo el predominio en los sectores donde se hallen los españoles más inteligentes, los más fuertes, los más sanos y animosos. Cuando para realizar la revolución socialista no se recluten militantes, sino en los suburbios infrahumanos de la vida nacional, tendremos casi asegurado el éxito. Ello requiere una auténtica decisión de sustituirlo en los propósitos revolucionarios. La pugna consiste en ver quien atrae a sus banderas los núcleos de más capacidad revolucionaria, los que puedan desarrollar más tenacidad, sacrificio y desinterés. Repitámoslo, porque es esencial para la ruta jonsista y porque conviene que nos vayamos desprendiendo de auxiliares negativos: «SÓLO ACEPTAMOS LA LUCHA CONTRA EL MARXISMO EN EL TERRENO DE LA RIVALIDAD REVOLUCIONARIA.» Pediremos a los trabajadores que abandonen las filas marxistas, y hasta en su hora se lo impondremos por la violencia, pero con el compromiso solemne de realizar nosotros la revolución.

Este es el espíritu de las JONS, que coincide con el espíritu del fascismo, pero no, sin duda, con el de los núcleos, sectores y personas que en España claman por el fascismo.

Que en España hay grandes masas pendientes de una realización revolucionaria, es perfectamente notorio. Toda la pequeña burguesía que se movilizó por la República democrática y puso sus esperanzas en ella, está hoy sin norte claro. Urge conseguir que la inacción que suele originar el desconcierto y la ceguera no aparte a esas masas de su propio destino, que es en muchos aspectos el de impedir la revolución socialista. Es cierto que gran parte de ella sigue aún fiel a las consignas de orden democrático, aun confesando cada día la radical inanidad de esa solución. Ya van, sin embargo, haciendo la concesión de que habría que apelar a la dictadura para salvar a la democracia, y nosotros tenemos el suficiente conocimiento de nuestra época, para afirmar que una actitud jacobina como esa, extramarxista, se vería obligada a fascistizarse.

España atraviesa hoy la mejor coyuntura para llevar al ánimo de la pequeña burguesía, de los intelectuales y de toda la juventud, la necesidad de oponerse a la revolución socialista y realizar la revolución nacional. Son inseparables ambas metas e insostenible una sola sin la otra.

Las JONS tienen que esforzarse en inventar el cauce para un movimiento nacional de esa índole o colaborar con los grupos que se lo propongan, de un modo auténtico, hoy, desde luego inexistentes. Abundan, sí, las posiciones que se presentan como dispuestas a transformar el Estado, en un sentido de eficacia nacional y revolucionaria. Pues comienza a estar de tal modo en la conciencia de todos los españoles la necesidad de asegurar de una manera firme la batalla antimarxista, amparados en la trinchera «nacional» y «totalitaria», que hasta los jóvenes formados políticamente en los medios clericales postulan soluciones aparentemente análogas. Así las juventudes de Acción Popular, a las que hay que recusar con energía para dirigir y orientar estas tendencias, hablan de corporaciones, Patria grande y antidemocracia, sin darse cuenta de que todo eso se logra con tal temperatura «nacional», tal interés por la realidad suprema del Estado y tal actitud revolucionaria que chocaría a los dos segundos con sus melindres religiosos, su preocupación de que no se rozase la libertad de la Iglesia y sus remilgos ante la violencia formidable que sería preciso desarrollar. Además, desde su órbita confesional es ilícito sostener hoy en España una aspiración totalitaria. Porque si media Nación vive fuera de la disciplina religiosa, mal va a aceptar soluciones «políticas» que se incuben o tengan su origen en la Iglesia.

Esa actitud pseudofascista de las juventudes de Acción Popular, si no consigue imponer su totalitarismo confesional, sí cumple, en cambio, a maravilla el papel de incrementar entre las masas las confusiones en torno al fascismo, al que así comprueban las gentes adscrito a los medios de menos capacidad revolucionaria y menos dignos de crédito para una tarea de captación de los trabajadores. Carecen, por otra parte, de suficiente calor nacional, de la imprescindible libertad para garantizar que sus propósitos no serán desviados por designios superiores a los suyos, cuya alta influencia hay ya muchos motivos para creer se utiliza de un modo sospechosísimo para los intereses de España.

La prevención que muestran a la vez estos elementos contra las rotulaciones fascistas, proceden de lo que en éstas hay de eficacia revolucionaria. La necesidad universal del fascismo, es decir, su interpretación de una disciplina nacional, de un orden exigentísimo, no se compagina bien con la preponderancia de poderes que aquí querrían siempre a salvo y con libertad plena.

Las JONS revolucionarias saben bien en qué consiste y va a consistir su deber. Atrincherarse en la emoción nacional de España, sostener por todos los medios su unidad, descubrir para los españoles una tarea común, exigente y durísima, que pueda ser impuesta de un modo inflexible a todos. Interceptar toda fuga al pasado y enlazar su vigor con el interés social y económico de las grandes masas, que si fatalmente van a verse obligadas a incrustarse en una disciplina, tienen un profundo derecho a imponer su presencia en el Estado. Revolución nacional, empuje, vigor y dinamismo, queremos. Como única garantía de la Patria, del pan de los españoles y de que merece la pena de que muramos espantando de España la revolución roja.

(«JONS», n. 8, Enero - 1934)

El Triunvirato Ejecutivo Central ha convocado para los días 12 y 13 de febrero al Consejo Nacional del Partido. Este alto organismo jonsista va a deliberar acerca de varias cuestiones que son hoy de vital importancia para el desarrollo de nuestro movimiento.

Parece que son tres los puntos fundamentales que se someterán al alto juicio del Consejo:

 

1.° Actitud de las JONS ante el grupo fascista F.E.

2.° Creación de los organismos a través de los cuales debe conseguir el Partido una eficacia violenta en el terreno de la acción antimarxista.

3.° Fijación de las consignas que han de constituir la base de la propaganda en 1934. Posible radicalización de nuestra línea revolucionaria, robusteciendo la posición jonsista entre la pequeña burguesía y los trabajadores.

Basta la enumeración de estos temas para advertir la trascendencia que van a tener las deliberaciones del Consejo.

La presencia del grupo F.E. que, como es notorio, pretende seguir el camino jonsista, es un hecho que, en algún aspecto, perturba evidentemente el desarrollo normal de las JONS, obligándonos a examinar y a justificar de nuevo nuestra propia plataforma política. Es, pues, necesario que el Partido fije con toda energía y claridad su juicio acerca de F.E., proporcionando a todos los camaradas una crítica justa sobre las características de ese movimiento.

Parece, según nuestras noticias, que en el seno del Consejo van a ser defendidas tres tendencias con relación a este tema del F.E. Una sostiene la necesidad de que las JONS afirmen su desconfianza ante ese grupo, declarando a sus dirigentes y a las fuerzas sobre que apoyan sus primeros pasos como los menos adecuados para articular en España un movimiento de firme contenido nacional y sindicalista. Los camaradas que defienden esta posición estiman que las JONS deben publicar un manifiesto de razonada y enérgica hostilidad contra el F.E., denunciando su ineptitud para dar a los españoles una bandera nacional, auténticamente revolucionaria, y declarando, como consecuencia, que su única labor va tristemente a reducirse a la de ser agentes provocadores de una robusta y fuerte unificación del bloque revolucionario marxista. Según esos mismos camaradas, corresponde a las JONS fijar las limitaciones derechistas de F.E., que le incapacitan para una auténtica empresa totalitaria, y suplir esas limitaciones con una actitud inequívoca por nuestra parte, que permita a las JONS desenvolverse con éxito entre las masas.

Frente a esa tendencia, que pudiéramos calificar de fanática e intransigentemente jonsista, y que parece muy dudoso predomine en el Consejo, hay otras dos, muy diversas, sin embargo, entre sí. Una estima que el movimiento F.E. encierra calidades valiosas y que sus dirigentes pueden, sin dificultad, interpretar una actitud nacional-sindicalista. Aprecia, sin embargo, en la táctica y actuación anterior de F.E. graves errores, que pueden ser corregidos, y desde luego, cree que las JONS, antes de denunciarlos y combatirlos, debe intentar influir en aquellos medios para lograr su rectificación posible. A este efecto, defienden los camaradas que interpretan esta tendencia, que las JONS deben invitar solemne y cordialmente a F.E. a que se desplace de sus posiciones rígidas, situándose, fuera de F.E. y de JONS, en un terreno nuevo, donde resulte posible la confluencia, unificación y fusión de ambos movimientos. Esta opinión, que parece coincide con la de algún destacado camarada del Triunvirato Ejecutivo Central, tiene, quizá, grandes probabilidades de que la haga suya el Consejo. Sus propugnadores defienden, asimismo, que si fracasa la invitación a que aluden, es decir, si F.E. no juzga oportuna una solución del tipo y carácter de la que se le propone, corresponde apoyar y aprobar la primera tendencia, con la ventaja, en este caso, de que no alcance a las JONS responsabilidad alguna en la pugna que se inicie.

Hay, por último, una tercera opinión que, según nuestras noticias, alguien sostiene también en el Consejo; pero con tan débil asistencia, que quizá la defienda solamente un camarada. Consiste en que las JONS procedan, bajo ciertas condiciones, a disolverse, incorporándose al F. E. Repitamos que esta actitud no tiene, al parecer, y por fortuna, la menor probabilidad de éxito.

El segundo punto que va a ser objeto de deliberación por el Consejo se refiere, como antes dijimos, a la necesidad de que el Partido disponga de órganos adecuados y eficaces para la acción revolucionaria contra nuestros enemigos. En un momento como el actual, en que se agudiza la apelación a la violencia por parte de los rojos, es urgente e imprescindible que dispongamos de normas, tácticas y técnicas tan claras y precisas que proporcionen a las JONS éxitos ruidosos frente a la actividad asesina de los elementos marxistas.

Seguramente el Consejo perfilará la idea ya expuesta por el Ejecutivo Central de crear Patrullas de Asalto, a base de camaradas probadísimos, que sean una garantía de tenacidad, arrojo y entusiasmo jonsistas.

El carácter de estos grupos, su engranaje en las actitudes del Partido y el modo de dotarlos de una férrea y eficacísima disciplina serán objeto, sin duda, de amplio examen por los camaradas del Consejo.

El tercer punto es, asimismo, de capital importancia. Ha llegado el momento de llevar al pueblo español, a las grandes masas nacionales, un programa claro, revolucionario y concreto, cuya defensa y triunfo signifique la gran victoria de la Nación española, el aplastamiento de sus enemigos y el bienestar de todo el pueblo.

Hay, pues, que realizar el hallazgo de unas metas tras de las cuales arrastrar el entusiasmo, la colaboración y la angustia de las masas españolas. Ya están en la encrucijada de una vida difícil y dura, y nos corresponde dar la orden de marcha, equipararlas de un modo perfecto y hostigar su ímpetu.

(«JONS», n. 8, Enero -1934)

1.- Darse de baja en toda organización política, salvo especial autorización en contra para labores del Partido.

2.- Cumplir los deberes que impone el Partido.

3.- Acatar en absoluto la disciplina del ideario, de los estatutos y de los Organismos superiores de las JONS.

4.- Aportar al Partido cuantas iniciativas, sugerencias o actividades útiles puedan desarrollar.

5.- Contribuir a su sostenimiento por lo menos con la ayuda económica mínima que marcan los estatutos de las JONS.

6.- Hacer todo cuanto sea posible por la difusión de la doctrina, la táctica y las organizaciones jonsistas.

7.- Capacitarse y esforzarse en capacitar a los demás.

8.- Conocer perfectamente el programa, los estatutos y los documentos políticos del Partido.

9.- Leer la prensa jonsista y difundirla.

10.- Obedecer sin discusión las consignas y órdenes de las JONS.

(«JONS», n. 8, Enero - 1934)