El Centro Constitucional
El señor Cambó vive desde hace unos dos años con la pequeña obsesión de gobernar. Se ha hecho así esclavo de unos problemas, preparando minuto a minuto el torpedeo de ellos. Pero los problemas de un país fluctúan, poseen elasticidad y no suelen respetar las fechas salvadoras. Cuando el señor Cambó pide el Poder y habla de sus soluciones para las dificultades de índole social y política que en España existen, deben acogerse sus palabras con la mejor buena fe, y creer, desde luego, que, en efecto, el señor Cambó ha estudiado con afán los problemas actuales de España.
Pero esto no es suficiente para seguir a un político. Un pueblo no puede entregarse a un político si no se le garantizan, a más de las seguridades presentes, las seguridades futuras. Estas últimas consisten en esa fidelidad y esa lealtad de los hombres a los destinos históricos de su país. Es un poco fatal y absurdo lo que en España acontece con los hombres públicos. Ninguno de ellos ha logrado desasirse de los imperativos de una hora, sin capacidad para orientaciones amplias y continuadas. Y como de otra parte, es muy difícil que esa hora de cada uno coincida con la llegada al Poder, su actuación es siempre perturbadora, inactual. Es posible que en 1912 Melquiades Alvarez hubiera representado un valor en la gobernación de España. Es, desde luego, seguro que Cambó en 1920, ante los desequilibrios de la postguerra, hubiera estado al nivel de aquellos tiempos. Horas provisionales, un poco en filo de dos mundos.
Hoy, no. Ese Centro Constitucional se elabora con vistas al presente, sin aliento alguno de grandeza. Es un resorte artificioso de Poder, que se enfrentará con el problema de la peseta, el de la exportación frutera, la cuestión del trigo, etc.; pero como no le ampara el optimismo público ni ha de manejar las normas eficaces de autoridad que son hoy imprescindibles, quedará reducida su garantía de acierto a la incierta garantía que ofrezcan las personas.
¿Qué mito nacional de amplia envergadura va a ofrecer a estas muchedumbres hispanas, y cómo va a enderezar en estas horas críticas los afanes rebosantes del pueblo? Las fuerzas políticas que no lleguen provistas de alientos de esta clase, y sí sólo dispuestas a continuar la jornada mediocre, deben rechazarse como inmorales.
El problema de Cataluña
No podía faltar Cataluña en el coro de dificultades que hoy se presentan. Con su problema, con el suyo, en las horas mismas en que a España importan de modo fundamental las cosas más graves. Todavía no conocemos suficientemente en el resto de España las poderosas razones que obligan a Cataluña a desentenderse de los destinos nacionales. Pues las razones históricas, como todo el mundo sabe, prescriben, y las que tengan su raíz en el panorama actual de España son por completo ilegítimas.
Bien está que Cataluña afirme su derecho a poseer una cultura. A conseguir la eficacia de sus valores. Lo que no puede permitirse -y no se permitirá- es un impedir sistemático del hacer español. De igual modo que en el siglo XVI, vuelve hoy a adquirir sentido plenísimo la existencia de grandes pueblos. Existen tareas y realizaciones en esta época que sólo millones de hombres, a la vista de un entusiasmo común, pueden abordar. Todo anuncia hoy en el mundo una posible y radical vigencia de lo hispánico. En fracaso y huida las imposiciones triunfales de los últimos dos siglos, a cuya creación España no colaboró, está ahí de nuevo la hora española, y el momento de enarbolar las grandes decisiones universales puede llegar de un día a otro.
El problema de Cataluña es urgente que se liquide de manera definitiva. Sin que puedan volver a plantearse clamores de disidencia. Estaremos muy atentos a la solución que se prepara, y que es ya programa del actual Gobierno.
Mientras tanto, ¡alerta, españoles! Hay grupos políticos en Cataluña que especulan de modo inmoral con las dificultades internas del Estado. Esta denuncia que hacemos puede comprobarse con la máxima facilidad, y la creemos suficiente para poner en pie el vigor de la protesta.
El Consejo de guerra de Jaca
Vuelve de nuevo a Jaca la expectación española. Van a ser juzgados los ejecutores del movimiento revolucionario de diciembre. En presencia de este hecho, de esta apelación a la violencia, hemos de situar nuestros juicios con serenidad. Nada nos interesan los objetivos que se perseguían, pues cuantas veces sean precisas afirmaremos que no forman parte esencial de los contenidos revolucionarios de estos tiempos las cuestiones que afecten a las meras formas políticas.
(VISADO POR LA CENSURA) *
No andamos muy sobrados en España de esa capacidad revolucionaria a que aludimos para prescindir de los brotes que surjan. En buena hora sean llegados.
(VISADO POR LA CENSURA) *
Nuestra indiferencia por las formas de gobierno es absoluta, y nos damos cuenta de los peligros de que un triunfo republicano significase algo así como otra restauración. España debe entrar en las vibraciones universales de hoy y no agotar sus energías persiguiendo ansias caducadas.
Pero esos hombres jóvenes de Jaca están ahí, como minoría esforzada y valiente, esperando los fallos militares. Si son auténticos revolucionarios, a ellos mismos no deben importarles mucho las sentencias. Si hay que morir, se muere, y nada más. Pero no se trata de eso. España ha de salvarse, y necesita del esfuerzo revolucionario. No para satisfacer rencores, sino para elaborar con toda lealtad las rutas hispánicas, para poner en circulación universal su potencia económica y la voz de su espíritu.
En cuanto se den cuenta los españoles del gran imperativo nacional y social que debe hoy obedecerse, esas cuestiones adjetivas de la monarquía o de la república quedarán en el lugar secundario que les corresponde. Esos hombres de Jaca no lo entendieron así, y sin más ni más querían traernos la República. El error es ingenuo, pero nada malicioso. Nosotros deseamos para ellos los castigos más leves que sean posibles. Y que se pongan al servicio de la Re
(VISADO POR LA CENSURA) *
* (Sic) en el original
(«La Conquista del Estado», n. 2, 21- Marzo - 1931)