Aquí está don Felipe, rizadito, bonito y señorito. Viene bueno, con unas declaraciones que tumban. No hace falta ser diablo como yo para saber cosas estupendas de don Felipe. Síganle los pasos. Del Código al codo, del codo al Código. ¡Un, dos! ¡Un, dos!

Circula desde hace unos dos años por los territorios aviesos de la política. Un día don Felipe se dijo:

-¡Hombre, Felipe! Tienes más talento que Ossorio. Eres mejor jurista. ¿Por qué razón va a ganar Ossorio más dinero que tu? ¿Y qué hace Ossorio para ganar tanto dinero? Muy sencillo. Interviene en política. Se mueve de aquí para allí. Va a todas partes y habla de los asuntos políticos más picantes del día. En resumen, que de cada raid se trae los diez o doce pleitos de mejor minuta que haya en la provincia.

Nuestro señor Sánchez Román oyó esa voz profética. Y se consagró a salvar al pueblo. Tanto, tanto, tanto, que casi se volvió tonto. El, el niño listo de la cátedra lista. Heredó de su buen padre los apellidos jurisperitos, la cátedra y el librito de texto. ¿Quién da más?

...Casi, casi, de tan revolucionario que se hizo, llegó a las lindes mismas del comunismo. Y cuando ya iba a armarse caballero comunista, le dijo uno que ya lo era, pero de verdad:

-¿Y juráis vos, don Felipe, no volver a intervenir en los pleitos cuya materia de litigio sea la propiedad cochina?

Don Felipe se echó atrás con un ¡zape! Y vacilante estuvo en si entrar o no en una cofradía de arrepentidos. No, no. A ese precio no podía ser comunista. ¿Como renunciar él a los pleitos? De ningún modo. Entonces se le ocurrió una idea genial. Triplicaría las minutas. ¡Abajo el capitalismo! El acabaría con la propiedad apropiándosela. La receta fue aceptada, celebrada y engomada.

Desde entonces ¡oh, desde entonces! La vida alegre. El Palace. Las masas republicanas. Los ojos tras de los rizos. El inmenso azul. La envidia de Jiménez de Asúa. El llamamiento de Urgoiti. El Ateneo.

Don Felipe redacta los escritos de protesta contra el régimen imperante. Ved en ellos su prosa leguleya y sus decires. Buen discípulo de Bergamín, el viejo nefasto y feo. No conozco en mi larga vida de diablo unas prosas de trayectoria tan ramplona.

Ahora bien; don Felipe es valiente. ¡Tiene unos riñones! Cuando los sucesos de diciembre fue sorprendido. ¡El no era figura nacional! ¡Cosa terrible! Se le había escapado la primera fila. Su nombre no estaba al pie del manifiesto. Y nadie preguntaba por él. Ni la Policía.

¿Qué creerán ustedes que hizo? Enarboló su pluma ramplona de leguleyo. Escribió una, dos, tres carillas macizas. Pidiendo que lo encarcelaran. Que él, aunque no iba a ser ministro, era también figura. Prestigio revolucionario. No le hicieron caso. Aquello fue tremendo. Intolerable. Todas las noches daba vueltas alrededor de la cárcel. Quería aprovechar un descuido de la guardia para colarse dentro. ¿Iba a ser menos que Galarza? ¡Horror!

En fin, ahí está don Felipe. Conspira y sueña. ¡Si no fuera abogado...! La cosa es que dicen que vale.

¡Este hombre, este hombre, este hombre descarriado!...

(«La Conquista del Estado», n. 3, 28 - Marzo - 1931)