La Conquista del Estado (Número 3)

Las falanges jóvenes de LA CONQUISTA DEL ESTADO combatirán, armas en mano si es preciso, la anacrónica solución que ofrece la ancianidad constituyente.

¡¡ABAJO LOS LEGULEYOS!! ¡¡VIVA LA ESPAÑA JOVEN, IMPERIAL Y REVOLUCIONARIA!!

De nuevo los vejestorios del bloque desactualizan la actualidad con su fórmula ramplona. Hay que acabar con ellos. Un pueblo es más sincero cuando pelea que cuando vota. ¡Queremos y pedimos sinceridad a nuestro pueblo!

Queremos y pedimos semblantes heroicos. Nada de farsa. Nada de concesiones. Es inútil confundir el sentido de la dificultad española. Es la pugna de la España de los jóvenes con la España de los viejos.

Queremos organizar una liga joven -hombres de veinte a cuarenta y cinco años- que impongan violentamente su política. Si hay elecciones deben votar sólo los españoles comprendidos en esas edades.

Nada nos interesa la Monarquía ni nada nos interesa la República. ¡Cosa de leguleyos y de ancianos!

Nos interesa, sí, elaborar un Estado hispánico, eficaz y poderoso. Y para ello seremos revolucionarios. ¡No más mitos fracasados! España se salvará por el esfuerzo joven.

Queremos y pedimos un Estado de radical novedad. Una nueva política. Una nueva economía. Una cultura de masas. Una nueva estructuración social. La entrada definitiva en los tiempos actuales.

¡Fuera el viejo liberalismo burgués y cochambroso! ¡Abajo el radio corto de la mirada corta!

 

Queremos y pedimos una ambición nacional.

Queremos y pedimos lealtad a nuestros alientos hispanos.

Queremos y organizaremos una fuerza política, de choque revolucionario, que lleve al triunfo los nuevos aires.

¡Ni el más leve pacto con los traidores!... Han fracasado y fracasarán, llevándonos, si pudieran, a la ruina y al hundimiento hispánico.

Requerimos el esfuerzo joven para impedir estas vergüenzas. ¡Acudid! Pero sabiendo lo duro de las jornadas que se avecinan, el temple y la temperatura alta que es preciso alcanzar. ¡Los débiles y los cobardes, que no vengan! ¡Que se queden con sus novias, con sus mujeres o con sus llantos!

Hay que estar al nivel de los tiempos. De cara a las auténticas dificultades. Sin eludirlas cobardemente ni falsearlas con retórica.

¡¡VIVA LA ESPAÑA JOVEN, IMPERIAL Y REVOLUCIONARIA!!

(«La Conquista del Estado», n. 3, 28 - Marzo - 1931)

Teníamos que ser nosotros, surgidos de lo más hondo del coraje hispánico, fieles a nuestra época, con un programa postliberal en cada mano, quienes con mejor eficacia combatiésemos la sociedad y el Estado comunistas.

Odiamos el espíritu liberal burgués, trasnochado y mediocre, pero nuestro enemigo fundamental, aquel cuyo mero estar ahí significa siluetearse el combate con nosotros, es el comunismo.

Frente al comunismo, con su carga de razones y de eficacias, colocamos una idea nacional, que él no acepta, y que representa para nosotros el origen de toda empresa humana de rango airoso. Esa idea nacional entraña una cultura y unos deberes históricos que reconocemos como nuestro patrimonio más alto.

El comunista es un ser simple, casi elemental, que acepta sin control unas verdades económicas no elaboradas por él y da a ellas su vida íntegra. El fraude que realiza de ese modo trasciende de su orbe individual para convertirse, si triunfa ese sistema, en el fraude total de un pueblo que deserta de sus destinos y juega al peligro del caos.

No puede esto tolerarse. Nosotros aceptamos el problema económico que planteó el marxismo. Frente a la economía liberal y arbitraria, el marxismo tiene razón. Pero el marxismo pierde todos sus derechos cuando despoja al hombre de los valores eminentes. Y le señala un tope minúsculo, que detiene sus impulsos. Los partidos socialistas de todo el mundo resuelven esas limitaciones recayendo en el viejo liberalismo que ellos vinieron precisamente a destruir y superar.

Los partidos comunistas, en cambio, aceptan todas las consecuencias, y creen que el marxismo es capaz de asumir todos los mandos. Pero un pueblo es algo más que un conglomerado de preocupaciones de tipo económico, y si de un modo absoluto se hacen depender de los sistemas económicos vigentes los destinos todos de ese pueblo, se recae en mediocre usurpación.

Tienen lugar hoy en la historia hechos radicales que tienden precisamente a la defensa y exaltación de esos valores supremos que el comunismo aparta de su ruta. Nosotros andamos en la tarea de resucitar en España un tipo así de actuación pública.

Porque los momentos españoles de ahora son tremendos y decisivos. Se quiere conmocionar al país para una Revolución de juguete, y se dejan a un lado los motivos revolucionarios de carácter social e histórico que son la médula de las revoluciones. ¿Qué se pretende con eso? España debe ir, sí, a una Revolución. Pero auténtica y de una pieza, a realizar cosas de alto porte y a expresar su voz en el hacer universal.

Para ello hay que abordar, no eludir, las cuestiones de tipo social. Entregarse a ellas. Acabar con las crisis agrarias. Reglamentar y articular la producción industrial. Pero de cara. A la vista de los intereses supremos del Estado.

Hay que hacer una revolución en España para estimular al pueblo a que de una vez se ponga en marcha. Al servicio, como hemos repetido y repetiremos, de una ambición nacional. Todo lo demás, las algaradas y los conatos revolucionarios para copiar las gestas viejas de nuestros abuelos, son despreciables e inmorales entretenimientos de un sector de burgueses, despreciables e inmorales.

Todos esos caprichos de los burócratas de espíritu corto no nos importarían nada si no significasen el abrir y cerrar de ojos de la fiera comunista. Que está ahí, contra lo que creen los miopes.

Y podemos decirlo con valentía. Preferimos, desde luego, un régimen soviético al predominio imbécil de la patrulla del morrión. Si no creyéramos con firmeza que triunfará hoy en Occidente -y particularmente en España- el espíritu nacional y social que propugnamos, nosotros desertaríamos. A los gritos huecos y a las majaderías solapadas de la mediocridad liberaloide preferimos el sacrificio heroico del comunista, que por lo menos se encara con el presente y trata de realizar su vida del mejor modo que puede.

Frente al comunismo no hay sino una fidelidad de cada gran pueblo a sus destinos. Entregarse a la época sin temores, aceptando lo que exige de heroísmo, de lucha y de lealtad.

Frente a la empresa comunista cabe la empresa nacional. El hundir las uñas en el palpitar más hondo. El sentirse llamado a la genial elaboración de elaborar humanidad plena.

(«La Conquista del Estado»), n. 3, 28 - Marzo - 1931)

Una cosa hay desde luego en la actitud de los estudiantes que merece nuestro elogio radical. Su apelación a la violencia. Aquí, en España, donde las frías temperaturas han sido en los últimos veinticinco años norma de las actuaciones políticas, ese gesto heroico de no cerrar los ojos al disparar una pistola, hay que cultivarlo como merece. Habíamos perdido un poco, por exceso de apagamiento y cobardía, esas ejecutorias del valor, y en buena hora sean llegadas de nuevo.

Junto a los grandes peligros están las victorias magníficas. Si queremos para España en los próximos años realizaciones de tipo valioso, ha de ser preciso equiparse y dar cara a estos acontecimientos, que nunca son síntoma de debilidad popular. No seremos nosotros quienes reprobemos la violencia que por ahí circula.

Ahora bien; frente a los gritos que se pronuncian por unos y otros, proclamamos una vez más que no nos identificamos con ese pleito. Resuélvase como se quiera. De cualquier modo nos parece bien. Nosotros nacemos para otra cosa. Nuestra fuerza tendrá muy otro sentido que el de defender la Monarquía o la República. Esta actitud, que muy pocos grupos defienden en España, la creemos necesaria y urgente.

Asistimos ahora a una movilización universal en torno a dos ideas y actuaciones polares. O con una o con otra. Este es el verdadero problema. LA CONQUISTA DEL ESTADO se reafirma antiliberal y antiburguesa. Pero, sobre todo, se reafirma anticomunista, antisoviética; se reafirma exaltadora de una idea nacional, hispánica y del coraje revolucionario de los nuevos tiempos. Esta es nuestra palabra.

(«La Conquista del Estado», n. 3, 28 - Marzo - 1931)

Algunos pobres majaderos buscan al título de nuestro periódico alusiones pequeñitas. LA CONQUISTA DEL ESTADO, dicen, equivale a la conquista de la nutriz presupuestaria. Nada más. Eso dicen los que están muy conformes, porque ya lo han conquistado de esa manera.

Muy pronto hablaremos de estas cosas, porque en España estamos llenos de «conquistadores» de ese linaje. ¡Oh, la gente liberal! Esos que reclaman libertades del Estado. Esos que desean podar al Estado todos sus resortes. Esos que hablan y no acaban sobre las limitaciones del Estado. Que no quieren que les moleste el Estado. Pero... que les parece muy bien una cosa del Estado: su capacidad para dar sueldos y prebendas.

¡Conocemos cada liberal con seis, ocho y diez sueldos cada uno!

Nosotros, en cambio, vamos a la conquista del Estado con otros objetivos. Vamos en busca del solar del Estado. Para elaborar un Estado, el Estado hispánico. Hoy tembloroso y en zigzag. Esto es, conquistado por las vulpejas liberales. Burócrata y rapaz. Abesugado y mediocre.

 

¡Ya lo creo! A la conquista del Estado. Tiene esta frase otros sentidos más profundos. De raíz hondísima, que no es ésta ocasión de destacar. Que los aludidos a quienes se encaminan estas notas no comprenderían.

 

Gracias al Estado, a un Estado, somos entes políticos. Sin él, seríamos cualquier cosa, pero no personas políticas con unos derechos y unas libertades. Con un destino colectivo, grande o pequeño, y un futuro. Con algo que hacer en común unos con otros.

Pero, repetimos, estas son razones que no se les alcanzan a los cerebros de corcho que andan por ahí. Esos que cobran ocho sueldos y piden libertad. Libertad para eso, claro, y no disciplina ni deberes que trasciendan sus egoísmos cazurros.

Más sobre esto hemos de hablar largo, muy largo.

(«La Conquista del Estado», n. 3, 28 - Marzo - 1931)

Disparos en Atocha... Muertos... La desazón de la juventud española se ha encrespado actualmente con fiebre auténtica y ambición aquilina hacia nortes futuros.

Ha dejado sobre la ruta de los demás la resobada algarabía de los clamores preventivos, blandos e inocuos, como gomas higiénicas. Ya no chilla con hipos de menopáusica para pedir luego socorro a la justicia de los papás. Tampoco acude a los proyectiles de primera o segunda comunión de barrios bajos: con ladrillo o teja. Serenamente, jubilosamente, juguetonamente, disparará su pistola. Da la bala el coraje y la pureza de sus mejores sueños. Todavía casi infantiles.

Otra vez ha venido a España la posibilidad de perderse una vida joven, no por una blenorragia pesetera, que era hasta hoy la mayor y única heroicidad admitida, sino por la refriega en la calle, cuerpo a cuerpo... Con riesgo, pasión y sangre. Disparos en Atocha. Muertos.

Aquí, ahora, con el puño erguido, os saludamos, valientes camaradas estudiantes. Aquí, ahora, confiamos en vuestro ahínco para hazañas más hondas, más tremendas, más de nuestra generación revolucionaria.

(«La Conquista del Estado», n. 3, 28 - Marzo - 1931)